Olinda Delgado: admirablemente terca

Se nos fue una amiga. Justo hoy, día de la Virgen de Guadalupe, la están velando. Soñé con ella toda la noche, aún viva, linda, coqueta, inteligente y siempre disponible. Yo sabía en el sueño que ella iba a morir, y así trataba de despedirme, de agraciarme con ella, de hacerle sentir mi afecto antes del desenlace. Fue un sueño, pero la verdad es que me siento apenada pues hacía meses que no conversábamos.

Admirable sin lugar a dudas. Enseñando a enteras generaciones de médicos venezolanos, a pesar de ser bióloga como mi persona, no fue obstáculo (con toda su preparación a lo largo de los años), para enseñar la medicina tropical, la parasitología, tratar a los pacientes, siempre con la voluntad férrea de aliviar sus dolores. Día tras día, mes tras mes, año tras años y así por décadas. Olinda tenía, más de cincuenta años en trabajo activo ininterrumpidos. Este mismo año fue homenajeada por ser la docente más longeva de la UCV.

Admirable porque a pesar de sus grandes logros académicos nunca pretendió honores ni homenajes, ni cargos directivos, ni posiciones de poder. Pero siempre estuvo ahí, apoyando a los de arriba, siendo su sostén, su espalda, su "utility". Ella que merecía mucho más, deliberadamente nunca lo exigió, nunca estuvo en sus genes, nunca le pesó ser la segunda, la hormiguita de bajo perfil que trabajaba todo el día, llevando adelante la tarea de todos, en comunidad.

Hace ya muchos años conocí a Olinda, gracias a mis queridos amigos Belkisyolé y Oscar Noya, otros seres muy especiales. Tan especiales que contaron con la admiración y el cariño de Olinda, algo así como su madre protectora, a pesar de que ella no tuvo hijos. Pero de facto fue madre: de sus sobrinos, cuyas fotos compartía en su perfil de WhatsApp, de sus alumnos, de sus compañeros y colegas. Perenemente con una buena palabra en sus labios, con amor para los hijos de los otros, haciendo sentir generosamente su presencia benévola, humilde, dispuesta y en silencio. Sin hacer ninguna alharaca.

Admirablemente terca (calificativo que ella misma se daba) pues insistió toda su larga vida en lograr sus propósitos. No sólo en la ciencia, como toda la gran académica que fue, sino su íntimo propósito como mujer soltera, viviendo sola, debiendo, hasta lo último, ser responsable de su manutención, de sus horas libres, de su entorno casero. Esto lo sé, pues, al contrario, yo siempre, desde que quedé viuda, he sido muy dependiente de mis hijos, y he recargado en ellos muchas de las funciones que me tocarían. Olinda no. Tenía sobrinos, pero, tercamente, hacía sus diligencias de la vida diaria. Independiente hasta el fin.

¿Cómo se debía sentir Olinda sola, sin marido, sin hijos queridos? Compartía con sus amigas le celebración y alegría de los matrimonios, los nacimientos de los hijos, hasta sus enfermedades y dolores. Me consta que amaba a mis muchachos, sobre todo a Renato con quien, de haber podido en otra vida, querría haberse casado. Lo decía jocosamente. Pero lo amó como un hijo más.

Terca porque no se dejaba vencer por esos sentimientos de soledad, en espacios que solo contaban con sus manos, una olla para lavar, una cama que tender, en fin, la vida. Sus espacios favoritos estaban en la universidad que vence las sombras, la UCV. Eran los del Instituto de Medicina Tropical, sus aulas, su laboratorio, los consultorios donde atendía pacientes. Ahí en su laboratorio, en un pequeño microonda, calentaba su comida y hasta cocinaba su plato especial: un plátano.

Admirablemente terca incluso en la lealtad a sus amigos. No había quien pudiera distraerla de sus afectos, ni actitudes chismosas, ni siquiera la indiferencia de muchos. Así como yo, perdida en mi espacio vital buscando sobrevivir. Pero una llamada intempestiva siempre la encontraba bien dispuesta, amorosa, sonriente.

Admirablemente terca pues esa cualidad hizo posible toda su grandeza: no renunciar nunca al trabajo, ni aún cobrando quince o veinte dólares al mes, aun sabiendo, angustiada claro está, que nuestro seguro universitario de SAMHOI es irrisorio, de apenas cuatrocientos verdes al año. Incluso así, trabajar fue siempre su alegría, el propósito que hizo vida, contracorriente o llevándola con ella.

Lo cuenta en la entrevista que recientemente le hicieron: trabajó con grandes parasitólogos venezolanos de antes como José Vicente Scorza, el doctor Félix Pifano, Arnoldo Gabaldón. Fue una de las fundadoras de la Sociedad Parasitológica Venezolana, y también del Postgrado Nacional de Parasitología. Olinda fue un pilar importante siempre. En las últimas décadas con los profesores Noya, todos ellos jubilados, pero sin descanso alguno trabajando con altísimo nivel por el país.

Siempre a la orden, siempre bien dispuesta, siempre coqueta y muy bien arreglada. Siempre feliz para los demás, a quienes nos abrazaba y consolaba de ser necesario.

Olinda Delgado, amiga admirable y terca. Este escrito está dedicado a ti, tú quien admirabas tanto mis textos de la post jubilación que incluso decías que yo había errado profesión.

Que la tierra te sea leve y que la Virgen María, aquella de la que un día te hablé, te acompañe.

Nota: si los familiares lo permiten, sugiero a las autoridades de la UCV sembrar sus cenizas en los jardines del Instituto de Medicina Tropical. Ahí crecerá un árbol enorme, sólido, alto, muy arraigado que dará sombra a todos y todas, y que nos recordará que la terquedad tiene sus frutos. Olinda Delgado amiga, docente, investigadora cabal es un ejemplo admirable de ello.

¿Qué mejor homenaje?



Esta nota ha sido leída aproximadamente 224 veces.



Flavia Riggione

Profesora e investigadora (J) Titular de la UCV.

 flaviariggione@hotmail.com

Visite el perfil de Flavia Riggione para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: