De pronto aparece un nubarrón y lo que es una mañana soleada de primavera se convierte en un típico día de lluvia de invierno, las personas corren despavoridas desde el estacionamiento hacia el supermercado; la precipitación es de tormenta, en segundos el cielo se oscurece y los goterones caen con fuerza como granizo.
Agarro mi carretilla y entro sacudiéndome el agua del suéter, me dirijo hacia la estantería donde están los suplementos vitamínicos buscando el que tengo que comprar; dos carretillas me impiden acercarme lo suficiente para leer los nombres, un hombre y una mujer hablan sobre vitaminas, parecen ser una pareja, son latinos. Espero paciente dándoles tiempo a que se muevan de lugar pero noto que están atareados comprando para enviar a su país de origen, una adolescente que los acompaña está sentada en una banca ida de este mundo con sus audífonos puestos y su celular en la mano.
Tienen acento mexicano, cada quien enviará a sus familiares, veo las carretillas y tengo la impresión que lo que enviarán serán cajas en paquetería o encomienda, como le llaman aquí. El negocio del envío de remesas vuelve más millonarios a los dueños de los bancos y casas de cambio, ya que los migrantes indocumentados es saliendo del trabajo y van directo a enviar lo ganado a sus países de origen, diariamente se realizan transacciones de millones de dólares solo en remesas, dinero obtenido (que se disfrutan otros) con el sudor de la explotación laboral, la añoranza y el sacrificio.
Es un negocio que ha crecido como la espuma, cualquier abarrotería ofrece envío de remesas, éstas cobran un porcentaje por la cantidad y los bancos en sus países de origen otra. Lo mismo sucede con los negocios que ofrecen envío de encomiendas o paqueterías; y va el amor, la nostalgia y el compromiso pesado en libras y cobrado en dólares.
Ella quiere enviar de ciertas vitaminas a las mujeres de su familia y de otra a los hombres, y los escucho comentar que a la fulana le enviará con más gramos porque trabaja más fuerte que la zutana, a la fulana le toca caminar más le dice al hombre que con una mano en la carretilla y otra en la estantería corrobora los precios. Él por su parte busca pastillas para la diabetes y otras vitaminas para sus hermanos, ya llevan varios frascos y siguen sumando sin pararse a pensar en el dinero; es tan común, el indocumentado deja de comer para enviar encomiendas y remesas a sus familiares en sus países de origen.
Me da cierto pesar verlos tan entusiasmados, cuántos años llevarán viviendo aquí me pregunto, cuántos años con ese mismo ritual de envío de paqueterías; pesar porque la mayoría de gente no agradece y no valora el enorme sacrificio que realizan sus familiares indocumentados, solo estiran la mano para recibir o sacan las uñas para rasgar. Existen, claro, los que sí agradecen y a ese dinero le dan vuelta, o lo guardan esperando el regreso de quienes se fueron, para que cuando el retorno llegue tengan algo con qué comenzar de nuevo, pero esos casos son uno en un millón, me refiero por supuesto a los que guardan el dinero y no se lo malgastan.
Les pido permiso porque justo lo que tengo que comprar está en la estantería que cubren las dos carretillas, es entonces cuando ella me pregunta sobre algo que está en inglés, y que si puedo ayudarla a traducir; así es como inicia nuestra conversación, son un matrimonio de Guerrero con 20 años viviendo Estados Unidos, indocumentados, con 5 hijos y sí, lo que están comprando es para enviar por paquetería a sus familiares en México.
Me despido para seguir mis compras y ellos se quedan haciendo cuentas de gramos, miligramos, contando recipientes, aceites, pastillas, pociones que sabrá el sereno si valorarán en su Guerrero natal, pero que ellos como millones de indocumentados envían con tanto sacrificio y sobre todo amor.