Ni feliz ni próspero año nuevo 2024

Veamos lo que me relató un amigo.  Desde hace muchas décadas, desde que tengo uso de razón, a partir el mes de noviembre del año que va finalizar escuchaba y leía, todavía lo escucho y lo leo por los medios de comunicación, tanto escrito, como por radio y televisión, hoy en decadencia, y actualmente por  las redes sociales, la invitación al simulacro de un “feliz y próspero año nuevo”. Entendiéndose por simulacro una imitaciónfalsificación o ficción. El concepto proviene del latín “simulacrum”, asociado a la simulación, que es la acción de fingir.  

No es exageración lo referido en el párrafo anterior, dado que hasta ahora ese feliz año y ese próspero año nuevo todavía no se ha convertido en una realidad. De allí que tal llamamiento lo considero una especie de simulacro, una falsedad, algo que todo el mundo espera pero que nunca llega, una muestra de lo que debería ser pero que no es. Es decir, al igual que el año 2023, no será una realidad ni el feliz año 2024 y mucho menos, un año próspero para el que se  inició en enero. Es por eso que, cuando comienza el año a la gente se le olvida el optimismo pregonado por la mass media.

Por lo general la ficción dista mucho de la realidad, la ficción es una fantasía y la realidad es amarga y cruel. No exagero, basta salir a la calle en el mes de enero y lo primero que uno advierte es que los choferes de las camionetas aumentaron el pasaje. Y como las tarjetas de débito están casi vacías, consecuencia de los gastos de la celebración del año nuevo,  cuando se va al supermercado para pagar los comestibles, con un incremento del precio, siguen las tribulaciones. Cuando se tiene que sufragar el consumo se observa en el rostro de la cajera un gesto algo parecido a una burla cuando expresa “su tarjeta no tiene saldo”. Así se inició el próspero año 2024, con la angustia de no poder pagar el condominio y alguno de los servicios dado que también aumentaron de precio. Como consecuencia de los apuros económicos,  la prosperidad nunca se conseguirá, a pesar del eslogan de las propagandas decembrinas que incitan a los consumidores a comprar productos que no necesitan y que por lo general, hacen daño por ser nocivas para la salud.

Las tribulaciones del comienzo del año no paran y para buscar un estado de sosiego se intento navegar por Internet para indagar en mi correo por las felicitaciones de fin de año de los amigos y de la familia. Los sinsabores no se estancan, lo primero que  encuentro fue un envío del colegio donde estudian mis hijos. En dicho mensaje se  informa que si no se canceló la deuda  de las mensualidades atrasadas, los dos niños serán despedidos del centro educativo. La felicidad para el inicio parece que nunca llegará y más se evidenció cuando mi señora llamó por el celular para informarme que el carro tiene un problema en el tren delantero y se debe cambiar los cuatro amortiguadores. En ese instante preferí moverme en camioneta por la ciudad y no contribuir con el mantenimiento de los mecánicos.  Además, continuó mi señora, por los momentos no habrá aumento de sueldo dada la crisis del Medio Oriente. Recordé que la esposa trabajaba para una empresa que importa producto desde Israel y por los problemas en el Mar Rojo, a los puertos de la nación cuya  bandera tiene una estrella no salen ni llegan barcos con mercancías.

Feliz año y próspero año 2024, fueron los mismos augurios que escuchó mi amigo en el 2021, 2022 y desde los que se puede recordar nada ha cambiado. El simulacro es el mismo, los comerciantes en sus propagandas nos colocan una pistola en la nuca para despertar el optimismo de los consumidores y pasadas la fiesta se repite lo mismo de todos los años. Lo peor de todo es cuando se constata por Internet la cuenta del banco por donde se paga el sueldo. Se advierte un aumento que no se corresponde con la inflación o en peor de los casos, no hay incremento. El pago móvil, las transferencias bancarias para amortizar las deudas se tragan, sin eructo, el salario, restando los adeudos que no se se cómo se podrán sufragar, además, de la angustia al desconocer el futuro próximo.

Lo anterior no es  más que el simulacro en el ámbito nacional, en el internacional se escucha a los jefes de estado deseando, al igual que los comerciantes, un feliz año y próspero año nuevo 2024. En la red escuchó la salutación del senil Biden presidente del país más endeudado del mundo (EEUU). El país que entrega certificado de pureza de tráfico de drogas, a pesar de ser el de mayor consumidor de narcóticos y el país que quiere mantener la dictadura del dólar, no obstante, dicha divisa no tiene respaldo alguno. Sin embargo, el presidente le envía al mundo un mensaje de prosperidad y de paz. Algo contradictorio, dado que más de una decena de estados son sancionados económicamente y sometidos a boicot por causas por la que no tienen ninguna prueba de delitos, estas medidas unilaterales los imposibilita alcanzar la prosperidad. Además, invade a países del Medio Oriente para robarle el crudo; sumado a lo anterior, financia y entrega armas a Ucrania que masacra a los territorios rusos ubicados en su territorio, hace lo mismo con Israel para que continúe con el genocidio del pueblo palestino, poniendo en riesgo la paz mundial. Es parte del mensaje de concordia de Biden. Pero esto no es nada nuevo, lo mismo sucedió en el 2023 y del mismo modo en el 2024. Revisemos las páginas de los libros de historia y de los periódicos amontonados en las hemerotecas a través de los siglos y nos daremos cuenta que no hay esperanza para las naciones. Que el feliz año y el próspero año nuevo no pasen de ser un simulacro. ¿Qué nos han enseñado las vicisitudes periódicas, el flujo y el reflujo de las épocas y esa eterna repetición de los acontecimientos? Nada o muy poco.

El optimismo se me está extinguiendo, hasta en los sueños se me agotaron los  buenos presentimientos. El pesimismo es el fruto de la desilusión de los pueblos que nunca alcanzarán esa felicidad y esa prosperidad anhelada por todos los habitantes de la tierra.  Tales decepcionados, hacia donde quiera que dirijan su mirada atisbaron guerras, desolación, inflación, abusos, salarios de hambre, asesinados, hambrunas, niños mutilados, refugiados y una cantidad de males que impiden alcanzar la felicidad y la prosperidad que promueve el simulacro. Quizás por esto el escritor portugués José Saramago expresó: “Sí, soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad  sea la que es”. Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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