Extraño dictador este Hugo Chávez. Masoquista y suicida: creó una Constitución que permite que el pueblo lo eche, y se arriesgó a que eso ocurriera en un referéndum revocatorio que Venezuela ha realizado por primera vez en la historia universal.
No hubo castigo. Y esta resultó ser la octava elección que Chávez ha ganado en cinco años, con una transparencia que ya hubiera querido Bush para un día de fiesta.
Obediente a su propia Constitución, Chávez aceptó el referéndum, promovido por la oposición, y puso su cargo a disposición de la gente: “Decidan ustedes”.
Hasta ahora, los presidentes interrumpían su gestión solamente por defunción, cuartelazo, pueblada o decisión parlamentaria. El referéndum ha inaugurado una forma inédita de democracia directa. Un acontecimiento extraordinario:
¿Cuántos presidentes, de cualquier país del mundo, se animarían a hacerlo?
¿Y cuántos seguirían siendo presidentes después de hacerlo?
Este tirano inventado por los grandes medios de comunicación, este temible demonio, acaba de dar una tremenda inyección de vitaminas a la democracia, que en América Latina, y no sólo en América Latina, anda enclenque y precisada de energía.
Un mes antes, Carlos Andrés Pérez, angelito de Dios, demócrata adorado por los grandes medios de comunicación, anunció un golpe de Estado a los cuatro vientos. Lisa y llanamente afirmó que “la vía violenta” era la única posible en Venezuela, y despreció el referéndum “porque no forma parte de la idiosincrasia latinoamericana”. La idiosincrasia latinoamericana, o sea, nuestra preciosa herencia: el pueblo sordomudo.
Hasta hace pocos años, los venezolanos se iban a la playa cuando había elecciones. El voto no era, ni es, obligatorio. Pero el país ha pasado de la apatía total al total entusiasmo. El torrente de electores, colas enormes esperando al sol, a pie firme, durante horas y horas, desbordó todas las estructuras previstas para la votación. El aluvión democrático hizo también dificultosa la aplicación de la prevista tecnología último modelo para evitar los fraudes, en este país donde los muertos tienen la mala costumbre de votar y donde algunos vivos votan varias veces en cada elección, quizá por culpa del mal de Parkinson.
“¡Aquí no hay libertad de expresión!”, claman con absoluta libertad de expresión las pantallas de televisión, las ondas de las radios y las páginas de los diarios.
Chávez no ha cerrado ni una sola de las bocas que cotidianamente escupen insultos y mentiras. Impunemente ocurre la guerra química destinada a envenenar a la opinión pública. El único canal de televisión clausurado en Venezuela, el canal 8, no fue víctima de Chávez sino de quienes usurparon su presidencia, por un par de días, en el fugaz golpe de Estado de abril del año 2002.
Y cuando Chávez volvió de la prisión, y recuperó la presidencia en andas de una inmensa multitud, los grandes medios venezolanos no se enteraron de la novedad. La televisión privada estuvo todo el día pasando películas de Tom y Jerry.
Esa televisión ejemplar mereció el premio que el rey de España otorga al mejor periodismo. El rey recompensó una filmación de esos días turbulentos de abril. La filmación era una estafa. Mostraba a los salvajes chavistas disparando contra una inocente manifestación de opositores desarmados. La manifestación no existía, según se ha demostrado con pruebas irrefutables, pero se ve que este detalle no tenía importancia, porque el premio no fue retirado.
Hasta ayercito nomás, en la Venezuela saudí, paraíso petrolero, el censo reconocía oficialmente un millón y medio de analfabetos, y había cinco millones de venezolanos indocumentados y sin derechos cívicos.
Esos y otros muchos invisibles no están dispuestos a regresar a Nadalandia, que es el país donde habitan los nadies. Ellos han conquistado su país, que tan ajeno era: este referéndum ha probado, una vez más, que allí se quedan.