Es hora de que los que creemos en Venezuela y estamos comprometidos en lograr el bienestar de todos, asumamos nuestras responsabilidades ciudadanas. No podemos seguir por el camino de la rivalidad y el enfrentamiento. Necesitamos acercarnos al sufrimiento de las personas con una actitud de respeto y compromiso y recuperar la confianza en nosotros y en la política. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada violencia que se comete, cada actitud que impide o retrasa las soluciones, nos empuja hacia una situación cada vez más inhumana.
Pasan los días y los numerosos problemas, en vez de resolverse, se agravan más. En Venezuela, a las mayorías les resulta cada día más cuesta arriba sobrevivir, mientras unos pocos exhiben sin vergüenza sus nuevas fortunas y viven de espaldas al dolor de la gente. Ningún servicio público funciona, los sueldos y bonos no alcanzan para nada, enfermarse supone una tragedia, los apagones, la falta de agua y la escasez de gasolina hacen que resulte muy difícil sobrevivir. Todo está dolarizado menos las pensiones y sueldos de los empleados públicos que resultan una humillación y una vergüenza.
Es la hora del diálogo y la negociación para salir del túnel. De pocas palabras se ha abusado tanto como de la palabra diálogo. Su uso interesado ha vaciado a la palabra de significado y la ha convertido en un término ambiguo y problemático. Por ello, los llamados al diálogo resultan sospechosos y no logran credibilidad. Sin embargo, no nos queda otro camino, pues todos los demás están condenados al fracaso.
La primera condición para un diálogo sincero es aceptar los gravísimos problemas que vivimos y mostrar verdadera disposición a resolverlos. No entiendo cómo los que nos gobiernan se siguen aferrando al poder sin admitir su fracaso y sin que pareciera importarles el sufrimiento de las mayorías ¿Cómo pueden justificar la destrucción de Venezuela que pasó en unos pocos años de ser el país más próspero de América Latina al más miserable? ¿Acaso no les duele el éxodo forzado e indetenible de millones de conciudadanos y hermanos que buscan desesperadamente una vida mejor por caminos inciertos llenos de amenazas y peligros?
Negarse al diálogo o aceptarlo sin verdadera disposición a cambiar, sin partir de la realidad y sin asumir las propias responsabilidades, pensando que es el otro el único culpable que debe ceder y no yo, demuestra soberbia e insensibilidad. Cerrarse a un verdadero diálogo, adoptar posturas intransigentes o sectarias que impiden avanzar en la construcción de una solución democrática y electoral, constituye un delito. No se trata, de señalar culpables y eludir responsabilidades. Ni de creer que mi propuesta es la única válida. Se trata de hacer nuestro el dolor de las mayorías y abocarse a remediarlo, lo que va a exigir abandonar prejuicios y propuestas que han resultado ineficaces. No son tiempos para revanchas, intolerancias, venganzas o personalismos. Tampoco lo son para reforzar las sanciones que lo único que están logrando es aumentar el sufrimiento de las mayorías. Todos sabemos, incluido el Gobierno, que la situación es insostenible y que la solución debe ser construida entre todos. La salida debe ser democrática y electoral que respete la voluntad de las mayorías. Inhabilitar a la candidata seleccionada por el pueblo es inhabilitar a la mayoría de los ciudadanos y negar que el poder reside en el pueblo.