La energía es tan fundamental para la supervivencia de la civilización contemporánea, globalizada a través del sistema capitalista, como lo fueron el oro y las piedras preciosas para el sistema mercantilista feudal.
Muchas son las fuentes energéticas de que se valen las naciones para satisfacer sus necesidades de subsistencia; pero entre ellas, es sin duda el petróleo la más importante de todas y, de acuerdo con todos los pronósticos, seguirá siéndolo por lo menos durante los próximos 50 años, cuando quizás la energía proveniente de la fusión nuclear, que es energía nuclear limpia, sea factiblemente explotable.
Y así como en la edad moderna renacentista, la geopolítica mundial giraba en torno al dominio de los territorios con mayores “riquezas probadas”, en la edad contemporánea post-industrial, la geopolítica mundial gira en torno al control (dominación indirecta) de los territorios con mayores “reservas probadas” de petróleo. Incluso, en algunos casos, como en el Medio Oriente y el Asia Central, ese control ha tenido episodios de dominación mediante intervención militar directa (Guerra del Golfo, Invasión a Afganistán).
De acuerdo con análisis futuristas adelantados por el Banco Mundial, así como el petróleo fue la causa principal de la mayoría de las guerras ocurridas en el siglo XX, será el agua dulce la principal causa de dichas guerras abiertas o encubiertas, militares o económicas, durante el siglo XXI (Banco Mundial, 1995).
Naturalmente, los hilos y entretelones de la compleja geopolítica energética mundial, específicamente petrolera, se tejen y desenvuelven entre las grandes potencias o bloques mundiales: Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, China, Japón, entre otros.
No obstante, y muy especialmente a raíz del triunfo de Estados Unidos en la Guerra Fría, la unipolaridad mundial hace que sea justamente esa única nación la que aparenta ejercer una mayor determinación sobre los acontecimientos mundiales en torno a las fuentes de energía y su aprovechamiento.
Geopolíticamente hablando, pareciera que los Estados Unidos tienen tres metas básicas: a) sostener el dólar como moneda fuerte y simultáneamente mantener la competitividad de sus exportaciones, b) asegurarse el suministro adecuado de energía, al menor costo posible, y c) garantizar la seguridad nacional, a través de la supremacía naval.
Posiblemente para procurar el logro de esas tres metas esenciales, los Estados Unidos han utilizado discrecionalmente su poder comercial (suministro y adquisición de bienes y servicios), su poder militar (fuerza bélica), su poder financiero (capital) y su poder mediático (información en medios de comunicación social tradicionales y telemáticos), con una mezcla sui generis de cada uno de ellos en cada caso particular y según las circunstancias.
Para sostener el dólar como moneda fuerte y simultáneamente mantener la competitividad de sus exportaciones, los Estados Unidos, frente a la Unión Europea, sube sus tipos de interés a fin de apreciar el dólar con respecto al euro y, paralelamente, promueve la escalada de los precios petroleros que afecta mucho más a la competitividad de las exportaciones europeas que a las norteamericanas, gracias al menor costo de mano de obra en sus estructuras de producción (Arriola, 2000).
La manera como Estados Unidos promueven el alza de los precios del petróleo como estrategia geopolítica, se evidencia según Arriola (2000), en las temporadas en las que no ejerce presión alguna sobre Arabia Saudita o los restantes países de la OPEP para forzar los precios a la baja, y además en la configuración de escenarios bélicos ampliamente promocionados a nivel mundial, como la amenaza de atacar a Irak, y quizás también en forma solapada al fomentar inestabilidades en países petroleros de importancia mundial, como muchos analistas afirman que ha sido el caso con Venezuela en los últimos tiempos. Al respecto, por ejemplo, cabe citar a Fazio (2002):
Venezuela es una pieza clave de la petropolítica global del gobierno de George W. Bush. El golpe de Estado del 11 de abril estuvo monitoreado por intereses petroleros. Uno de los objetivos de la conspiración era privatizar Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA) en beneficio de una sociedad estadounidense vinculada al clan Bush y a la compañía española Repsol, vender la filial estadounidense de PDVSA, Citgo International, al magnate Gustavo Cisneros y sus socios en Estados Unidos, y suprimir la reserva del Estado venezolano sobre los recursos del subsuelo para entregárselos al capital trasnacional (p. 1).
Para garantizar la seguridad nacional, a través de la supremacía naval, tesis geopolítica clásica que sigue estando vigente en el pensamiento y la acción política, militar y económica del coloso del norte, los Estados Unidos han magistralmente distraído la atención del gasto militar de las restantes potencias, como Rusia y China, hacia conflictos bélicos territoriales geográficamente cercanos a dichas naciones (Benjamín, 2001).
Tal fue el caso de la invasión soviética a Afganistán, que desvió el armamentismo soviético hacia tierra, lo que le trajo como consecuencia ser derrotado en la Guerra Fría. También es el caso, en opinión de diversos analistas, con los ataques contra Afganistán y las tensiones que siembra Estados Unidos entre los países del Asia Central (ex repúblicas soviéticas), India, Pakistán, China, etc.
De esta manera, impide que potencias como China destinen su gasto militar hacia el mar y, por otra parte, evita que ni Rusia, ni China ni ninguna otra potencia rival ejerzan control sobre el segundo mayor reservorio de petróleo explotable del mundo, que se ubica justamente en el Asia Central. “Asia Central es la segunda cuenca petrolera más grande del mundo que tiene cerca de 200 mil millones de barriles de reservas de petróleo, después del Golfo Pérsico que cuenta con 660 mil millones de barriles” (Castro, 2002, p. 2).
Hablando de petróleo, para asegurarse el suministro adecuado de energía, al menor costo posible, que pareciera ser también una meta esencial de los Estados Unidos para garantizar su supervivencia, dicha nación aparentemente (Arriola, 2000; Benjamín, 2001; Fazio, 2002): a) presiona a diversos países para que adopten políticas de apertura petrolera, b) estimula la inversión de capitales de corporaciones petroleras norteamericanas o británicas en las industrias petroleras de países estratégicos desde el punto de vista energético, c) penetra de diversas maneras y ejerce control a nivel de toma de decisiones (gerencial) en las industrias petroleras de países estratégicos, d) mantiene reservas estratégicas de petróleo, e) fomenta e interviene de diversas formas en conflictos internos de países petroleros, f) presiona a la OPEP para que baje los precios, g) adopta medidas de racionamiento de combustible.
Llevando el análisis geopolítico al extremo, no resulta incluso temerario suponer que la negativa de Estados Unidos de instrumentar las medidas de reducción de emanaciones recomendadas en las Cumbres de La Tierra en pro del medio ambiente, podría quizás obedecer al hecho de que el calentamiento global afecta más que todo a las naciones en vías de desarrollo, a los países nórdicos europeos y a las naciones del Asia Central y Oriental; mientras que el clima en los Estados Unidos se haría más caliente y, por lo tanto, ese país necesitaría consumir menos energía durante sus inviernos, factor éste de vulnerabilidad en la seguridad y defensa del coloso americano.
Al respecto, cabe citar al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (1997), en un análisis sobre los impactos del cambio climático por regiones, el cual afirma para el caso de América del Norte lo siguiente:
Otros sectores y subregiones podrían también beneficiarse de las oportunidades creadas por el aumento de temperatura y, potencialmente, de la fertilización por CO2, y en particular: los bosques de coníferas de la costa oeste; algunos pastizales de la parte occidental; un menor costo de la energía en calefacción en las latitudes septentrionales; un menor costo en sal contra la nieve y en trabajos de quitanieves; una mayor duración de la estación sin hielos en aguas de los canales y puertos septentrionales; y la agricultura en las latitudes norte, en el interior del oeste y en la costa oeste (p. 23).
Resultaría bajo esta lógica también comprensible por qué los Estados Unidos en realidad no toman ninguna acción concreta efectiva en pro de la disminución de la pobreza en los países en vías de desarrollo, dado que ello implicaría necesariamente fomentar el aparato productivo de esas naciones y, consecuentemente, el consumo energético de las mismas, consumo éste que a la final se traduce en menor cantidad de reservas probadas de hidrocarburos aprovechables directamente por los Estados Unidos, lo cual se desprende de hechos como los expuestos por Klare (2000):
Se espera que el consumo en EEUU crezca otros 5 millones de barriles por día en los próximos veinte años, y más de la mitad de ese petróleo tendrá que venir de fuentes extranjeras. Esas cantidades podrían ser fácilmente proporcionadas por los países del Golfo Pérsico, sobre todo por los gigantes petrolíferos como Irán, Irak y Arabia Saudita. Sin embargo, los estrategas norteamericanos son reticentes a que crezca la dependencia de EEUU de la región inestable (y siempre tensa) de Oriente Medio - y entonces, busca vendedores más accesibles. Y Colombia y Venezuela entran en ese marco.
Las necesidades de consumo energético de los Estados Unidos y del mundo desarrollado en general crecen sostenidamente, mientras que las reservas de petróleo probadas crecen a un ritmo menor. En tal sentido, es obvio que la demanda supera a la oferta, sobre todo en una perspectiva de largo plazo. Se trata de un hecho muy simple: en un mundo de recursos limitados el crecimiento del consumo no puede ser ilimitado a menos que sólo una parte de la población consuma esos recursos. O, en otras palabras, los recursos no alcanzan para todos. Así lo señala lúcidamente Heinke (1999):
Las tres cuartas partes de la población mundial que ahora residen en las regiones menos desarrolladas aspiran alcanzar el mismo nivel de vida que la cuarta parte que vive en las regiones más desarrolladas, el consumo global de energía y recursos tendría que aumentar aproximadamente diez veces para que eso sucediera. Sin embargo, al considerar las reservas actuales de energía y su valor, es claro que esto es imposible.
Además, un aumento de diez veces en el consumo de energía y recursos podría significar también el mismo incremento en la contaminación, el cual sería difícil o (lo que es más probable) imposible de asimilar por el entorno. En último término, el nivel de vida de los países más ricos tendrá que descender para dar cabida a un aumento en el nivel de vida de los países más pobres. ¿Podrá suceder esto por medios pacíficos? (p. 45).
En tal sentido, no es una especulación que si los países en vías de desarrollo se industrializaran, el nivel de consumo de energía y muy particularmente de petróleo, crecería hasta un punto imposible de satisfacer con los niveles de producción actuales y previsibles en el futuro, por lo cual resulta sencillamente imposible soportar la industrialización del mundo en vías de desarrollo sobre el petróleo. Pero esa es justamente la principal fuente de energía que viablemente puede mantener en funcionamiento el aparato productivo mundial, cuando menos durante los próximos cincuenta años (Heinke, 1999), cuando fuentes como la energía nuclear limpia (por fusión) alcancen su madurez tecnológica y comercial.
Naturalmente, siendo limitado y con una alta tasa de consumo, el petróleo y otras fuentes de energía como el gas y la hidroelectricidad, irán disminuyendo su importancia dentro de la ecuación energética mundial durante la primera mitad del siglo XXI, a la par que fuentes alternativas como el carbón y la energía nuclear irán adquiriendo mayor relevancia. Al respecto, Heinke (1999) expone:
...si el petróleo y el gas van a menguar en importancia como fuentes de energía en el siglo XXI y más allá, ¿cómo será posible satisfacer las demandas de energía de una población mundial todavía en crecimiento? Es claro que, para que se alcancen incrementos importantes en la producción de energía, los recursos deben provenir del carbón y de fuentes nucleares; las renovables, esto es, la energía hidroeléctrica, el petróleo y el gas no convencionales (principalmente de arenas y esquistos), serán importantes también, pero nunca en la misma medida. De forma similar, no se espera que las fuentes potencialmente nuevas, como la fusión termonuclear, por ejemplo, contribuyan en un grado importante a las necesidades energéticas del mundo antes del año 2050 (p. 63).
No obstante, la geopolítica energética mundial en el presente y durante las próximas décadas está signada por el petróleo y, en tal sentido, resulta igualmente comprensible, bajo esta lógica, por qué los Estados Unidos en realidad no toman ninguna acción concreta efectiva en pro de la disminución de la pobreza en los países en vías de desarrollo, dado que ello implicaría necesariamente fomentar el aparato productivo de esas naciones y, consecuentemente, el consumo energético de las mismas, consumo éste que a la final se traduce en menor cantidad de reservas probadas de petróleo aprovechables directamente por los Estados Unidos.
No cabe duda de que importantes acontecimientos mundiales están signados por la geopolítica energética, específicamente petrolera, y en la medida en que las necesidades de consumo de energía aumentan, a la par que el desarrollo de fuentes alternativas de energía se mantiene a un ritmo lento, seguirán muchos de esos acontecimientos siendo signados por la geopolítica energética petrolera, principalmente de los Estados Unidos, primera potencia mundial en la era de la globalización.
“En ese contexto, América Latina, tanto por su cercanía geográfica como por sus reservas energéticas, es una de las regiones del mundo que estará bajo el ojo vigilante de Washington. Actualmente, Venezuela es el tercer proveedor de Estados Unidos, México, el cuarto y Colombia, el séptimo” (La Insignia, 2002, p. 1). "El éxito logrado por Venezuela en volver comercialmente redituables sus depósitos de petróleo pesado sugiere que contribuirá en forma sustancial a la diversidad de la oferta global de energía, y a nuestra propia mezcla de abastecimiento energético a mediano o largo plazo" (Estados Unidos, Plan Nacional de Energía, 17/05/2001, cp. La Insignia, 2002, p. 2).
Siendo, según DOE (2001), un proveedor crucial de petróleo para Estados Unidos y, además, constituyendo bajo el actual gobierno un país que compromete los intereses petroleros norteamericanos en América Latina, sobre todo tomando en cuenta que Venezuela lidera un proceso de cambios sociopolíticos de trascendencia continental, y tomando en cuenta así mismo que entre Venezuela, Colombia y Ecuador existe una cuenca petrolera de grandes proporciones aún no calculada, aparte de las reservas probadas de crudos livianos, pesados y extra-pesados en esta región, es indiscutible que Venezuela está destinada a jugar un rol protagónico en la geopolítica energética petrolera mundial, como de hecho lo ha venido jugando desde hace mucho tiempo, primero con la fundación de la OPEP por iniciativa del venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso, luego con su protagonismo en los shoks petroleros de la década de los 70 y ahora con el relanzamiento de la OPEP promovido por el Presidente Hugo Chávez y el aparente cese del control que sobre la industria petrolera nacional ejercía los Estados Unidos a través de sus cuadros gerenciales (control en la toma de decisiones corporativas).
En este último punto no debe perderse de vista que durante la gestión de Luis Giusti, actual asesor energético para América Latina del Presidente Gorge Bush, se inició un proceso intensivo de descapitalización de PDVSA, con miras a su privatización (al tener menos activos, costaría menos a los inversionistas extranjeros adquirirla), así como un incremento exorbitante de sus costos operativos, lo cual justificaría ante el Poder Legislativo Nacional la necesidad de privatizar la industria por razones de ineficiencia en costos (Fazio, 2002).
La situación energética mundial y específicamente petrolera, se ve determinada principalmente por los niveles de consumo de Estados Unidos, país que por sí solo quema el 25% del petróleo y el gas que se produce a nivel mundial.
Las más sólidas evidencias científicas demuestran que el ritmo de nuevos descubrimientos ya ha superado su punto medio y se encuentra en pleno declive de la curva normal. Por su parte, el mundo está cercano a llegar a consumir la mitad de todo el petróleo que nos legó la naturaleza y, comoquiera que el ritmo de consumo sigue un patrón de aceleración constante debido al crecimiento poblacional y a la voracidad de economías prósperas como la de Estados Unidos, la otra mitad del petróleo que nos queda en el planeta no superará la barrera del siglo XXI, si acaso la del 2050.
Así que es un hecho científico, al margen de cualquier argumentación política o militar, que el petróleo se agota rápidamente. Por otra parte, también es un hecho científico que las fuentes alternativas de energía, como la solar, la eólica, la hidroeléctrica y la vegetal (carbón y madera), no son suficientes, ni de lejos, para compensar la demanda energética mundial, crecientemente voraz. Y, en relación con la energía nuclear, la misma no es viable por los riesgos que entraña, excepto la energía nuclear limpia, obtenida por fusión (en lugar de fisión), cuya viabilidad técnica y comercial sólo podrá obtenerse del 2050 en adelante, según las mejores estimaciones.
De allí que la importancia geopolítica del petróleo y el gas se hará sentir con creciente peso a lo largo de los próximos cincuenta años, momento a partir del cual los combustibles fósiles serán historia.
Venezuela ha sabido manejar la creciente importancia del petróleo a través del mantenimiento de una clara política de abastecimiento confiable y seguro a Estados Unidos, e inclusive el mantenimiento de la apertura petrolera a capitales transnacionales, principalmente de origen norteamericano o de países que gozan de su beneplácito.
No obstante, ha sabido también Venezuela apuntalar una política de precios petroleros “justos”, a través de su participación decidida en la escena internacional como miembro relevante de la OPEP.
Pese a lo que pudiera pensarse, Venezuela no ha perdido capacidad significativa de explotación y sus planes de expansión de la misma están abiertos al capital privado nacional e internacional. Así mismo, ha demostrado a Estados Unidos y al mundo que posee suficientes recursos internos como para garantizar el funcionamiento de la industria petrolera incluso frente a las más adversas circunstancias, como las ocurridas durante el paro petrolero de diciembre de 2002 y enero de 2003.
Es claro, entonces, que Venezuela ha optado por una política de equilibrio en relación con los intereses geopolíticos de Estados Unidos en nuestro petróleo y nuestro gas. Por una parte, se mantiene como el mayor suplidor, confiable y seguro, de hidrocarburos hacia Estados Unidos en el hemisferio occidental; al igual que respeta a los capitales transnacionales invertidos en el país y continúa permitiendo su entrada, incluso a un ritmo mayor que antes del gobierno del Presidente Hugo Chávez. Pero, por otra parte, ejerce un rol de decidido liderazgo en la OPEP, incorporando incluso a productores No OPEP, como México, a pactos de cuotas de producción para regular los precios del mercado.
Durante cuatro años consecutivos los precios del petróleo se han mantenido por encima de la barrera de los 20 US$ por barril, lo cual constituye un hito en las últimas décadas, ya que los booms petroleros de la década de los años 70 determinaron aumentos exorbitantes de los precios, pero por sólo dos o tres años, antes de que volviesen a estabilizarse y bajar.
El hecho de que en otras partes del mundo se hagan nuevos descubrimientos, que entren nuevos actores como Rusia, o que Arabia Saudita busque contrarrestar la tendencia hacia la búsqueda de energías alternativas al petróleo mediante una política de precios moderados, no es suficiente contrapeso para el más contundente hecho científico de que todo el petróleo del mundo, incluyendo el de Arabia Saudita y el de todos los demás países OPEP y No OPEP del planeta, sólo alcanza para el 2050, y eso suponiendo que el ritmo de consumo se mantenga a los niveles actuales, lo cual es poco probable dado que la población se expande a ritmo acelerado y las economías voraces del hemisferio norte también. Además, hay que tomar en cuenta el detalle poco conocido, pero bien documentado, de que las reservas probadas en determinadas regiones del planeta están sobreestimadas.
Esto determina una sola conclusión para Venezuela: el petróleo es y lo será cada vez más, un negocio muy rentable, donde la demanda será creciente a lo largo de los próximos cincuenta años, a la par que la oferta será decreciente, sencillamente porque se trata de un recurso natural no renovable que se agota.
Ante esta realidad, es claro que la política más acertada para el país, y para cualquier país petrolero, es la de precios altos y control de la producción, dado que una política de precios bajos y aumento de la producción constituye un despilfarro de nuestra riqueza potencial, es regalar nuestro petróleo a precio de gallina flaca. Si los precios del petróleo suben, ni Estados Unidos ni Europa ni Japón tienen la tecnología ni los recursos para sustituirlo como fuente de energía primaria, cuando menos a lo largo de los próximos cincuenta años, momento a partir del cual ya ni siquiera importará porque probablemente ya no tendremos más petróleo en nuestro subsuelo.
Así que la estrategia geopolítica para Venezuela es muy simple: continuar abasteciendo de petróleo a Estados Unidos, todo lo que pida, y también de gas; pero, simultáneamente, obtener por nuestro petróleo el mayor precio posible, dentro de las bandas fijadas por la OPEP. Que de la riqueza mundial, nos toque la parte que nos corresponde como suministradores de la energía que alimenta el desarrollo económico mundial. No regalar nuestra principal riqueza potencial, sino explotarla y aprovecharla al máximo.
Venezuela es país petrolero. Esta frase ha sido tantas veces proferida que hemos dejado de saber cuál es su verdadero significado. No obstante, la crisis de diciembre de 2002 y enero de 2003 ha servido para constatar, contundentemente, que Venezuela vive del petróleo, que su economía toda gira en torno al petróleo, que el petróleo es nuestra sangre y nuestro aliento y, frente a la globalización, nuestra única esperanza de obtener el financiamiento para el desarrollo sustentable de nuestra sociedad.
Si lograremos finalmente “sembrarlo”, es harina de otro costal. Lo importante de resaltar es que el principal negocio de Venezuela es el petróleo y lo será cada vez más por la sencilla razón de que se agota y la demanda mundial hacia el mismo crece con voracidad desesperada. Tanta es la desesperación de nuestros clientes por el petróleo, que son incluso capaces de hacer la guerra a otros países con tal de asegurarse un suministro confiable de este recurso energético para las próximas décadas.
Venezuela no puede igualarse a Estados Unidos. El Neoimperio muncial del siglo XXI tiene que estar contento con Venezuela como suplidor confiable de petróleo, incluso pese al disgusto que pueda causarle el tener que pagar precios altos por el mismo. Después de todo, bussiness is bussiness.
Referencias Bibliograficas y Documentales
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La Insignia (2002). El petróleo venezolano, clave en la geopolítica de Estados Unidos. México: Ciberoamérica. 15/04/2002.