Vivir entre tentaciones y tribulaciones

Difieren ambas, la tentación incita a hacer el mal, a pecar, a ser amoral, mientras que la tribulación es probarse ante los sufrimientos y aflicciones. Tentados por el lado oscuro, recóndito, el mal, que nos aleja de la claridad, de lo que deslumbra de la luz, del bien, por lo que las tribulaciones como pruebas de fe y fortaleza de ánimo nos lleva a creer y crear seres superiores, lo que somos todos y todas ante nuestros semejantes, con quienes logramos existir. Solo resistiendo las tentaciones nos fortalecemos y entablamos comunicación al orar, rezar, cantar, meditar, basados en lo trascendente, no en lo banal, sino en esa idea de divinidad, la palabra empeñada y honrada, el aliento vital en el pensamiento de lo sublime como creación, de promesa y esperanza, frente a la asechanza del peligro de la carne, de la materia, la acumulación de los deseos de los sentidos y los pecados capitales, que debilitan el espíritu, donde los actos indignos, sórdidos, mezquinos, corruptos, nos acercan cada vez más al abismo por la tentación de la maldad. Las tribulaciones son pruebas de vida de quienes firmemente fortalecen su espíritu y enfrentan los obstáculos de cualquier tipo y con firme propósito se superan, enmendando los desaciertos y las dificultades. Tales son las grandes responsabilidades que asumimos desde nuestra conciencia, haciendo el bien sin mirar a quien, siendo justos, y buscando lograr el bien de la patria, de Venezuela, del pueblo soberano, de la gente buena. De un Estado como un todo en que sembramos los proyectos y esperanzas de mejorar como nación independiente, con honestidad y responsabilidad, asumiendo los propios errores y omisiones cometidos, para que la siembra de ideales puedan dar buena cosecha a cada cual lo que corresponde, contribuyendo y aportando cada granito de arena mientras se consume nuestro tiempo, y fundirnos como un solo país, el que soñamos y el que anhelamos para nuestros hijos y herederos. De no cumplir nos lo exigirán y tendremos que rendir cuenta ante Dios, las instituciones y la historia se encargará de juzgarnos, absolviéndonos o imputándonos por las faltas cometidas. Decimos que cada cabeza es un mundo, y que los mundos forman el universo, y estos pluriversos, en el vasto e infinito cosmos en el cual todo está abarcado, lo que sabemos que hay, como lo que desconocemos por complejo, que son los elementos que nos motivan a enfrentar las dificultades sin desistir ni desmayar en la búsqueda de nuestra verdad; siguiendo el propio sendero bajo la guía de un maestro, con pasos firmes y la confianza y resolución debida. Tenemos cualidades que son inherentes a los seres humanos, a una de las especies más privilegiadas entre los demás indígenas que hemos poblado este planeta Tierra; sin que obviemos la existencia de otras entidades, todas medrando de la misma naturaleza que nos constituye como seres vivos, además de tomar y regresar a la tierra de la cual hemos brotado. De ahí a no caer en tentación y liberándonos de todo mal, de las trampas sembradas en el camino, y evitando romper el equilibrio, la armonía de vivir con dignidad y bienestar en el mundo, donde solo es posible avanzar con los demás, juntando fuerzas integradoras, no disolutorias, sino en consciente, ahondando en la búsqueda del sí mismo, ahí donde yace la encarnación, la verdad y la vida peculiar y particular para cada persona en atención a su personalidades que los caracterizan, para llegar a ser lo que se es en realidad. Para que así sea debemos estar conscientes que pertenecemos a una sociedad global, planetaria, en la cual hay que enfocarse para alcanzar logros que enaltezcan a todos y todas, a cada uno sin mezquindades ni diferencias, de manera que se logren los objetivos que tanto se han propuesto, y nos permitiría en esencia trascender hacia lo real, inmersos en el inconmensurable espacio, del finito tiempo, entre las preguntas que no han sido respondidas, sobre el misterio de lo divino en cuanto tal, sin que sepamos cómo surge, pensemos que de la matriz como fuente de lo creado; y la existencia de la idea de la partícula, que está en todo lo que hay desde el Big Bang y nosotros, en la nada y el vacío que no alcanzan a llenar o cubrir. Tales abstracciones no convencen, aunque las tengamos en cuenta racional y lógicamente desde lo cognitivo. Ir más allá de la propia mente, de los pensamientos e ideas que se sostienen en la fe, o en la creencia de que somos los observadores. Sueños y utopías resilientes como alteridad conciliatorias desde el libre albedrío, donde se hace lo que se puede con lo que se tienen, tratando de ser coherente con lo que se ve, se oye, se dice y se hace en la existencia, mientras estamos de paso, presentes y consecuentes de la permanencia en el aquí y ahora, hasta que llegue la hora de partir hacia otros niveles, otros planos, otras dimensiones, y quedar en la memoria como una biografía, como un recordatorio de que hubo alguien así o aso, que estuvo entre los vivos y compartió con ellos y que no será olvidado, o lo será como un suspiro al aire. Con lo anterior no pretendemos haber dicho todo, pues suponemos que son muchos los milenios que nos separan de quienes nos han hecho pensar como lo hacemos, para los que tengan entendimiento y aprecien el mensaje desde una vida vivida buscando que sea digna, en conexión con lo aprendido y aprehendido del pasado, en el presente y aspiramos que se mantenga para alcanzar el futuro, como si ello pudiera ser posible. La magia lo posibilitaría, la plasticidad cerebral para imaginar y crear desde las imágenes y sintiendo las sensaciones que nos llegan y nos estimulan a guardar esperanzas, estando alertas a los mensajes, demandándonos ser consecuentes con lo que decimos y hacemos. En definitiva estamos para ser lo que los demás dicen que somos, y nosotros lo creemos o no, debemos adaptarnos a las circunstancias y los hechos que suceden y se perpetúan per seculum seculorum; hasta que el cuerpo aguante.



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Franco Orlando


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