La casa, situada en un
conocido pueblito, productor de las tradicionales y crujientes panelas
de San Joaquín.
La casa, que alberga
en su patio aquel árbol de raíz profunda, que en una noche de luna
llena plantaron las callosas manos de un joven soldado, que no
conforme con solo abrazar una tierra que le vio nacer, raudo empuñó
su espada, para darse así mismo y a su pueblo, una patria con rango
de nación libre y soberana.
La casa, que un día en la acera del frente, alguien se detuvo y arropado de nostalgia se preguntaba una y otra vez; que razones tan poderosas le motivaron al guerrero de América, a no regresar al punto de partida que modificó la historia, reacia a los cambios que las corrientes del tiempo decretan.
La casa, humilde vivienda
de fachada proletaria, refugio donde el padre amoroso arrullaba en su
regazo a sus retoños, frutos de un amor inolvidable, que como tatuaje
imborrable llevará por siempre en su curtida piel.
La casa, cómplice y
templo de meditación, barril de blanca madera, de añejar las ideas
que dieron forma al proyecto más hermoso, airoso e insurrecto, que
mortal alguno haya ejecutado.
La casa, envuelta del
mágico manto, agradecida bendijo al hijo ausente, que junto al inseparable
Sancho Panza que es su pujante voluntad, victoriosos venían de una
batalla a la cual de nuevo deben regresar a concluir, por que a medias,
aún está.
Gracias Señor Presidente
y Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, por volver a la casa de la
Dulcinea del Toboso y cual Quijote de la Mancha embestir con bravía
fuerza a los molinos de vientos, que parecieran querer asolar
y decrecer los grandes sueños, que afloran en el pensamiento patrio
del caminante eterno.
¡Gracias Señor Presidente…! El que pensativo se detuvo, hoy feliz podrá continuar su camino.
Julio.cesar.carrillo@hotmail.com