A menos de un mes para la realización del referendo para determinar si se aprueba o no la propuesta de enmienda constitucional, están ocurriendo hechos que de ninguna manera ayudan a resolver democráticamente la diatriba entre quienes respaldan y quienes adversan esta iniciativa.
En màs de una ocasión he alertado sobre el peligro de volver a agendas políticas que tengan en la confrontación física y violenta un peligroso combustible difícil de controlar, sobre todo cuando se le deja ir demasiado lejos. Creo que la absoluta mayoría de los venezolanos y las venezolanas condenan cualquier intento de justificar la violencia contra bienes o personas, sea en nombre de objetivos revolucionarios, contrarrevolucionarios o de cualquier otra denominación.
Quien le pega candela al cerro El Avila , al carro del presidente de la FCU de la UCV, o quien lanza bombas lacrimógenas contra la sede de la Nunciatura Apostòlica responden a objetivos que van dirigidos a enrarecer el clima político del país, y a sustituir el casi inexistente debate de las ideas por la ley de la selva. Y cuidado si no responden a las mismas motivaciones y a un mismo patrón.
En lo que respecta a los sectores que se reivindican como seguidores del presidente Hugo Chávez , dudo que acciones como la toma de jefaturas civiles, la agresión física a quienes pertenezcan a la oposición y se atrevan a poner una ofrenda floral o siquiera un pie en la Plaza Bolívar de Caracas ayuden a que se sumen voluntades a favor de una propuesta de enmienda que aún genera dudas y resistencias en importantes núcleos del pueblo chavista. Lo mismo pienso con respecto a las “visitas” a Globovisión, un canal con una línea política que he enfrentado sin medias tintas. Me atrevería incluso a afirmar que Alberto Federico Ravell goza un puyero y se frota las manos cada vez que le lanzan una lacrimógena o le pintan las paredes de esa planta. Y lo mismo digo si, como parece, las recientes acciones en la sede de la Alcaldía Mayor tienen la misma autoría intelectual.
Pero la misma consideración vale para quienes azuzan desde fuera o desde dentro del movimiento estudiantil para que se realicen manifestaciones que deriven en violencia, como aconteció en la Universidad Metropolitana, cuando unos cuantos piromaniacos le prendieron fuego a una falda del cerro El Avila. Aliñar el actual momento político con estos ingredientes es favorecer un escenario que puede retrotraernos a los peores tiempos que ya vivimos entre 2002 y 2004. Y dudo de que la mayoría de nuestra población quiera repetir esa película. No me gustan las agendas ocultas, vengan de donde vengan, y muchos menos que alguien pretenda imponerlas por la vía de los hechos. Por eso no establezco diferencias entre quienes planifican la colocación de un niple o el lanzamiento de una bomba lacrimógena, independientemente de la causa que abracen. En el fondo responden a lo mismo y reflejan, digan lo que digan, un profundo desprecio por las mayorías.
Tampoco creo que el anuncio presidencial de “echarle gas del bueno” a las manifestaciones estudiantiles contribuya a transitar por buen camino hacia el referendo. Fui dirigente estudiantil y no recuerdo que un anuncio de esa naturaleza haya disuadido al movimiento, compuesto y dirigido en ese entonces por muchos compañeros que incluso hoy ocupan cargos gubernamentales. Cualquier “exceso” de “gas del bueno” o una bala perdida, o un tornillo camuflado entre los perdigones, puede llevar al país a un atajo de imprevisibles consecuencias.
Me da escalofrío pensar en cómo pueden interpretar esas palabras del Jefe del Estado los encargados de los pelotones de la PM o de la Guardia Nacional. Siendo el actual ministro de Interior y Justicia un ex dirigente universitario, me extraña que en lugar de establecer un compás de diálogo se apele a un anuncio represivo que seguramente ya estará siendo celebrado por los cabeza calientes de lado y lado.