Las sanciones criminales de los Estados Unidos contra todo el que quiera un mundo mejor constituyen una anomalía imperialista para impactar profundamente en las dinámicas sociales de Venezuela y de los otros países que las enfrentan. Más allá de las cifras macroeconómicas y de discursos comunicacionales, estas medidas repercuten directamente en la vida cotidiana de todos nosotros, limitando el acceso a bienes esenciales, servicios básicos y oportunidades de desarrollo. En este contexto, el Trabajo Social como disciplina y el trabajador social como profesional, están llamados a desempeñar un papel crucial, convirtiéndose en un pilar de apoyo para comunidades que buscan resistir y superar esas adversidades impuestas dado su espíritu de apoyo y la formación técnica y científica que adquiere en la Educación Superior.
El impacto de las sanciones trasciende las divisorias de lo económico o de lo politico, afectando aspectos fundamentales como la cohesión social, las redes de solidaridad comunitaria y la supervivencia social y material. Las familias y comunidades enfrentan situaciones que amplifican las desigualdades existentes, mientras las estructuras sociales se ven obligadas a adaptarse a una realidad marcada por la escasez y la incertidumbre. En este escenario, el trabajador social debe operar como un agente de resistencia, promoviendo la resiliencia y la solidaridad colectiva.
El ejercicio profesional del trabajo social se redefine frente a estas circunstancias extraordinarias. Más que nunca, se exige una mirada crítica y profunda hacia las dinámicas estructurales que persisten con sus condiciones de exclusión y vulnerabilidad. Los trabajadores sociales deben combinar su sensibilidad hacia las necesidades inmediatas con estrategias a largo plazo que fortalezcan a las comunidades y permitan construir alternativas sostenibles frente a los obstáculos impuestos por las sanciones.
Así que el Gobierno debe utilizar y comprender que el Trabajador Social es el instrumento con capacidad técnica y vocación para proveer a las comunidades de estrategias y tácticas para facilitar el manejo de situaciones, analizar con las comunidades los riesgos y oportunidades a la vista. Contribuir con la formación tanto de la comunidad como de sus dirigentes.
La labor del trabajador social, además, no solo responde a las necesidades materiales, sino que fomenta la dignidad y el reconocimiento de la ciudadanía activa promovida por el proceso bolivariano. En este marco, las sanciones pueden convertirse, paradójicamente, en una oportunidad para consolidar procesos organizativos y comunitarios que empoderen a las personas. El trabajo social, en lugar de limitarse a mitigar los efectos de las sanciones, puede actuar como catalizador para la transformación social, promoviendo la participación y la autogestión comunitaria. El imperialismo tratando de destruirnos nos vitaliza.
Es esencial por ello que en nuestra Venezuela de hoy, quienes ejercen esta profesión de Trabajo Social, en contextos de sanciones internacionales, comprendan la complejidad de estos desafíos, para integrar enfoques innovadores y comprometidos con los principios socialistas de equidad y justicia social.
Frente a las adversidades, el trabajador social reafirma su misión: acompañar, fortalecer y empoderar a las comunidades para que, juntas, pueblo y gobierno, puedan enfrentar las dificultades y avanzar hacia un futuro más justo, socialista y de paz y cooperación. En este sentido, su labor se convierte en un acto de resistencia y esperanza frente a un panorama global marcado por la agresión impune y sin límites hacia nuestros países.
Nota: Belkis Hernandez, Trabajadora Social y docente de la UNEXCA, contribuyó con este artículo.