"¡Viva la ética en los negocios!" "¡Viva la empresa moral!". Estas consignas escuchadas en el Foro Económico de Davos expresan un deseo: que el capitalismo se recupere sobre bases saneadas. Va a ser duro. Porque en el momento mismo en que se manifestaba ese deseo, estallaba en toda su magnitud el caso Parmalat. Calificado como el escándalo financiero más grande de Europa desde 1945, permite presagiar ondas de choque parecidas a las ruinosas consecuencias que provocó en diciembre de 2001 la quiebra fraudulenta del intermediario en energía Enron (1).
Parmalat era el ejemplo del éxito impulsado por la dinámica de la mundialización liberal. Pequeña empresa familiar de distribución de leche pasteurizada instalada en los alrededores de Parma en la década de 1960, se desarrolló gracias a la habilidad de su fundador, Calisto Tanzi, y a las generosas subvenciones de la Unión Europea. A partir de 1974 Parmalat se internacionaliza y se instala en Brasil, después en Venezuela y Ecuador. Multiplicó las filiales y creó empresas relevo en territorios que ofrecían facilidades fiscales (la isla de Man, Holanda, Luxemburgo, Austria, Malta), y después en paraísos fiscales (las islas Caimán, las islas Vírgenes británicas, las Antillas holandesas). En 1990 entraba en la Bolsa afirmándose como el séptimo grupo privado de Italia y ocupando el primer puesto mundial en el mercado de leche de larga duración. Este coloso empresarial empleaba a unos 37.000 asalariados en más de 30 países y su cifra de negocios alcanzaba en 2002, 7.600 millones de euros, una suma superior al Producto Interior Bruto de Estados como Paraguay, Bolivia, Angola o Senegal.
Este éxito extraordinario le valió a su patrón Tanzi ser considerado como uno de los personajes del establishment italiano, miembro de la dirección de la Cofindustria, la organización de los empresarios italianos. Y significó que las acciones Parmalat fueran uno de los valores seguros de la Bolsa de Milán.
Hasta el 11 de noviembre de 2003. Ese día, los comisarios de cuentas manifestaron dudas sobre una inversión de 500 millones de euros realizada sobre el fondo Epicurum con sede en las islas Caimán. De inmediato, la agencia Standard & Poors reduce la calificación de los títulos Parmalat. Las acciones caen. Al mismo tiempo, la Comisión de operaciones de la Bolsa exige aclaraciones sobre el modo en que el grupo tiene previsto devolver deudas cuyo plazo vence a finales de 2003. La inquietud se apodera de los acreedores y de los accionistas. Con el objetivo de infundir tranquilidad, la dirección de Parmalat anuncia entonces la existencia de una reserva de 3.950 millones de euros depositados en una agencia de la Bank of America en las islas Caimán. Y presenta un documento verificado por ese banco estadounidense que atestigua la realidad de títulos y liquideces por la suma indicada. La dirección se juega el todo por el todo.
Si todos se tranquilizan, las acciones volverán a subir y los negocios se reanudarán; si persiste la desconfianza, hay amenaza de derrumbe.
En ese momento decisivo, en que cree librarse de la quema, el grupo recibe la estocada fatal. El 19 de diciembre, el Bank of America afirma que el documento que exhibe Parmalat para probar la existencia de los 3.950 millones de euros es un documento falso. Tiene un membrete parecido, groseramente falsificado en el escáner. Las acciones se hunden. En cuestión de días no valen casi nada. Más de 115.000 inversores y pequeños ahorradores se ven estafados, algunos arruinados. Empieza el escándalo. No tardará en saberse que el endeudamiento de Parmalat se eleva a 11 mil millones de euros. Y que desde hace años ha sido disimulado a conciencia, por medio de un sistema fraudulento basado en malversaciones contables, falsos balances, documentos trucados, beneficios ficticios y pirámides complejas de sociedades offshore ensambladas unas con otras de modo tal que el rastreo de dinero y el análisis de las cuentas se vuelve imposible. Dada su duración, el fraude era imposible de detectar, hasta el punto de que la víspera del escándalo la Deutsche Bank por ejemplo había adquirido el 5,1% del capital de Parmalat, y los analistas recomendaban con énfasis la compra de títulos del grupo. Auditorías como Grant Thornton y Deloitte &Touche, y grandes bancos como Citigroup, son acusados de complicidad, y una vez más se señala el carácter perjudicial de los paraísos fiscales (2). El caso cobra escala planetaria.
Después de la quiebra de Enron, los partidarios de la mundialización liberal afirmaban que se habían terminado los patrones delincuentes y las empresas canallas. Y que este caso había resultado benéfico a fin de cuentas, dado que habría permitidoque el sistema se corrigiera. El escándalo Parmalat desmiente esa conclusión.
NOTAS:
(1) Resultado de manipulaciones contables, la quiebra de Enron implicó el despido de 5.600 personas e hizo evaporarse 68 mil millones de dólares de capitalización.
(2) Leer en ese sentido Pierre Bauchet, Concentration des multinationales et mutation de l´État, CNRS éditions, Paris, 2003.