La autoestima es la valoración que una persona tiene de sí misma. Un adecuado nivel de autoestima es la base de la salud física, mental y espiritual. Una buena autoestima supone confianza en nuestra capacidad de enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida, y confianza también en nuestro derecho a triunfar y ser felices. El valor de la autoestima radica no sólo en que nos permite sentirnos mejor, sino en que nos permite vivir mejor, responder a los desafíos y oportunidades con mayor ingenio y de forma más apropiada.
Una autoestima saludable se relaciona con la creatividad, la independencia, la flexibilidad y la capacidad para aceptar los cambios, con el deseo de admitir y corregir los errores, con la benevolencia y con la disposición a cambiar. Una autoestima baja se correlaciona con la rigidez, con el miedo a lo nuevo y a lo desconocido, con vivir a la defensiva, con la sumisión o el comportamiento reprimido y el miedo a los demás. Si uno se siente bien, compartirá ese bienestar con los demás. Pero ¿qué va a compartir el que está lleno de agresividad y amargura?
Cuanto más sólida es nuestra autoestima, mejor preparados estamos para hacer frente a los problemas en nuestra vida privada y profesional. Cuanto más saludable sea nuestra autoestima más nos inclinaremos a tratar a los demás con respeto, benevolencia y justicia, ya que no los consideraremos como amenazas, pues el respeto a uno mismo es el fundamento del respeto a los demás. Sólo si me quiero y me considero digno de ser querido, podré querer a los demás. Si me falta el respeto a mí mismo y no me acepto como soy, sólo podré ofrecer mis necesidades insatisfechas. Si no me siento digno de ser amado, será difícil creer que alguien me ame. Si no soy capaz de amarme, seré incapaz de amar.
Algunas veces la autoestima se confunde con ser jactancioso, fanfarrón o arrogante; pero tales rasgos no reflejan gran autoestima, sino una muy pequeña. Los autoritarios y los que se la pasan insultando y ofendiendo a los demás tienen una muy baja autoestima. Atribuirse demasiada importancia no es fuerza, sino debilidad. El egocentrismo es muy mal compañero y peor guía. Las personas con alta autoestima no se comportan de una forma superior a los demás, no humillan, no amenazan, no ofenden ni desprecian a nadie. Su alegría se debe a ser como son, no a creer que son mejores o superiores- De ahí que la autoestima supone la humildad de aceptarse en su verdad, humildad que es un extraordinario antídoto contra el orgullo neurótico con el que se protege y alimenta el ego y la ambición.
Es imposible la autoestima sin aceptarse a sí mismo. Aceptarse es ser amigo de uno mismo. Desde la aceptación se comienza a poner los medios para el crecimiento interior y el mejoramiento. Aceptarse es la negativa a entrar en una relación de confrontación o enemistad consigo mismo, que lleva a la confrontación con los demás. La aceptación de sí mismo conlleva la idea de compasión y de perdón y la vivencia de haber sido aceptado y querido por otros.
El niño que llega a este mundo necesita sentirse aceptado, recibido con gozo, amado de un modo incondicional, pues sólo si se siente querido, se desarrollará sanamente, se sentirá plenamente vivo, será capaz de vivir felizmente, logrará quererse y, en consecuencia, estará en condiciones de querer a los demás. Detrás de cada tirano, asesino o violador hay una persona herida que no fue querida bien, no se quiere y no sabe querer.