Las elecciones para escoger nuevos gobernadores, alcaldes , consejos legislativos regionales, concejales y miembros de juntas parroquiales están a la vuelta de la esquina, y no es prematuro comenzar a pensar en estos comicios previstos para finales de año.
Siendo 2008 un año electoral es pertinente que nos ocupemos en serio del asunto y no dejemos todo para última hora, especialmente lo que se refiere a la escogencia de candidatos y a la discusión de un programa que le será presentado a los ciudadanos en cada región.
Como es iluso pensar en que se abrirá una etapa de discusión programática para luego entrarle a la elección de abanderados, deberíamos proponernos que cada aspirante no se limite a aferrarse del dedo o de las maquinarias que puedan llevarlo al cargo procurado, sino que el anuncio de su deseo de postularse vaya acompañado de las ideas que guiarán su eventual gestión, y eso vale para chavistas, antichavistas, independientes aparentes o auténticos y otras especies políticas por aparecer.
En el caso del chavismo, no debería bastar el atuendo rojo rojito o el discurso revolucionario lleno de generalidades y de citas aprendidas al caletre. Se trata de hacerle frente a problemas muy serios que no se resuelven con una consigna o con un encendido discurso para convencer al electorado. Me imagino que el electorado chavista de hoy será mucho más exigente a la hora de dar el voto. No sólo quiere tener la seguridad de que su alcalde o gobernador está comprometido con el proceso revolucionario. Eso no le basta. Quiere tener la certeza de que la persona escogida como candidato también es capaz, buen gerente y, sobre todo, alguien honesto que garantizará pulcritud en el manejo de los dineros públicos.
También imagino que el elector opositor aspira a candidatos que tengan un mínimo de ideas con respecto a cómo se debe gobernar una ciudad o una región. Si en algo deben coincidir los ciudadanos, sean partidarios del gobierno o de la oposición o sin posiciones políticas tomadas , es en hacer presión para que los candidatos sean los más idóneos, y que los mecanismos para su selección sean lo más democrático posible. En esta hora no creo que el dedo o el cogollo sean los mejores electores para decidir quiénes regirán los destinos de las regiones y de los municipios del país.
Igualmente las propuestas para los ciudadanos no pueden seguir siendo un saludo a la bandera. Creo que son pocos los estados y municipios donde existe plena satisfacción con las gestiones de sus autoridades. Funciona más la solidaridad por razones de fidelidad política que la sincera creencia de que lo están haciendo bien. Ejemplos sobran en los dos bloques políticos existentes en el país.
Hay suficientes demandas en materia de servicios públicos, educación, seguridad y vialidad, entre otros, como para limitarnos a repetir la conducta electoralista que llevamos en los genes, y que se caracteriza por pararle más al afiche con la foto del candidato o a las cuñas de radio y televisión que a sus propuestas. Es oportuno recordar que se trata de escoger a quienes en teoría deberían trabajar a tiempo completo para resolver en los próximos cuatro años problemas que pesan demasiado en nuestra vida cotidiana. Tapar un hueco, recuperar un espacio público, incrementar la seguridad de la gente o simplemente limpiar una quebrada o adoptar medidas para aliviar el tráfico, por citar pocos ejemplos, no son tareas para las cuales se requiere retórica revolucionaria o antichavista. Es más, la retórica está estorbando demasiado. Es hora de que la política se asocie indisolublemente a la excelencia en materia de gestión pública y de atención a la ciudadanía. Después de lo ocurrido el 2 de diciembre nada es más revolucionario que procurar que los más capacitados tengan la prioridad por encima de los supuestamente incondicionales.