El socialismo y la violencia. Mentiras o disparates que, pese las pruebas, se siguen manejando

Hay personajes que van y vienen cuando hablan del sueño o buen deseo del socialismo. Hoy dicen una cosa y mañana otra. Eso sí, cuando escriben se toman el trabajo duro, eso lo reconozco, de jorungar en sus bibliotecas o notas personales, acumuladas con fines ya establecidos, de lo escrito por personajes distinguidos, intelectuales de renombre, que, si bien no avalan lo que ellos tienen como meta, si en cada trabajo, le permitan impactar a determinados lectores. No importa si las citas en nada fundamentan lo que sostienen a lo largo y en veces, hasta solo en parte, de lo que escriben y hasta si vienen o no al caso. Es una vieja argucia que hasta sirve para que esos escritores ganen prestigio y hasta fama de muy fundamentados y dignos referentes. Las citas, pudieran hablar de la cultura, el estudio y hasta acuciosidad del escritor y esto le sirve de "portal" y hasta de luces de bengala. Es como un vestirse de gala, según la moda, para llamar la atención, pese quien eso hace nada adicional gana, más si ya tienen su buena reputación. No hay en ellos muestra de mirar con sus propios ojos y juzgar según su cultura o capacidad de raciocinio el acontecer, sino simplemente volver al manualismo con adornos.

Hay además un convencionalismo académico que admite como pertinente y digno aquello que se nutra de citas de autores calificados, pese lo sustantivo carezca de pertinencia. Y, quienes ese ritual cumplen, son bien acogidos en determinados medios "muy exigentes" y en el academicismo.

En el caso señalado anteriormente, el lector queda impactado por el enorme arsenal de información, los soportes de autores prestigiosos y pertinentes, pese el uso que, de estos y sus ideas o sentencias, no avale lo sustantivo de lo que quien de ellos hace uso, sostenga en su trabajo como idea sustantiva o principal. Es un como ritual o baile armonioso para distraer y confundir al lector, en bien del prestigio de quien esto hace y muy poco para que la gente común entienda, aprenda y en consecuencia se arme de modo competente.

Es como intentar interpretar lo que delante de mí está, se desenvuelve, no poniendo énfasis en lo que miro, escucho, los golpes o caricias que recibo, sino a partir de los textos acurrucados en mi biblioteca, que pudieran referirse a circunstancias parecidas y que, además, ya he leído y me han dado bases para enjuiciar lo que observo y siento, pero que no es lo mismo que dicen los libros, sino la realidad circundante.

La violencia no es sino un catalizador que puede servir para acelerar un proceso social de cambio y hasta para detenerlo. Justamente ella es utilizada, en el sistema capitalista, por las clases y capitales dominantes, para contener cualquier trascendencia de un acto de creación o simples potencialidades de comunidades o iniciativas de menor fortaleza que pudieran inducir al cambio, más si estas se introducen con interés competitivo. La especulación es violencia y lo son el monopolio y la cartelización. Pero la violencia por sí sola no genera un cambio sustantivo, pero tampoco lo derrota y menos entierra. El fuego es un catalizador o acelerador de una enorme violencia que puede hacer que el agua hierva y se evapore, pero otros fenómenos, como el descenso de la temperatura vuelve al mismo estado de antes. Por la violencia se puede lograr que un individuo asuma convencionalmente una conducta distinta a la habitual, pero desaparecida la presión o amenaza pudiera, no es extraño, volver a ser el verdadero o mejor originario.

Porque es también sustancial determinar qué entendemos como violencia. ¿Qué es un comportamiento violento?

Es por demás infantil y en consecuencia resabido, que la violencia toma muchas formas. En los años sesenta del siglo pasado, un psiquiatra venezolano, habló de la "violencia pacífica". Se refería a la manera de imponer conductas que restaban derechos a individuos y comunidades, por la vía de la "persuasión, convencimiento" o mejor alienación. Se trata de imponer a las comunidades, por distintos mecanismos "pacíficos", como la educación, la propaganda, halagos y hasta ofertas engañosas, conductas, ideas y hasta planes, que le son ajenas y hasta contrarios a sus intereses. Eso es "violencia pacífica", donde las armas, bien sean de fuego o simples hondas como la de David, son ajenas. En este caso, besos y halagos, son tan hirientes y mortales como las armas convencionales.

El Estado, el que sea, es un organismo vivo y armado, predispuesto para la violencia, imponer los cambios y mantener "el orden", pero no es original fuente del cambio y movimiento; es sólo un instrumento, como lo son las armas y las vanguardias heroicas.

En las viejas formas de vida, la familia, en primer término, luego la escuela, los grupos de compañeros, en buena o gran medida determinaban la conducta individual. Hoy, las impensadas formas de comunicación en los viejos tiempos, medios de comunicación o redes sociales, imponen la conducta individual, colectiva y hasta la "verdad". Y esto, es una forma muy sutil de violencia, hasta de la llamada pacífica, que se aplica en las estructuras formales y tradicionales del modelo social.

Es de muy vieja data, desde las viejas culturas europeas y americanas, estas que aquellas "descubrieron", el uso de la violencia como forma de dominio e imposición de conductas individuales y colectivas. Los Incas, Aztecas y Mayas, culturas superiores en sus espacios, usaban la violencia para dominar a otras de menor fortaleza o crecimiento.

Pero es dudoso que la violencia, más si ella se pone por delante, de primera, con la intención de imponer las ideas y proyectos de las vanguardias o rebeldes que las conciben o atesoran, sea útil para que el colectivo las asuma como suyas y hasta contribuya a enriquecerlas.

Un error sustancial que se ha cometido en Venezuela, a nuestro parecer, y en esto he sido persistente, es intentar promover las comunas, poniéndolas bajo el control del Estado y lo que es peor, como una continuación de este en pequeños espacios. Quien revise la Ley de las Comunas y todo lo que en ella se demanda, se le resta la fuerza de cambio y espíritu subversivo que pudiera haber en esa iniciativa de organización social y productiva. Pues el cambio pasa por generar nuevas formas de asociación, relaciones de producción a partir de la iniciativa popular, colectiva. De manera que aquellas que emerjan de esta sean de su creación y propiedad, lo que sería un cambio sustancial y pacífico. Lo otro es violencia, imposición que no será asumida con la debida pertinencia por el colectivo.

En el modelo feudal, las nuevas formas de relación social y productiva, como la artesanía, el intercambio y otras, la génesis del cambio, comenzó a darse en las pequeñas poblaciones nacidas alrededor de los feudos, conocidas como villas, que por haber empezado a originar nuevas formas de relacionarse, el trabajo artesanal libre, origen del pequeño patrón con operarios y por sus actos delictuales, así considerados por la nobleza propietaria, todo aquello que fuese en verdad un delito o no, pero sí un desafío al feudo y la nobleza feudal, se les llamó "villanos".

Y este engendro, incipiente cambio, pero sustantivo, en función de la subsistencia y la asociación, lo generó la creatividad humana y no la violencia por sí misma. Quizás esta, en distintas formas, como la exclusión, la aplicada por la nobleza contra los hombres libres o fugados en busca de la libertad, quienes se fueron agrupando y formando las villas, en un proceso largo y lento, como demandada la dialéctica, realidad o circunstancias, tuvo injerencia en el cambio, pero no fue lo determinante ni sustantivo. Pues la violencia por sí misma destruye y si algo llegase a crear, terminará en el exterminio y la derrota. Lo sí determinante, es la creatividad humana, colectiva, por subsistir y convivir, donde la participación de todos en forma pacífica y hasta hermanados, es fundamental. Eso de los dioses creativos, con la magia de acordar a todos y ponerlos en sintonía y acuerdo perfecto para la convivencia, se parece más a la violencia y a la idea de obligar y matar la creatividad y la fuerza para el cambio y el desarrollo de productividad humana y colectiva.

El Estado fue un parto de la violencia, cuando lo individual quiso imponerse sobre el interés y beneficio colectivo. Nació para darle sentido a un orden que se venía desarrollando dentro de las relaciones humanas y terminó, por su fuerza y acumulación de violencia, imponer los intereses de los más fuertes.

Todo lo anterior viene a cuento por insistir en la creencia y el sueño que el socialismo está al alcance de la mano, particularmente en nuestras sociedades de eso que llaman el tercer mundo, mientras en el global la disputa transcurre por la multipolaridad dentro del dominio capitalista y donde jugamos un rol poco significativo y más bien expectante. Y, además, ignorando que esos intentos o experiencias habidos de crear un socialismo sólo contando con el catalizador de la violencia y procediendo a crear un Estado autoritario, como en la URSS, China de Mao, etc., un etc., para no generar discrepancias innecesarias, han terminado en la orilla después de tanto esfuerzo por nadar.

Diógenes dijo, "el movimiento se demuestra andando". Y en efecto, si queremos construir el socialismo debemos mirar un poco la experiencia pasada y el carácter y naturaleza de los cambios.

Decir que el cambio social es atribuible a la sociedad y particularmente a las masas, a la multitud, a esta no se le puede dar o asignar el subalterno rol de simple mirona, votante, adherente, obediente al Estado o a una vanguardia que de este se apodera y empieza a dictar leyes ajenas a su deseo, cultura, disposición o nivel.

Pensar que, en las sociedades de hoy, como en las del pasado, "las clases subalternas no tienen esperanzas" ni futuro, es un contrasentido, una falsa visión y hasta contraria a la dialéctica. El futuro está antecedido por el presente y es dentro de este y en él, donde el hombre, "las clases subalternas", deben luchar por el cambio, que se traduzca en una participación en correspondencia con su trabajo.

Lo que si no es pertinente plantearse objetivos ajenos a la realidad y sin el suficiente sustento. Lo cierto, es que el movimiento popular en el mundo todo, donde prevalece el dominio capitalista y hasta sociedades anquilosadas, llamadas indebidamente socialistas, en virtud que el Estado se apoderó de todo y la burocracia dominante hace de repartidora de lo "poco que hay", dada la improductividad del modelo y la incompetencia para superar las dificultades, se hace indispensable replantearse las formas de lucha, las que no son solo por los contratos colectivos, mejoras salariales, conquistas en distintos sentidos, sino también en la forma de organización de las masas trabajadoras dentro de un espíritu creativo que genere nuevas formas de relación y distribución de los beneficios, como lo hicieron quienes, al margen y en la marginalidad de los feudos, crearon las villas y las nuevas formas de subsistencia y organización.

No se trata de alzarse en armas contra el modelo y el orden existente, pues este gesto, por muy heroico que parezca no va a generar esas relaciones, nuevas conductas y cultura.

La frase atribuida a Sergio Zeta, un periodista argentino, según la cual ""Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo posible", pudiera ser y es valedera, como que si luchamos con denuedo por el salario y todo aquello que el capitalismo niega a los trabajadores podemos alcanzarlo y no esperar que nos sea concedida la gracia. Pero si pensamos, no en pequeñas conquistas sociales, sino en cambios sustantivos en el modelo económico, un capitalismo con mucha vida y bastante robustez todavía y donde los conflictos existentes son por la búsqueda del dominio o por lo menos de un equilibrio en la repartición o forma de relacionarse con los mercados, que llaman multipolaridad y no por la repartición equilibrada de los beneficios, lo pertinente no está en la violencia, sino en el trabajo creativo de las vanguardias que se introduzcan en el pueblo, entre los trabajadores a generar nuevas formas de relacionarse, cultura distributiva, solidaridad y empeño en luchar por cada conquista.

Lo anterior implica revisar la concepción y fines de los partidos que aspiran fungir de vanguardias. Seguir creyendo en vanguardias de acero, líderes destinados de antemano a los panteones y en la violencia de las armas, puños, petardos y simples manifestaciones, es seguir haciendo lo que tanto ha fracasado.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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