Tan estremecedora como la que vivimos contra Chávez

He aquí parte de la guerra mundial desatada contra Cipriano Castro

No fue así tampoco, como nos lo pintaron: que Cipriano Castro había sido un empedernido bebedor de brandy, que vivía follando, que tenía fin un Ministerio de Relaciones Sexuales. Toda esa fue una historia elaborada en Estados Unidos que luego la importaron y la asumimos como cierta, como nuestra. También lo llamaron “mono”, “loco”, “tirano”, “bandido”, y cuando consideraron que estaba lo suficientemente maduro para destronarle, se buscaron a Juan Vicente Gómez quien les devolvió a las compañías gringas y europeas estafadoras cuanto Castro legalmente les había exigido que pagaran.

Cuando Cipriano Castro llega a Caracas en 1989, después de su admirable campaña militar iniciada en la frontera con Colombia, solicita  informes, lee, investiga y encuentra que el Gran Hegemón Autócrata, Antonio Guzmán Blanco ha dejado al país esclavizado a una espantosa deuda externa y con las finanzas por los suelos. La solución que exigen las potencias es que le entreguen las minas de cobre y oro, las aduanas, las líneas cablegráficas, y que el subsuelo lo dejen enteramente a la New York and Bermudez Company.

Ya comienza a perfilarse en Venezuela ese tipo de país completamente dominado desde afuera, en connivencia con la oligarquía criolla mediante grupos de abogados apátridas. Ya estaban conformándose bufetes borreguiles, lacayos, como el presidido por Claudio Bruzual Serra. Bajo el gobierno de Joaquín Crespo, Bruzual Serra le preparó el terreno al banco Disconto Gesellschaft para que se adueñase de imporatntes riquezas nacionales. La Disconto Gesellschaft le concedió a Venezuela en 1896, un préstamo por 50 millones de bolívares, al 80% de descuento a favor de este banco.

Pero no sólo eso, sino que se entregó el empréstito y en el acto fue repartido entre las compañías que trabajaban básicamente en la construcción de la red ferroviaria nacional, y se entregó precisamente en el momento en que el imperio británico le daba un zarpazo a Venezuela, despojándole de 159 mil kilómetros cuadrados en Guayana.

Como para que no dijera nada, pues.

En la gran repartidera del referido empréstito, el propio Disconto Gesellschaft y el Gran Ferrocarril Alemán se adueñan del modo más descarado y sin que exista ley ni país que se los impida, 36 millones de bolívares. Pero además, Disconto Gesellschaft se apropia de:

1- un millón para garantizar la construcción del Matadero Nacional,

2- de 689.000 Bs. para garantizar el valor de dos vapores de guerra,

3- y por unos títulos en depósito se adueña de 71.000 Bs.

Es decir, que este banco se lleva él solo 37 millones 760 mil bolívares, sin todavía haber hecho nada en el país.

Después llega la Compañía Francesa de Ferrocarriles de Venezuela, la South Western, y se llevan el resto de lo que queda en caja.

Como dijimos, en este empréstito, el abogado Claudio Bruzual Serra (antes de ser ministro del Presidente Joaquín Crespo), actuaba como consultor jurídico del Gran Ferrocarril Alemán de Venezuela, una filial del banco Disconto Gesellschaft. Fue Bruzual Serra quien se trasladó a Berlín y realizó el empréstito en las condiciones previamente convenidas por el señor G. Knop, Director del Gran Ferrocarril Alemán de Venezuela.

De modo, pues, que por tal empréstito Venezuela no tuvo en sus manos un céntimo, y se preparó el terreno para ensangrentar a la patria con otro cúmulo de guerras intestinas feroces, además de que con ello se acrecentaron las endemias, el hambre, y la puesta en venta de lo poco que quedaba en el país. Hubo en las discusiones en el Congreso mucha bulla por el asunto de este empréstito, pero se engrasaron varias manos, y a la final con los enredos legales llevados a cabo por Bruzual Serra, “todo el mundo quedó contento, y nadie con ánimo de investigar nada”.

El general Joaquín Crespo, en lugar de poner preso a Bruzual Serra, va y lo considera otro Genio Milagroso: lo premia  nombrándolo su Ministro de Hacienda. Un ritornelo de la política nacional que solía darse con esto Genios Milagrosos de la economía.

Así pues, decimos, que cuando Castro libaba su café en Bella Vista, oyendo serruchar algún violín de los músicos tachirense, conversando con su compadre Gómez, qué carajo podía estar pensando que la deuda pública de Venezuela sobrepasaba los 197 millones de bolívares.

El 23 de mayo, Castro no aguanta más y da inicio a su Revolución, parte con 60 hombres desde la frontera con Colombia, y lanza su primera proclama en Capacho. Para el 14 de septiembre ha derrotado a todas las fuerzas del gobierno.

El 23 octubre de 1899, cuando Cipriano Castro entra en Caracas se entera que el miserable gobierno español, de rodillas, le ha entregado a Estados Unidos por 20 millones de dólares, Guam, Puerto Rico y Filipinas. “Ah, qué hijos de puta. De esa gente no podemos provenir nosotros los venezolanos.”

Pero las batallas victoriosas de Castro no serán aceptadas, so pena de que se someta a los dicterios y arbitrios del imperio euroamericano. Allí tiene ante sí, el primer anuncio que le llevan sus edecanes: El Tribunal de Arbitramento reunido en París ha dictaminado un laudo que reconoce las pretensiones de Gran Bretaña en la controversia con Venezuela, en la que ésta pierde 140.000 kilómetros cuadrados de su terriotorio en la Guayana Esequiba.

Con un programa de nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos, habla Castro, el jefe de la llamada Revolución Liberal Restauradora. Allí en su escritorio le esperan cientos de documentos y papeles sobre el cuantioso monto del más grave problema a enfrentar, el de la deuda externa venezolana. En el tren en que Castro va a Caracas, en el primer vagón, a su lado se encuentra el General Manuel Antonio Matos, quien venía de ser ministro de Hacienda del Presidente Ignacio Andrade, un título que lo colocaba en el pináculo de los hombres importantes de la Nación. El nuevo Presidente obligadamente deberá considerar su ayuda como indispensdable para su gobierno.

Comienza la jarana de los alzamientos. Se alza en Tejerías el general José Manuel Hernández, “El Mocho”, quien levanta las banderas de la Revolución Nacional, y tildando de traidor a Castro. Los llamados nacionalistas se alzan en Maracaibo. Le cortan a Castro el crédito en el exterior. “¡Ay Dios mío, qué samplera!”.

Conjuntamente con estos alaridos “revolucionarios” los inversionistas extranjeros están como caimán en boca ‘e caño, mirando con recelo los movimientos de esta extraña criatura. Los gringos no están para andarse por las ramas, y ya para septiembre de 1899, míster William H. Russell, encargado de negocios de EE UU en Venezuela, había solicitado un barco de guerra en el puerto de La Guaira. Cuál debió ser la profunda humillación que sintió el recién presidente de Venezuela, cuando a los pocos días se entera que dicho barco, el Detroit, se ubica en La Guaira junto con el británico Progreso dizque para proteger sus negocios, el de los imperialistas. “¿Qué buscaran estos gringos del carajo?”

Se vivía un desbocado racismo en Estados Unidos, y entre los primero informes que se envían al Departamento de Estado lo primero que se resalta del nuevo mandatario es que evidentemente habla, mira y observa como un mico, que en absoluto está preparado para gobernar, educar ni civilizar a sus semejantes.

Apenas Castro se instala en la Casa Amarilla, no cesan de desfilar los acreedores de alto pelaje con el objeto de deslumbrarle con sus maravillosos proyectos y profundos análisis, a la vez que procurar someterle a sus arbitrios. Aquello parece el Purgatorio y las lamentaciones llegan al cielo. Castro se marea, “ay, caramba, qué cantidad de hijos de puta”. Pero llama su atención que hay agentes de Inglaterra, Alemania, Italia, Francia y EE UU, que le dicen que lo que se adeuda no es eso lo que se ha encontrado al entrar a su despacho sino que los montos son mucho más descomunales.

De algunas delegaciones extranjeras ya han partido sendos informes que son copias del que envía el reprsentante norteamericano en que se describe al nuevo jefe como: “Hombre de pequeña estatura y de piel oscura, con abundante sangre india”. Después se añadirá que nada malo se dice si se le compara con un mono; otros agregan que está loco. Casi toda la sesuda intelectualidad venezolana se hará eco de estas miserias creadas por el Departamento de Estado Norteamericano, y la repetirán hasta el infinito: Manuel Caballero, Simón Alberto Consalvi, Elías Pino Iturrieta, Guillermo Mojón, Inés Quintero, etc.

Mientras esto ocurre en la capital, El Mocho Hernández con mil hombres invade Guayana. En Oriente la situación también está que arde.

El 11 de abril de 1900, el ministro alemán Herr Smith-Leda le exige al gobierno venezolano en un fulminante ultimátum, la cancelación de la deuda del Gran Ferrocarril Alemán que sobrepasa los 710.000 bolívares.

Manuel Antonio Matos, el intermediario de las compañías extranjeras ante el Presidente, sigue muy inquieto porque Castro parece torpe, lento, indeciso; no es hombre que entienda ni tome las decisiones que con la presteza exigen las difíles circunstancias. Se retira Manuel Antonio preocupado a Macuto. Consulta a sus socios, discute con ellos el raro comportamiento y la visión nada equilibrada del nuevo jefe supremo. No queda otra salida entonces que organizar alguna movilización armada: conspirar, reunirse con los embajadores de Francia y Alemania, y solicitar una ayuda financiera de Estados Unidos para instaurar un gobierno que facilite los acuerdos económicos entre los empresarios, prestmistas, inversionistas y banqueros nacionales e internacionales.

Se encuentran discutiendo este plan cuando precisamente el gobierno va y les solicita a los magnates criollos que le concedan un préstamo. Los banqueros se alarman y coinciden en que Castro esta loco de atar. Le responden al Presidente que ellos están arruinados, que no tienen ni para comer. “Ay, hijos de puta.” Como los banqueros tienen tanto poder, van y publican por la prensa un ofensivo remitido dirigido a la opinión pública. Matos hace un malabarismo verbal tratando de llamar a la reflexión al presidente, como siempre lo había hecho en casos similares, “por las buenas”, y pide que se escuche a los hombres que producen en el país, los que le dan de comer al pueblo. Castro conoce muy bien por donde van los tiros, y deja que hablen y se muestren irritados por el destino de la Nación y de los grandes esfuerzos que desean poner al servicio de la patria.

Así se suceden varios días en los que Matos deja de quejarse de las penurias que están pasando los banqueros, los grandes comerciantes. Cuando cree que el Presidente ya se encuentra maduro para comprender el drama de la situación económica nacional, va y le pide a Castro que le exija la renuncia al gabinete. Entonces Castro se fastidia de tanto cinismo y encierra a Matos y a un grupo numeroso de oligarcas en la Rotunda.

Matos y su banda comienza a dar alaridos de que se va a morir, de que necesita un medio que le atienda sus achaques; se ablandan un poco y comienzan a pedir a comprender que Castro no en Ignacio Andrade ni Crespo ni siquiera como Guzmán. Implora un acuerdo, una reunión. Producto de estas solicitudes de clemencia, Castro decide soltarlos. A los pocos días en el Banco Caracas ya estos oligarcas libres, organizar un gran sarao de desagravio por lo del “equivocado remitido”, y alzan las copas de champaña brindando en honor del “gran hombre Cispriano Castro, sólo comparable a Bolívar”.

En el acto de desgravio, Manuel Antonio Matos hace gala de una elocuencia que nadie le conocía: “Saludo al héroe que desde el Táchira vino respetando con severidad inaudita vidas y propiedades hasta el punto que todos deseábamos el triunfo de la Revolución Liberal Restauradora…[1]”. Brindis similares se dan en otros bancos, por ejemplo en el Banco de Venezuela, y quien pronuncia allí el meloso discurso de ocasión es el magnate J. J. Lasére. Entonces, no es como dicen los críticos pro-yanquis, de que Castro hizo abrir las bóvedas de los bancos a mandarriazos; no, los banqueros como ratas comenzaron a temblar, y le prestaron al gobierno unos 900.000 bolívares, que ellos ya se habían robado.

En 1900, aparecerá otra vez Bruzual pero ahora como consultor jurídico de la New York and Bermudez Company. Bruzual creía que con Castro también podía seguir demandando al Estado a favor de compañías extranjeras. Pretende mediante un ramillete de sesudos justificar otros desmanes de la New York and Bermudez Company. “Ah, hijo de puta”. Cipriano Castro ordena que detengan al lacayo y que sin perdida de tiempo lo incomuniquen “por razones de orden público”. Ya dirán que no respeta las decisiones de los tribunales o que en el país no existe división de poderes. El truco de las compañías venales, asesinas, expoliadoras. “NO. Aquí para la defensa de la patria no hay otro poder que el del Presidente de la República.”

El propósito de este Trust era acaparar las minas de asfalto de Venezuela a fin de librarse de cualquier competencia y controlar a su gusto el precio. Ya New York and Bermudez Company era dueña del asfalto de Trinidad, y quería controlar todo el de Venezuela.

El “mundo civilizado” no quiere tampoco perder mucho tiempo y decide abrirle varios frentes al “Mono aindiado”: promueven una guerra entre Colombia y Venezuela, organizando una invasión a las órdenes del traidor Carlos Rangel Garbiras, quien entrará en julio de 19001 con seis mil hombres y provocará grandes saqueos y asesinatos en nuestro país.

La Conferencia Internacional Americana reunida en México emite una declaración solicitando que Colombia y Venezuela lleguen a un acuerdo equitativo. Al canciller nuestro, Eduardo Blanco, autor de “Venezuela Heroica”, le temblaron las piernas porque Castro le envía el siguiente mensaje: “El gobierno conservador de Colombia ha tenido siempre una funesta función sobre la genitora de su libertad e independencia, lo que es inaceptable por degradante. Es un gobierno que vive del terror, de la miseria y del oscurantismo[2]”.

Aquella “grosería”, a los ojos de los países colonizadores no podía se tolerada, y mucho menos cuando el referido “Mono” tenían grandes deudas pendientes con la banca internacional. Entonces se desatan de manera frontal las reclamaciones, y tras éstas las amenazas de bloqueo. Cipriano, el 23 de enero de 1901 decreta la comisión especial que sólo reconocería compromisos adquiridos a partir de mayo de 1899. “En ese momento las peticiones de los imperialistas germanos atentan contra el principio de soberanía que asegura a Venezuela el derecho a establecer su propia legislación[3]”.

Rómulo Betancourt defiende la posición de la New York and Bermudez Company cuando dice: “El despotismo de Castro, a fin de buscar más dinero para depositarlo en cuentas particulares en bancos del exterior y para gastarlo alegremente, emprendió la acciónjudicial contra la New York and Bermudez Company. Acción irreprochable desde el punto de vista del derecho positivo venezolano y de las normas de la justicia internacional, pero adelantado por quienes se habían conquistado el repudio de sus conciudadanos y el desprecio universal con su incalificable conducta como gobernantes.[4]

Que era como decirle a los mercenarios yanquis: estafen, roben y asesinen porque Castro se lo merece.

“En Washington, Elihu Root, sucesor de Hay y de Loomis en el timón de la política exterior de los Estados Unidos, declaraba por aquellos mismos días, Y PARA REGODEO DEL DÉSPOTA VANIDOSO, que se habían agotado los medios en su poder para traer a Castro a la razón.[5]

Es así, como se desata la gran conjura internacional contra Venezuela. El 24 de agosto de 1901, el Ministro Plenipotenciario de EE UU en Venezuela, míster Herbert Wolcott Bowen, exige que a Estados Unidos no se le deje fuera de las deudas que tiene que pagar Castro. Después de presentar sus credenciales anota en un informe que ciertamente Castro “tiene una o dos gotas de sangre india en las venas”. Poco después, míster Herbert Wolcott Bowen, se trasladó a la espectacular residencia de Manuel Antonio Matos (mansión “libre de gastos, con toda la servidumbre de criados extranjeros pagadas por Washington, incluyendo a Ernest, el cocinero personal del cerebro financista de la Autocracia Liberal, desde Antonio Guzmán Blanco, hasta Ignacio Andrade[6]”). Lo que tratarían tenía que ver con las maneras poco finas, educadas y protocolares del “Macaco”. En una rápida revisión que Herbert Wolcott Bowen hace con Matos encuentra que por primera vez Venezuela era regida por un semi-indio, porque según ellos, ni Paéz, ni José María Vargas, Soublette, los Monagas, incluso Julián Castro, tampoco Guzman Blanco, Crespo, Rojas Paúl, Andueza Palacio ni Andrade mostraban el grado de mulataje o de indiada que resaltaba en don Cipriano.

Ademas, un signo vital que los países civilizados tienen para medir la calidad de los gobernantes en los países atrasados, es la capacidad para acatar en todo las sugerencias y decisiones que le dicta la banca internacional para asumir el desarrollo. Evidentemente el “Mono” es “díscolo”, “bruto”, “bestia”, “incontrolable”.

Pronto, pues, se va a desatar la primera gran guerra mediática contra Venezuela. El conductor de la misma sería el mayor palangrista de la época, el francés A. J. Jauret. Este perrito faldero de Manuel Antonio Matos envía notas de prensa se difunden por el New York Times, el New York Herald y Associated Press; Castro, que no anda con esas pendejadas de creer en el truco de que hay que respetar la libertad de expresión, que no es otra cosa que libertad de presión, le da un puntapié y ordena que lo expulse del mpaís. Esta expulsión será el disparo de alarma para que los grandes centros de información pongan a circular a Castro como un excremento por todos los albañales de la prensa mundial.

Ante esta inuadita medida, digna sólo de un “tirano”, Matos es llamado a EE UU, porque hay planes muy precisos para devolverle la democracia a Venezuela. Y esa democracia debe ser presidida por él, por Matos. El plan inmediato tiene que ser el de una invasión.

Matos comienza entonces a unificar a su alrededor todos los caudillos frustrados que andaban buscando como volver a sus viejos previlegios y oscuros negocios. Así, que con unos cuantos dólares los pone a bailar como focas. La recluta de sirvergüenzas deslenguados es notable: entre los generales montoneros son invitados el pobre “Mocho” (José Manuel Hernández), Nicolás Rolando, Zoilo Vidal, Juan Pablo Peñalosa, Horacio Ducharme, Doroteo Flores y al propio Antonio Paredes. Son 200 mil dólares oro los que ordena entregar el Departamento de Estado a Matos para iniciar la gran regeneración nacional. Los que entregan parte estas “donaciones” (más de 130.000 dólares oro) para la cruzada libertadora son ante todo la New York and Bermudez Company, la Orinoco Shipping Company, la Intercontinental Telephone Company, American Telephone Company, Asphalt Company of America, Norddeutsche Bank, Pennsilvania Asphalt Paving Company, The New York Trinidad Asphalt Ltd., The Avenidme Steam Navigation Company, Credit Layonnaise and Baber Asphalt Paving[7].

Sin muchos aspavientos, ni yéndose por las ramas, Cipriano Castro declara a Matos, REO DE ALTA TRAICIÓN A LA PATRIA. A Matos eso ni le va ni le viene porque su verdadera patria está en los dólares del Tio Sam. Todo el mundo sabía que Matos era un general de monigote, sin coraje para nada, pero como estaba apoyado por Estados Unidos podía darse el lujo de encabezar una rebelión, una invasión contra el tirano.

 

EL GUERRERO PORTÁTIL MANUEL ANTONIO MATOS

Con unos cuantos sacos de dólares, Matos va y compra un barco y lo equipa con “175 toneladas de máuseres, 180 toneladas de municiones, albardas, cañones y variado material bélico”[8], y en estas negociaciones mete la mano el lacayo gobierno colombiano a través de un agente de apellido Gutiérrez. Matos llama al pueblo a que le acompañe para restaurar la democracia en su país. Él llama a su revolución “La Libertadora”, y lee antes de entrar en acción una proclama: “Atento a esta cruzada redentora, acudo presto trayendo todos los elementos de guerra necesarios para vigorizar nuestra voluntad y hacer lo irresistible, y, al mismo tiempo para servir de unión entre todos los venezolanos; para salvar de la ruina a nuestra querida Venezuela[9]”.

El 1º de marzo Castro suspende todas las obligaciones de crédito interno y externo como respuesta a la gran conjura internacional en su contra encabezada por Francia, Alemania, Inglaterra e Italia.

El barco de Matos, bautizado “El Libertador” va recibiendo protección norteamericana en todas las islas en las que va recalando: Curazao, Trinidad, Martinica, Guadalupe y Barranquillas. Ya Castro lo ha declarado barco pirata, y en respuesta a esta agresión internacional decreta la suspensión de todas las obligaciones del crédito interior y exterior. De inmediato se activa el sabotaje interno de los mercenarios extranjeros establecidos en el país: Herr G. Knop se niega a trasladar las tropas del gobierno para reforzar la entrada de los piratas por lo que Castro inmdiatamente amenaza con clausurar el ferrocarril alemán y meter a Knop en la Rotunda. Se alborotan las legaciones británica y la alemana; se multiplican las traiciones a la patria, atacando a Castro los caudillos Ramón Guerra, Luciano Mendoza y Antonio Fernández.

La “Revolución Libertadora” avanza desde Oriente hacia el Centro. Por el Táchira vienen otros y por lo llanos se aproxima el caudillo Luis Loreto Lima. Pero Manuel Antonio Matos no está al frente de ella sino que de momento dirige las operaciones desde Trinidad, echado en una poltrona y cogiendo sol, con una copa de champaña, en el Queen’s Park Hotel. Todo lo que en el Queen’s Park Hotel Matos gasta, le será cobrado con creces a Venezuela. Recibe diplomáticos, realiza conferencias, organiza apoteósicos almuerzos y cenas, brindias y francachelas. Todo un pelotón de mesoneros, traductores, secretarias, amanuenses, están prestos todas la horas del día para coordinar las acciones que desde la piscina del Hotel ordena Matos.

Al tiempo que la “La Libertadora” avanza y Matos engorda en el Queen’s Park Hotel, los periódicos poderosos del mundo difaman de la manera más cruel y burlesca a Cipriano Castro. En esta campaña llevaban la batuta: The New York Times, el Times y el Daily Mail de Londres, Le Temps de París, North American Review, The Forum y The Sun y el Kidderadatash de Berlín.

Para los primeros días de octubre de 1902, La Libertadora ha ocupado las tres cuartas partes de Venezuela, apoyados por las fuerzas navales francesas que bloquean Carúpano, asedian Cumaná y Río Caribe. Todos medios de comunicación mencionados arriba se vanaglorian de reportar la próxima caída del “Monito”, quien según ellos ya se encuentra boqueando, y próximo a coger las maletas. Matos ya ha ingresado al país porque le dicen que Castro está en plan de fuga, cuando en realidad ha dejado a Juan Vicente Gómez en la Presidencia para él mismo desbaratar a Matos.

Cuando Matos llega al centro, pide los informes para enterarse de la situación en Caracas, y es entonces cuando cae en la cuenta de que hace falta una fenomenal batalla. Se apresta para darla en La Victoria porque con sus 14.000 hombres, los 6 mil de Castro en nada darán la talla. Se encuentras las dos fuerzas y Matos no lo puede creer; sus frentes son destrozados, mientras él los ve con sus binóculos con envoltura de oro; está “en pantuflas, sentado en fina hamaca de hilo y a la sombra de un paraguas blanco o verde[10]”. 

Rómulo Betancourt en su magna obra escribe: “El pueblo y la juventud inconforme acudieron, atropelladamente, a empuñar las armas que distribuía el vapor Ban-Righ… Era el país en armas contra un régimen odiado por el pueblo. Catorce mil hombres llegaron hasta La Victoria, a escasas horas de Caracas. Allí se estrellaron frente a las tropas del despotismo…[11]

Pero todo eso, en términos de Betancourt, lo iba a vengar el gordito asesino del Big Stick, “el adorado y bravo Teddy, el del lenguaje de restallar de fusta: Teodoro Roosevelt quien no se reía en la Casa Blanca del mico gracioso que era Castro, “el monito villano que después de responder a las incursiones de piratería de las escuadras inglesa y alemana sobre la Guaira y Puerto Cabello con sólo PROCLAMAS ALTISONANTES Y ESCENIFICACIÓN DE FARSAS DE POLITIQUILLA ALDEANA…[12]

Derrotada la La Revolución Libertadora de Matos, los gobiernos de Gran Bretaña y Alemania, indignados, heridos en lo más profundo de sí, envían un ultimátum Castro. Los imperialistas europeos habían apoyado con toda clase de recursos a Matos, porque éste les había prometido que en cuanto tomase el poder honraría todas las deudas pendientes con estas potencias, a la vez que les abriría todas las compuertas para brindarles las mayores garantías a las inversiones que esas naciones requiriesen.

Parecía hacerse evidente para los países colonialistas que Castro no pagaría las deudas, por haber éstos intentado derrocarle. Fue cuando míster Herbert Wolcott Bowen, cumpliendo órdenes de Departamento de Estado, llama con urgencia a su embajada a las legaciones de Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda e Italia. Sin perder tiempo, la orden es que hay que proceder a bloquear las costas venezolanas. Previamente y como corresponde al método del descrédito internacional antes de proceder a dar el tiro en la nunca, por el mundo se difunde por todos los medios de comunicación, los espantosos crímenes cometidos por Castro después de la derrota de Matos. “En Venezuela se vive en estado de pánico”; “La población se encuentra totalmente indefensa”; “El Mono Iracundo incendia a su país”, “Se ha perdido una oportunidad para que Venezuela retornara a la democracia”; “Se impone la barbarie en Venezuela”.

Los reportajes del New York Times hablan de los salvajes arborícoras[13] de Venezuela, y y editoriales instan a que se proceda a una intervención. Se echa mano de la La Doctrina Monroe que fue precisamente creada “para defender a las débiles repúblicas americanas de la gula y de las fechorías de los piratas europeos”.

Así, a mediados de diciembre de 1902, barcos de Alemania, Francia, Italia, Holanda e Inglaterra bloquean nuestras costas y capturan buques guardacostas venezolanos.

 

Pese a que el gobierno de Castro no aumenta en un céntimo la deuda pública y de que ha cancelado el empréstito de guerra que le había pedido a los bancos, aún así, los países colonialistas de Europa reclaman a un país desgarrado por las invasiones y la inestabilidad política provocada por ellos mismos, con invadirlo sino les pagan sus deudas inmediatamente. Como si se tratase de un acoso y de una tensión bélica previa a la invasión contra Irak en el 2003, el 7 de diciembre de 1902, los ministros plenipotenciarios de Inglaterra y Alemania acosados de un miedo terrible se dirigieron a la estación del ferrocarril acompañados del procónsul Bowen, a quien rogaron se encargara de sus asuntos. Se metieron en sus barcos de guerra respectivos anclados en La Guaira porque el bombardeo de los puertos estaba ya dispuesto, decidido por las grandes potencias.

Los países de la libertad y el progreso, Gran Bretaña y Alemania, apoyados por Francia e Italia, y con la complicidad de la purpurada y negra España, de Holanda y EE UU, se “llenaron de gloria” destrozando nuestra pobre flota: General Crespo, Zamora, 23 de Mayo, Totumo, Zumbador y Margarita.

El pueblo de Caracas sale a la calle y 5.000 voluntarios se ofrecen para defender la patria, mientras el Presidente somete a prisión a los súbditos alemanes e ingleses. Castro pone en libertad a todos los presos políticos y llama a la unidad nacional. El “Mocho” Hernández es puesto en libertad y arenga al pueblo: “La patria está en peligro y yo olvido mis resentimientos para acudir en su auxilio...”

Manuel Antonio Matos huye disfrazado de cura hacia Las Antillas. Hasta allí tuvo vida política este miserable. Murió para siempre con esa espantosa huida. La huida de este canalla se producía en momentos cuando se desarrollaban acciones bélicas contra los puertos de La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. Mientras todo esto ocurre míster Herbert Wolcott Bowen, se moviliza enviando a EE UU toda clase de mentiras para que se condene a Castro.

Casi toda América Latina en este horrible conflicto dejó sola a Venezuela, pero cómo no la iba a dejar sola, si cincuenta años más tarde permiten que Guatemala sea destrozada en la Reunión Panamericana realizada en Caracas en 1954; poco después se coaligan en esa bazofia llamada OEA para condenar a Cuba. América Latina ha vivido dominada por tiranuelos lacayos, traidores y canallas impuestos por el Departamento de Estado. Sólo entonces mantuvieron una posición digna de simpatía, al menos con Ciprinao Castro, México, Ecuador, Perú y Argentina.

Hay que recordar que en Argentina entonces el Banco de Préstamos La Popular, le envió un telégrafo a Castro ofreciéndoles fondos para el pago de las reclamaciones extranjeras.

Otras medidas revolucionarias y nacionalistas de Castro son:

1- La expropiación, en 1905, de la Compañía del Cable Francés y la expulsión del Encargado de Negocios de Francia, Olivier Taigny, lo que provoca el rompimiento de relaciones de este país.

2- Promulgación de la ley de minas.

3- Inauguración de los palacios de Hacienda, Justicia y Academia Militar, además del Teatro Nacional.

En diciembre de 1905, el agregado militar de Estados Unidos en Venezuela presenta un plan para derrocar a Castro, por considerarlo un hombre terriblemente peligroso para el mundo civilizado. El 20 de junio, Estados Unidos rompe relaciones con Venezuela, ya que Castro se niega a someterse al arbitraje que ha decidido Washington, como tampoco a reparar las reclamaciones de los ciudadanos norteamericanos en los casos de la Manoa Corporation, The Orinoco Steam Ship Company, y la Compañía de Asfalto.

Un último punto interesante que vale la pena reseñar: el 28 de octubre de 1903, el ministro de Educación Eduardo Blanco ordena la intervención y cierre de las universidades del Zulia, Carabobo y el Colegio Superior de Guayana al comprobarse la horrible ineficiencia de estos centros en los que se estaban entregando excesivos títulos piratas de médicos y abogados. Pero entonces no existía esa vaina que ahora (desde el 2.000) se ha dado en llamar “autonomía universitaria” con el único fin de tratar de derrocar el gobierno de Hugo Chávez, y con la que hasta delincuentes, sádicos y mediocres que ni leer saben, los galardonan con toda clase de títulos (que hasta obispos le ofician incluso dentro de la Nunciatura).

 



[1] “Loomis, Francis B.”, Enrique Bernardo Núñez, Caracas, 7 de noviembre de 1899.

[2] Citando en Prólogo de Federico Brito Figueroa en el libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela”, Fondo editorial Lola de Fuenmayor, Centro de Investigaciones Históricas- Universidad Santa María, Caracas, Venezuela, 1984, pág. XXXVII.

[3]  Ut supra, pág. XXXVII

[4] Ut supra, pág. XXXVII.

[5] Ut supra., pág. 32.

[6] Ut supra, pág. XXXVIII.

[7] Ut supra, XXXIX.

[8] Ut supra, XXXIX.

[9] Ut supra, XXXIX

[10] [10] Prólogo de Federico Brito Figueroa en el libro “Origen del capital norteamericano en Venezuela”, Fondo editorial Lola de Fuenmayor, Centro de Investigaciones Históricas- Universidad Santa María, Caracas, Venezuela, 1984, pág. XLII.º

[11] “Venezuela, Política y Petróleo”, Rómulo Betancourt, Editorial Seis Barral S. A., Barcelona-Caracas-México, segunda edición, 1967, pág. 27.

[12]  Ut supra., pág., 29.

[13]  Oso hormiguero



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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