El linchamiento mediático y la adoración de la imbecilidad

Hay, sin duda, ahora mismo, a nivel planetario, una escalada cada vez más en ascenso de destructividad y de crueldad humana que no despierta el asombro ni concita a una gran mayoría de sus pobladores a tomar medidas urgentes para impedirlo. El sadismo y la necrofilia se han hecho presentes, incluso, y quizá con una gran virulencia, no solamente en el ámbito social sino, sobre todo, en el escenario político de las últimas décadas, caracterizándolos como elementos distintivos de una versión renovada del viejo fascismo que arropó a la vieja Europa de la primera mitad del siglo pasado. A la par de ello, se ha extendido la imbecilización de las masas a través de la difusión de los denominados «royalties shows» y videos que destacan acciones ridículas de algunas personas y que son dirigidos, sobre todo, al sector juvenil, el más propenso a imitarlos. Es lo que algunos llaman la sociedad del espectáculo. Pero, para quienes indagan más allá de esto, se trata de un control invisible con el cual parece complacerse todo el mundo bajo la ilusión del disfrute de la libertad y de la alternancia, creando, aparentemente, en el mayor caso, espacios para la adoración de la imbecilidad para cualquiera que tenga acceso a internet.

En la realidad contemporánea se admite, sí, la alternancia en nuestras sociedades, pero es una alternancia entre variantes de una misma ideología liberal, una alternancia que, además, se presenta reacia a los argumentos de la razón, por mucha sapiencia o ínfulas académicas que exhiban sus fabuladores. Es lo que Andrea Zhok, en «La era del odio desideologizado», ha denominado ««racismo polimórfico universal», que ya no conoce ninguna alternativa a la exclusión del otro, posiblemente hasta su aniquilación. «Lejos de ser el viático de formas de coexistencia pacífica, la destrucción de identidades e ideologías políticas trae consigo la semilla de un conflicto ilimitado». Con esto, concluye Zhok: «Se han creado las condiciones para un futuro de guerras civiles y actitudes genocidas en el extranjero». Una gran parte de lo aquí expresado ya tiene sus efectos en la mayoría de las naciones, sin excluir la posibilidad inminente de una confrontación directa, con catastróficas consecuencias para todos, entre las principales potencias atlánticas y euro-asiáticas por el dominio geopolítico y geoeconómico mundial. Ucrania y Siria así lo atestiguan.

De igual forma, se somete a sospecha y se proscribe el espíritu crítico de las personas, se fomenta su incapacidad para distinguir entre el bien y el mal, y se tiende a la normalización de los desmanes de la barbarie, de la prepotencia y de la injusticia como hechos inevitables y, hasta, deseables; ya sea por medio de la alienación, el miedo o la manipulación, urdidos por los grupos dominantes, ya sean nacionales o extranjeros. Por eso, contrariamente al deseo de quienes controlan la economía y las diversas ramas de internet, se debe buscar una autonomía intelectual y emocional que nos evite ser sojuzgados «sutilmente» en beneficio del mercado globalizado neoliberal y de la dominación neocolonialista e imperialista. Como ya muchos comienzan a entender, internet (en general) se ha convertido en un eficaz instrumento de distracción anestésica de las masas. A través de sus canales o redes sociales se produce un conjunto homogéneo de preferencias, modas y aspiraciones que es manipulado en función de la preservación de aquellos intereses políticos y económicos que resultan ajenos a las necesidades colectivas. Sucede, entonces, que «el sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento», como lo indica Byun Chul Han en uno de sus análisis sobre las nuevas modalidades con que se manifiesta la alienación entre la gente.

No es nada descabellado ni extravagante aceptar que está en marcha una gran maquinaria inhibitoria y, por añadidura, creadora de falsedades que se multiplican sin comprobación alguna a través de mensajes, noticias e imágenes, con las cuales se imponen diversas matrices de opinión a escala mundial con el propósito de defender intereses específicos -siempre en beneficio de la hegemonía política y económica de Estados Unidos y de sus aliados regionales-, orientadas en contra de todo aquello que represente una opción emancipatoria, alternativa y contraria al dominio capitalista. Esto también es conocido como posverdad digitalizada, capaz de engendrar -como ya ocurre en varios países; en Argentina, por ejemplo- nuevas formas de fascismo político y sociológico, amenazando con restringir, gracias al linchamiento mediático, todos los derechos fundamentados tradicionalmente en el ejercicio de la democracia.



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Homar Garcés


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