Fuertemente armado, el emisario del patriarca se acercaba a la oficina del General. Iba en una misión delicada y de considerable peligrosidad. Debía neutralizar al poderoso oficial que obstaculizaba los intereses del ex presidente y de la oligarquía que representaba.
La guardia lo llevó a la antesala del alto militar, que le hacía recordar una capilla. Velas encendidas, vitrales, estatuas de la Virgen e imágenes de El Libertador Simón Bolívar, producían un ambiente de serenidad y paz cósmica, casi religioso. Pero el recio corazón del empresario no se ablandaba: estaba decidido a cumplir la misión y confiaba plenamente en el letal arma que guardaba en la maleta.
Cuando el Capitán le dijo que pasara, se sentó frente al General y se armó de valor. Sacó el arma, apuntó y disparó: "General, le ofrecemos mil millones de dólares, si Usted cambia su posición y deja de apoyar al presidente Hugo Chávez".
Ante el asombro del General, el empresario explicaba que se firmaría un contrato; que unos quinientos millones de dólares podrían adelantarse y que él mismo actuaría como "asesor financiero" del General, para esconder tan enorme suma.
Y explicó: una partida sería invertida en la compra de bienes raíces en el exterior, sobre todo, en los Estados Unidos; la parte del león, sin embargo, sería colocada en diversos paraísos fiscales del Caribe y en el edén de lavado de fondos (offshore banking) de los civilizados ingleses, en la Isle of Man.
Transcurrían los primeros meses del año 2003 y la posición del General en la correlación de fuerzas golpistas y constitucionales era, en efecto, crucial para el futuro de ambos bandos. En este sentido, los subversivos habían escogido bien el blanco de su operación; pero se equivocaron totalmente en la calidad moral del personaje. Ni la enorme fortuna ofrecida, ni el consejo de que pensara en su futuro, cambiaron la actitud del General.
"Puede poner todos los ceros que quiera a su oferta", le dijo al enviado de la oligarquía, "pero me resulta ofensivo lo que está diciendo. Retírese de mi oficina."
El arma letal había fallado y la famosa sentencia del general de la Revolución Mexicana, Alvaro Obregón, de que no hay general "que resista un cañonazo de cincuenta mil pesos", había sido falsificado.
Derrotado, el empresario emprendió la retirada para comunicarse con Miami y notificar a los financieros del golpe militar de abril del 2002, y del golpe petrolero de diciembre 2002-febrero 2003, que, lastimosamente, el General no estaba en venta. Transmitió el mismo triste desenlace a la República Dominicana, donde uno de los patriarcas políticos de la oligarquía venezolana ---con quien se encuentra frecuentemente en la isla--- sigue soñando con la noción de que será el presidente de la junta de transición venezolana, una vez que caiga Chávez. Tuvo que hacer también, como es obvio, una serie de llamadas locales, para informar a los respectivos inversionistas que el negocio se había caído.
La fracasada neutralización del General por un cañonazo de billetes, encamina a los "inversionistas" hacia las vías tradicionales del asesinato político. Este es el plan conocido en los círculos respectivos, como la liquidación física del "Presidente y sus doce Apóstoles", es decir, Hugo Chávez y los protagonistas militares y civiles más importantes del proceso.
Sicarios importados de Colombia, El Salvador, Guatemala y otros países, junto con cuadros militares desafectos y civiles en Venezuela, están encargados de llevar a cabo los asesinatos respectivos. La coordinación de esa red internacional de terrorismo se hace desde Miami.
Los intentos de corrupción de oficiales militares, de planes de asesinatos políticos, del uso de bombas sofisticadas con explosivo plástico de uso exclusivo militar, como el C-4, el recrudecimiento de la agresión del episcopado venezolano, de los medios masivos de comunicación y de la política estadounidense, se enfoca hacia la creación de un nuevo escenario golpista, diseñado para destruir por vías inconstitucionales al gobierno electo de Hugo Chávez.
El aspecto terrorista de este escenario se dirige no sólo contra "blancos humanos", sino, al igual que en el golpe petrolero, contra partes vitales de la infraestructura del país: el sector eléctrico y el sector energético del gas. Una parte considerable de la producción eléctrica se genera con gas que es transportado por largas distancias a través de gaseoductos que no son subterráneos.
Las válvulas de seguridad de los gaseoductos que cada cierto trecho permiten la regulación de la presión del gas, funcionan por telemetría. Es decir, que tienen sistemas de medición alimentados por celdas solares, que transmiten los datos respectivos de los manómetros a satélites, los cuales permiten la retroalimentación. Ya ha habido varios intentos de sabotaje de este sofisticado sistema, disfrazados por sus autores como actos de vandalismo, pero cuyo conocimiento técnico revela que se trata de atentados.
Explosivos robados tanto dentro del país, como introducidos desde el exterior, dan a los subversivos la posibilidad de hacer voladuras de tuberías de gas que podrían tardar hasta diez días en repararse. Si se ejecutaran tales actos de sabotaje en tramos estratégicos, pararían la planta eléctrica del país y con eso, su actividad económica. Dentro de este escenario de destrucción económica, los desestabilizadores tratarían de realizar operaciones comando para asesinar a los personajes decisivos del régimen actual.
El circo mediático que la oposición interna y Washington están armando en torno a una supuesta falta de voluntad del gobierno de Chávez para permitir el referendo revocatorio es, esencialmente, una cortina de humo, para distraer del verdadero proyecto de destrucción del bolivarianismo que pretende avanzar por la vía del terrorismo, coordinado, por supuesto, con sus respectivos apoyos en la superestructura nacional, particularmente la justicia, el parlamento y los medios, y los núcleos internacionales.
Las dos derrotas de los golpistas no han llevado a su neutralización, como creen muchos a nivel nacional e internacional, ni tampoco, a su democratización. Los núcleos duros y Washington optan nuevamente por la salida que les es congénita: la violencia.
Hay que tomar nota: la tercera ofensiva de las fuerzas de la antihistoria ha comenzado.