Un vacío debajo del fantasma
Cuando los cansados observadores internacionales verificamos desde Filas de Mariche, en Caracas, la madrugada del sábado 21 de agosto que el resultado de las 150 urnas auditadas confirmaba los resultados proclamados por el Consejo Nacional Electoral la noche de las elecciones, ya se había hecho cansino el soniquete ruidoso, monótono y vacío que agitaba la dirigencia opositora, desbocada hacia una estrategia antisistema que desconocía la victoria del oficialismo en una suicida huida hacia delante.
Junto a la Coordinadora Democrática, y pese a la inexistencia de pruebas contrastables, los medios de comunicación privados siguieron haciendo llamados crispados a no aceptar el resultado del referéndum, a tomar la calle por la fuerza, a conseguir por vías violentas la salida del Presidente Chávez del Gobierno. Desmontadas una a una las denuncias de fraude, volvían a la carga con otras similares en una espiral interminable. Desde Miami, el ex presidente Carlos Andrés Pérez pedía una intervención armada y, una vez más, la Plaza Francia de Altamira de Caracas se convirtió en bastión de la oposición al chavismo, tomada por unos centenares de vecinos convencidos de que les habían robado las elecciones porque no podían entender que hay otra Venezuela que no se refleja en ellos. La oposición exigió una última auditoria para terminar no acudiendo a ella. El Centro Carter, héroe durante la recogida de firmas para el revocatorio, cuando demostró su comprensión ante las irregularidades cometidas por los opositores, se transformaba ahora en el villano de una película de buenos y malos sin personajes consistentes. Desde la vocería de la oposición, no dejaba de chirriar que se pasara del amor al odio tan deprisa. Demasiadas opiniones incompatibles en tan poco tiempo. Y al final, como suele ocurrir cuando pretendes ocultar un vacío con una sábana, lo que termina resultando es un fantasma.
El estruendoso ruido de los tambores de guerra mediáticos hacía creer al televidente extranjero que poco más allá de la habitación de su hotel el país ardía en llamas. Pero apenas se registraron casos de violencia durante la jornada electoral. Resultaba sorprendente la calma que, pese a la enorme polarización política y las interminables colas, presidió el día y la noche en la que se mantuvieron abiertos los colegios. Diez millones de venezolanas y venezolanos estaban convocados a votar y lo hicieron en un porcentaje histórico. En la parte oscura, la muerte de Maritza Ron, abatida por balas de tres partidarios del chavismo que concentraron en la Plaza de Altamira todo su odio histórico. También, aunque los medios de comunicación lo silenciaron, cayeron Juan Páez de 20 años y Alfredo Salazar, de 18, muertos por disparos de francotiradores contra caravanas chavistas que celebraban la victoria del No en los barrios pobres de Caricuao y Carapita. Los que mataron a Maritza fueron inmediatamente detenidos después de un gran despliegue informativo. De los asesinos de Juan y Alfredo no hay rastro y ni las televisiones ni los periódicos han puesto interés en esclarecer los hechos. Para los medios venezolanos, sólo las clases acomodadas ameritan una portada.
Algunos observadores coincidimos con Maritza en el avión que nos llevaba desde Madrid a Caracas. Volaba convencida del triunfo del sí. "Por fin las aguas van a volver a su cauce en Venezuela", nos dijo, marcada por un fuerte agravio sobre el que no preguntamos. Su opinión era la dominante en el avión que nos llevaba al país caribeño. Ni una sola voz de las muchas consultadas manifestó su intención de votar por el Presidente Chávez. Sin embargo, en Caracas, nos bastó ir un par de estaciones de metro más allá de Capitolio, Bellas Artes o la Hoyada para escuchar y ver una Venezuela tan irreal en su pobreza como viva en sus expectativas, la misma que se bañaría el domingo en una marea de camisetas, gorras y banderas rojas salidas de las colmenas de los cerros y que acompañaron al triunfo del Gobierno. Un júbilo que se reserva en Europa para festejar la victoria del equipo local en los campeonatos deportivos.
Como errados hombres del tiempo empeñados en anunciar inminentes tormentas bajo cielos despejados, la dirigencia opositora y los medios de comunicación privados hacían suya la consigna revolucionaria de comienzos del siglo XX y gritaban fiat justitia pereat mundi, recordando que la weberiana ética de la responsabilidad parece sólo valer cuando se está en el Gobierno. Su certeza, como ya habían demostrado durante el golpe, el paro patronal o la lucha callejera, era que Venezuela podía hundirse si ellos no la gobernaban. Ética de las convicciones que hacían valer los que no tenían nada más que perder que sus cadenas pero que se convierte en dolosa irresponsabilidad en boca de otros que, para su tranquilidad, se saben en apenas un par de horas en los seguros cuarteles de Miami.
Que cualquiera tiempo pasado no fue mejor
Pasadas las cuatro de la madrugada del lunes 16 de agosto, el Presidente Chávez resumió desde el "balcón del pueblo" del Palacio de Miraflores la nueva que la dirigencia opositora aún no ha entendido: "la V República es para siempre". Los miles de personas que escuchaban bajo una recia lluvia a su Presidente se saben portadores de una conciencia ciudadana que nunca antes tuvieron y que, por eso, ahora defienden con pasión revolucionaria. La inclusión de los que nunca fueron admitidos, como ocurrió con la ciudadanía en Europa desde la Revolución Francesa, viene siempre para quedarse mientras exista base social movilizada. ¿Lucha de clases, como insiste la oposición? Los revolucionarios de ayer llevaban la bomba en el morral y el agravio en el pecho. Hoy, en Venezuela, los nuevos revolucionarios, en su mayoría del color de la tierra, llevan en sus bolsillos de pobres una Constitución que blanden a cada momento con firmeza. Un texto mágico para conjurar la rueda del tiempo de los que imaginan una marcha atrás al paraíso de los privilegios. Convengamos que se puede llamar lucha de clases sólo si también vale el concepto para explicar las condiciones que han hecho invisible a ese 80% de habitantes de América Latina durante siglos.
Con la victoria de Chávez en 1998 emergieron nuevas realidades en Venezuela que nunca habían tenido expresión política. De ahí que hoy malconvivan tres países en el mismo suelo. Uno, el más visible, lo representan los líderes de la oposición, agrandados por los medios de comunicación privados, y que son la gran influencia para los venezolanos que viven en el extranjero; otro país es el del oficialismo, donde la sintonía entre el gobierno, el ejército y la mayoría de la población es enorme, en una amalgama que sorprende a los observadores europeos, especialmente españoles, acostumbrados a un ejército dedicado históricamente a la represión interna. Por último, está la Venezuela de los votantes del Sí en el referéndum, cuatro millones, donde se encuentra una parte sustancial de las clases medias, huérfanos ante una dirigencia que no termina de entender que el pasado no va a regresar nunca. Pero les faltan mimbres ideológicos comunes. El cemento que unía a la variopinta oposición se basaba en el odio visceral a Chávez. Con el enésimo fracaso, la cúpula de la Coordinadora Democrática sabe que su hora ha pasado y no duda en pretender hundir un barco que ya no pueden capitanear.
Resulta difícil explicarse el caudal político dilapidado por la oposición al no aceptar el resultado de las elecciones: tres millones novecientos mil papeletas con el Si, el 41 % de los votantes, respaldaban cualquier oferta política de futuro ¿No era acaso una fuente excepcional para encarar los comicios de noviembre próximo y las presidenciales de 2006? Las mociones de censura, aun cuando se presentan desde posiciones perdedoras, sirven casi siempre para situar al derrotado en posiciones fuertes de salida. Pero la oposición, como le ocurrió a la derecha española cuando llegó la democracia, no parece entenderse a sí misma fuera del poder. El privilegio, cuando se pierde, prima a la indignación antes que a la inteligencia.
Las denuncias de fraude realizadas desde televisiones, radio y periódicos deberán estudiarse en los laboratorios de manipulación mediática. Ninguna denuncia fue presentada ante los organismos correspondientes (su evidente falsedad hubiera hecho incurrir en un delito a los que las presentaban) sino que fueron jaleadas a cinco columnas en los periódicos y presentadas en las televisiones acompañadas de música de fondo de película de terror (a tales niveles grotescos han llegado los medios en Venezuela).
Los observadores escuchamos consternados que habían aparecido papeletas de voto en la calle y que, con toda certeza, procedían de una urna robada. Quedaba así demostrado que la custodia de los votos por el ejército formaba parte del fraude. Mal empezaba el día después. Cuando pudimos ver las papeletas, unas docenas, descubrimos con sorpresa de novatos que no eran sino parte del ejercicio con el que se habían probado previamente las máquinas de voto. En ellas aparecía una pregunta muy comprometida: "¿Cree usted que la cachapa es mejor que la arepa?" Los que gritaron indignados agitando las supuestas papeletas de voto delante de cámaras y reporteros, al igual que los medios que dieron cobertura a esa denuncia deben muchas explicaciones al pueblo venezolano y a la comunidad internacional que los creyó. Explicaciones que nunca llegan a los venezolanos en el extranjero. ¿Seguirán creyendo que aquellas papeletas procedían de una urna robada?
Algo similar ocurrió con quienes decían que habían votado Si mientras que la papeleta emitida por la máquina habría registrado No. Fueron paseados por emisoras y cadenas anunciando el fraude, para después, delante de las autoridades del CNE reconocer que, o bien se habían equivocado o bien habían mentido. Y otrosí con la denuncia de que había un tope en las máquinas, de manera que, al llegar a un número de votos del Sí empezaban a contabilizarse como Noes. Además de la imposibilidad material de cometer ese fraude (han sido las elecciones con mayores controles que ningún observador recordaba), ni la oposición ni los observadores internacionales encontramos ninguna anomalía en las auditorías previas, en las intermedias y en las finales. Por último, los resultados idénticos obtenidos tanto para el Sí como para el No en diferentes lugares eran estadísticamente consistentes para Mesas constituidas con el mismo número de electores y sólo dos opciones de voto (sí y no). Como señal de mala fe, hay que añadir que también se disponía de la tendencia marcada por el conteo manual de casi un millón de votos correspondiente a sitios donde no había máquinas de recuento. Ahí, la victoria del No sobre el Sí era aún mayor: 30 puntos. Algo ignorado por oposición y medios, pues en ese recuento no cabía manipulación informática de ningún tipo.
Finalmente, una pregunta quedaba sin respuesta ¿por qué la oposición no planteó todas sus objeciones antes del proceso y no solamente una vez que el resultado le resultó adverso? Parece que algunos sólo están dispuestos a respetar los semáforos si siempre los encuentran verdes cuando cruzan.
El amigo americano
"Nos ha abandonado Bush", rezaba la semana posterior al referéndum un titular del diario El nuevo país. "El Centro Carter y la OEA nos han dejado solos", se quejaban dirigentes opositores ante numerosos medios de comunicación. El mismo ex Presidente Carter que había forzado al Gobierno a aceptar como válidas firmas más que dudosas en la convocatoria del referéndum, ahora pasaba a ser el enemigo. Y donde ayer se dijo por parte de la oposición que sólo se aceptaría el resultado del referéndum si lo avalaba esa parte concreta de la observación electoral, ahora se acusaba al precio del petróleo de la traición de los norteamericanos. Los norteamericanos los habían acostumbrado a un apoyo ciego y generoso. Ahora, cuando más falta hacía el apoyo del Norte, el Gobierno de Bush se dejaba influenciar por la crisis petrolera y dejaba caer a una oposición desacostumbrada a operar por sí misma. ¿Abandono norteamericano? Algo de razón tenía la queja opositora.
Las últimas administraciones norteamericanas, especialmente en el caso de Bush, habían manifestado una profunda hostilidad ante Chávez, lo que les había llevado a su vez a apoyar sin fisuras a la oposición representada por la Coordinador Democrática. La doctrina del ataque preventivo dejó sus secuelas en Venezuela, arrastrando a ella a cancillerías como la española (recordemos que fueron los Embajadores estadounidense y español quienes recibieron al Presidente golpista Carmona en abril de 2002). Si bien es cierto que España no tenía agravios que presentar a Venezuela, para la administración norteamericana el comportamiento de Chávez era inadmisible. Inadmisible que el gobierno venezolano exigiera reciprocidad a los Estados Unidos para sobrevolar el espacio aéreo nacional; inadmisibles las críticas al ALCA, al igual que los intentos de recrear otras alianzas regionales sin el vecino del Norte (recordemos, desde Europa, la hostilidad manifestada por la administración norteamericana a la implantación del euro). E inadmisibles las críticas venezolanas a la militarización del conflicto colombiano impulsada por los Estados Unidos. Como si todo esto no bastara, tras colaborar en la reactivación de la OPEP, los últimos esfuerzos del Gobierno de Chávez han ido encaminados a la puesta en marcha de varias plataformas regionales latinoamericanas para aunar esfuerzos en la comercialización de petróleo y gas en los mercados internacionales. El baúl de las impertinencias estaba colmado. No en vano, el inquietantemente astuto Samuel Huntington, tras regalarle al mundo la construcción ideológica del peligro árabe en El choque de civilizaciones, recientemente ha publicado ¿Quiénes somos? (editorial Paidós, 2004), recordando a quien quiera oír que el nuevo peligro es latino y que está prácticamente en casa. ¿No está lleno el eje del mal de potenciales lectores de Bolivar y Don Quijote?
Pese a tanta animadversión, los observadores del Centro Carter, de la OEA y los propios Estados Unidos aceptaron los resultados del referéndum, siempre después de haber mostrado su disgusto con la Venezuela chavista y hacer recomendaciones de buen comportamiento. ¿Hay alguna lógica detrás? Dos sólidas razones desaconsejaban negar el resultado del referéndum: primero, la evidencia de que Chávez había ganado con dos millones de votos de ventaja, algo que se sabía bien tanto por encuestas previas como por los sondeos a pie de urna realizados por diferentes organismos y empresas; segundo, que con esa diferencia y con una base social favorable al Presidente muy activa, desconocer el resultado situaría al quinto productor de petróleo del mundo en una situación de gran incertidumbre. Las complicaciones políticas en Rusia, la demanda china de petróleo y, principalmente, la guerra de Iraq desaconsejaron a unos Estados Unidos beligerantes contra Chávez el mantener su profunda confrontación. Con el barril de petróleo habiendo roto la barrera de los cuarenta dólares, el resultado del referéndum tenía que asumirse. Que lo aceptado coincidiera con la realidad era anecdótico, aunque algunos observadores, acostumbrados a interpretar abusivamente los deseos de la administración norteamericana, pretendieron pactar un resultado más ajustado que dejase en mejor lugar a la oposición. Interpretaciones del principio de soberanía ¿Acaso han sido los Estados Unidos escrupulosos con esas cosas cuando se trata de su patio trasero?
Por eso, la mejor observación internacional es la que no es necesaria. Y si, pese a todo, debe existir, sólo será creíble si es plural. De lo contrario, puede ocurrir lo mismo que con las agencias internacionales de calificación de riesgo-país. No son sino empresas privadas donde sus aciertos y sus errores se miden por baremos diferentes a la justicia, la equidad o la imparcialidad. Los burros pueden hacer sonar la flauta de vez en cuando, pero, después de leer muchas veces el cuento, sabemos que eso ocurre sólo por casualidad.
Venezuela: de la premodernidad a la postmodernidad
Con el triunfo del No en el revocatorio, el Presidente Chávez ha ganado ocho elecciones de carácter general. Ocho elecciones seguidas. Pese a eso, son muchas las puertas que se han mantenido cerradas en Europa a este proceso. Detrás, críticas aceradas a Chávez de populismo, militarismo y golpismo, que contrastarían con las liberales y educadas maneras y formas europeas de las élites políticas y sindicales venezolanas, con excelentes relaciones con los partidos y sindicatos del viejo continente. El hecho de que esa élite sea responsable de condenar al 80% de la población de Venezuela a la miseria no ha servido para que las cancillerías europeas escuchen las razones de la V República o, al menos, sospechen de los representantes eternos de la IV. Desde España, algunos sectores de la socialdemocracia, incapaces de reconstruir sus esquemas, alimentaron en los primeros momentos la sospecha de fraude jaleada por la oposición. La vieja historia de América Latina pesa demasiado en una vieja Europa a la que nunca le llamó la atención que no llegaran de Venezuela políticos, empresarios, sindicalistas, profesores o becarios que no fueran blancos. La madrastra patria sólo quiere a los hijos sobre los que se proyecta.
En consonancia con la construcción de variados ejes del mal, una pregunta ha dominado el escenario político de la oposición: la transformación de Venezuela en una imitación de La Habana. ¿Es real el peligro de cubanización de Venezuela? Dejando de lado que a nadie parece interesar la colombianización de Argentina, Bolivia o Ecuador o la brasileñización (polarización social) de todo el continente como riesgos más extremos, esta acusación apenas puede entenderse sino como otro intento más de sembrar miedo ante el proceso de ciudadanización que vive el país. En primer lugar, porque Venezuela es un país petrolero en donde la propiedad privada no está en cuestión. En segundo lugar, no puede ignorarse que mientras que Cuba es un producto de la guerra fría, Venezuela es el resultado del agravamiento de las políticas neoliberales a partir de los años ochenta. No pueden compararse peras con melocotones.
Es el carácter petrolero de Venezuela el que permitió que surgiera dentro del ejército un sector de izquierda no implicado en la represión, norma en otros países donde la dominación sólo podía conseguirse a golpe de fusil. De hecho, el chavismo proviene de la represión militar durante el caracazo de 1989, donde murieron, bajo el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, al menos 3000 personas que habían bajado a Caracas desde los ranchitos a asaltar los supermercados en busca de comida. El intento de golpe de Chávez de 1992, al igual que el levantamiento zapatista de 1994 se articulan una vez desaparecida la Unión Soviética. En ese momento, se trataba ya de una izquierda que había aprendido de los errores del socialismo real y que no se dejaba influenciar por las estrategias caducas de la guerra fría. Mientras la oposición se convierte en estatua de sal que vuelve el rostro hacia el pasado, las nuevas transformaciones en América Latina han hecho cierta la exigencia del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos: no desperdiciar la experiencia. Mientras Cuba está condenada a la modernidad, especialmente por culpa del bloqueo que sufre la isla desde hace décadas, la Venezuela chavista está abriendo sendas en esa posmodernidad crítica que, con la proa del Foro Social Mundial, ha dejado de decir que otro mundo es posible para empezara articularlo.
De ahí que coincidan en lo que se conoce como chavismo al menos tres elementos, amalgamados en la necesidad de un liderazgo que responde a la amenaza de involución de los sectores más beligerantes del pasado. Esta mixtura ideológica está compuesta por una suerte de nacionalismo proveniente de una relectura abierta del pensamiento de Bolivar (donde el antiimperialismo español ha sido sustituido por el antiimperialismo norteamericano), por un socialismo que apuesta fuertemente por la organización de base en la articulación de la redistribución de la renta, y por un indigenismo que recupera las raíces del país perdidas durante siglos de dominación de las élites blancas. Es este sentido, forma parte de esa respuesta multicultural que está atravesando América Latina y que se verifica en las situaciones de transición en México, Bolivia, Argentina, Brasil, Ecuador o Perú.
El chavismo no nace de la nada, sino que es la concreción de movimientos de larga data en Venezuela. Por eso que el fuerte liderazgo de Chávez no se asume acríticamente por el movimiento social que hay detrás, sino que forma parte de la situación extra-ordinaria vinculada a la virulencia de la oposición. La normalización de la actividad opositora traerá consigo necesariamente la normalización del actual liderazgo, orientándose hacia cauces más institucionales. La principal baza de ese chavismo que denosta la oposición es precisamente la irracional oposición a Chávez y a lo que representa de la Coordinadora Democrática.
Pero no se trata de un ejercicio de ideología o propaganda hueca. Uno de los elementos esenciales para la victoria del No en el referéndum revocatorio han sido las misiones, programas populares de alfabetización, escolarización, sanidad, formación de cooperativas y distribución de alimentos subvencionados que han llevado por primera vez estos recursos a millones de ciudadanos. Un populismo, cuestionado desde elevados templos morales dentro y fuera de Venezuela, que está usando la renta petrolera para llevar los primeros rudimentos del Estado social al pueblo venezolano. La incapacidad de hacer una política diferente con el aparato del Estado heredado ha llevado a la reinvención de un sector público no estatal, donde las relaciones entre el Estado, el mercado y una sociedad civil progresista y atenta son constantemente reformuladas. De hecho, las misiones son un tipo peculiar de gasto social gestionado no por funcionarios sino directamente por la sociedad civil (el elemento más real de la llamada democracia protagónica). Mientras el sistema de partidos sigue en Venezuela en barbecho –incluido el Movimiento V República que sostiene al Presidente Chávez- el movimiento social, muy activo, es la columna vertebral de esa reinvención del Estado que se observa en Venezuela.
La falta de protocolos de comportamiento – hay que insistir: tanto el Estado como el sistema de partidos están en reconstrucción- lleva a menudo a modos de operar intuitivos sobre la base del ensayo y el error, donde destaca una masiva presencia del peculiar ejército venezolano llamado a suplir esas carencias. Sólo entendiéndose la llamada unidad cívico-militar puede procesarse esa tarea reservada al ejército. Los observadores internacionales pudimos constatar cómo la presencia de responsables militares era una garantía de cumplimiento constitucional en todos los lugares conflictivos que visitamos.
Sin embargo, el ejército no es el mejor lugar para seleccionar los cuadros de la administración del Estado, de la misma manera que las facultades de administración pública o de ciencias políticas no serían los lugares adecuados para formar élites militares. Tanto el funcionamiento sobre la base del ensayo y el error como la desertización de cuadros resultante de la profunda corrupción de la IV República, generan contradicciones, demoras, malos usos de los recursos, errores debidos a malas conceptualizaciones, improvisaciones, al igual que énfasis cuestionables respecto de fines y medios alentados. Es aquí donde se articulará una nueva oposición que, cuando actúe dentro de las nuevas reglas de juego, entrará a formar parte del juego político con posibilidades reales de incidir en el proceso.
La oposición ob-scena
Como le ocurrió en España a la oposición franquista a la muerte del dictador, a la dirigencia opositora venezolana aun le falta entender que la IV República pertenece al pasado. Sólo cuando esto se asuma, surgirá una oposición dentro del nuevo régimen que, como ocurrió con el Partido Popular tras dejar atrás los resabios franquistas, puede incluso llegar a ganar elecciones con mayoría absoluta a través de un discurso y una práctica renovados. La vía insurreccional, planteada desde diferentes sectores minoritarios, carece de base social, de manera que los hechos de violencia política, en una sociedad sin razones para guerra civil alguna, son mero terrorismo. Y no deja de ser sorprendente que antiguos Presidentes de Venezuela hagan llamados al terrorismo y no sean desmentidos por sus amigos europeos por otro lado, supuestamente comprometidos en la lucha contra el terror. Como en otras ocasiones, si robas con un barco eres un pirata y si lo haces con una flota, un emperador.
Esto no implica que el malestar de muchos venezolanos no sea real, si bien sus razones difícilmente pueden asumirse desde principios democráticos. Una buena parte de esos cuatro millones de personas que han votado contra el Presidente Chávez expresan la misma sensación que tendrían algunos europeos si de pronto millones de inmigrantes, hasta el momento invisibles, ocuparan sus calles, sus tiendas, sus cines y teatros, sus parques y sus recursos públicos. Con la pequeña diferencia de que en Venezuela no se trata de inmigrantes, sino de ciudadanos que no solamente poseen los mismos derechos sino que traen en la agenda política una deuda social atrasada que quieren cobrar con urgencia. Una deuda que nunca pareció importar a los que hoy prefieren una Venezuela rota antes que una Venezuela chavista.
Pero si los xenófobos tendrían dificultades para explicar su postura ¿qué posibilidades les cabe a los que quieren negar a sus propios compatriotas los mismos beneficios que a ellos les asiste de vivir en sociedad? Una parte de Venezuela vive encerrada en la cárcel de sus palabras. Para ellos, sólo existe la Venezuela que refleja su cotidianeidad. Por eso han sido incapaces de entender que aunque el Si haya ganado abrumadoramente en las laderas de San Ignacio, lo mismo le ha ocurrido al No en Catia, en Petare o en el 23 de enero. Aún no entienden que Caracas no es todo Venezuela, que Porlamar no es todo Margarita ni Valencia todo Barquisimeto. Ni siquiera el Este de la capital es igual al Norte, al Sur o al Oeste donde nunca han llegado la prosperidad ni los beneficios del petróleo. Mientras que la Venezuela rica desplegaba sus carteles del Si en el glamour de las televisiones, un país interior silencioso desplegaba su manto de carteles rojos con el No adornando las humildes fachadas de los ranchitos. Una Venezuela no menos real pero que desaparece del ángulo de visión de los venezolanos en el extranjero, convencidos de que su país es el que le muestran los medios de comunicación y el círculo autoreferenciado en el que se mueven.
El grado de incomprensión del país real por parte de algunos venezolanos es proverbial. En Reflexiones desde mi depresión, el columnista Adolfo P. Salguerio, del diario El Universal, preguntaba sin ironía a sus lectores si, tras la derrota, se iban a mudar a Florida. Como si esa emigración de lujo estuviera al alcance de cualquier bolsillo. La globalización neoliberal no es simplemente un problema del Norte contra el Sur. Es un problema de las élites del Norte y del Sur contra los globalizados de todos los países.
Mientras esperábamos en una terminal del aeropuerto de Maiquetía al avión militar que nos llevaría al Estado de Anzoátegui, donde nos correspondía realizar la observación electoral, tuvimos la ocasión de hablar con catorce personas que habían llegado desde Miami en tres jets privados para votar. De ellas, sólo una dudaba de la victoria del Sí, aún impresionada por la movilización del chavismo en la manifestación de la semana anterior en Caracas. Todos los demás insistían en que no conocían a nadie que fuera a votar No. Y en un silogismo imposible, eso significaba que el Sí tenía asegurada la victoria. El día anterior, un profesor de la Universidad Central de Venezuela se esforzaba en hacérmelo entender: "¡Esto es una dictadura!" Cuando le pregunté que cómo es que en esa dictadura había partidos políticos y elecciones, que cómo era posible que el grueso de los medios de comunicación estuviera en manos de la oposición, que cómo se explicaba que los empresarios podían hacer paros patronales sin ir a la cárcel o, sorprendentemente, que se podía insultar diariamente al Presidente del Gobierno sin represalias. Y siguió guardando silencio cuando le interrogué acerca de la falta de libertad en un país donde los Ministros se sometías constantemente a ruedas de prensa o donde, en definitiva, él podía decir en cualquier medio que vivía en una dictadura.
En Anzoátegui, llegamos directamente desde el aeropuerto a Barcelona, sede del Consejo Nacional Electoral Regional, donde sorpresivamente un gran gentío iba agolpándose en la puerta. Varios cientos de personas, coreando consignas del chavismo, exigían su derecho al voto. El Gobierno, su Gobierno, les había dejado, por un error de información, fuera de juego. Tenían el documento electoral con el colegio que les correspondía y, sin embargo, al ir a ejercer el voto no aparecían en ese centro sino en otros lugares de votación a muchos kilómetros de distancia. "Queremos votar", gritaban sin cesar. La inmensa mayoría se había levantado a las tres de la madrugada del domingo (los seguidores del Presidente hicieron sonar por todos los pueblos y ciudades una diana a esa hora para que la gente se pusiera en marcha) y la práctica totalidad había hecho su trayectoria a pie para cumplir con su derecho al voto. Nos sorprendía a los observadores españoles, después de la triste participación en las elecciones al Parlamento Europeo, tanto deseo de votar por todas partes.
Muchas personas, con la humildad cosida a su ropa vieja, pedían a los observadores ayuda para que su derecho pudiera ser ejercido. Pero sólo éramos observadores. Algunos jóvenes que votaban por vez primera gritaban que nadie les iba a quitar ese derecho. Ancianas que acababan de aprender a leer nos enseñaban la hoja arrugada, sudada por las horas de caminata, donde aparecía el colegio fantasma que les habían asignado. Gente con la rabia en el rostro repetía que el pasado no iba a regresar. Cómo no acordarse de Walter Benjamin, pidiendo memoria para los orígenes revolucionarios del voto con el fin de evitar la degeneración de los Parlamentos. Sobre el polvo y el sol de Anzoátegui, al igual que en los cuatro puntos cardinales del país, el voto se vivió como lo que es y Europa ha olvidado: uno de los pasos esenciales del proceso emancipador de la Ilustración.
Un corolario psicoanalítico y bolivariano
Qué duda cabe que los cuatro millones de votos obtenidos por la oposición son muchos votos. Pero seis millones son más. Es una simple cuestión de aritmética, aunque ahí no se agote el problema. Escribió Lacan que "El loco no es sólo un mendigo que cree ser un rey; también es un rey que cree ser un rey. La locura representa la eliminación de la distancia entre lo simbólico y lo real". El símbolo exclusivo de una Venezuela blanca, europea, pudiente y cultivada sólo existe en los medios de comunicación. Es hora de que esa inmensa minoría que perdió las elecciones se enfrente al país real representado por la inmensa mayoría que ha ratificado en su puesto al Presidente Chávez. Mejor enfrentar un vacío que agitar el fantasma de un referente sin contenido. Los vacíos, al fin y al cabo, son por lo común una oportunidad.
Son más los venezolanos que el domingo fueron a votar caminando que los que tomaron un avión para ejercer ese derecho. Quizá convendría recordar las palabras de Simón Bolivar en su discurso ante el Congreso de Angostura en 1819: "Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América que una emanación de Europa". Cuanto antes lo entiendan los que viven en el ensimismamiento de una gran mentira, antes podrán ponerse manos a la obra apenas empezada de escribir Venezuela y que, por vez primera, en su nombre quepan todos.
*Juan Carlos Monedero es Profesor de Ciencia Política (Universidad Complutense de Madrid). Observador Internacional en el Referéndum Revocatorio del 15 de agosto en Venezuela
jcmonedero@cps.ucm.es