Voy a iniciar este escrito en un contexto muy personal que, quizás, como una estadística se puede extender hacia miles de millones de personas que padecen y sufren lo que mi familia y yo soportamos como consecuencia de la violencia política. Quedé huérfano a los tres años, junto con mis cinco hermanos y una tía que se crió en nuestro hogar. Mi madre quedó viuda a los veinticinco años, con una pensión precaria, impropia para cargar con la responsabilidad económica que esto amerita. Lo único que nos favoreció fue la casa que nos quedó que se terminó de cancelar con el montepío que correspondía. Mi padre era un mayor del ejército, quien fue asesinado en servicio en un cuartel de Maracay (1949) por un soldado de 19 años, quien, según las averiguaciones del Ministerio de la Defensa de la época, actuó por una orden, consecuencia de la venganza del partido Acción Democrática contra algunos militares por haber derrocado a Rómulo Gallegos. Aunque mi padre no tuvo vinculación con el golpe de estado. Este nefasto capítulo de nuestra historia, desconocido por la mayoría de las personas, dejó sumido en las desgracias a dos familias, la del sicario ya que tuvo que pagar casi 20 años de prisión y mi familia, que nos encontramos en la orfandad tanto económica como familiar, como fue la falta de la figura del padre.
De todo aquello han pasado muchos años y no voy a describir los padecimientos de todo lo sufrido por la familia con una excelente madre, quien hizo el papel de papá y mamá. Sin embargo, no cabe duda que este sombrío acontecimiento marcó de manera diferente a cada uno de los miembros de la familia. En mi caso particular, desde joven tomé una decisión. Por desconocer la figura del padre resolví negarme a engendrar hijos, por dos razones, una porque no sabría desempeñar el papel de progenitor y segundo, porque no tenía derecho a traer un retoño a este mundo a sufrir todo los padecimientos de mi familia. Me convencí que para traer a la luz un bebé debía cumplirse tres condiciones: primero, querer tener un hijo (yo no lo quería); saberlo educar; no podría tener un descendiente porque como buen lector, imaginaba lo que sería este mundo a lo largo del tiempo: guerras, hambrunas, traiciones, destrucción del medio ambiente, entre otros calvarios y yo no tenía argumentos para enseñarle a un joven para enfrentar tales adversidades. Además, estaba seguro que los patrones morales y los valores de mi época de mozo no servirían para nada en un futuro muy cercano, y no me equivoqué. Finalmente, tener la posibilidad económica para darle una educación que le serviría al hijo para ganarse la vida, algo que dudaba, dado que nuestra educación no instruye al joven para a aprender a bien vivir. Lo importante no es educar, lo importante es enseñar al estudiante a aprender. Los aprendizajes son los que conforman y refuerzan las aptitudes para que el joven se desempeñe en un futuro. Quiero confesar que después de vivir todo lo que vivo, conocer por todo lo que he viajado, leer todo lo que he leído y aprender todo lo que he aprendido, creó que no me equivoqué en la decisión de no tener descendencia.
Todo lo expresado en los párrafos anteriores es parte de mi experiencia personal, pero tal como se vive actualmente no creo que nadie esté preparado para traer un bebé para que logre desenvolverse en un mundo cruel e injusto, donde la brutalidad y la iniquidad es el pan de cada día. Es obvio, el futuro de cualquier criatura que ve la luz por primera vez, no depende del nonato, tampoco de los padres, tampoco de la familia y mucho menos de la educación o de los aprendizajes que alcance. Lamentablemente, el destino de los humanos depende de factores externos que no están al alcance de cualquier mortal y también, de causas desconocidas para la mayoría de las personas.
Veamos algunos ejemplos, unos vividos por los venezolanos, así mismo, de las experiencias de otros humanos que existen más allá de nuestra frontera. Recién, por situaciones políticas que están presentes en la actualidad, Venezuela se vio y se ve sometida a medidas coercitivas unilaterales tomadas por potencias extranjeras, EEUU y la UE, que afectó y afecta todos los aspectos sociales, económicos, de salud y educación del pueblo venezolano. Todas estas sanciones fueron secuelas de una solicitud de una oligarquía que pretende adueñarse del país a cambio, si llegaran al poder, de entregar el país a las avaras corporaciones extranjeras. No cabe duda, muchos fueron los niños, adultos y ancianos que vieron truncadas su existencia por falta de medicinas y carencia de dinero para atender el enfermo en una clínica. El boicot financiero y económico causó una devaluación de la moneda y como resultado una baja en los salarios de los obreros, empleados, funcionarios públicos y privados. Igualmente, escasez de productos básicos como insumos para la industria, de igual modo, insuficiencia de gasolina que ocasionó graves incomodidades. Muchas fueron las industrias, tiendas y negocios que cerraron sus puertas, como la grave situación que impulsó a la quiebra a la mayoría de las empresas editoras, que impidió, como en mi caso, la publicación de libros. Este triste escenario dejó sin empleo a trabajadores gráficos, libreros, distribuidores y escritores. Son muchas las situaciones aciagas que podría enumerar, pero lo que quiero dejar sentado, que ninguno de mis coetáneos estábamos preparados para experimentar situaciones de miseria. Los que logramos un título universitario creímos ciegamente que una vez que alcanzáramos la jubilación podríamos vivir dignamente y no en la miseria que cada día nos llena de amargura y una malhadada resignación. Todo este sentimiento aciago se deriva de inhumanas decisiones asumidas por unos falsos líderes de la oposición, en combinación con ciertos gobernantes foráneos quienes aplicaron y aplican crueles sanciones, sin importar los derechos humanos de los demás. Si cuando nací me hubiesen contado lo que me depararía el futuro hubiese preferido no nacer.
Lo anterior es parte de lo que respecta al ámbito nacional, si me remito al internacional es notorio y vox populi los sufrimientos del pueblo palestino y sobre todo, los niños convertidos en victimas por el único delito de nacer en una tierra codiciada por otros. Un territorio habitado desde hace miles de años por una población semita de árabes y judíos, lo cuales convivían en paz. Todo esto hasta que llegaron los sionistas, los judíos askenazi provenientes de Europa oriental huyendo de la guerra y de las amenazas de extermino por parte de los nazis alemanes. A partir de este suceso y la actuación de la ONU (1948), apoyada por EEUU, Francia y UK, que les robó la nación a Palestina, los niños nacidos a partir de esta fecha el destino les deparó un futuro incierto. Pasado este infausto año se desató contra el pueblo palestino una lucha sin cuartel, una guerra de exterminio, en el interés de los sionistas judíos de continuar robándose los territorios palestinos, más allá de los asignados por el organismo internacional. Los invasores inventaron la figura de los colonos que, por un afán expansionista, las casas y los hogares palestinos están pasando, de manera ilegal, a manos de los ocupantes. Actualmente los sionistas judíos en función colonizadora están desatando un genocidio planificado para acabar con la etnia palestina, en una política de apartheid que intenta aislar del mundo al pueblo palestino. Y lo peor, el infanticidio concebido desde hace años para que desaparezca del mapa la cultura palestina. Evidentemente, si a los padres de los niños que están naciendo les hubiesen explicado que un país como EEUU le entregaría armas a Israel para asesinar a palestinos y si las parejas hubiese augurado que los gobiernos de la UE se convertirían en cómplices de esta barbarie, no creo que hubiesen deseado tener hijos.
Ningún recién nacido es culpable de la nacionalidad, tampoco de la religión. La primera es un accidente geográfico, la segunda es impuesta por los padres sin el consentimiento del bebé. Sin embargo, muchas guerras se han suscitado por culpa de estos dos adjetivos. Todavía hoy Ucrania y la Federación Rusa está viviendo un conflicto que aparentemente es un problema de los ucranianos rusosparlantes y los ucranianos rusoparlantes de religión ortodoxa rusa. Desde hace más de doce años el gobierno de Ucrania se mantiene en una constante agresión contra los ucranianos rusoparlante de Donetsk y Lugansk por la única razón que mediante un referéndum los habitantes de esas regiones decidieron separarse de Ucrania, motivo que valió el inicio de un conflicto donde intervienen Ucrania, EEUU y la UE contra la federación Rusa. En realidad, en dicha contienda privan los intereses de las grandes empresas fabricantes de armas "made in USA" que están logrando enormes beneficios, además, de la empresas energéticas multinacionales gringas que también buscan sus réditos. En esta lucha está presente el racismo, dado que la democracias occidentales están desarrollando campañas rusofóbicas, tanto en el área social, en la cultural y en la deportiva. Muchos son los jóvenes ucranianos reclutados a la fuerza para obligarlos a combatir en una guerra perdida antes de empezar. El único delito de los jóvenes fue haber nacido en Ucrania cuyo gobierno los obliga a defender una causa perdida. Si cuando bebé a estos adolescentes les hubiesen advertido que tendría que ir a la guerra, mejor dicho al patíbulo, no creo que su respuesta hubiese sido afirmativa. Voy a dejar para la reflexión la frase del escritor y moralista francés Sébastien-Roch Nicolas (1741-1794). "A dos cosas hay que acostumbrarse, so pena de hallar intolerable la vida: a la injurias del tiempo y a las injusticias de los hombres."