Las elecciones primarias nos brindan una gran oportunidad para movilizar a la población que en su mayoría quiere un cambio, recuperar la esperanza y la confianza en Venezuela e iniciar la reconstrucción del país por la vía democrática de la participación. Abstenerse es darle el voto a ese proyecto autoritario que, en menos de 25 años, ha convertido a Venezuela, del país más próspero de América Latina, en el más miserable. Hay que combatir con fuerza el desinterés del pueblo por la política y los políticos, que se originó porque experimentó que la política se distanció de la ética, olvidó los problemas y sufrimientos de las mayorías, y se dedicó ya no a buscar el bien común, sino los intereses personales o de los suyos. Por ello, invadieron la política personas arribistas y oportunistas, sin escrúpulos ni moral, y se impusieron los fundamentalistas y fanáticos que desprecian el respeto y la diversidad, violan los derechos humanos y socavan los cimientos de la democracia.
El fundamentalismo es incompatible con una cultura democrática basada en el diálogo, el respeto, y la convivencia con la diversidad. Las posturas fundamentalistas, propias de los regímenes autoritarios, ciegan para ver la realidad de un modo objetivo, y por ello consideran enemigos que hay que combatir o eliminar a todos los que piensan diferente, pues ven en ellos una amenaza a su identidad. La cultura democrática en cambio, hace ver en los otros diferentes no a enemigos, sino a compañeros de camino con los que tenemos que convivir y que pueden enriquecer nuestra propia identidad.
Los fundamentalistas rechazan el pluralismo y como no son capaces de considerar a los demás como iguales, les resulta insoportable la idea de una sociedad igualitaria, justa y libre. En consecuencia, desprecian la democracia, que es una forma de respeto y convivencia, pero se aprovechan sin pudor y con un cinismo increíble de los mecanismos democráticos para acabar con ella.
Si bien los fundamentalistas se muestran arrogantes y bravucones, su actitud nace del miedo: miedo a la pérdida del poder, miedo a que se tambalee el piso sobre el que han construido sus seguridades y acomodado sus vidas. Cualquier cosa que amenace esa estabilidad y mueva el terreno sobre el que se asienta, ha de ser combatida y eliminada. Junto al miedo, el fundamentalismo demuestra una actitud infantil, caprichosa y autosuficiente, ya que no considera al otro como igual y necesario para construir un mundo plural.
En las elecciones tenemos una gran oportunidad de aislar a los fundamentalistas e iniciar la reconstrucción de Venezuela.. Para ello, el voto debe ser consciente, fruto de un serio discernimiento para analizar qué candidato o candidata ha demostrado una actitud valiente, humilde e incluyente, y ha hecho del servicio y el compromiso un estilo de vida y de asumir la política como servicio. Se trata de sumar y no de restar o dividir, de analizar objetivamente quién tiene posibilidades de impulsar un cambio pacífico y de resolver los graves problemas del país. Para ello, el o la que resulte ganador o ganadora, debe contar con el apoyo de los otros candidatos y de todos los votantes sin importar si era o no el de su preferencia. El elegido o la elegida debe rodearse de personas muy competentes, los mejores profesional y éticamente, y presentar un proyecto de país que suponga la superación definitiva de la politiquería, los populismos y fundamentalismos.