La primera vez que entró en una iglesia fue durante una visita a Turquía. Recuerda que sintió una sensación de calma tan abrumadora que compró una pequeña Biblia. La envolvió en su ropa y la llevó de contrabando a su ciudad natal, Isfahán, en el centro de Irán.
La conversión de Artemis Ghasemzadeh del islam al cristianismo ocurrió en un periodo de varios años, a partir de 2019, a través de una red iraní de iglesias clandestinas y clases secretas por internet. Hace tres años la bautizaron y, en sus propias palabras, "renació".
Convertirse fue colosalmente arriesgado. Aunque los cristianos nacidos en la fe son libres de practicarla, abandonar el islam por otra religión es blasfemia según las leyes de la sharía iraní y se castiga con la muerte. Algunos miembros de su grupo de estudio de la Biblia fueron detenidos.
"Quería vivir libremente, vivir sin miedo, vivir sin que nadie quisiera matarme", explicó Ghasemzadeh, de 27 años, en una serie de entrevistas telefónicas.
Su viaje la llevó a un campo de detención de inmigrantes en las afueras de la selva del Darién, en Panamá. Ella y otros nueve cristianos conversos iraníes, tres de ellos niños, se encuentran entre las decenas de personas detenidas en el campo de San Vicente. Su destino sigue siendo incierto.
Normalmente, las personas que huyen de una persecución religiosa violenta pueden solicitar asilo. Pero han quedado atrapadas en la campaña de deportaciones del gobierno de Trump ahora que el presidente intenta cumplir su promesa electoral de cerrar la frontera sur.
"No nos merecemos esto. Estamos en un lugar en el que nos sentimos indefensos", comentó Ghasemzadeh. "Estoy esperando que se oigan nuestras voces, que alguien nos ayude".
Panamá, que además está sometida a la presión del gobierno de Trump sobre el control del canal de Panamá, se ha convertido en un lugar de acogida para migrantes que, de otro modo, habrían quedado detenidos en Estados Unidos o incluso podrían haber sido puestos en libertad.
Funcionarios panameños señalaron que algunos organismos de las Naciones Unidas están ayudando a los migrantes a regresar a sus países o a buscar asilo en otras naciones, incluida Panamá.
Una conversión peligrosa
Ghasemzadeh creció en una familia de clase media-alta de Isfahán. Su padre, un empresario de postura religiosa conservadora, era estricto con ella y sus tres hermanos. No le dijo nada de su conversión.
Relató que el cristianismo le atrajo porque su mensaje sonaba más pacífico y sus normas menos estrictas que la versión del islam que había experimentado en Irán.
Ghasemzadeh indicó que la iglesia extremaba precauciones en sus reuniones clandestinas. Los feligreses recibían contraseñas de un solo uso para acceder a las reuniones virtuales. Los sermones y las clases presenciales se impartían en distintos lugares. Ghasemzadeh compartió que apreciaba mucho a su comunidad cristiana. Su hermano mayor, Shahin, de 32 años, también se convirtió.
En 2022, un levantamiento encabezado por mujeres se propagó por Irán, desencadenado por la muerte de Mahsa Amini mientras estaba en custodia de la policía de moralidad, acusada de violar la norma del hiyab. Ghasemzadeh aseveró que protestaba casi todos los días y repetía la consigna: "Mujeres, vida, libertad".
Al igual que muchas mujeres de Irán que han dejado de llevar el hiyab en un acto de rebeldía, dejaba suelto su largo cabello oscuro en público. Según dijo, el gobierno le envió mensajes de texto en que la citó a comparecer ante un juez. No se presentó. Si son declaradas culpables de violar la ley del hiyab, las mujeres pueden ser multadas.
Viaje a Estados Unidos
A finales de diciembre, Ghasemzadeh y su hermano Shahin partieron de Irán con destino a Estados Unidos. Conocía la promesa del presidente Donald Trump de tomar medidas enérgicas contra los migrantes, pero dijo que creía que solo se dirigía a los delincuentes.
Fueron a Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos, luego a Corea del Sur y llegaron a Ciudad de México. Allí, preguntaron en un hotel y encontraron a un contrabandista de personas. Les cobró 3000 dólares por cada uno y los trasladó a Tijuana.
Allí, cerca del muro fronterizo, en la oscuridad de la noche, el contrabandista señaló una escalera.
"Vete", recuerda que le dijo el contrabandista. "Trepa por la pared y vete, rápido".
Cuando sus pies tocaron suelo estadounidense, rompió a llorar. "Se acabó", le dijo a su hermano. "Por fin estamos aquí".
El muro fronterizo que separa Tijuana, México, de San Diego.Credit...Federico Rios para The New York Times
La euforia duró poco. Minutos después, estaban rodeados por agentes fronterizos. Los trasladaron a un centro de detención y los separaron. Desde entonces, no ha vuelto a ver a su hermano ni a hablar con él. Su madre le dijo que lo habían llevado a un centro de Texas y que todavía está allí.
Ghasemzadeh asegura que les dijo en repetidas ocasiones a las autoridades que era una cristiana conversa de Irán que buscaba asilo.
Una portavoz del Departamento de Seguridad Nacional informó que "ni uno solo de estos extranjeros indicó que temía regresar a su país de origen en ningún momento durante la tramitación o la custodia". Ghasemzadeh comentó que nunca fue entrevistada en relación con su solicitud de asilo.
"Siempre decían ‘ahora no es el momento’, ‘mañana por la mañana’", relató.
La encadenaron y la metieron en un avión militar con destino a Panamá el 12 de febrero. El motor del avión rugió tan fuerte que le zumbaron los oídos. Las turbulencias le provocaron náuseas.
Era su cumpleaños número 27.
Deportados
Ghasemzadeh conoció a otros nueve iraníes en el avión, todos cristianos conversos, con historias sorprendentemente similares. Desde entonces, el grupo se ha unido.
Durante aproximadamente una semana, los retuvieron en el interior de un hotel bajo la vigilancia de guardias armados. The New York Times ha estado en contacto diario con ella desde que llegó a Panamá.
Ghasemzadeh, que, como muchos iraníes de su generación, es una experta digital, grabó un video en el que describe su difícil situación y lo compartió con canales de noticias persas fuera de Irán. Se hizo viral.
Después de que ella y otros se negaron a firmar documentos que facilitarían su repatriación, los subieron a autobuses y los enviaron al campamento de la selva.
Ali Herschi, abogado iraní-estadounidense de derechos humanos en Washington, representa a los iraníes sin cobrar. Herschi señaló que su prioridad es impedir que Panamá los deporte a Irán. Explicó que después planea "apelar a las autoridades estadounidenses para que den marcha atrás y permitan la reentrada del grupo en Estados Unidos por motivos humanitarios".
Ghasemzadeh describió el campamento de la selva como una gran jaula vallada. La zona para dormir era húmeda y los migrantes no tenían mantas. Contó que les dieron una botella de agua y les dijeron que la rellenaran con agua del grifo del cuarto de baño.
Todas las noches, Ghasemzadeh garabatea citas cristianas en un pequeño cuaderno. En una página, le escribió a Jesús en persa: "Estoy segura de que puedes oír mi voz desde ahí arriba. Así que, por favor, ayúdame". Al lado dibujó un pequeño corazón rojo.