Hoy, 14 de noviembre es el día de cumpleaños de nacimiento del general Anzoátegui, mañana mismo, 15 de noviembre, el de su muerte. Es como si hubiese vivido un sólo día. Es posible, pero fue uno largo, no tanto como debió serlo, durante el cual cumplió una enorme labor al servicio de la lucha por la independencia de los pueblos que Bolívar llamó "antes españoles". Y por lo que el glorioso hijo de Barcelona significa, este día no puede pasar desapercibido. Y uno, en ese afán crítico que le empuja a mirar a los hombres y la realidad misma tal como debe ser, ante Anzoátegui, a quien admiramos y reconocemos sus enormes méritos y aportes a la independencia, no pasamos desapercibido lo que pudo haber en él de debilidad, lo que, al humanizarlo, le hace más grande.
Hay muchas curiosidades en la vida del general, héroe epónimo de Barcelona y de toda esta región, José Antonio Anzoátegui. El mes de noviembre fue clave en su vida y en su aún no bien explicada muerte. En ese mes 11 del año, nació placenteramente en la cálida Barcelona, cuando Venezuela estaba bajo el dominio colonial español. En la montañosa ciudad de Pamplona, donde los vientos laceran inclementes, murió o fue asesinado por misteriosa mano, también en noviembre; en la muerte reaparece curiosamente el número 11. Aquí, al evocar la muerte lejana del mártir y héroe de la patria, cabe recordar al poeta cumanés Andrés Eloy Blanco, quien dijese que la tragedia nacional era "que el hijo bueno se le muere fuera y el hijo malo se le eterniza adentro". Y hay mucho de verdad en eso. Bolívar, Sucre, Anzoátegui y hasta el propio bardo del Manzanares, se murieron fuera. Y esto, no deja de envolver también un misterio y un motivo de reflexión.
Y nació el general Anzoátegui un día 14 y falleció, misteriosamente, porque así fue su muerte, misteriosa, un día 15, como respetando escrupulosamente el orden cronológico. El mismo mes y un día tras otro. Como decir, un poco en la fantasía y sin tratar de comprender lo inexplicable, murió o le mató ya de por sí una misteriosa mano, veinticuatro horas después de haber nacido, descontando los intensos treinta años de su vida, transcurrida y, sobre todo, los últimos diez, metido en el vendaval de la guerra, conviviendo con la muerte.
Y hay algo más, nació de parto natural que, aunque alguien ha dicho que el nacimiento, el asomarse a la vida, no por hermoso, deja de ser un hecho violento, el año de 1789. Y murió no en la tranquilidad, en la resignación de la vejez, por una disposición divina o por lo menos, como hubiese sido natural en ellos, en medio del combate, sino por la intermediación de la traición, según la opinión más generalizada. Y cuando eso sucedió, allá en Pamplona, era el año 1819. Ahora quiero destacar que el número nueve (9) aparece asociado en el nacer y morir del héroe barcelonés.
Y no es descabellada la tesis del asesinato. Bolívar anda disparado creando la Gran Colombia, construyendo su gran sueño americano. Y Anzoátegui, desde los tempranos tiempos del retiro a Cartagena, forma parte del círculo íntimo del futuro Libertador. No olvidemos que, por eso mismo, once años más tarde (1830), en la montaña de Berruecos, emboscaron al Gran Mariscal de Ayacucho.
Pero algo, todavía muy curioso, en la vida de Anzoátegui que, por años me ha llamado en gran medida la atención.
Anzoátegui formó parte de los círculos íntimos del Bolívar tempranamente, llegó con este a Venezuela en 1816 formando parte de la expedición de los Cayos y después del "holocausto" que fue lo de la "Casa Fuerte" de Barcelona, cuando Piar se niega a acompañar a Bolívar a la toma de Caracas y le hace saber que se propone dirigirse al sur para lograr el viejo sueño de tomar Guayana, Bolívar toma rumbo a Casacoima y Anzoátegui, por disposición de su jefe se une a Piar y con éste, como su jefe de Estado mayor, ganan la batalla de San Félix y toman a Angostura.
Después de compartir esas gloriosas hazañas, de un incalculable valor para la independencia, Anzoátegui aparecerá formando parte del tribunal constituido para enjuiciar a Piar, el mismo que pocos días después, con mucha premura, tomó la decisión de fusilarlo, pese sus méritos, glorias y sin mucho fundamento, según las actas del proceso. Tanto que el venezolano que ha estudiado el tema, nunca ha logrado entender suficientemente aquella decisión y se ha optado aceptar, bajo protesta, que se trató de un acto para apaciguar el descontento entre la fuerza mantuana en el ejército patriota que veía en Piar una amenaza a sus particulares intereses. A esta altura de mi vida tengo otra percepción; lo que implica descartar aquella.
Pero es más curioso todavía que dentro de aquel tribunal que condenó al casi invicto guerrero que fue Manuel Piar, al fusilamiento, estuvo Anzoátegui, su compañero de San Félix y Angostura, quien además propondrá a ese tribunal que a Piar se le degrade, lo que hubiera significado desconocerle todos los grados, méritos y honores alcanzados, asunto en el que, curiosamente, Bolívar no estuvo de acuerdo y como jefe de Estado y presidente, no convalidó.
¡Cosas veredes, amigo Sancho!