Quizá los grandes teóricos revolucionarios no previeron un caso como éste de Venezuela; quizá ni Marx imaginó el surgimiento de una clase social especial: los obligados a tener un carnet para poder optar a las limosnas de la renta. Ahora se divide la sociedad, no entre explotados y explotadores, no entre proletarios y burgueses, sino entre carnetizados y burócratas, entre carnetizados y la nomenclatura.
Este fenómeno de la carnetización como chantaje, de manipulación a la masa es la perversión de la democracia burguesa llevada a los límites
del caos, es la ilusión de los malos gobernantes a tener en una computadora con un código a toda la población que le obedezca con sólo pulsar una tecla, es un reflejo condicionado que les permite llevar la manipulación a niveles cercanos a la perfección, el carnet funciona como un collar cibernético.
Lo más triste, alarmante, es que el PSUV también se rinda a la lógica del carnet, del chantaje, y sacrifique de hecho su organización, su estructura, que debe prefigurar la relación humana de la sociedad socialista, por la fragmentación carnetaria.