Y de nuevo “Cheo”…
Su corazón era del tamaño del sostén de su inteligencia. En la Concepción, estado Zulia, y entre sus amigos más cercanos, lo conocieron como el "Sapo Llorón". Muchos candiles alumbrados de atención mundana, escucharon muchas veces esta emocionada historia. Su nombre de pila, fue popularizado en todo el país: José "Cheo" González. Doctor en Sociología, con la más distinguida calificación de la Universidad de la Sorbona de París, con una tesis tan extraña como actual: "Béisbol, Petróleo y Dependencia". Las malas lenguas blasfemaban que Cheo era flojo, que no trabajaba, que su son repiqueteante de risa perpetua, era una augurada pretensión de sabotaje seguro, algunos creyeron que ese “gordito y cabezón”, como él mismo solía llamarse, no tenía mucho que dar. ¡Cuán equivocados y equivacadas! ¡Sí!, ¡así se los garantizo!: aunque pocos lo reconocieran, Cheo trabajaba las 24 horas del día. Confeso dormilón, en ese ambiente de rauda libertad, era cuando sus traviesas y creativas neuronas, se interconectaban como energía estrepitosa y ¡zuás!, de un solo tendido, lograba otorgarle concreción al proceso creador que se incubaba en la inmensidad del soporte de su privilegiado cerebro. Toda su mole de ciento veinte kilos, sacudidas en las albricias de sus suculentas carcajadas, andaban con la ágil precisión del gran catador que se deleita con los zumos de los licores dulces y amargos del Caribe.
Sus ojos de periodista viajero, estaban fatigados después de corroborar tanta pobreza, miseria e inequidad en el mundo. Cheo comenzaba su faena, todos los días, desde las cuatro de la madrugada pidiendo siempre “un cafecito”. Y cuando hacía alguna escala en la cuadra de los coroneles, regaba las maticas con el fluido fertilizante del amanecer. En la penumbra de su mirada destellante y escrutadora, y en el filo fulgurante del meticuloso arte de la prestidigitación, convirtió imágenes, frases, palabras, sonidos, sudores, olores y pieles en cánticos de esperanza, en cantarinas oraciones de alabanza para otros iris que aún enternecen sus almas con la ofrenda huracanada de la fuerza y la contundencia de su verbo.
Cheo, después de haber partido a otros paisajes, sigue siendo en nuestros recuerdos el mismito Cheo de siempre. Y, así como él era lo aprendi a respetar y a admirar. Era un ser libre de verdad. Andariego oficiante de la bohemia. Muy exigente. Era un líder protagonista de nacimiento. Él sabía que en ese corretear con sus amigos y sus amigas, se le iba lo mejor de su vida. Él tenía una especial sensibilidad poética, encuadernada de solidarios encuentros, siempre enarbolados del disfrute de recuerdos y anécdotas deleitantes del más fino y negro humor. Y también, léase bien, de su inigualable y exquisita sazón, siempre olorosa al mango de la casa de uno. Detrás de él, los panchos: "...quisiera haberte sido infiel y pagarte con una traición... Suave que me estás matando que estás acabando con mi juventud..." Leal a sus principios de padre responsable, era capaz de dejarlo todo por su familia. Cheo ese amigo, solidario y hermano, se nos fue hace un año, al término de la semana santa, tomado de la mano de su eterna compañera Elida Cuaro, "Chicha". Él me acompañó siempre en LUZ, durante dos años en mi gestión en CORPOANDES y en PDVSA, cuando dimos un paso adelante para ayudar a ponerla al servicio del pueblo. De él recibí el impacto de su especial creatividad y la gracia de su fanfarronería que lo convirtió en el "mejor de la bolita del mundo". A él le debo, no sólo la curaduría de los artículos semanales, sino del hermoso libro "Andinidad" y uno que saldrá publicado este mes: "Compromiso", que está dedicado, con todo mi cariño, a su sonrisa de poeta comprometido. Él fue coautor de estas dos obras. En el infinito cielo de mi corazón, Cheo González, se convirtió en templo iluminado del cínaro que aún sigue siendo, para nosotros, la flor de los Andes. "Diosito que es más grande que una mata de coco" lo reciba en su corte celestial.
articulohugomoyer@cantv.net