Nefelibatas

Ahora que estamos en el mes cristiano de los rituales de cambio de ciclo vale la pena considerar nuestra condición nefelibata, una que especialmente arraiga en latinoamérica. Agreguemos que lo de los rituales nada tiene de malo, no hay sociedad humana, por pequeña o grande que sea, que carezca de rituales. Desde un aplauso hasta saludarnos con la mano somos seres rituales. El frágil orden social los exige. En cuanto a la nefelibatia digamos que la popularización del término debe mucho al genio de nuestro poeta Rubén Darío. Por la misma época, hace un siglo, Ortega y Gasset lo emplea como nefelóbata. En todo caso, nefelibatia o nefelobatia remite en su significado a un habitar en las nubes, en un mundo de ensoñaciones alejado de la terrena realidad. En su etimología viene del griego "nephélē" que significa "nube" y del mismo origen "-bátēs" que significa "que anda". Nefelibata es el que anda en las nubes, como el Sócrates de aquella comedia clásica de Aristófanes titulada, precisamente, "Las Nubes". Y es que parece que los filósofos de la ilustración ateniense tenían mucho de aéreos, al punto de que se cuenta que se reunían en el monte Areópago para discutir el celestial mundo eidético de Platón.

Veamos un caso latinoamericano muy nefelibata, nuestra Universidad Central de Venezuela. Su sede es la Ciudad Universitaria de Caracas, hoy maravilloso Patrimonio de la Humanidad. El motivo de las nubes está en el mismo epicentro de este hermoso espacio: el complejo arquitectónico de su Aula Magna. Alexander Calder pobló de esculturales y coloridas nubes el techo de este recinto. Tecnología y bellas artes se conjugaron entonces para darle al gran auditorio la que todavía al día de hoy resulta una de las mejores acústicas del planeta. Los detalles no faltan. Los picaportes que abren las majestuosas puertas que conducen a su interior también son preciosas nubes. En el exterior, un bronzino Pastor de Nubes de Jean Arp custodia desde lejanos tiempos el nebuloso campus. Pastor de Nubes, lugar ritual en el que hay que tomarse la foto de rigor concluido el ceremonial acto de graduación. Aula Magna que invita a soñar futuros que hagan de nuestro sino histórico un destino deliberado, inteligente. Sin duda, el motivo de las nubes cala de lo mejor en una Ciudad que como la Universitaria apunta a un por hacer. Sin sueños es difícil salir del presente. Pero cuidado, el habitar permanentemente en las nubes puede volverse nocivo para la salud humana. Como dice la sabiduría popular, hace falta un cable a tierra. Si no, el papagayo pierde su rumbo, su destino. Ni tan en las nubes ni tanto en la tierra. La Ciudad Universitaria tiene nubes y tiene piso también. ¿Y la Universidad Central? Pues una cosa es la Ciudad y otra la Institución académica que tiene su sede allí. La Universidad, como ha dicho repetidas veces nuestro actual y apreciado Rector, no son los edificios como tales sino el espíritu que en ellos habite. Quizás a la universidad, a diferencia de su espacio arquitectónico, le falte mirar más a las nubes, salir de su medieval vocación de avestruz, romper con sus rituales burocráticos, hoy paquidérmicos por instalados en la Venezuela de los sesenta y setenta del siglo pasado. Cual Ave Fénix esa burocracia debe morir para que de sus cenizas emerja la institución universitaria ágil que el tiempo presente exige. Buena transición sea aquella que, para decirlo con Nietzsche, le caiga a martillazos a los excesos burocráticos y su consecuente fragmentación del espacio académico en compartimientos aislados. Si es un peligro andar por las nubes sin un cable a tierra, peor puede resultar enterrarse para evitar ver el horizonte.

Pero retornemos a latinoamérica, con especial dedicación a nuestra Venezuela. Nuestro ser tiene mucho de Nefelibata. Hijos de una colonia que creció espiritualmente con el barroco gustamos de lo grandilocuente, de los grandes proyectos. Como aquel personaje de "Pantaleón y las visitadoras" que una vez visitó París y deslumbrado por la Torre Eiffel quiso construir una especie de réplica habitable en Iquitos, una que resultó inhabitable por aquellas cosas de la combinación que el hierro hace con el húmedo calor selvático. Como la afrancesada Caracas y los ferrocarriles de Guzmán Blanco, que nos endeudaron a tal punto de que imposibilitados de pagar casi nos invaden las potencias imperialistas de 1902. Como el poco rentable Hotel Humboldt de Pérez Jiménez, construido en tiempo récord pero sin mayor perspectiva hotelera en una Venezuela petrolera y para nada turística. Como la Gran Venezuela del otro Pérez o la Venezuela potencia de los últimos años, incluida la base de lanzamiento espacial en el macizo guayanés próximo a un centro de gallineros verticales. Así somos, barrocos rayando en el rococó, recargados y peligrosamente nebulosos. Queriendo ser los más grandes pero con una herencia pobre para serlo, buscando una identidad cósmica por construir. Muchas nubes, poca tierra.

Si bien Sócrates cae en un hueco por andar viendo las nubes, recordemos que habitar la tierra al modo de un reptil sin serlo enceguece nuestras posibilidades haciéndolas improbables. Más que en un cambio de ciclo pensemos en términos espirales. Un ciclo se repite míticamente. Y si bien los ciclos no dejan de tener su encanto sisífico, el país y continente que somos precisa superar sus miserias actuales. Tiene por delante muchos desafíos: superar la pobreza, democratizar sus instituciones, rescatar un concepto pachamámico en el cuido de nuestro gran hogar natural. Por eso, más que repetir lo mismo, caer en una especie de eterno retorno, seguir construyendo grandes proyectos inútiles pero sumamente costosos, caminar por las nubes sin más, precisamos habitar la tierra viendo a las nubes del horizonte, ampliar el radio del círculo como una espiral ascendente. Que la Universidad Central siguiendo el diseño que anuncia el espacio de su Ciudad Universitaria comience a triturar su burocracia rococó y su obsesión por las cajitas. Que quienes tienen la pasajera responsabilidad de gobierno en las instituciones estatales, en vez de hablar tanto gamelote se aboquen a cumplir con la Constitución y lo que la misma mandata en términos de participación y protagonismo de las comunidades y la sociedad civil, que auténticamente empodere a la gente y diseñe políticas priorizando a los olvidados de nuestro sociedad. Que quienes se sienten opositores olviden de una vez por todas la nefelibata política mágica, aquella que cree que las cosas cambiarán por algún artilugio o golpe de gracia venido del exterior, o por una revolución bananera, o por inundar las redes sociales con tuits o memes, o simplemente por repetir mantras. Que unos y otros, gobernantes y opositores, se pongan a trabajar palmo a palmo con la gente y no a utilizarla en el marco de una electorera razón estratégica.

Pero no se trata solo de pedir a otros que hagan. Eso también es un mal caminar sobre las nubes. Se trata de hacer mirando a las nubes, de caminar por nuestra tierra con las miras puestas en un horizonte deseado, sin miseria, inclusivo que es decir democrático, sustentable y armonioso con la vida. Organización, palabra clave para hacer. Construir organización para realizar los cambios anhelados. En la UCV organizarse los estudiantes, los profesores, los empleados, los egresados, las autoridades para emprender la tarea de una universidad de cara a los citados desafíos de nuestro futuro. En el país político organizarse la oposición junto con las bases sociales que quieren representar, dejar de lado los egos obsesionados con sus espejos mediáticos y volver al barrio, salir de sus urbanizaciones. El gobierno no desorganizar más y contribuir a darle un sólido orden institucional a la nación si quieren ver más allá de sus entornos palaciegos. En fin, podemos hablar de cambios macro, meso y microsociales. Cambios de gran dimensión social referidos a la estructura total de la sociedad política a la que pertenecemos, cambios intermedios referidos a determinadas instituciones como las educativas o las de salud entre otras, y cambios pequeños vinculados a grupos y personas. Antes de quedarse esperando a los grandes cambios históricos podemos actuar en nuestro entorno y en nosotros mismos. Organizarse para ello, palabra clave. Un toque de voluntad ayuda mucho en esta tarea.

Con mis mejores deseos para el 2025.



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Javier B. Seoane C.

Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela, 2009). Magister en Filosofía (Universidad Simón Bolívar, 1998. Graduado con Honores). Sociólogo (Universidad Central de Venezuela, 1992). Profesor e Investigador Titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

 99teoria@gmail.com

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