Buena idea la del partido Patria para Todos y del Partido Comunista de Venezuela de convocar lo que han denominado mesas de diálogo socialista . Es una iniciativa que permitirá abrir espacios para que quienes nos sentimos vinculados a la idea de construir una sociedad justa y verdaderamente democrática podamos abordar con toda libertad una discusión franca y seria sobre el modelo socialista adecuado a las condiciones venezolanas y, por qué no, pasar también revista a los resultados del pasado 2 de diciembre.
Comparto el criterio de que no se trata de enmascarar tras el llamado a debate el interés de buscar chivos expiatorios o generar rencillas internas. Eso no tiene ningún sentido. Sí es una tarea urgente para los partidarios del proceso de cambios definir con claridad el modelo socialista que ha sido denominado por el presidente Hugo Chávez como socialismo del siglo XXI. Si lleva ese apellido es porque tiene marcadas diferencias con el llamado socialismo real, tanto de las experiencias que se vivieron en la Europa Oriental como de las que aún persisten, como es el caso de Cuba. Pero también debe tenerlas con las experiencias socialdemócratas que han sido bautizadas como socialismo democrático. Y la construcción de ese concepto socialista bolivariano, del siglo XXI o como finalmente se le denomine, debe ser colectiva, para que realmente pueda ser generadora.
Obviamente, las experiencias pasadas o actuales vinculadas al socialismo, en cualquiera de sus presentaciones, serán de gran utilidad para este debate. Y no se debe dejar fuera del análisis los casos de China, Vietnam y Laos, países que sin abandonar la senda socialista han venido introduciendo elementos del mercado. Pero de lo que se trata es de definir el socialismo venezolano, para que a la hora de llevar esta propuesta a todo el país no estemos hablando de tres, cuatro o más versiones, lo cual, como es natural, genera mucha confusión. Y lograr que para el pueblo no quede ninguna duda de que el socialismo que proponemos es la verdadera democracia.
También es muy positivo que estas mesas aborden en profundidad el debate sobre las causas de los resultados adversos obtenidos el pasado 2 de diciembre, lo cual es a todas luces una necesidad, para corregir fallas, conceptos y conductas. Todo, por supuesto, desde la perspectiva de que la responsabilidad es colectiva, aunque, obviamente, deberá sopesarse si entre los factores que explican esta derrota es preponderante cierto descontento con funcionarios públicos, electos o designados, y que no han logrado satisfacer las exigencias de los sectores populares.
El mito de la reconciliación
Creo que aquí no está planteada una reconciliación, y menos en los términos como se ha venido asomando, sobre todo desde sectores de la oposición. Se trata de reconocer que el otro existe. Que el gobierno del presidente Chávez es tan legítimo como el derecho que tiene la oposición a existir y a jugar dentro de las reglas del sistema democrático. Las divergencias políticas o ideológicas no dependen de que quienes tienen puntos de vista opuestos se traten cordialmente o incluso renuncien a sus diferencias en nombre de la fulana reconciliación.
Pero hay temas en los cuales gobierno y oposición sí pueden trabajar conjuntamente. Uno de ellos, urgente, por cierto, es la inseguridad personal. El gobierno por sí sólo no puede enfrentar exitosamente este flagelo. Incluso, gobierno y oposición tampoco lo lograrían sin el concurso de los otros factores de la sociedad, sin exclusiones de ningún tipo. El ciudadano común, que teme ser asaltado o asesinado, o que ha sido víctima ya de la delincuencia, no espera reconciliación sino liderazgos políticos que sean capaces de actuar corresponsablemente, sobre todo ante problemas como este.
