El carácter perverso de la Inflación

La inflación siempre ha sido temida y combatida por los gobiernos responsables y conscientes de su alta peligrosidad. Sin embargo, es pobremente analizada, y por razones políticas esos mismos gobiernos suelen minimizar los perversos efectos que las subas incontroladas de precios tienen a mediano plazo sobre la producción de muchas mercancías fundamentales en el empleo tanto de mano de obra como de los factores técnicamente complementarios.

Toda inflación está asociada a contradicciones y absurdos. Por ejemplo, cuando se da una suba general de precios las ventas crecen y crecen, pero paradójicamente la oferta baja y baja, y con esta se contrae la producción, o sea, baja el empleo. Esta baja de empleo se traduce en nuevas contracciones de la oferta colocada, por causa de una reducción en los salarios causados, y con ello en nuevas alzas de precio a fin de seguirse manteniendo el previo volumen de ganancias.

Mientras las ventas sigan creciendo monetariamente, los inventarios de mercancías tardan en salir, la producción debe reducirse, surgen despidos, reducciones en compra de materias y materiales, que también sufren alzas de precio, la maquinaria empieza a subutilizarse, etc., con todo lo cual el empleo sigue su caída en picado, la inflación se robustece, los gobiernos empiezan a desestabilizarse y los consumidores pueden perder los estribos.

Hasta este momento no se vislumbra salidas positivas, mientras haya poder de financiamiento para la inflación, financiamiento que es, por cierto, el otro absurdo de esta perversa situación económica. No resulta lógico que en una sociedad con alto poder de compra tal poder adquisitivo se traduzca en alimentación de una inflación que paradójicamente lo reduce. Caos, crisis, pobreza creciente, son los resultados finales de un maligno proceso que aparentemente es causado por desajustes mercantiles entre la oferta y la demanda, inicialmente por una escasez que si no es oportunamente atendida desencadena todo ese proceso de continuado molestar social.

De resultas, podemos sufrir una fuerte contracción y estancamiento de la economía del país cuyo gobierno no ha sabido regular la inflación a tiempo, ni hacerlo con controles eficaces. A este extraño fenómeno con mayor propiedad se le debe llamar estanflación, o sea, suba de precios con desempleo. Por esta razón el nombre Inflación no pasa de ser un eufemismo.

Un expediente muy usado por aquellos gobiernos que no logran controlar la Inflación es atribuirle la culpa a los empresarios, a los excesos de liquidez y mil especulaciones más, sin que ninguna de estas llegue al meollo del asunto.

Ahora bien, ocurre que las ventas responden a un valor compuesto del volumen de oferta de mercancías por sus correspondientes precios: QxP, para Q = volumen de oferta colocada, y P = precio alcanzado.

Durante sus prolegómenos y en pleno proceso inflacionario perfectamente las ventas pueden mantenerse y hasta crecer a punta de una elevación del factor P con inclusión paralela de una considerable baja en el volumen Q finalmente colocado. La causa inicial de la suba de precios se le atribuye a una mayor demanda sobre la oferta que suele darse en mercancías de alto importancia económica nacional y trasnacional, de energéticos en primer lugar.

Pero el desajuste de la Oferta-Demanda que sirve de detonante inflacionario es causado a su vez por una tendenciosa baja en la tasa de ganancia que es afanosamente evitada mediante elevaciones unilaterales amparadas en toda esa estructura paramonopólica que caracteriza al alto poder industrial imperial. Tal baja en la tasa de ganancia es percibida casi inmediatamente por los grandes industriales del mundo, por los principales inversionistas dedicados como están al control mundial de todos los mercados involucrados en la economía moderna y globalizada. Son estos megaempresarios quienes ni cortos ni perezosos recurren a las primeras subas de precios, estas cruzan los mercados de las empresas centralizadas y finalmente quedan instauradas hasta en las economías de menor rango, que paradójicamente terminan sufriendo toda la perversidad de este estanflacionario proceso. De allí que no menos paradójicamente sean los países desarrollados los que acusan un menor índice inflacionario a pesar de ser sus iniciadores.



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Manuel C. Martínez M.


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