La figura de Francisco de Miranda, vista por Denzil Romero y Tomás Polanco Alcántara, nos sirve de escenario para modelar los contornos de una interpretación literaria acerca de un hombre quien, más que héroe, fue el símbolo del proceso pre-independentista de América del sur. Para ahondar en los trabajos que ambos autores escribieron: Romero, La tragedia del Generalísimo (1987) y Polanco Alcántara, Francisco de Miranda ¿Don Juan o Don Quijote? (1996), se hace necesario, primero, reconocer lo que es la trayectoria escritural de dos talentos venezolanos, pero diferenciados por la metodología con que trataran sus inquietudes, literaria e histórica. Para ello, vamos a utilizar la metodología comparatística, específicamente, "la que se refiere a la comparación monocausal, que se basa en una relación directa genética entre dos o más miembros de la comparación. Esta autolimitación voluntaria, que sigue ampliamente los métodos factualistas-positivistas.
Ver a Miranda desde la realidad y ficción en torno a las aventuras erótico-románticas en la novela de Denzil Romero, o con la figura historiográfica del héroe en el libro de Polanco Alcántara, son dos percepciones de Miranda totalmente diferentes donde sólo coincide el nombre del Precursor de la independencia. La tragedia del Generalísimo no está escrita para restaurar la vida humana del personaje en cuestión, puesto que es una novela de ficción, mezcla extraña de épocas y asuntos, entre los que destacan la estructura de Minos, el toro, Creta, Teseo, Ariadna y los jóvenes y doncellas sacrificados cada nueve años en el laberinto, por ejemplo.
En otro orden, resulta sumamente compleja por su estructura enmarañada, la cantidad de épocas que abarca el relato, el número de sus personajes, en fin, la gran cantidad de asuntos que intervienen en ella. Contrariamente, a la obra de Romero, Francisco de Miranda ¿Don Juan o Don Quijote? Es un libro tratado bajo la forma y estructura de un ensayo histórico, riguroso y ponderado. Es una interpretación biográfica a través de documentos, donde describe al héroe en su recorrido como portador de ideas de libertad y transformación social. La descripción de los hechos se centra en momentos difíciles, se hace la relación cronológica de los escritos que produjera el Generalísimo, y de las desventuras que como hombre de sociedad viviera en las cortes española y francesa en su papel de Quijote. Por otra parte describe, ponderadamente, las aventuras amorosas con diversas damas de elevadas alcurnias en su papel de Don Juan.
La confrontación de estas dos obras surge por la remarcada afirmación de Polanco en su libro, donde insinúa que la historiografía está en el deber de restaurar las imágenes públicas de los héroes de la historia, laceradas por las mentiras, leyendas y fantasías. De alguna manera esta afirmación podría referirse a la obra de Romero que, aparte del personaje, nada tiene que ver con la historiografía, y sí mucho con la literatura de ficción.
Acerca de La tragedia del Generalísimo hay numerosos antecedentes escritos que dan fe de la relevancia que tuvo esta novela en la recepción lectora y crítica, incluyendo el tema erótico. Entre esas investigaciones se pueden mencionar autores como: Gorbato (1988) en "El nuevo periodista", Buenos Aires, 30-6-88. Wisotzky (1996) en "El Nacional", Caracas, 10-9-96. Hernández D’ Jesús (1999), Jiménez Ure (1999), en artículos de prensa; y a nivel de simposios de literatura: Brito Márquez (1999), Eduardo Liendo (1999) y Barrera Linares, el mismo año.
Tomando en cuenta todos estos antecedentes, más la revisión bibliográfica pertinente, se desarrollará el propósito general, como planteándose un objetivo terminal: Analizadas y comparadas las obras de los dos autores, se demostrará la diferencia entre lo historiográfico del ensayo histórico en Polanco y la ficción novelada en Romero.
La ficción en torno a la literatura es un elemento tan persuasivo que logra atrapar al lector, confundirlo y convencerlo de que –por ejemplo- los hechos narrados en una novela, son todos extraídos de la vida real. He ahí la misión perfecta de un escritor ingenioso que se oculta tras bastidores para recrearse, mientras un narrador testigo se interpone entre el autor y el personaje principal para urdir la trama teatral dentro del género novelesco.
Este caso es único en Denzil Romero a través de La tragedia del Generalísimo (1987), desmitificando a un notable paladín y convirtiéndolo en un personaje manipulado a su antojo por un narrador en segunda persona (alter ego de Miranda), para narrar hechos, en gran parte, de ascendencia histórica, trastocados por la imaginación del novelista con la que logra persuadir al lector haciéndolo caer en la trampa fabulosa de que, la conducta del personaje en la narración, fue verdaderamente la del héroe real.
Indudablemente que esta argucia narrativa crea un problema de tanta magnitud en la recepción lectora que, hasta un historiador, académico, individuo de número, consciente de que la historia en sus manos de escritor "se vuelve un fenómeno individual", es capaz en un momento, de cuestionar en el párrafo de un simple prólogo a un creador literario que se recrea en un personaje histórico, fabulándolo y colocándolo ante los lectores en un universo ficticio. Es evidente que el lector común va a sentir como receptor la misma sensación que, probablemente, sintió el historiador al leer la novela, cayendo también en esa trampa narrativa. "Las mentiras. Las leyendas y las fantasías van cubriendo, poco apoco, a cualquier personaje histórico con una pátina, que si no se elimina a tiempo, deforma su imagen y crea un falso concepto que muchos llegan a considerar como verdadero".
Si se mira a Miranda desde el contexto literario venezolano del siglo XX, se muestra su imagen implosionada desde el elemento de la historia desde dos panorámicas opuestas: la primera, que exalta la figura de los héroes, sus rasgos biográficos, hazañas, reveses, cartas, documentos, viajes y proyectos políticos, mediante una posición crítica y aparentemente realista, la historiografía; la otra panorámica es la novelística, basada en el historiografismo, donde el escritor recrea la historia a través del elemento de ficción. Dentro de este plano figuran autores como: Uslar Pietri con Las lanzas coloradas (1931), Otero Silva con Lope de Aguirre, Príncipe de la libertad y Herrera Luque con Boves el urogallo (1972) y Piar, caudillo de dos colores (1985).
Entre las décadas 80 y 90 va a ocurrir un fenómeno en la panorámica de nuestra novelística basada en la historiografía ficticia. Denzil Romero publica dos novelas: La tragedia del Generalísimo (1987) y La esposa del Dr. Thorne (1997). Estas dos obras tienen una innovación que las diferencia de las anteriores: El universo imaginario de la ficción y el erotismo. Dos fábulas , donde un héroe (Miranda) y una heroína (Manuela Sáenz) mediante la metamorfósis del lenguaje erótico y el tamiz de la ficción, se convierten en antihéroes, llevados a un escenario de crudeza humana. Son bajados del pedestal del colectivo historiográfico al plano individual de la ficción novelada.
En la novela La esposa del Dr. Thorne, premiada en España y cuestionada en Colombia y Ecuador, es la supuesta historia erótica y sexual de Manuelita Sáenz (ecuatoriana), última amante de Bolívar, traída al escenario novelesco mediante un argumento grotesco, perverso y emocionante. La tragedia del Generalísimo es tan célebre como La esposa del Dr Thorne. El relato se inaugura desde el enfoque carcelario, a la manera de un teatro en el que se escenifican las acciones de su vida, y a la que Miranda asiste como espectador, conducido por un alter ego cruel que, en papel de juez, lo acusa y condena por sus fracasos, y le recuerda sus aventuras erótico-románticas, arrastrándolo hasta los umbrales dantescos que cierran su paso en el siglo XX.
El personaje, ensimismado, mientras el narrador o alter ego lo cuestiona, revisa minuciosamente su historia, su biografía, enfermo y achacoso, próximo a la muerte en la celda de La Carraca en Cádiz, prisionero a la vez entre las cañuelas del cuadro de Arturo Michelena. De esos cuestionamientos que hace el narrador al personaje, sobresalen los referentes al erotismo, la lujuria y la perversión sexual que, al parecer, fue una constante en la vida real del Miranda. Léanse estas citas: Una historiográfica de Polanco y otra, novelada de Romero: "Es lógico que, en determinados momentos, su relación con mujeres haya sido de carácter más sensual que social. Así pasó, al menos en dos ocasiones que comenta en su diario: Una, en el camino a Beaufort; y otra, en New Port. Aventuras intrascendentes".
Polanco relata las aventuras basado en el diario de Miranda. Lo hace en un lenguaje hipotético y ponderado. Quizás Romero tomó los datos del mismo documento, pero su imaginación literaria le permitió recrearlos de manera particular y perversa: "¿A tu edad, quién lo creyera?, despojado a tal fin de tus dientes postizos, te aplicas a lamer la vulva feminarum, introduciendo en ella, con refinados amaneramientos, una cereza deshuesada o gajos de naranja iniciando de seguidas un coitus a posterioris o per angostam viam que arranca gritos de dolor, sólidos ayes de un final deprimente, a la mísera esclavita.
A pesar de la perversión erótica en torno a sus romances con hembras de toda laya, se trata de una novela que estructura su relato siguiendo las bases del mito laberíntico, (el tiempo), lugar de encierro del minotauro al que hay que matar, (los imperios español con su instrumento de terror y represión, la inquisición, y el norteamericano, que engloba todos los males que el poder engendra).
Por su parte, Polanco diseña cuidadosamente su biografía, proporciona al lector elementos propios de los viajes y proyectos políticos del Generalísimo, sin soslayar sus aventuras románticas con distinguidas damas de la alta sociedad, mientras que Romero hace mención de esclavas, domésticas, quinceañeras, princesas, duquesas, sin que escape el nombre de Catalina La Grande, de quien especula sin reparos, que también fue víctima de su "verga titánica": Igual el amor tormentoso de la Gran Catalina que el grosor de sus várices que la furia de tu porra ante la chucha de cualquier zurrada la desnudez pulimentada de Miss Jane, el coño inconmensurable de Miss Sally, cual un inmenso molusco lamelibranquio abriendo y cerrando sus valvas, y, sobre todo, tu miembro, tu miembro anguiliforme, buscando una participación".
En ambas obras se observan hechos históricos reales, fechados, extraídos de documentos que sustentan la historiografía, por ejemplo: El nombramiento del padre de Miranda como Capitán (1764), Miranda se embarca, rumbo a España (1771), en 1781 es nombrado Edecán de Cajigal, entre 1785 y 1789 emprende largos viajes por Europa etc. Polanco no puede eludir en su biografía el ritmo cronológico de los hechos por la naturaleza de su propósito, y Romero, tampoco puede echarlos a un lado, puesto que es su base de inspiración y referencia obligatoria, pero hace que esos hechos se vuelvan susceptibles, los reinventa y los recrea en una enmarañada dimensión de erotismo, sensualidad, escatología, perversión y descaro, donde las mujeres mencionadas con nombre, apellido y posición social, son leitmotiv del eje narrativo en el cual Miranda gira como visión fantasmagórica al antojo de su alter ego narrador. Aquí se palpan las diferencias discursivas entre lo histórico real y lo novelado ficticio. "Quizás la primera diferencia que aparece ante nuestros ojos entre el discurso historiográfico y el novelesco, es este último que se asume y reconoce como ficción y permitiéndole expresarse con mayor libertad y proponer la recreación y la imaginación como elementos fundamentales de su construcción." (Brito, 1999: 651).
El éxito obtenido por Romero con la novela que más se pareció a él, es incalculable, porque se fundió con la osamenta de su personaje, internalizándolo de tal manera que, hasta puede a firmarse que "Denzil llevaba ya dentro de si la corporeidad y los gestos propios del personaje fallecido en el arsenal de La Carraca".
En conclusión, podemos aseverar que el logro narrativo de Romero en torno al recurso ficción-erotismo, fundido en la remembranza histórica del héroe a través del personaje Miranda, parte de la intimidad que como narrador establece con sus lectores, teniendo como puente comunicativo su discurso innovador. Con La tragedia del Generalísimo se consolida la singular modalidad de la novela de ficción, sustentada en los anales de la historia, y metamorfoseada en el más descarnado discurso erótico. Con esta obra, Romero dotó a nustra literatura, profundamente telúrica, de un impulso vital, difícil de soslayar con el paso de los años, y que cobrará vigencia a medida que el perfil narrativo se devele, por la fuerza de su ausencia, para mostrarnos su aguda visión universal. Fue un narrador pleno, cargado de vigor propio de una figura nacida en el cierre del boom literario latinoamericano del siglo XX, del cual se nutrió, y al que también enriqueció con la incorporación metódica al discurso novelesco de elementos, tales como: la sonoridad del lenguaje, el desparpajo discursivo, la flexibilidad temática y contextualización histórica, que le otorgan a lo narrado connotación de madurez y persistencia totales. La obra de Denzil Romero es hegemónica, totalizante, y constituye una sólida y compleja pieza de armadura.