“La distinción fundamental entre un cerebro
filosófico y otro que no lo es, sería que los
filósofos desean ser justos, y los otros
desean ser jueces”.
Federico Guillermo Nietzsche
“El arte ayuda a vivir, pues de otro modo la
vida se siente desamparada ante el embate
de los sentimientos de absurdo”
Nietzsche
Pasó la vida, o casi ha pasado; todavía favonios o remusgos de cuitas, luchas, pesares o florecer de primaveras efímeras, perfilando recuerdos que nunca más quieren irse, estremecen los sentimientos más puros. Hice de los tiempos transcurridos, desconocidos apostolados de salud, huyendo del dinero por sanar a otros, o ayudar a madres a sembrar la vida con retoños humanos; busqué, o tal vez solo procuré, el amor de padres, hermanos, familiares todos, o de mujeres bellas a las cuales ofrendar amor, devoción, fidelidad i ternura. Me embrujé en los campos sutiles, profundos, dorados de verdades bien pensadas en la filosofía, i prediqué desde mis cátedras, las palabras sagradas de la filosofía que brilló en la Grecia de Parménides –que inició con un poema- i prosiguió por Roma, i aparté con asco la metafísica que, como nuevos sofismas, proclamaron los falsos adalides –los sacerdotes- de todas las religiones, falsas i nocivas, todas a su vez, como afirmara con tino mi gran maestro de siempre, realista i lógico matemático hasta el deslumbre, Bertrand Russell. Repetí las palabras de aquellos libros; enseñé o procuré enseñar que sólo pensando i creando, se vive la vida, i que sólo cegados de dogmatismo, se inventan religiones, mentiras i mitos. Con los años, dejé de ser un profesor de filosofía; con los años también, la experiencia i los dolores, salpicados a veces por efímeros momentos de felicidad, me hicieron filósofo. Sí, ahora, no me avergüenzo de decirlo i no me creo prepotente de propagarlo: soi un médico filósofo, no como lo proponía Nietzsche, “para buscar únicamente la salud de los pueblos y no la verdad”, i fracasado siempre, quizá; pero soi, no solamente de los que buscan la paz, sino fundamentalmente la justicia, i posiblemente mi destino no sea el ser reconocido, pero sí morir como un caballero andante de la triste figura, como un demente que se atreve ahora, ya cerquita el invierno existencial i la Nada, en el congelamiento del ente fisiológico, -ninguna alma o espíritu- sino de una personalidad que acaba cuando de destruye el cerebro, afirmando que si conocí a veces el amor de una mujer, o de unas bellas i amadas hijas –mis Tres Marías de la Constelación de Orión-, nunca de varones, que jamás fueron hijos, como proclamaría Macbeth, i en mis semejantes experimenté repetidas veces, desde la juventud hasta el final de los días, que la amistad es un mito. Esto, pese a que algunos hasta han propuesto una ciencia para su estudio, llamada Plesiología, o análisis del encuentro del hombre con el hombre (Diego García, prologuista de Laín) i que, como veremos en Freud, sería encuentro con el otro o con el ello. Solamente hai coincidencia de intereses i ciertos valores por tiempos variables, i al final, todo perece i es completamente, una quimera existencial. Por eso, antes que la misma demencia de este insigne creador de Zaratustra i que muchos de los que se dicen amigos, desean en mí, me atrevo a definirme como él: “soi la soledad hecha hombre” i como en su “Ecce Homo”, ambos aceptamos la conciencia de la soledad, aunque para Nietzsche eso empezó a los 7 años -que muchos lo dudan- i para mí, en mi adorada Bélgica, en los ambientes de Lovaina la inolvidable, cuando escribí este breve poema quizá mal dispuesto, sin rima alguna:
Soi la antítesis de Dios
desemejanza, ruina
El mundo materia
compleja
que se vuelve nada
Lo que pretendemos ser
elucubraciones
mentales
¡cuentos de griegos!
A dónde vamos
no lo sabemos
Louvai, 1968
Eran tiempos en los cuales, por primera vez, vivía lejos de mi patria, de mis seres queridos –excepto esposa i dos hijos, luego tres- i la filosofía i el arte se adueñaba de todos mis caminos, especialmente cuando conseguí un maestro de cristal de roca –Jean Ladrière- que completaba en mí, la faena prodigiosa del maestro local, el mexicano i sabio Adolfo García Díaz, quienes como Husserl con su Fenomenología, me enseñaron a situar el problema filosófico más allá del problema ingenuo de la Metafísica Clásica, -en especial García Díaz- i del idealismo de igual factura de la Teoría del Conocimiento. Aunque desde la Teoría de la Amistad de Laín Entralgo, podemos tener un conocimiento descriptivo, necesario es algo cualitativo i de perdurabilidad, como la gran amistad –puesta muchas veces a prueba- por un propósito superior (que para Laín, además de otros valores, sobresalía su España) que era la patria soñada i en construcción i unía en suprema hermandad, a esta brillante Trinidad: Bolívar, Sucre i Urdaneta; interrumpida precozmente con Sucre asesinado, por la maldad i criminalidad en la bajeza humana, pero elevada a la gloria perenne en el caso de Urdaneta, el general i amigo más leal i fiel toda la vida, aun después de la muerte. De San Cayetano a París, una amistad. En cambio, cuando la amistad sucumbe a las pasiones, hai dos finales posibles: la indiferencia o el olvido rayando en el menosprecio, por la trivialidad; o la más grave i deplorable: la traición; caso en tiempos pasados como el de José Antonio Páez, o el de Miquilena o de Baduel ante el presidente Chávez i ante la Patria.
Fueron amistades (las mías) que estimé mui firmes, aunque la distancia del primero (Ladrière) acabó por alejarlo en el tiempo; i la muerte prematura, se encargó del otro (García Díaz). Mas, todavía creía en las amistades que la vida de esta ciudad que con fina percepción fui viendo transformarse de aldea grande en ciudad compleja i paradójica. La bruma indefinida de los años, escondió en sus velos a los nombres de la infancia i del párvulo i la primaria; el bachillerato hizo aparecer a los más viejos ahora, i duraderos. Dos desde la Primaria, Jorge Zuleta i Humberto Perozo; uno tomó en la Universidad el camino del Derecho i el otro siguió conmigo por el de Medicina. Uno murió hace muchos años i el otro, hace menos tiempo, aunque lejos de esta ciudad (en La Guaira). Los recuerdos están siempre presentes e inolvidables. Los amigos claves fueron desde los estudios médicos, Guillermo Ferrer Barrios, cuando su pasión por la poesía i la mía por la literatura, la pintura i la filosofía, nos hacía compañeros de ideales, metas i cumbres, además de nuestra profesión, él en la cardiología i la mía en obstetricia. Décadas de amistad, donde el poema i el ajedrez, tejía lazos de oro. El otro, un año más de médico en la UCV., era Américo Negrette. Desde que fue médico rural, luego internista e investigador con aciertos en descubrir enfermedades, entre ellas Encefalitis Equina i la Corea de Huntington. Me mezclé en sus luchas; nos unía la pintura, la literatura, también el ajedrez i los problemas sociales. Amistad de años i años que superó muchos obstáculos serios, porque los hubo, hasta que los divorcios de ambos i las ingratitudes, nos hicieron solitarios sociales. Era una amistad casi de acero. Parecía no haber grietas ni fisuras. Américo era un ejemplo hasta en el deporte del soft ball i en el amor a la historia i al único primer ciudadano del mundo: Simón Bolívar. Nos unimos ambos a la política i al proceso revolucionario bolivariano, por primera vez, quien escribe, participando en la política activa como Constituyente. Las convicciones parecían más que firmes; empero, de pronto, encontró que nuestro presidente Chávez no podía congeniar con dos cumbres de la lucha revolucionaria en el mundo, como Fidel i el Ché Guevara porque eran “comunistas” i él tenía el virus “maccartiano” en su organismo. Se hizo de la noche a la mañana, escuálido radical i odió a Chávez, de quien una vez escribiera que era un hombre excepcional que amaba a su pueblo. No sólo lo decía, lo escribió en más de una ocasión. La amistad pagó los platos rotos; siempre dejé una puerta abierta, pero él ni siquiera tocó en ella, aunque yo la abrí para ir a acompañar a su féretro, cuando murió sin avisar. Dos bajas en el campo primaveral, i de cuatro estaciones en verdad, de la llamada amistad. I lo peor, Guillermo de se fue de Maracaibo, denigrando de mí, cuando componendas políticas lo alejaron de la amistad, nombrándolo fraudulentamente Cronista de la Ciudad de Maracaibo, sin conocer la ciudad ni haber hecho una sola crónica; me calificó, después de haberme designado en otras ocasiones escritas, el médico más culto e instruido del Zulia i quizá de Venezuela, i que mi discurso en el Bicentenario del Libertador, era el cuarto más grande i memorable Discurso en el Zulia, situándome al lado de Rafael María Baralt (en la Real Academia Española), de Marcial Hernández (en el Segundo Congreso de Medicina de Venezuela) i de Jesús Enrique Lossada (en la Reapertura de la Universidad del Zulia); me calificó -repito- como el Energúmeno de Maracaibo, cuando destruyó insensato la gran amistad. Mi discurso fue el primer discurso sinfónico (con fondo musical de la EROICA de Beethoven) titulado La Arcilla de los Héroes, del que se tenga noticia en el país. Dos amistades que sentía infinitas e inamovibles, destruidas por los desvaríos de la razón; pero me sirvieron para afirmar la bella amistad con las artes todas, i conceptuar que mis más fieles, nobles i consecuentes amigos de verdad, son mis libros. I apunto en mi biblioteca lo dicho por el genial Jorge Luis Borges; “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir, yo me jacto de los libros que me ha sido dado leer”. Aquellas décadas de amistad, eran de corte intelectual i afectivas que se distinguían, como señala Laín Entralgo (tuve la dicha de conocerlo i recibir clases de él en Madrid) de otras actitudes humanas parecidas, como la camaradería, la simpatía social, la tertulia, la proximidad i el enamoramiento (que esto nos sucede, con las amistades femeninas i bellas, que también perecen por absurdos). Para reforzar estas reflexiones, Laín nos dice: “La amistad queda psicobiológicamente, constituida por la sucesión de los actos de benevolencia, beneficencia y confidencias que dan su materia propia a la comunicación con la persona de aquel a quien uno llama amigo”. Esto porque la verdadera amistad –lo señalaba Platón- la phillia, no coincide sin más con el eros i requeriría vocación entre las partes.
Mas quedé con otras, entre las cuales otras dos, parecían no dar razón para expresar que la amistad es un mito. Posiblemente el cerebro filosófico, el que se funda en razones, reflexiones i lógica, no armonizaban con pensamientos comunes. El mal parece estar en mí, como una enfermedad de Hansen, i ando por la vida con bastón largo i campanilla o cencerro al cuello, asuntando gente. Ahora he visto por qué los filósofos son hombres solitarios: pese a que Kant en sus años mozos de profesor destacado hacía en su casa unos célebres desayunos filosóficos, i al final casi únicamente lo acompañaba su fiel Lampe –a quien le salvó su Dios- i en sus paseos solitarios en las mañanas en Köenisberg (la ciudad de la que solamente salió una vez i no a gran distancia) ponía en hora sus relojes al verlo pasar. Así, la vida de muchos. Admito, pues, mi condición de filósofo que, ni siquiera me trato con el Dios de muchos, sino, con uno tan lejano i desconocido como el de Aristóteles, hasta conociendo que “Hay tres clásicos, tres no superadas y acaso no superables cimas de la teoría de la relación amistosa: Aristóteles, Tomás de Aquino y Kant” según Diego García, al prologar a Laín Entralgo en su obra Sobre la Amistad.
Empero, entre simples mortales, cuando la amistad no pasa de ser un juego de coincidencias, algunas personas no deben sentir como jueces i juzgar, porque bien lo aclaro mi admirado Nietzsche: “Dios quería ser amado. Entonces no debiera haber tomado el papel de juez y administrador de justicia, porque hasta el juez más clemente, sabe que no es objeto de amor”. Por eso no juzgo a mis amigos de siempre; ellos me han juzgado a mí.
I quedaron solamente en el rango de grandes amigos íntimos, de cómplices de ideas, valores i políticas sociales, como lo fueron (fíjense que conjugo en pasado) Manuel i Tito. Todos conocen sus apellidos. Ambos maduros, serenos, firmes en valores, principios i moral elevada hasta la ética. Sin posibilidad alguna, de atender a fábulas, embustes o comidillas. Tampoco a las trivialidades politiqueras. Nuestras preocupaciones: las letras: la prosa, la poesía, la gramática, la semiología, el sentido i el significado, la estructura del soneto, las grandes obras, los genios: Machado, Darío, Baudelaire, Verlaine, Borges, Paz, Azorín, Tagore, Juan Ramón, Neruda, Benedetti, Sábato, Vallejo, Andrés Eloy, i cientos de etcéteras prodigiosas que se me escapan. Por años un círculo literario, con excelentes invitados. Exposiciones i conferencias sobre El Quijote, Cien Años de Soledad, el Lobo Estepario; pinturas, poesías, cuentos i cuanta maravilla intelectual podíamos tratar, o referirnos a los graves problemas del hombre; Dios, la muerte, la miseria, la injusticia, el habla, la demografía, la ecología, la guerra, etc. A veces, humor, algún esporádico brindis, una cena. No le tuvimos nombre al círculo, pero fue bello i provechoso. Nos visitaban Gabriel Bracho, Velia Bosch, Hesnor Rivera, César David Rincón, Beatriz Pineda, Camilo Balza, Ángel Vela, Eddie González, los jóvenes del Circulo Literario Juvenil, Valentina Truneau, etc. Rescatamos la Asociación de escritores del Zulia, se incorporaron nuevos amigos como Iván Darío Parra, Ruperto Hurtado, i naturalmente los citados antes, Guillermo Ferrer i Américo Negrete. Reuniones formidables por lo provechosas i amigables. I al lado de esto, la amistad familiar, casera, etc. Almuerzos i cenas frecuentes; Navidades felices, paseos, exposiciones i conferencias i hasta conciertos musicales. Una verdadera amistad de ideales i afectos. Amistad, amistad, nada más que amistad, incluso superando los nexos de familia. Intercambiábamos ayudas en letras; prólogos de libros, consejos, opiniones o reseñas. Jamás el dinero o los intereses pecuniarios aparecieron en nuestras vidas; particularmente en mi vida, pues como mi padre, jamás supe hacer algún negocio o exigir una oportunidad, menos de mis amigos, cuando muchos terminan sus amistades, por préstamos no pagados, exigencias desmedidas o las comunes vivezas o faltas a la moral. Supe ver oportunidades de amigos en la venta de un vehículo o en la participación de un gran negocio, siempre desde lejos. Igualmente sin encontrar choques por bebidas o furias en un juego o una apuesta. Nada de esto enturbiaba el sentimiento de amistad como la conceptúo i por ello jamás entiendo a los que diciendo por años ser amigos, de pronto sus neuronas dan un giro incomprensible en la existencia, cosa menos posible de ocurrir que con los hijos, porque estos participan de la vida interna del hogar. Empero, lo que parece ser, tenemos la marca irremediable de un cerebro filosófico, debemos estar prevenidos ante los que tienen un cerebro que se atreve a juzgar todo. Jamás reflexionan en extenso, lo que pueda ser un éxito o un fracaso en parte o en toda la existencia. Freud diría que pasan del yo al super yo, sin detenerse a contemplar el ello. Lo vemos entre los políticos, donde la amistad, la auténtica amistad, jamás ha existido, i la vida pública, como lo expresó Maquiavelo, es la aventura o la desventura de “Todo hombre que intente siempre ser bueno, terminara arruinado entre la gran cantidad de hombres que no lo son”. Una experiencia de quien se consagró a ver la realidad política para ofrendarla a su Príncipe. O como arguyó Voltaire: “la política es el arte de mentir a propósito”.
Sin embargo los hombres a quienes nos fascinó el humanismo i por lo menos de oyentes, transitamos los dorados senderos de la poesía, e ingenuamente nos creíamos que éste era un mundo distinto, i que ver o experimentar el fracaso –i personalmente me creo un ícono del fracaso- pensamos que el ello, es parte de nuestra propia vivencia consciente o subconsciente del yo. Creemos ver en el hermano, el hijo o el amigo, la misma imagen que no todos llevamos, del padre, de la madre o el hogar como buenos ejemplos, aunque sabemos cuando millones de malos ejemplos los hai. Pero es nuestra vivencia, es nuestra moral, es nuestra ética i sabemos que no podemos proyectarla al ello. De este modo la amistad no es un sentimiento innato, sino que se construye i…por lo tanto también se destruye. Con razón dice el adagio “cada cabeza es un mundo”.
Entonces, algunos torpes acostumbran decir que ese destino estaba escrito, cuando nada lo está, porque el libro de la naturaleza no tiene páginas, porque no hai lápiz o pluma infinita i suprema, i porque somos tan pequeños, tan pequeños parecidos virus siderales que, como piensa ese genio inmóvil que es Stephen Hawking, i comparto su opinión, “dudamos que si existe Dios, se haya percatado de nuestra existencia” i menos para hacer historias personales o particulares. Por todo esto, cuando por insignificancias que casi son imposibles de relatar, hombres como Manuel o como Tito, desaparecen todos los logros de una amistad que parecía firme hasta el final de nuestros efímeros tiempos, alarma; uno te ignora de la noche a la mañana, i otro por voz ajena te dice que no pises más su casa. A mi juicio no amerita ni explicaciones ni rectificaciones. Hubo un juicio sin defensa posible. La conciencia – la mía- está sana i libre, mas ve la realidad como un papel arrugado o una cerca con clavos inútiles, que dañan o hieren. Los que predican que el pasado debe dejarse en ese atrás que jamás regresará, o dicho bellamente en palabras de mi poeta filósofo Antonio Machado, “el ayer es nunca jamás”, i lo justo es mirar hacia el futuro, aunque a nuestra edad, o por lo menos la mía, debe ser un futuro en medible en centímetros; pienso sí que, queda poco tiempo para desarrugar el papel o sacar los clavos. Por eso sigo solitario el camino, sin amigos, ni amigas, o aún peor; sin hijos varones; contemplaré con infinito amor a mis Tres Estrellas de Orión si se me ocurre contemplar el cielo, que en verdad no es tal, sino la inmensidad del Cosmos, desprovisto de dioses i solamente con galaxias en expansión. El tiempo, incomprensible, lo es todo; la muerte un sueño eterno o mejor, la Nada. Pasó la oportunidad temporal de proyectar futuro i de olvidar pasado donde, sin duda al menos conocí el más grande de los mitos; la amistad, acaso en competencia con el cuento más viejo del mundo, la libertad. Soi, con mi /i/ latina que molesta a muchos, “la soledad hecha hombre”. El arte i mis libros han de ser mis solitarios amigos, luego de juzgado sin oportunidad de defensa; mi estudiado Nietzsche decía que ”el arte ayuda a vivir, pues de otro modo la vida se siente desamparada ante los embates de los sentimientos de absurdo” pues bien lo han dicho otros muchos, “sin la justicia y la libertad como presupuestos, la amistad no es posible”. I sin temor agrego, i con la conciencia limpia i la pasión por una ética que trasciende a los tiempos de la vida humana, el cerebro filosófico se contentará con el destino. La vida, -lo he dicho otras veces en mis escalios- simplemente pasa…
robertojjm@hotmail.com