I
Soy un viejo cobarde que no quiere morir ni siquiera en la ficción de la literatura. Baudelaire tiene toda la razón al decir “…ya es tarde, ¡muere viejo cobarde!”, al pasear por nuestras vidas insulsas en su Reloj: parece que el tiempo es útil solo para los cobardes.
No hay peor muerte que la muerte de Iván Ilich, el personaje de la literatura que describe mejor la muerta más dolorosa y triste, la que yo temo. El viejo funcionario a pesar de haber tenido familia o seres queridos (queridos por él) a su lado muere en el dolor de la indiferencia y el desprecio, como un estorbo. No imagino lo dolorosa que será mi propia muerte, pensada, calculada en soledad, yo tratando de conservar cada minuto de mi vida sin haber arriesgado nada por ella, en la calle, en el mundo tal y como es, por miedo a morir, de forma fea y violenta. Por miedo a morir uno pierde la oportunidad de vivir. Vivir experiencias humanas reales, conocer gente real, realmente humana, no aquellas que evitamos porque ya nos las imaginamos cómo son, nosotros, pendejos cargados de prejuicios y manipulaciones mediáticas,… eso que llaman ahora ¡Inteligencia artificial!, la misma lógica de lo vulgar, común y corriente, que ha juzgado siempre al mundo, como si se hallara más allá del bien y del mal. Evitando esos modelos evitamos también la humanidad real con sus debilidades y sus resistencias, oscilando de extremo a extremo,… pero ya es tarde saberlo, ¿ahora para qué?
Morir forma parte de la vida, de tal manera que la muerte sin la otra, todo pierde sentido. Vivir es apostar fuerte por todo, o nada. Vivir es un lance de dados. Yo, que siempre he justificado mis razones más que mi vida insulsa, no juego, ni siquiera loterías. Siempre he comprendido bastante y admirado a Albert Camus, nunca consideré su muerte – “un accidente más del destino” –, un factor fundamental de su vida y su obra. Pero Camus se estrelló en su Porche, corriéndolo a alta velocidad, muriendo en el medio de la bocacalle donde se cruzan sin ver a los lados la vida y la muerte, a la edad de 47 años. Yo tengo 67 (20 años más más allá de su muerte, de espera y dolor), y cuando todavía manejaba siempre anduve no más de 80 kph. Más allá de admirar su obra, no hago otra cosa que hablar de ella cuando puedo, para vivir un poco prestado de ella. Lo mismo hago con Dostoievski, Proust, Stendhal, y etc. Sin embargo, la vida, ahora lo sé más que nunca, es vivir, bien sea sublimándola en la ficción de la literatura, en una obra escrita, o en el vaporón de la humanidad y sus olores. Si eres alcohólico, vivir tu vicio, si eres cocainómano, si eres obseso sexual vivir tu vicio, si te domina cualquier otra pasión humana aletargarse y entregarte a ella, así tengas que frenar a veces con dolor, placer y dolor pero viéndola a los ojos, hay que vivir-morir por ella, como Camus, y todos los demás.
Yo he querido “revivir” mis pasiones en la ficción de la literatura, pero nunca he podido hacerlo, el dolor de la verdad me lo impide, el dolor moral, la vergüenza moral de exponer mis debilidades y el dolor moral de reconocerlas. Además de no saber cómo disimularlas en la ficción, ¿cómo se hace? Mi única novela siempre será una confesión desgarradora de mis pecados, de mis debilidades, cobardías, mis amores, mis héroes y dioses, hecha con coraje, ¿pero, de dónde y cómo se saca tanto coraje?
Quizás por eso no entiendo la poesía y a la mayoría de los poetas modernos. No me gusta la poesía, soy demasiado lógico y creo que demasiado inculto para la poesía, y la envidio. Mis poetas, comprendidos y consuelo de vida, son, hasta hoy, Baudelaire y Cavafis el alejandrino.
II
Luis.
El misterio de la muerte de Luis Machado. Luis murió de un infarto fulminante, y parece que no hay misterio en eso. El misterio está en qué deterioró su vida hasta morir como un vulgar oficinista; qué tristeza lo acompañó en ese aciago instante, cuál fue su último pensamiento. Quizás el temor de vivir una existencia miserable, pensando que todos sus amigos estábamos disfrutando de algo que él no podía disfrutar, esas cosas también pasan por mi mente. O tener que salir a la calle a comprar alguna cosa indispensable imaginándo él bajando y subiendo todas esas escaleras que tenía que contar en un edificio viejo y sin ascensor. Contar esas escaleras es contar nuestra vida. Y los recuerdos más fijos en nuestras mentes cansadas, siempre son los peores. Algún disgusto familiar relacionado con dinero. Quizás su mujer lo abandonó, o le dijo que lo iba abandonar. Momento funesto. Los males ocultos, esas enfermedades que no queremos reconocer como fatales, pero que laten dentro de uno, nos molestan todos los días con el tic tac del final. Los mejores recuerdos no son autogenerados, casi todos tenemos una inclinación consciente a hacernos daño, recordando lo que más dolor nos hizo, los mejores recuerdos aparecen sin querer y rara vez en soledad, es necesario un estimulante externo para rescatar la felicidad de lo pasado. Por eso los velorios son tan divertidos.
Ojalá solo haya sido una inocente tromba de grasa que le tapó una válvula en su corazón, todavía fuerte, a mi amigo Luis. Que en paz descanses mi pana.
22 de febrero 2024