En su 57 aniversario: ¡Viva el porteñazo!

Sábado, 01/06/2019 07:40 AM

Cuando un Gobierno
viola los derechos del pueblo,
la insurrección es el más sagrado de los derechos
y el más indispensable de los deberes.

Marqués de La Fayette

La grisácea atmósfera de aquella madrugada del sábado 2 de junio de 1962 explotó y se hizo añicos. Tempranito sonaron las campanas de la iglesia perforadas por las balas. La plaza Flores dejó atrás su leyenda que creó el cantor de boleros Felipe Pirela, y se convirtió en el santuario de los alzados en armas, cuyos ecos volaron por los aires, y viajaron hasta el mismísimo Palacio de Miraflores, donde despertaron, sin previo aviso, al presidente de la República, Rómulo Betancourt: «Llámeme al ministro de la Defensa, de inmediato», ordenó, todavía sin despertarse completo. «Es el mismo grupito de comunistas, que se levantó en Carúpano. Y pensar que yo le ordené al ministro que los agarrara y los metiera bien presos; la pena máxima, la pena máxima», reflexionó. «Al mal hay que arrancarlo de raíz, para que no se reproduzca y crezca hasta hacerle daño a medio mundo. A estos carajos, comunistas de mierda, hay que meterles la pena máxima, o sea 30 años».


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Tte. Pausides González, Cap. Victor Hugo Morales, Alf. de Navío Freddy Figueroa Bastardo, Alf. de Navío Sierra Acosta, Sgto. González Vegas, Maestre de 2da. Teófilo Santaella (Hoy Tte. de Navío) y Maestre de 3ra. Francisco Aguilera (Hoy Tte.de Frag.).

Tal suceso repercutió en el país y en el mundo. Según, los voceros del gobierno, militares comunistas se habían levantado en armas contra la República. De esa gesta hacen 57 años y sólo quedan unos 8 sobrevivientes: Cap. de Fragata, Víctor Hugo Morales, Cap. de Fragata, Henrique Ledezma, Tte. de Fragata, Fermín Castillo, Tte. de Navío, Pausides Gonzales, Alf. de Navíó, Otoniel Piccardo, Tte. de Fragata, Alberto Leal Romero y el Tte. de Navío, Teófilo Santaella. Cabe destacar que, cada uno de estos camaradas de armas, y a su modo, sigue militando en la izquierda venezolana. Unos con apoyo total al proceso revolucionario, legado de Hugo Chávez, otros desde otras trincheras, pero siempre en la línea correcta, que siguen desde aquella memorable fecha.

La información había despertado al presidente, y trastocado su sueño mañanero y su fin de semana. Impartió órdenes tras órdenes. Entre ellas la de atacar a los insurrectos por tierra, aire y mar, sin contemplación alguna. Las órdenes fueron cumplidas y Puerto Cabello, escenario del alzamiento rebelde, fue pasta de la furia de las fuerzas del gobierno, tanto por tierra, por aire y mar.

A modo de antecedente

El espíritu del 23 de enero de 1958, desde el punto de vista de los anhelos del pueblo venezolano, se había perdido. Resultó un engaño a los venezolanos, ya que se salió de la dictadura y se entró en una era de «quítate tú, que me toca a mí». Fue una rebatiña entre los partidos tradicionales: AD, Copei y URD. Sus dirigentes, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, engañaron al pueblo. Lo adormecieron con su falso verbo entreguista y claudicante ante los intereses del señor Nelson Rockefeller, acá en el país, y allá en el norte, al mismísimo imperio. El pueblo venezolano perdió una gran oportunidad de liberarse de las tenazas de los gringos, y hacer una verdadera revolución. Cundió la frustración en varios sectores de la población, incluyendo a los partidos del estatus.

El descontento y la desesperanza se hicieron presentes en las mentes de hombres y mujeres, así como en los trabajadores, campesinos y estudiantes. En el pueblo, en general. Una vez más los venezolanos eran burlados por los viejos políticos, incapaces de asimilar los cambios que reclamaba la patria. Mucho se ha escrito sobre este fracaso de la dirigencia de aquel momento, y que había negociado con Estados Unidos, antes de que Pérez Jiménez alzara vuelo. Todo estaba arreglado. Todo se consumó bajo la tutela del Departamento de Estado de Estados Unidos, el Pentágono y la CIA.

Pero el rosario venía por dentro. Una vez que el contralmirante Wolfgang Larrazábal, como presidente de la Junta de Gobierno, se dejó manipular por Betancourt, Caldera y Villalba, se cayó la esperanza. Nació el Pacto de Punto Fijo, el cual ya venía conformado desde Nueva York. Larrazábal se dedicó a abrazar viejitas y niños, mientras la oligarquía se atrincheraba en el poder. Se efectuaron las elecciones presidenciales, y tal como se esperaba, ganó Rómulo Betancourt. Pero rápidamente se le vio la tendencia proyanqui de su Gobierno. Se creó la «ancha base» (AD-Copei-URD), pero la paz y la tranquilidad duró poco. Fue así como se llegó a la primera división de AD. Nació el MIR, integrado por jóvenes de la época que son llamados "cabezas calientes", como Domingo Alberto Rangel, Américo Martín y otros. Ellos, desde la clandestinidad, habían fortalecido una visión distinta a la de al viejo liderazgo.


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El padre Padilla con un soldado moribundo en sus brazos. (Foto ganadora del Premo Pulitzer)

Ese era el escenario que se presentaba al Partido Comunista de Venezuela y al MIR. El primero, apartado a un lado por Betancourt, a pesar de la importancia de su lucha contra la dictadura perezjimenista, y el segundo, resultado de la primera división en Acción Democrática. Un escenario propicio para la radicalización, en contra de un Gobierno entreguista y represivo que dio vida a aquella famosa frase betancourista de «Disparen primero y averigüen después». La llegada de Fidel Castro y sus barbudos a La Habana, después de haber hecho trizas a los militares del dictador Fulgencio Batista, se abría paso dentro de los sectores más avanzados de la sociedad venezolana, para aspirar a un mundo mejor. Y una manera de lograrlo era enfrentar al régimen de Betancourt.

Dentro de este marco referencial, flanqueado por la represión del régimen de Rómulo Betancourt a todo lo que oliera a comunismo, la persecución a oficiales de izquierda, puestos en evidencia con el levantamiento en Carúpano el 4 de mayo de 1962, y la influencia de la reciente victoria de los barbudos en Cuba, como punto de referencia a nivel ideológico, apresuraron los acontecimientos. No había otra alternativa: o el Gobierno les ponía la mano y los enviaban a la cárcel o se la jugaban con el alzamiento. Esto último fue lo que se escogió. Fue la voluntad de los oficiales jóvenes, bajo las órdenes de oficiales superiores con conciencia de lo que se tenía que hacer. El plan se concibió a la luz de la visión de civiles de izquierda, ligados al Partido Comunista y al MIR (la izquierda). Bajo ese manto de unión ideológica se planificó el Porteñazo. Apenas a un mes de los sucesos en Carúpano. Era un solo movimiento, pero por cosas de la vida se partió en dos, debilitando las acciones de guerra, con la consecuencia ya sabida por todos: las tropas del régimen de Betancourt hicieron valer su mayoría y capacidad ofensiva en ambos alzamientos. Fueron tres días de fiero combate, y al final, se impuso la maquinara bélica del gobierno… Pero, no hubo rendición, así lo confirma el Cap. Víctor Hugo Morales, jefe de Operaciones de la rebelión. "En Puerto Cabello no hubo rendición. Fuimos al combate henchidos de patriotismo, y terminamos con el orgullo de haber luchado por una causa justa y prestos para las luchas venideras".

Los sobrevivientes

La grisácea atmósfera de aquella madrugada del sábado, 2 de junio de 1962, explotó y se hizo añico. Tempranito sonaron las campanas de la iglesia perforadas por las balas. La Plaza Flores dejó atrás su leyenda que creó el cantor de boleros Felipe Pirela, y se convirtió en el santuario de los alzados en armas, cuyos ecos volaron por los aires, y viajaron hasta el mismísimo Palacio de Miraflores, donde despertaron, sin previo aviso, al Presidente de la República: "Llámeme al Ministro de la Defensa, de inmediato", ordeno, todavía sin despertarse completo. "Es el mismo grupito de comunistas, que se levantó en Carúpano. Y pensar que yo le ordené al Ministro que los agarrará y los metieran bien presos, la pena máxima, la pena máxima", pensó. "Al mal hay que arrancarlo de raíz, para que no se reproduzca y crezca hasta hacerle daño a medio mundo. A estos carajos, comunistas de mierda, hay que meterles la pena máxima, o sea 30 años".

Muchos pensaron, 40 años después, que El Carupanazo y El Porteñazo, fue la siembra de la semilla que arrojó su fruto el 4 de febrero de 2003, con la frase de ¡Por Ahora!, pronunciada por el Tte. Coronel llamado Hugo Chávez Frías.

Era otra conmemoración del 2 de junio que servía como de un reencuentro de los combatientes sobrevivientes del movimiento cívico-militar denominados "El Carupanazo" y "El Porteñazo". El escenario estaba servido en Puerto Cabello para que aquel día…. Los recuerdos se alborotaran llenando los espacios vacíos de hombres y mujeres que, sin ninguna ambición por delante, habían puesto en riesgos sus vidas por una causa preñada de esperanza para el pueblo venezolano. En efecto, allí, por diferentes vías llegaron de todo el país, los sobrevivientes, y se fueron concentrando en la Plaza Flores, desde donde marcharían hacia la Alcantarilla: zona de guerra. Allí darían vivas a aquella gesta, y pronunciarían palabras alusivas al acto, encabezada por el Alcalde de la ciudad, afecto a la lucha que aún no había terminado. Todo lo contrario.

Cuatro amigos decidieron reunirse en un bar, para dar rienda suelta a sus emociones estancadas desde hacía tanto tiempo. Aprovecharon un tiempo de rila, una vez culminado el acto central, de pronto estaban sentados alrededor de una mesa, al centro las primeras cuatro cervezas bien frías.

Uno de los cuatro. Tal vez el más avezado en estas cosas, abrió fuego:

—Quien lo iba a creer… Nosotros hace…. Años expusimos nuestro pellejo en esta acción, para algunos alocada, para otros, apresurada, y para los menos, fallida desde un principio. Ahora estamos, hoy, reviviendo aquellas 72 horas de plomo, de lloros y de muerte. Pido que este primer brindis, lo hagamos por nuestros compañeros caídos, por la gente del pueblo que cayó creyendo en la bulla de las balas, y por nosotros mismos que, hoy….. seguimos apegados a aquellos principios. Es suficiente para felicitarnos y para brindar.

Los otros tres amigos estuvieron de acuerdo. Los cuatro levantaron los vasos y los tocaron en el aire. Así comenzó aquel combate de recuerdos, en aquel día caluroso, como era lo cotidiano en esa ciudad heroica, por demás.

¿Y ahora…?

Ahora a trabajar, no les queda otra. Deberán aprovechar este encuentro, pues, nunca sabrán si hay otro. Y si lo hay nunca será completo, o al menos como este. ¿Tendrán la voluntad de decir las cosas como pasaron? ¿Tendrán la integridad de jurungar la memoria sin prejuicio alguno? ¿Se atreverán? En las siguientes páginas se irá viendo los resultados. Es posible que haya sorpresas en las narrativas, pues, 57 años, desde que quebraron la serena madrugada del sábado 2 de junio de 1962, no es cualquier cosa.

El comienzo

Voz uno

El planchador de fluses

El más avezado, tomó de nuevo la palabra, y sin preámbulo alguno, dijo:

—Abre los fuegos, tú…Échanos tu cuento, ya que cada uno de nosotros igual los tenemos, ya que estuvimos separados, cada quien en su trinchera de combate—se dirigió al que estaba a su lado derecho. Un negrazo de 190, bien distribuidos por todo el cuerpo.

—"¡Carajo!, recordar cosas no es mi fuerte, pero démosle"—eso dijo, y se persignó:

Yo estaba cubriendo el lado norte de la ciudad al mando de unos 25 Infantes de Marina. Al grupo se unieron más tarde, a eso de las 10 de la mañana, cinco ex guerrilleros que habíamos liberados del …. Estábamos camuflados, pero conscientes que nos podían llenar el cuerpo de balas o nosotros a ellos, ya que estaban bordeando la franja donde estaba ubicado el Hotel Cumboto, casi a la orilla del mar. Media hora después me dijo el Sargento, Jefe, allí viene un grupo de soldados de verde. Deben ser del Cuartel Carabobo. Están a tiros, ¿qué hago? ¿Les planchamos el flux? Y yo sin saber el significado de la frase asentí. Todos, toditos, cayeron como mangos maduros. "Es por usted, jefe", me dijo el Sargento.

Es fácil contar esto ahora. Antes era distinto. Ahora las cosas parecen cuentos sacados de las hojas de un libro. Y entonces, es cuando podemos echar todo para fuera. O dicho de una forma más cierta: casi todo. Ahora es distinto. Ahora somos viejos, con la memoria frágil, pero algo se encuentra en ella si hurgamos con lupa. Cuando me detuvieron, el día domingo tempranito, lo recuerdo con pelos y señales: "Oficial, está detenido". Yo estaba en cuenta de todo. Sabía que venían por mí. Antes de subirme a la camioneta enjambrerizada de soldados, me encomendé a Dios. Y recordé, como se recuerda uno del primer amor, cuando mis pensamientos coincidieron con los de mi jefe superior inmediato, encargado de reclutarme para el movimiento, tal y como Judas de Galilea intentaba reclutar a Jesús para que se incorporara al movimiento clandestino, en formación, con la misión de crearle problemas al representante de Roma en Jerusalén. "Te necesitamos, Jesús. Eres valioso para nosotros, pero en especial para tu familia. Aquí, en esta luchar contra los romanos, están dos de tus hermanos, Santiago en primera fila". Eran tiempos duros. Muy duros. La sórdida lucha se realizaba en la clandestinidad. Los rebeldes andaban de un lado a otro. Conspirando, ganando adeptos, y esquivando a los soldados romanos. Allí estaba Simón, el hijo de Judas de Galilea, quien era el líder. Estaban resteados, como lo estuvimos nosotros la madrugada del sábado 2 de junio de 1962. No era poca cosa levantarse en armas contra un gobierno opresor e hipotecado con el imperio estadounidense, prácticamente desde que se había firmado el Pacto de Nueva York… Y ahora yo estaba detenido. Tenía rato que no sabía nada de los demás, mis compañeros y jefes. Montado en una camioneta con un puño de bocas de hierro apuntándome. No las tenía fácil. Pero estaba consciente que nada se logra sino se hace el intento. Habían tomado una decisión, en el cuartel general, y no quedaba otra, o sí o sí. Casi que no oigo cuando me ordenaron bajar. "Oiga ¿qué le pasa? Le ordené que bajara.

¿Y ahora…?

"Ahora es otro cantar" pensó. "Estoy preso. Los demás deben de estarlo también. Se acabó este sueño de mierda. No me arrepiento de haberse metido en esta vaina, pero si pudiera retroceder el tiempo, ni lo pensaría. Para mí ha sido una locura. Este ha sido un juego de niños. Un juego caro. Las balas nos respetaron a nadie: ni a hombres y mujeres inocentes, ni a niños y niñas. Y todo por no hacer las cosas bien. Todo por atropellar los tiempos. Soy joven, pero no sé cuántos años me meterán por esta osadía. Veremos…

VOZ DOS

"Ocupación" tardía

Yo fui encargado de tomar el aeropuerto. Me acompañaban dos pelotones de fusileros. Pero había sucedió algo incomprensible para mí. Nunca pensé que las tropas del gobierno ya habían tomado ese objetivo. No me habían avisado de ese avance a tan tempranas horas. Eran, más o menos, las 9:30 de la mañana del sábado. ¿Cómo era posible tal cosa? Si ellos venían desde Valencia, me refiero a la tropa del Cuartel Carabobo, y era de suponer que quien fue encargado de bloquear la carretera, ya había debido hacerlo. ¿Y entonces, por dónde pasaron? No me quedó otra que regresarme e intentar llegar a la esquina de la Alcantarilla. Cosa que logré sin mayores inconvenientes. Allí le dejé uno de mis pelotones al encargado de defender ese punto, y con el otro tome la vía hacia la Base Naval.

Yo era muy joven. Estaba prácticamente recién egresado de la Escuela Naval, para aquel entonces. Regresé un poco compungido, ya que había fracaso en mi misión. No era mi culpa, pero siempre hay como para sentirse mal. ¿Cómo es eso? Nosotros fuimos los alzados, desde la madrugada de aquel sábado, dizque tomamos la ciudad, y cuando voy a cumplir mi misión resulta que el gobierno y sus soldados ya estaban instalado en el aeropuerto. "Fin del mundo", me dije y me fui por la sombrita hacia la Base.

Allí está uno de las fallas graves del movimiento rebelde. Hubo falta de planificación… ¿Por qué este oficial llegó tarde a la cita? ¿Por qué el aeropuerto, un objetivo importantísimo, no fue tomado horas antes del primer disparo? ¿Quién era el responsable de la planificación? ¿Por qué envían sólo a dos pelotones? ¿Acaso, no había para más?

¿Y ahora…?

Ahora, por los momentos, estoy preso, bien preso. Y no puedo pensar, sino en eso. Tal vez, más tarde cuando mis ideas se haya n asentado podré alargar este ¿Y ahora…?

VOZ TRES

¡Viva Cuba!

Yo había alborotado a mi memoria. Estaba listo para disparar mi palabrerío, apenas me tocara. Y me tocó… Bueno, compañeros, desde el día viernes a media mañana empecé a sudar. Entre esa hora y las dos de la tarde ya había ido a bañarme cuatro veces, por lo menos. Eso de esperar a otro nunca ha dado buenos resultados. Mis pulsaciones se aceleraron cuando oí los primeros tiros. Y me dije: "Coño, la cosa es de verdad". Y corrí a buscar mi amigo complotado, y le solté: "¿Y ahora qué?" Se formó el peo y nuestros amigos no han llegado, a pesar de que son las 8 de la mañana. Esto no fue lo convenido. Las cosas son como son, y si no, no son. La palabra es la palabra. Me acuerdo, como si fuera hoy, cuando me acerqué a la borda. Alargué mi mirada hasta donde pude con el objetivo de ver si apuradito venía nuestro jefe. Pero pasaron las horas. Se oían los llantos de las ametralladoras, y nada. "Se jodió esta vaina", pensé. Fue cuando oí a un oficial que hacía preguntas a alguien. "Usted que hace por aquí… Usted no tiene por qué hacer acto de presencia en esta unidad. Suba. Está arrestado". Aunque ustedes no lo crean…, a mi jefe lo han hecho preso sin mover una paja. "Ahora sí se subió la gata a la batea", murmuré para mis adentros.

Entonces hubo que inventar a la carrerita. No sólo estaba preso el oficial que esperábamos, sino que también encerraron a dos más. Eran dos hermanos, y un Tte., quien se había mantenido pasivo, pero lo pescaron en titubeos, cuando estaba manipulando una ametralladora fija. Y lo encerraron. "Qué vamos a hacer", me preguntó un compañero comprometido. Le respondí, sin pensarlo: vamos a liberarlos ya. Y eso fue lo que hicimos. "Usted está preso. No mueva sus manos", le grité al Tte. de Navío que estaba a cargo de mi unidad, por ausencia del superior. Mi FAL apunto al hombre. Mis manos no obedecieron a mi estado interno, y se mantuvieron firmes. Entró un preso, y salieron cuatro. Así fue como mi unidad pasó a manos de los rebeldes. Mientras tanto, la batalla, en la ciudad era cruenta. Por cierto, ese Teniente ha sido la única persona, en mi vida, que he apuntado con un arma. Eufórico, ante la mirada atónica de algunos Marineros, grite a todo pulmón: ¡Viva Cuba!

El domingo en la mañana, todo había terminado. Habíamos despertado de aquel atropellado sueño. A esta hora, tempranas del día lunes, se habían llevado presos a los oficiales del buque. Mientras que mis compañeros y yo, tuvimos tiempo para bañarnos, asearnos un poco, ponernos ropa limpia, y esperar. "Fulano, Zutano y Mengano, salgan y vengan aquí", la voz era la de un Capitán de Corbeta, encargado de hacernos presos. Bajamos, como unos corderitos, nos metieron en una camioneta, y el súper Capitán bramó: "Al Castillo Libertador, carajo. El que se mueva lo matan".

Era sólo el comienzo: nos metieron en una fosa del viejo Castillo, el "súper héroe" nos dejó tal como vinimos al mundo. Desnuditos, desnuditos, pues. "Llenen la fosa de agua, carajo. Rapido", ordenó a unos marineros. El descontrolado oficial, registro nuestras ropas. Sacó el dinero que pudiéramos tener y lo elevó por los aires hacia el techo de la fosa. Estaba furioso. Él mismo, con sus propias manos, estaba elevando su indignidad. Tres días después, nos sacaron. Montados en un autobús atiborrado de Infantes de Marina, armados hasta los dientes, y nos condujeron al Cuartel Carabobo, en Valencia. Allí nos recibieron fríamente nuestros compañeros. Oíamos la consigna: "Remember Playa Girón". No entendíamos nada. Los rostros fríos, indiferentes, era una señal.

A los primeros oficiales y suboficiales capturados los trasladaron a la Guaira. Luego, fueron trasladados al Cuartel Carabobo. A tres suboficiales nos habían capturado de último, y nos habían encerrado en el Castillo Libertador. Era lógico que pensaran que algo raro podría haber con nosotros. Y decidieron andárselas con cautela. De allí la consigna. Podría ser que el gobierno nos hubiera ofrecido algo, para delatar, o decir cosas en contra del resto de compañeros. Tres días bastaron para que nos integráramos al grupo, y se dejará a tras las sospechas.

Y ahora…

Ahora digo como dijo Fidel Castro: "Cuando voy a un funeral, sigo hasta el cementerio". No hay vuelta atrás. Hace más de medio siglo di mi primer paso, y aún sigo caminando hacia el final. El revolucionario no nace, se hace a través del tiempo. Mientras más años caen sobre uno, más revolucionario somos. Ahora el temple es mayor. Los años me han caído de sopetón, pero sin dejar una huella que no esté impregnada de lucha, de pasión, de amor por mi Venezuela adentro. Yo conocí en el penal de Tacarigua, léase, el "Campo de Concentración Rafael Caldera, o si prefiere, la Isla del Burro, a un Teniente del ejército. Que hombre tan arrecho, compadre. Era de estatura mediana, cuerpo fibroso, y de andar rápido. Era, por demás, llanero, como yo. Su nombre: Nicolás Hurtado Barrios. Este hombre venía de la derecha. No sé a cuál movimiento perteneció, de tantos que emergieron en las décadas de los 60, 70 y 80. Pero lo sí sé es que aterrizó en la izquierda, y para colmo, con el tiempo, aterrizó en la Isla del Burro, y se unió a nuestro grupo.

Más tarde, corría el año 1967, el gobierno de Raúl Leoni, presentando una cara falsa, de "buenote" vació al penal. Sólo quedo, por un año más, otro duro, otro hombre de hierro, llamado Víctor Hugo Morales ( Moralito). Es el caso de que Nicolás Hurtado Barrios, no se fue a su casa. No se quedó en el funeral, se fue al cementerio, parafraseando a Fidel. Cogió rumbo a la montaña. Se unió al frente guerrillero Cierto tiempo después. Y su esposa Yolanda, hablaba como una mujer de pueblo, tal cual era Nicolás Hurtado:

"A mí me lo dijo alguien, eso fue en Caracas, una vez que fui. A mí me lo dijeron, que Nicolás se había metido a comunista. Que eso fue en la cárcel, donde estaban otros presos y leían libros de otras partes y algunos de aquí también. Libros que hablaban de los héroes, de gente de justicia… Gente que andaba con los campesinos y con los que trabajan en la ciudad, en cosas que aquí en Calabozo antes no había… Hubo los alzamientos aquellos en Puerto Cabello, usted se acuerda, que eran militares que tiraban para la izquierda, y civiles también y dicen que estaba metido el Partido Comunista. Y Nicolás estaba preso esos mismos días. Nicolás era Teniente, usted sabe, y estuvo con Castro León, usted sabe, y se metió a comunista, al Partido, me dijeron, que y que era por la Paria, contra los gringos, por liberar estas tierras y por nosotros los pobres, Nicolás era uno de esos. Si era por querer a la gente, Nicolás era de ésos. Siempre como dándose, ya le dije. Y sería por eso que se puso hablar y a leer en la cárcel, con los otros presos comunistas, que y que estaban ahí por luchas de justicia, eso lo dicen todos y con razón que Nicolás se enamoró de eso y se metió ahí, porque si es de justicia, eso era para él. Por eso seria, digo yo, que se metió a comunista, por eso cambió en la cárcel (Penal de la Isla de Tacarigua: isla del Burro), como me dijeron. Anduvo mucho en la cárcel con un capitán, un capitán de Fragata, que no me recuerdo bien el nombre… Pero yo vi el libro que escribieron ellos dos, no lo leí, pero lo vi, lo cargaban unos muchachos que después tuvieron que irse, de perseguidos que estaban…

VOZ CUATRO

"¿Usted sabe que está haciendo?"

A mí, me correspondió tomar la Base Naval de Puerto Cabello, lo que implicaba, como es lógico, hacer presos a los Capitanes, jefes. No fue poca cosa, compadre. Pero éramos varios oficiales. La operación comenzó a eso de las 4 de la mañana. A esa hora los oficiales del bando gubernamental, es decir los del Batallón de Infantería, por decir algo, se habían cansado de esperar el "reventón" y de fueron a dormir, en la creencia de que todo había sido un "embarque más". Pero no fue así. Se equivocaron: "No se muevan, todos están presos", graznó un oficial rebelde. "¿Ustedes saben lo que están haciendo?", inquirió el de mayor jerarquía. "Sí mi Comandante, estamos conscientes", fue la tajante respuesta. Los oficiales detenidos fueron trasladados al Castillo Libertador.

Luego les toco a los oficiales del Base Naval. "¿Ustedes saben lo que están haciendo?", atinó a preguntar el Comandante de la Base. "Claro, mi Comandante. Estamos más que conscientes. Este es un movimiento cívico-militar a favor del pueblo, por lo que no nos arrepentimos. Vamos a entregarnos en cuerpo y alma a la lucha del pueblo por un mundo mejor. El pueblo fue traicionado el 23 de enero de 1958. Poco le duro la esperanza. Usted lo sabe mejor que yo, pues, está en la cúpula militar, vive y convive con el poder. Ese poder que está al servicio de intereses extraños. Usted lo sabe, mi Comandante. Vamos para que descanse en el Castillo Libertador.

Y ahora…

Ahora, pienso que desde un primer momento cometimos graves errores que iban a repercutir negativamente en la acción que habíamos comenzado a ejecutar en horas de la madrugada del 2 de junio de 1962. Los tiempos se dislocaron. No daban, no cuadraban, mientras tanto el enemigo, ya en alerta, ganaba terreno paso a paso, sin apuro, pero seguro de que no tendríamos salida airosa. El enemigo no tenía medidos desde el jueves 31 uno de msyo, y el viernes, primero de junio. Por eso el acuertelamiento.

VOZ QUINTO

Los errores competen a quienes toman decisiones

"Por fin los encontré", dijo mientras uníamos otra mesa, para estar más cómodos. Era uno de los tres jefes, responsables de los acontecimientos en aquella lejana fecha, que hoy, alegres, conmemorábamos. "Pensé que se habían regresado, hasta que me dijeron que estaban en el bar 4 esquinas… Pero, por favor, no paren, sigan hablando…".

Entonces, el más avezado tomó la palabra: "Mi Capitán, bienvenido a esa sana y descongestionante tertulia". Explicó al recién llegado de que se trataba nuestra conversación… "Aquí, como usted lo va apreciar, estamos hablando de aquellos hechos, sin apuro, sin cortapisas y con la mejor de las intenciones…Así que lo invitamos a sumarse a este sano encuentro, y, de paso, le cedemos la palabra. Usted, por razones obvias, tiene más de que hablar que nosotros. Así, mi Capitán, somos todos oídos".

El recién llegado, manifestó que no tomaba cerveza que prefería un té o una manzanilla. Desde hacía años, sufre del asma. Como el Che la sufrió durante toda su vida, hasta que los Ranger lo acorralaron y lo mataron en las montañas de Bolivia. El Capitán ha sobrellevado esta enfermedad por todos los rincones de Venezuela, sin que le mine una sola gota de su energía puesta al servicio de Venezuela. "Es un hombre de hierro", habría dicho uno de los camaradas tertulianos. Y le abrimos el camino para que hablara, sin tapujos.

"Miren, a tantos años de aquella batalla cruenta, dura y desigual, todavía surgen preguntas sobre lo que se hizo y se dejó de hacer en Puerto Cabello. Hubo muchos errores. Hay cosas que un hombre, ante el acoso del tiempo, no puede controlar de manera de asegurar un mínimo de perfección en la ejecución de un determinado plan. Sobre todo el que nos tocó a nosotros, que sentíamos los pasos de nuestros perseguidores, y las bocas frías de hierro en nuestras nucas. No es fácil. Ni el mejor planificador del mundo puede cubrir todos los errores, tras una carrera contra el tiempo. Eso es imposible. Y parte de eso sucedió el 2 de junio de 1962.

Interviene el avezado: "Pero sobre sus hombres tenía una gran responsabilidad: era el tercer jefe, y jefe de Operaciones. No es cualquier cosa. Usted podría responder, sino todas, por lo menos algunas de las interrogantes que aún están en las bocas de quienes vivieron aquellos momentos duros, y, que a pesar de los años, sobreviven… ¿Qué opina, usted?

—Yo opino que tienes razón, en parte. Pero El Porteñazo es parte de la historia de este país, de su trágica historia. Pero, igualmente, puedo decir, que la rebelión de Puerto Cabello fue empujada por el gobernante de turno. Por sus ansias de poder, por un lado, y, por el otro, por la presión del imperio, ya que fue allá, Nueva York, donde Betancourt, Caldera y Villalba, firmaron un pacto, para cuando la dictadura de Pérez Jiménez hubiera sido barrida por el pueblo sus Fuerzas Armadas. Esa es la pura y cruda verdad. Después del Carupanazo el gobierno desató una cacería de brujas contra todo oficial que oliera a izquierdismo. Entre ellos, yo, por supuesto. Esa apremiante situación nos precipitó a tomar decisiones, erradas unas, acertadas, otras, pero como lo que importa es el resultado, y no lo obtuvimos. Es decir, no pudimos encender la llama que incendiaria la pradera por buena parte del país. Como es lógico, pensar, el resultado no pudo ser más catastrófico, viéndolo desde ese punto de vista. Viéndolo desde otro enfoque, pienso que algo se logró. Algo dejamos, como huella, para las nuevas generaciones. Pienso que vendrán tiempos mejores. Tengo ese pálpito.

—Pero, hay responsabilidades compartidas, e individuales—acotó el avezado. No pretendo acorralarlo, ni mucho menos, sólo que, como estamos hablando más de medio siglo después, pensé que podíamos ser más abiertos, en torno a nuestras actuaciones. ¿Me explico?

—Claro que te explicas, y muy bien, por cierto. Yo asumo mis responsabilidades como jefe de Operaciones. A otros les toca, definir las de ellos. Yo sé en demasía que aquellos hechos arrojaron muchas críticas hacia nosotros, los jefes, y dejaron rencores. Eso es inevitable en cualquier grupo que se vea involucrado en acciones de esta naturaleza. Pero los hechos no se pueden modificar. Están allí, en el corazón de cada uno de nosotros, pero al final, será la historia que se ocupe de enjuiciarnos y dictar un veredicto. Yo actué como un ser humano que soy. No podía hacer nada más de lo que hice.

—¿Cómo sería su actitud si retrocediéramos en el tiempo, bajo estas remembranzas?—Volvió el avezado.

—Entiendo qué cuál sería mi comportamiento en una hipotética repetición de aquellos hechos, bajo la madurez que tengo. Eso es lo que entendí de la pregunta. Y bajo ese criterio, respondo: Mi actitud y mi comportamiento, serían diferentes, como será lógico pensar. Hoy es hoy, ayer fue ayer. Lo que hicimos ayer podemos analizarlo y escrutarlo, hoy, bajo enfoques distintos. Bajo una óptica preñada de experiencias y vivencias que nos hacen pensar y actuar diferentes. Yo, en carne y hueso soy otro. A pesar de la insistencia de mi asma. Pero soy otro. Y es natural. Ninguno de ustedes son los mismos. Además, yo no soy pendejo, ni cogido a lazos. Sobre mí llueven cualquier tipo de críticas por mi actuación, y hasta llegan a echarme encima de mis hombros la responsabilidad, no solo del fracaso, sino de que el alzamiento se fuera ejecutado. Hasta eso llegan las críticas, casi todas malsanas y sin fundamento. Yo voy a decir algo que no he dicho nunca: actué apegado a mi conciencia, y todos mis actos obedecen a ese apego, pero no siempre se sale airoso, y es cuando uno tiene que aceptar que así es la vida: unas veces se gana, otras, se pierde. Pero entre el ganar y el perder, hay cosas intermedias que nos nutren. Al final: hay la lección y el aprendizaje.



 

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