Carlos Aznárez
Director de “Resumen Latinoamericano”
-desde Caracas-
Habían preparado todo para definir exitosamente su odio por el pueblo pobre venezolano. No les faltaba nada: tenían una multitud que iba a marchar para “tomar” Caracas con sus ropas de marca, su histeria y revanchismo innatos a quienes no pueden soportar ni se acostumbran a la idea –y lo peor es que quizás no lo hagan nunca- de que los “indios pata en suelo”, como ellos denominan a los chavistas gobiernen contra viento y marea. Tenían también, como el primer día desde que se hizo cargo el gobierno popular, el apoyo criminal –es la única forma de describirlo- de los medios de comunicación. No debe de haber un lugar en el mundo –y eso que hay muchos similares- que supere la insidia, la pusilanimidad y la mentira que derrochan los medios venezolanos contra el proceso revolucionario. Y no sólo los dueños de las empresas de “comunicación” sino gran parte de sus “periodistas” que se han convertido, sin que nadie les obligue, en primeras espadas de una guerra que aunque no lo reconozcan, van a perder.
Tenían, el apoyo de algunos militares golpistas sempiternos –Rosendo, Guevara y otros- que ya lo habían intentado el 11 de abril y luego, como la “justicia” venezolana les otorgó inmunidad, siguieron dándole al clavo. Pero a éstos, que se prestaron a contar a los medios todo su odio de clase contra los del bravo pueblo, se sumarían otros –la gran carta de los conspiradores de estos días- como el ahora renunciado y detenido Jefe del Estado Mayor Conjunto, Alvaro Fossa y “cientos” –así decían los jerarcas de la Coordinadora Democrática golpista- de milicos que se alzarían contra el poder constituido y siete veces reafirmado en las urnas que a estos “demócratas” tanto les gusta invocar.
Y obviamente también sumaban en sus alforjas, a esos organismos sindicales corruptos e hijos dilectos del puntofijismo de cuatro décadas: los empresarios oligarcas de Fedecámaras y los burócratas gremiales de la CTV, encabezados por Carlos Fernández y Carlos Ortega.
Sobre todos ellos, sobrevolaban, como siempre, los intereses internacionales: los de los belicistas yanquis y su embajada de turno, que quieren –no lo olvidemos-, voltear este proceso para poner sus pies en una región que es estratégica para sus intereses de futuro, y ciertas multinacionales y gobiernos europeos –como ya lo hizo el español de Aznar, el pasado 11 de abril- que alimentan y alientan las expectativas golpistas.
Con todo ese bagaje y una campaña de TV, radio y prensa en cadena –porque sólo el solitario Canal 8 de Venezolana de Televisión, se salva de la chamusquina- la jugada estaba a pedir de boca.
Los militares golpistas promoverían –como hicieron Rosendo y sus colegas- autodetenciones, contando con el apoyo de varios de sus esbirros que simularon ser agentes de la Disip. Total, los medios en su conjunto cubrirían –como hicieron- sus gestos y voces clamando al cielo por “tanto atropello a los derechos humanos”. Justamente ellos, que no dudaron en ordenar tirar contra el pueblo desarmado en Puente Llaguno o en secuestrar y asesinar a decenas de humildes pobladores de barrio el 11-A.
Por su parte, la campaña del rumor –elevada a límites inimaginables- provocaría que la población esperara el fatídico día 10 de octubre con la “seguridad” de que Chávez “ya está fuera de juego”. Se llegó incluso a que en empresas privadas se aconsejaba a sus empleados a comprar alimentos y otras vituallas para por lo menos quince días, “por lo que pudiera ocurrir”. A estas consignas repartidas por “radio bemba” se agregarían movimientos –finalmente muy minoritarios pero ciertos- en algunos cuarteles de la Guardia Nacional y la Armada, expresiones verbales de algunos militares en actividad –pocos y sin mando de tropa- y el conflicto que desde hace días se vive en la Policía Metropolitana, donde un grupo de agentes se hartaron y se rebelaron contra el alcalde fascista Alfredo Peña y su adláter Bratton, enviado por el FBI norteamericano para militarizar, aún más, al cuerpo.
El “día D”, como era de esperar, la Coordinadora golpista sacó mucha gente a la calle. Gente ostensiblemente “blanca” –aquí la batalla también es de colores- , imbuidos de un “patriotismo” de escaparate en el que llegaron a mezclar –como el 11-A la tricolor bandera de la independencia con la de la barra y estrellas gringa, que es a la que en realidad aspiran a hacer flamear en sus mansiones en el Este y sus casas de veraneo en la playa o en Miami.
¿Cuántos marcharon? ¿Trescientos, quinientos o seiscientos mil? Nunca un millón como ellos afirman, pero no importa, eran muchos y eso nadie lo discute, como tampoco negamos que en Chile hay muchísimos pinochetistas después de todo lo que allí ocurrió. Lo real es que en esta guerra de clases, de ricos que no quieren ceder ni un céntimo más de lo mucho que han robado gracias a la explotación a los de abajo, se han encontrado en frente y con ganas de no volver al pasado puntofijista a una enorme multitud dispuesta a defender a su Revolución y el liderazgo que la conduce.
Los golpistas, azuzados por sus jerarcas, iban convencidos de que ese mismo día se acabaría todo, que Chávez caería y que seguramente se “iría pa´Cuba”, como gritaban histéricamente, que ellos volverían a apoderarse de la totalidad del país y por supuesto, en su revancha gorila, arrollarían todo lo que de chavista y puro pueblo encontraran a su paso.
Sin embargo, y aquí se volvió a repetir el error en que cayeron –por abuso de impunidad y petulancia- el 11-A. No contaron con el pueblo en armas –esas Fuerzas militares revolucionarias surgidas de los subsuelos pobres de esta Nación- ni con el poder popular organizado en los barrios. Ya Chávez se los había advertido el día anterior, hablando ante los reservistas, “nos pondremos las botas de campaña” y “si vienen, nos encontrarán”.
Vinieron. Pero descubiertos en sus maniobras arteras, gracias a operativos de inteligencia militar del gobierno chavista, fueron obligados a mostrar el juego. El jefe del Estado Mayor Conjunto, solo en sus planteos golpistas, debió saltar y como suele ocurrir entre militares que no son de los que tanto hablaba Bolivar –dignos y corajudos- el resto de su comparsa se quedó sin fuerzas. Por otra parte, el entramado civil, al ver que no contaban con los tanques, los barcos ni los aviones, empezaron a discutir –públicamente ante la multitud que tronaba al cielo pidiendo que “que Chávez se vaya ya”- qué hacer para salvar la ropa. Y allí se vio al “pobre” Ortega, en nombre de una Central sindical ilegítima, convocando a un “paro cívico” para el 21 de octubre, en el que ni el mismo cree, de lo devaluado que está. Y también se pudo ver como los ultras de Primero Justicia, los de Bandera Roja, los paramilitares de Carlos Melo y otros sectores que conforman los “halcones” de la conspiración, gritarles “traidores” a quienes hasta minutos antes eran sus cofrades golpistas.
Ganó otra vez el bravo pueblo de Venezuela. No importa los que diga la prensa local y la internacional –sea yanqui o española, para citar las más beligerantes-. No importa lo que se imaginen muchos de los que marcharon desde el Este a “copar” Caracas. Ganó el bravo pueblo. Y por eso, apenas concluída la farsa golpista, muchos bajaron desde el Cerro Avila –en cuyos barrios, como en Catia o el glorioso “23 de enero” se mantuvieron todo el día, acantonados, expectantes, firmes, preparados para la resistencia- a festejar y a gritarle al mundo que aquí hay Revolución para rato. Por eso, las calles que rodean al Palacio de Miraflores se llenaron en la noche de ese “fatídico” día D en un jolgorio de patria y rebeldía, donde la música llanera, la risa de las muchachas ataviadas con sus boinas rojas de campaña y la fuerza de los jóvenes chavistas confirmaron lo que tanto todos sentimos: “si vienen por otro 11, van a tener su 13”. Y vaya si lo tuvieron.
Gracias Venezuela Bolivariana por seguir dando coraje a la rebeldía de Latinoamérica y el Tercer Mundo, en horas de emergencia antiimperialista.