El dinero como Dios,
está en todas partes. Pero
igual que la alegría, en necesarias
ocasiones, no se le ve por ningún
lado.
Probablemente,
primero fue la globalización natural: astros, animales, montañas y
aguas. Nombrados en lo inicial, con signos, al parecer despojados de
la poesía. A partir de allí, precipitaron el ordenamiento intencional
del mundo. Legitimando la adoración y los sacrificios. Creando los
cimientos de las sociedades corporativas, con su circo, conspiraciones
y sus impuestos. Impuestos en especies y monedas para los reyes.
Animales desangrados y humanos muertos para los dioses. Dispusieron
de cada detalle, adornaron el banquete y lo ubicaron en su santo lugar.
La ira del pueblo
y de lo sobrenatural comenzó a ser mediatizada. Con el transcurso
se evidenció el trasfondo del poder. Subieron las élites al podio
más alto, con sus profecías eternas, que heredaron al porvenir, incluyendo
la degeneración de la ética. Devinieron los agentes del discurso social,
con la política reiterada de la fe, la demagogia de la esperanza y
la clasificación del paraíso. Similar fueron bendecidos por la pluralidad
de dioses, donde los seleccionados del pueblo, por algún criterio intimidatorio,
también pagaron su tributo, pero con la vida, en las fiestas patronales
de los sacrificios. Dando pié a la represión religiosa legalizada,
como día de júbilo, para alegrar al rey, de los tormentos. La fuente
del horror también tuvo su arte. Pinturas, música y poemas sobreviven
aún. Los intelectuales del festín, igual hicieron su aporte, para
complacer al mecenas de turno, como si fuera una farmacia. Como hoy,
arte-aron en trueque por privilegios, fama y dinero. Cantaron con honor
la mentira, elogiaron los sacrificios humanos y los genocidios, en nombre
del Dios que más les interesó. Inmortalizaron la perversión, indignificaron.
Contrabandearon la adulancia tras su producción. Narraron con fuerza
las maneras criminales de las ofertas a Dios, como una justificada eficacia
de someter las fuerzas atormentadas de la naturaleza, la odiatría
supranatural y los tesoros del reino. No era más que promover el miedo,
sostener lo instituido como botín de los dioses, que regurgitaba
la nobleza. Así lo precisa la ciencia en su historia, que todavía
vende lo terrible del pasado, en vistosos documentales. Lo cierto es
que sólo se cuentan entre los hallazgos, los muertos de la servidumbre,
los relegados de la miseria y uno que otro intranquilo que se
arriesgaba a la verdad social, o poseía una exagerada fuerza muscular
donada supuestamente por ciertas deidades.
En fin, si el rey
moría, con él también tenía que morir su servidumbre, para seguir
sirviendo hasta después de la muerte. De la misma manera, sí fenecía
el toro o cualquier animal que adoraban, con él tenían que irse unos
cuantos, enterrados vivos o muertos, daba igual. De modo que del sacrificio
ofrendado a los dioses, se pasó a ofrendar también a animales y reyes,
cambiando el escenario y los actores, haciéndolo más visible y más
real y más cercanamente temeroso. Lo que no cambió fue la procedencia
de los que morían. Las ofrendas se estipularon más frecuentes, más
selectivas y más públicas, hasta llegar al circo, al coso de
los condenados, el sábado sensacional de la muerte.
Lo que otrora fue
naturaleza lo convirtieron en ley privada. Los dioses paganos fueron
sustituidos. De la multiplicidad de dioses se pasó al monoteísmo.
Esto, porque la dispersión del poder en innumerables dioses y reyes,
obligó a garantizar la ambición en un solo Dios y en un solo imperio.
Entonces globalizaron a Dios y unificaron la miseria. Crearon los ministerios
y los ministros de Dios. Se considera al estado como apéndice de la
religión. De la política, un brazo girable de lo eclesiástico,
se pasa al supuesto -el poder separado de la religión- según el principio
del “al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. O
lo que pareciera ser lo mismo, a cada cual su diezmo. No obstante dice
la canción “los dioses no comen ni gozan con lo robado”. Para unos
se redistribuye el credo y para otros la riqueza. Luego refinanciaron
las obras del señor –templos y catedrales en cada confín-, crearon
la curea, administraron a Dios y solo participaron en la cofradía aquellos
clasificados en devoción y cierta sobresaliente vejez. Surgen los santos
y trabajos para los pintores y escultores. Los santos igual se globalizan,
también los artistas con sus aureolas. Se escribió la ley de las tablas,
la culpa deja de ser de lo supranatural sino del hombre y se decreta
el pecado personal. A Dios lo vuelven hombre con su contrapartida
el demonio. Lo concretan todo, la trinidad se transforma en cruz y la
cruz comanda las subsiguientes guerras. Se editaron los códigos, transcritos
desde el cielo. La confesión prefijó el preámbulo de la psicología,
la psiquiatría e internet. Desde allí, lo que sería después la policía,
consiguió las bases del interrogatorio, y la penitencia su tortura.
Se colonizó, se sustituyeron culturas ajenas y se creó el nuevo ordenamiento,
con sus colaterales extensiones. La iglesia dijo lo que era ciencia.
Así se formaron legiones de generaciones que heredaron tiempo después,
aquello que le había sujetado, y defendieron hasta con la vida, lo
que le ahorraron como monedas de mentiras, cual banco en la memoria.
La lastima, la misericordia y la piedad agacharon la cabeza de la gente
y los arrodillaron. Rezaron por un tiempo mejor que después de dos
mil años, tal plegaria aún no ha sido oída. Lo que probablemente,
influyó en el descrédito de sus conductores. La fuerza ideológica
religiosa dejó ver su demagogia y se torno contradicción. La iglesia
tuvo que flexibilizar su constricción para postergar sus dominios,
un poco más en el tiempo. Oculta la inquisición, bajó la exigencia
a los devotos y perdonó lo imperdonable hasta, el Papa que absuelve
a su convicto. Se hizo necesario entonces, desmontar la decadencia.
Nació otro orden internacional equivalente, no menos subliminal pero
más efectivo en su ansiedad y en su contexto.
Otra vez recurren
a la simplificación, reordenan la internacional económica para reducir
las complicaciones, a objeto de imperiar más efectivamente. Tornar
más manipulable el planeta. Inauguran no un nuevo mundo sino un equivalente
a él. Los medios de comunicación ya no entran a la sociedad sino que
la sociedad ahora es telemoldeada. La mercancía suple a la ostia, la
misa se televisa, las universidades se vuelven conventos y seminarios.
El Fondo Monetario Internacional, Vaticano de la economía, nos
dice entre líneas “ soy el camino la verdad y la vida” y publica
sus credos, ora su homilía y ordena sus recetas. La plaza San Pedro
es desplazada en importancia por la bolsa de NewYork. Los centros comerciales
y supermercados se transforman en nuevas iglesias, con sus vitrinas
llenas de los íconos de moda. El Papa también funda su banco “hambrosiano”
(sic) y próximamente los telecajeros y bazares abrirán sus servicios
en las viejas iglesias. La devoción va al encuentro del dinero, cada
feligrés tiene su precio y lo económico es el mayor deseo que se le
pide a Dios.
La cristiandad se confabula aún más con la gerencia occidental. Entonces bajan a Dios y suben al dinero en el altar de los cajeros, en las nuevas y majestuosas catedrales de los bancos. La verdad de la ciencia y su aparente neutralidad pasó a estar sujeta a los criterios de las asociaciones multilaterales de inversores. Las iglesias se vaciaron, se llenaron los bancos. Los dioses y santos nacionales perdieron poder y dieron ingreso a las nuevas corporaciones internacionales. Por el cuarto de atrás del imperio dan puerta franca al reordenamiento, ahora definitivamente globalizado. Con visa y mastercard cargan el container con los mismos dioses e iconos restaurados, a los que ya le habían obstruido su contundencia. Manufacturaron la muerte, en vez de la larga vida promocionada en la “revolución” industrial. Publicitaron las panaceas que palian y retienen la agonía y se quedaron con los hallazgos de las investigaciones médicas que curan definitivamente, porque genera más ganancia la enfermedad que la salud. Alcanzaron mayores dividendos, hicieron perder a los países fuera de la cerca hasta el monopolio de plusvalizar la desigualdad social.
Con el mismo código,
las castas que administran los países a distancia, a través de los
conclaves políticos especializados en la servidumbre y en el beso en
la mejilla a sus pueblos, han apostolado una nueva inquisición: un
sistema judicial sujeto a la oferta y la demanda y al servicio de las
corporaciones, independientemente de la verdad y la justicia.
Nada ha sido tan
sol sobre la tierra. Volvieron las provincias sucursales de su mundo
virtual. Escanearon la tierra, a la gente y gozaron su sudor. Al parecer,
no la semana santa continua, sino los siglos santos. Desde la monarquía
absoluta, el régimen colonial hasta el estado supranacional y biotecnopolicial.
Se homogeniza
y masifica la manera de vestir, la música, el arte, el lenguaje y la
ignorancia. Operan la memoria y la cosen con olvido. Se fragmentan los
sentidos. Lo cognitivo define quien esta enfermo. Y el camino del éxito
lo pavimenta el sueño americano.
El invento del
arado alargó sus dientes tras los siglos y vació los bolsillos de
la gente. Apareció la teología neoliberal y la fe en lo global. Acosaron
a los nuevos herejes, con un solo policía del mundo, una sola moneda,
un solo lenguaje, un solo Dios, una sola fe, un mundo único, una única
cultura, un orden global. Promovieron la democracia y no sometieron
la globalización al presagio universal.
En efecto, cayeron
las torres de NewYork. Transmitieron su dramatismo mas no su causalidad.
No obstante, la avalancha visual no ha podido ocultar la continuación
más prominente e imprescindible. En el trasfondo, aceleraban los cimientos
de la anhelada torre de babel de la globalización. Con su carácter
unitario, su acaparamiento planetario, su pronta urbanización del cielo
y el contraterrorismo. Rehabilitan la escena, con diferentes actores
pero con el mismo capital.
Están yendo más
allá, se han apropiado de la biotecnología, acuñando la ingeniería
genética para controlar la verdad del pasado, para dejarnos solos en
el aquí y el ahora. Patentando la vida y sus recursos, predicando el
control de los sistemas alimentarios en cada rincón del hambre. Transformando
la cultura en vitrina, usurpando la biodiversidad para fortaleza del
nuevo Dios y su imperio, con sus parientes lejanos, las monedas de los
países pobres del último mundo. Cada intersticio va siendo violado,
hurtado y revendido. De ahí que la industria corporativa farmacéutica
y agrícola ya ha sustraído el valor potencial de la sabiduría popular,
colocándole el sello de propiedad privada. Los pensum de los sistemas
educativos ya han sido correlacionados con la demanda de producción.
Han elevado irracionalmente el ya alto costo de la vida y ahora suman
el de la muerte, privatizado los cementerios, puesto precio a los ojos,
a las manos, al latido. La libertad ya tiene poco consumo y los ideales
ya no están de moda. Siendo más libre el capital, que se pasea sin
pasaporte alguno. En cualquier país soberano entra y sale sin pedir
permiso a nadie. Volviendo ilegales a los humanos cuando no portan requisitos
tan viejos como la Biblia, incluso hasta en su propio país. El planeta
un gran banco de dinero, la humanidad una propiedad privada, a
la intemperie del mejor postor.
Dan a entender
en sus cumbres, que al fin consiguieron la llave exacta que da acceso
a la propiedad del planeta y al enfriamiento del corazón.
Hace poco tiempo la UNESCO convocó también, para no quedarse atrás, a debatir sobre la ética, ya no de cada individuo sino de la ética universal. Quizás, buscando la posibilidad de instituir un “consenso” acomodado, de principios, éticamente impuestos, para que la inquisición global de la nueva ONU, tenga su Biblia con que regir la sentencia de los países descarriados de la globalización. Puesto que el tribunal de la HAYA ya asume la condena de los individuos en cualquier rincón polvoriento del planeta.
La dualidad continúa,
la oposición entre el bien y el mal tiene su gendarme. Nos recuerdan
el pánico primario, nos unifican en el miedo y se legisla la imposición
en el ámbito universal.
La mayor parte
de los intelectuales del planeta, tal como ayer Píndaro, se dieron
cuenta de esta mina financiera y se incorporaron a la fiesta de la fama,
al narciso de los medios de comunicación, a la trascendencia urgente
que anhelan los frustrados, como si fueran un mercado más. Vendiendo
su alma al nuevo diablo, poniendo precio en oferta a su ética, en el
hipermercado de los sentimientos.
Lo que es dudable
que no sepan, es que antes ya habían sido formados como mercancía,
que se traiciona a sí misma y atenta contra la calidad de la
verdad social. Allí las universidades (¿autónomas?) como pequeñas
sucursales del endiosamiento imperial, los amamantaron con antiética.
Igual el nuevo Dios los colocó en la taquilla de los bancos, cobrando
lo que vendieron. También es difícil ignorar, que ingresaron al staff
de mercenarios de la palabra y de la imagen, que se enriquecieron con
las caricaturas de la miseria, con la pantalla amarilla del dolor, ofrendándolos
vivos al mecenas del capital. Y se ven posar, con el diploma de la inmortalidad,
con el reconocimiento de las corporaciones, el estímulo de los privilegiados
y las fotografías en las páginas sociales. Se dan golpes en el pecho,
como si inconscientemente se sintieran solos en la cima, diciéndose
por mi culpa, por mi grandísima culpa. Continuando así la virtud de
Píndaro, cantando a los asesinatos en el circo, a Ezra Paund de la
mano con los nazis, Octavio Paz arrepentido en su agonía, Vargas Llosa
verborreando su fracaso político, y nuestra caterva nacional adulando
y rezando por su gloria.
Al parecer, con
este siglo, asistimos al inicio de la mayor decadencia del espíritu
y la más alta carencia de lo esencial.
El combate entre
la biodiversidad y el arbitrario intento de globalizar una manera de
consumir y ser consumido, acelera su marcha. Donde para ellos, en la
unión está la oferta. Pero el poder absoluto entraña en sí mismo,
su propia decadencia. Por ello, siempre necesitará urgentemente precipitar
un enemigo, para postergar sus escombros. Quizás por tal razón
la consigna “libertad, igualdad y fraternidad” vuelve a fantasmear
como una extraña necesidad del poder omnímodo. Viejos conceptos de
la emancipación se reacomodan sospechosamente en la génesis
del nuevo milenio. Parecieran ser parte, de los renovados neologismos
de la humanidad, y de la reiterada esperanza que se espera, que se explota
y se posterga. El insomnio del imperio define su deseo, destinado a
violentar y apurar el ocaso de los dioses y sus respectivas religiones.
Unos por la pureza, otros por enlatar el mundo. Nada es al azar. La
aparente confusión de términos es cuestión de ignorancia. Así lo
ha expresado W Bush, presidente de los estados unidos, en sus
decisiones. Donde pareciera apropiarse también de la ley del Islam
que en alguna parte del Corán reza: “La recompensa de quienes combatan
a Dios y a su enviado consistirá en ser matados o crucificados... o
expulsados de la tierra que habitan”. Incluso recalcó Bush “ quien
no está con nosotros está contra nosotros” Cristo, el inmortal lo
dijo mejor “ Quien cree en mi vivirá “.
No sé quién
o qué ciencia nos operará luego, como humanidad, este dolor del alma.
Y nosotros aquí, en este rincón malversado del planeta, parte ellos
parte nosotros, atiborrados de conceptos inanimadamente impresos y
envendados con cultura ajena, intentando levantarnos de la penitencia,
de la oración 2002 años después. Y todavía pretenden que sea fácil
y sin contrarios. Verdad de Dios.
Oniria, Semana santa, 2008
el_cayapo@yahoo.com