Ex vocero de la Casa Blanca califica a Cheney de manipulador inescrupuloso, a Rice de lambiscona y a Bush de autoengañarse

El libro publicado por Scott McClellan "Lo que ocurrió en la Casa Blanca de Bush y la cultura de engaño de Washington"

El libro publicado por Scott McClellan "Lo que ocurrió en la Casa Blanca de Bush y la cultura de engaño de Washington"

Credito: Agencias

WASHINGTON 29 de mayo 2008.— Hace dos años, el presidente, George W. Bush, definió a Scott McClellan como un colaborador "leal, íntegro y con clase". Fue el día en que, con los ojos llenos de lágrimas por la emoción, le aceptó su renuncia y le agradeció sus tres años como portavoz de la Casa Blanca.

Hoy, los personeros de la administración Bush lo consideran poco menos que "un traidor y un bocazas de tendencias izquierdistas" por las explosivas revelaciones sobre la sistemática operación de propaganda encubierta que orquestó la Casa Blanca en el verano del 2002 para vender la guerra en Irak.

En extractos del libro, todo un éxito editorial antes de salir el próximo lunes a las librerías —titulado What Happened Inside the Bush White House and Washington´s Culture of Deception (Lo que ocurrió en la Casa Blanca de Bush y la cultura de engaño de Washington)— el ex portavoz asegura que Bush manipuló "las fuentes" frente a la opinión pública y "minimizó el principal motivo" para ir a la guerra, es decir, "se autoengañaba" para poder justificar unos objetivos políticos definidos siempre de antemano.

"Por el verano de 2002, los asesores de Bush lanzaron una campaña cuidadosamente orquestada para vender agresivamente la guerra…, asegura el ex vocero. En una época de campaña permanente, todo se basó en un intento de manipulación de las fuentes de opinión pública para ventaja del presidente", revela McClellan en un libro que desenmascara desde el círculo más íntimo de la administración Bush los verdaderos móviles e intereses de una guerra ilegal.

El libro, de quien fuera uno de los más fieles colaboradores del presidente Bush, apunta el dedo acusador hacia el vicepresidente, Dick Cheney, a quien caracteriza como "el mago", con capacidad de manipular operaciones inescrupulosas tras bambalinas "sin dejar huella" Tampoco se libra de sus señalamientos la secretaria de Estado, Condolezza Rice. El retrato que hace de ella McClellan se ajusta al que han hecho a menudo los medios de comunicación. A juicio del ex portavoz, la ambición de la jefa de la diplomacia le lleva siempre a decir a su superior lo que quiere escuchar.

Pero, también contra Karl Rove, el que fuera gurú mediático del presidente Bush, y contra Lewis (Scooter) Libby, el jefe de personal del vicepresidente Cheney, a quienes acusa directamente sobre la conspiración que ambos tramaron para cobrar venganza en las carnes de Valerie Plame —la despampanante ex agente de la CIA— por la negativa de su esposo, el ex embajador Joe Wilson, a suscribir la teoría de que el gobierno británico se había enterado de que el líder iraquí Saddam Hussein había tratado de obtener importantes cantidades de uranio en África.

El libro también critica a la administración Bush por su respuesta a la devastación causada por el huracán Katrina, en 2006, diciendo que la Casa Blanca pasó la mayor parte de la primera semana después del temporal en lo que McClellan llama "un estado de negación".

Entretanto Bush se declaraba ayer "desconcertado" y "decepcionado" por las duras críticas de McClellan. Según aseguró la portavoz de la Casa Blanca, Dana Perino, en declaraciones a bordo del avión Air Force One, el presidente no "reconoce al Scott McClellan que él contrató, en el que confió y con el que trabajó durante tantos años".


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