Ciertamente, el título de este artículo es el mismo que el de una vieja canción mexicana interpretada exitosamente por el barítono Pedro Infante, entre tantos que la cantaron. En una parte de la balada se puede escuchar que "la vida comienza llorando y así llorando se acaba". Cuánta verdad encierra esta canción ranchera, algo rocolera, cuyo autor es José Alfredo Jiménez.
La canción a la cual me refiero, en verdad, es una de las tantas tonadas dedicadas al guayabo de algún corazón partido por un desamor que llevó al enamorado o enamorada a una conducta desesperada por una pasión quebrantada. Pero el título de esta canción tiene vigencia con lo que viene sucediendo en el mundo desde hace siglos, para quienes la vida ajena y la propia no tiene valor alguno.
Es sorprendente la cantidad de muertos civiles y militares que sucumben en una guerra, una acción bélica propiciada por unos señores que no van a los campos de la muerte a combatir, permanecen en sus oficinas arrellenados para conocer desde lejos las partes de la ofensiva. A estas cruentas acciones envían a jóvenes insuflados por el fervor de la defensa de la patria, de la verdadera fe, del dios único y en épocas más recientes, en la salvaguarda de unos términos tan abstractos como son los valores de la democracia y la libertad. Las jóvenes víctimas, es decir, los soldados nunca conocerán que la verdadera motivación de la conflagración donde perdieron la vida millones de jóvenes fue por razones económicas. Una guerra entre grupos poderosos que desean apoderarse de las riquezas ajenas. Para los dueños del poder, para los potentados, la vida ajena, la vida de los jóvenes no vale nada y no importa los millones de soldados o personas que fallecen en dichas acciones.
Es patético que en la mayoría de las guerras de la independencia ocurridas a lo largo del planeta, una vez alcanzado la expulsión de los invasores, o de los colonizadores, o de los conquistadores, en fin, de arrojados de la tierra avasallada el gobierno opresor, por lo general, los nativos continuaron viviendo su vida de miseria. Lo único que cambió fue el absolutista extranjero por el criollo, la desdicha y la esclavitud permaneció campante. Miles de jóvenes fueron asesinados en una guerra cruel para que al final nada cambie, se sacrificaron muchos soldados porque la vida de estos jóvenes no valió nada.
Entre la Primera y Segunda Guerra Mundial murieron más de 130 millones de personas, entre soldados y civiles, en su mayoría europeos, rusos y norteamericanos, quienes desconocían la causa verdadera por las que murieron. Fueron enviados al patíbulo por sus gobernantes para defender una causa que no tenían nada que ver con ellos, solo debían obedecer, en caso contrario eran castigados por traidor a la patria, una patria que los mantenía en situación precaria, dada la grave situación económica. Muchos de ellos perecieron estimulados por una publicidad para enaltecer el orgullo patrio. Unos no regresaron, otros arribaron a país mutilados y otros, en un catafalco arropado por la bandera patria, para que sus restos fueran enterrados solemnemente al son del himno nacional. Otros, quizás, mediante rendición de honores al Toque del Silencio, como en el caso del soldado estadounidense. Es el precio con el cual pagan los gobiernos a los jóvenes fallecidos en una conflagración. Indudablemente tiene razón José A. Jiménez, la vida no vale nada.
En esa maquinaria mortal para exportar guerras hacia los cinco continentes los gobiernos de EEUU se llevan varios diplomas. Se calcula que unos 143 conflictos bélicos del mundo son "made in USA", es decir, la administración de este país norteño envía a sus jóvenes como soldados, es decir como carne de cañón en defensa de los intereses de las grandes corporaciones financieras, industriales, tecnológicas, agroindustriales y de las empresas fabricantes de armas que tienen presencia en todas las partes del planeta. Da la impresión que más de 200 mil soldados ubicados en más de mil bases militares gringas en más de 80 países podrían asegurar la paz en el mundo. Paz que nunca llega ya que es EEUU el que propicia los conflictos bélicos hacia diversas partes del planeta. Más allá de la solemnidad del sepelio de un soldado, más allá de los "hermosas" y tétricas necrópolis donde están sepultados miles y miles soldados, más allá de los números jóvenes mutilados por la guerra y aquellos que padecen problema sicológicos por su participación en un conflicto bélico, para los gobierno de EEUU la vida de sus jóvenes no vale nada.
La vida no vale nada para algunos presidentes que carecen de un mínimo de sentimiento humanitario hacia sus semejantes. Es el caso del sionista Netanyahu que no se inmuta ante el genocidio que está llevando a cabo en la Franja de Gaza y hacia otras partes del Medio Oriente. Más de 60 mil asesinados, la mayoría niños y mujeres no le causan ningún sentimiento humanitario. Su misión de exterminar al pueblo palestino, no difiere en nada a la idea de Hitler de eliminar de Europa todo vestigio de la presencia de judíos, dementes, polacos, homosexuales y gitanos. Hitler junto a sus allegados planificó durante años la posibilidad de exterminio de tales infortunados, porque para los nazis la vida de aquellos no valía nada, similar al comportamiento de los sionistas respecto al pueblo palestino. Es obvio, el sionista criminal Netanyahu dejó de lado la cámara de gas, pero se aprovecha de la tecnología que le brinda las armas letales, los bombardeos con misiles, entregados por EEUU para exterminar a los palestinos que viven en la franja de Gaza y en sus proximidades. Para el carnicero de Gaza, el criminal Netanyahu, la vida de los palestinos no vale nada. El niño palestino nace llorando y se va del mundo llorando al escuchar las explosiones que acabaron con su hogar, sus padres y la familia.
Para Trump la vida de los palestinos no vale nada y para esto encontró la solución final del problema proponiendo sacar a los palestinos de la franja de Gaza para enviarlos a Egipto o a otro lugar de África. Lo mismo que pensaron hacer los polacos, los franceses, los ingleses y los estadounidenses al pretender deportar en forma masiva a los judíos (1939) hacia Madagascar (antigua colonia francesa), o hacia Etiopía o hacia la Guayana Británica.
Pero no solo para los ciertos presidentes, primeros ministros y los pocos reyes que quedan, en lo que respecta a la guerra la vida de los soldados no vale nada, en la vida civil tenemos muchos ejemplos similares y sobre todo, en los gobierno neoliberales. Para estos gobiernos la vida de los pobres no vale nada, solo tiene el valor de un pobre salario para que labore en sus empresas con un sueldo de miseria. Para los gobiernos de derecha la vida del pobre no vale nada y por tal razón no invierte ni en educación, ni en salud y mucho menos en facilitarles una vivienda económica con todos sus servicios (luz, agua y alcantarillas). El capitalismo tiene siglos gobernando en muchos países y los problemas de la pobreza, desnutrición, sanitarios, falta de educación, servicios públicos entre otros nunca los han resuelto. Para los gobiernos de derecha los pobres solo existen en los períodos electorales para engañarlos reiteradamente mediante la publicidad, mediante alguna que otra fiesta para atiborrarse de alcohol y una merienda, o algunos otros objetos innecesarios, solo para solicitarle el voto. Al final, una vez que gane el candidato neoliberal la vida de los pobres continuará igual: la misma miseria, porque para el candidato ganador de la derecha la vida de los pobres no vale nada.
Los habitantes del planeta deben percibir que en tiempos modernos la vida sufre evidentes rápidos cambios, producto de diversos factores: una nueva forma de hacer política, la moderna tecnología, la existencia del mundo pluripolar, la negativa del último imperio a desaparecer, la amenaza permanente de una guerra nuclear, el afán expansionista del presidente Trump y Netanyahu, el nuevo colonialismo, la decadencia de Europa, las nuevas, autóctonas y modernas opciones electorales, el surgimiento de nuevos factores del poder económico, entre los componentes que obligarán a los pueblos buscar nuevas sendas. Un orbe donde la pobreza y miseria de las naciones queden relegadas y surjan nuevos hombres, nuevas mujeres y nuevas ideas.
Considero que la vida si vale, depende del valor que cada quien le de, de lo que cada humano quiera hacer con esta, sin esperar que agente externos decidan por los demás. No se debe olvidar que, si se desean logros hay que tener voluntad, disciplina, dedicación y lo que se haga se debe hacer bien y en el tiempo necesario. Tuvo razón la escritora estadounidense Margaret Wheatley cuando sentenció: "Sin reflexión vamos a ciegas en nuestro camino, cuando más consecuencias no deseadas y sin lograr nada útil". Lee que algo queda.