Dos palabras que no sólo han entrado en desuso en el vocabulario de la comunicación más usual en España, es que el desuso se corresponde con la actitud más extendida en la sociedad de tantas personas que ya no las emplean, sea en la relación social escueta, de coyuntura, entre desconocidos o en cualquier otra circunstancia, sea en familia, o en el trabajo, Desde hace años, no sólo no he oído a nadie pedirme perdón a mí, es que no he oído a alguien pedir perdón a otra persona que, con o sin intención, la ha molestado. Ni siquiera como un gesto normal de cortesía o de civilidad.
Ya te pueden dar sin querer un empujón en la calle, o niños en la terraza de un café molestar de distintas maneras a otra u otras personas sentadas en la misma terraza, no oirás nunca el sencillo "perdón" de los padres, de una manera natural o como fórmula de buena educación. Las buenas costumbres, no sólo como seña de civilidad, sino como mensaje de respeto a los demás y ésta del pedor disculpas o perdón forma parte de ellas, se van desvaneciendo rápidamente. Parece que pedir disculpas fuese una muestra de debilidad o de inferioridad.
Es hoy proverbial, sobre todo el firmamento femenino, que todo el mundo reivindique su derecho a su dignidad personal y a ser respetado, pero "el otro" o "la otra", no lo tuviesen estos a ser indemnizados de algún modo...
En la sociedad española desde luego —porque no me lo imagino en la francesa, la alemana, la italiana o la inglesa—, la revolución feminista tiene mucho que ver con la quiebra de las buenas costumbres. El todo vale está deshilachando el tejido social, tan difícil de cuidar después del franquismo, porque no se ha cultivado ni se cultiva la voluntad de una convivencia que supere la lucha soterrada de clases sociales, en tiempos en que todos tenemos derecho a todo, pero ninguna obligación con los demás más allá de lo prohibido por una ley o por el código penal, es decir, el mínimum del mínimo moral…
En resumen, pedir perdón, abrigar un sentimiento de culpa, arrepentirse por el daño material o moral causado a otra persona, con intención o sin ella, se tenga o no una responsabilidad en política o en la empresa, es ya una actitud caduca que conduce a la anomia (ausencia de normas morales en una sociedad). Romper con fórmulas estereotipadas para generar empatía en el trato social de circunstancias, sin usar otras que las reemplacen, conduce a la egolatría y a despreciar a los demás. La deseable estabilidad psicológica y mental en una sociedad cualquiera, exige muestras de respeto mutuo. Pero en España eso se acabó. Y si esto es así en la relación superficial entre personas en la calle, qué decir en las relaciones de familia, laborales o vecinales.
En este caso, jamás he oído a alguien pedir perdón a su madre o a su padre, a su hijo o a su hija, al vecino o a la vecina. Sólo una vez se lo oí a un tonto pedir reiteradas veces perdón a un guardia de tráfico. para que no le pusiera la multa…