En los años que Nicolás Maduro lleva obedeciendo el mandato que su pueblo le ha dado por la vía del voto directo, universal y secreto, por la dialéctica de todos los conflictos o por la interpósita persona de Hugo Chávez, extrañado amigo del alma, ha madurado a su modo una vertiente de lucha que irradia claridad y despeja caminos desde el interior mismo del socialismo bolivariano y del humanismo chavista.
En la espesura de los miles de retos cotidianos que envuelven las batallas diarias de Nicolás y de su pueblo, está uno que a mí me atrapa y me impresiona de manera especial, es su irrenunciable lucha en defensa de la humanidad. Me entero, como puedo, de las intensas jornadas de estudio, de debate, de síntesis y de correcciones con que Nicolás forja sus corpus críticos y autocríticos. Pregunto, leo, analizo los métodos y las serendipias que inciden en las observaciones, los balances y las decisiones. No puedo ver mucho, no tengo tanta fuerza, pero en lo que veo fulgura esa veta magnífica que me sorprende y me compromete: es su praxis diaria en defensa de la humanidad.
Nicolás ha estado ahí. Tiene pruebas, tiene fotos, tiene huellas y tiene canas suficientes para enraizar, en su modo y sus medios de obediencia a su pueblo, todas las vicisitudes, las anécdotas y los golpes de suerte con que la historia y la vida lo han dotado para que siga firme en la obediencia debida a la voluntad de los hijos e hijas de Simón Bolívar. Cada suceso soporta un peso semántico, de solera guerrera, extraordinario. Dicen los viejos que es de bien nacidos el ser agradecidos. Maduro es uno de esos.
Nada de lo que ocurre en la creación revolucionaria de Nicolás Maduro es cosa sólo para su pueblo porque su pueblo es la humanidad entera, con toda su carga histórica, geográfica, poética y filosófica. Y no es que se requiera de mucha observación, él se encarga de hacerlo visible, pero la trama honda de los resortes metodológicos donde se juega el ajedrez maestro, sobre 100 tableros simultáneos, donde la data va y viene galopando campos hipotéticos para la defensa, para la inteligencia y para el ataque, Nicolás tiende una síntesis certera que siempre logra afirmarse en defensa de la humanidad.
No sé dónde aprendió a desplegar tales virtudes, acaso le sean de cuna, tal vez mucho sea escuela de Hugo, no poco ciertamente de sus equipos, pero hay un rayo de silogismo exacto con el que se engarzan las perlas de la lógica revolucionaria que encuentra cajas de resonancia en su maduración histórica, en sus tiempos y en sus ritmos. En la melodía del plan de lucha que pesa sobre sus hombros y en la fase concreta del legado vivo que Nicolás quiere para su tiempo y para el venidero. Lo sé porque se lo he escuchado cuando he podido acompañarlo.
Poner a la humanidad como centro de los centros, en las horas de las batallas simultáneas más diversas, reclama una fortaleza especial de principios y de convicciones. No sé bien de dónde los saca, pero lo intuyo, porque a cierta altura de los mil combates, mientras se sacude el polvo del camino o el polvo de las estrellas, un líder con esa envergadura moral y ética, luchando con su pueblo, para su pueblo y desde su pueblo, logra armonizar las vertientes y las derivantes en defensa de la humanidad. Como la hacía Hugo. De esa estirpe es Nicolás.
Esto no es un halago. Soy de los que piensa que muy poco útil es la amistad si se abandona la crítica. Yo tengo la mía para Nicolás y nunca se la oculto ni se la regateo. Sería una falta de respeto. Pero soy un crítico consciente de sus limitaciones e impedimentos y soy un crítico que incluye siempre los contextos y los pre-textos de toda acción, en toda acción y hacia toda praxis. No es perfecto. Y en eso de la crítica, más de una injusticia se ha cometido contra Nicolás, sus decisiones y sus circunstancias. Especialmente la injusticia de pretender suplantar, con opinología abstracta, a la única crítica que realmente vale que es la de su pueblo. Y con todo, ninguna crítica ha eclipsado en ápice alguno, la praxis relevante de Nicolás en defensa de la humanidad. Barrio por barrio, sector por sector, gremio por gremio. Año tras año. Reconocer no es renunciar.
Eso implica remontar batallas concretas en los fangos y en los infiernos, contra invasiones imperialistas, agresiones a la moneda, regimentación de terroristas, traiciones y corruptelas. Es implica haber lidiado con las bestias mediáticas burguesas, con las calañas de empresarios que perdieron brújula y patria, con los políticos petulantes de "izquierdas" y derechas, con la intelectualidad de los "pitucos", con todo el bestiario, en suma, que odia al pueblo, que odia a la revolución, que odia a Bolívar, que odia a Chávez y que odia a Nicolás… que odia a Venezuela. Y por eso brilla como brilla su obra y su entrega, sin pausa, sin prisa y sin miedo, en defensa de la humanidad. Es un privilegio verlo.