¿Bárbaros en Barbados? (I)

Lunes, 05/08/2019 12:11 AM

"Mantendremos las consultas y avanzaremos para sacar a Venezuela de la crisis"

Stalin González

"El diálogo dialogal no es una simple conversación, no es un mero enriquecimiento mutuo por la información suplementaria que se aporta, no es un exclusivo correctivo de malentendidos... es la búsqueda conjunta de lo común y lo diferente, es la fecundación mutua con lo que cada uno aporta... es el reconocimiento implícito y explícito que no somos autosuficientes... Dios es quien hace posible que el diálogo sea algo más que un estéril cruzarse de dos monólogos"

Raimon Panikkar

Introducción

Hablando en sentido estricto, no existe contacto ni diálogo entre los políticos como tales. Más bien existen personas y organizaciones que se encuentra entre sí y se relacionan más o menos respetuosamente, hablan entre sí y sobre los demás, se llevan bien o fracasan en su intento. En estas relaciones desempeñan un papel determinante distintos factores, como la ansiedad que produce la pérdida o el debilitamiento de la propia identidad.

El asunto no es que unos "supuestos políticos" se pongan de acuerdo para tomar sol comiendo cou-cou en Sandy Lane Beach o en Carlisle Bay, tomando Mauby o Alernum, sino que personas con convicciones divergentes encuentren de manera eficiente y armónica un terreno moral común.

II. Diálogo dialógico o diálogo dialogal

Todo el mundo conoce la pregunta Ontológica esencial formulada por Gottfried Wilhelm von Leibniz en 1740: "¿Por qué existe (hay) el ser (algo) en lugar de nada?" Hay, sin embargo, otra pregunta filosófica de más difícil comprensión, que igualmente los venezolanos no hemos sido capaces de responder: "¿Por qué esta Venezuela y no otra?" ¿Es posible otra Venezuela en la que se desarrolle una búsqueda de terrenos y valores comunes, más que la imposición de unos sobre otros? El único camino de futuro que tenemos los venezolanos es el diálogo de todos y por todos. Esto nos deja pendiente dos tareas, nuevas hasta ahora: una, elaborar el sentido, las condiciones y las posibilidades del diálogo, y otra, definir el lugar de cada cual en este diálogo, ante los demás y ante nosotros mismos.

Dialogar es, simplemente saber escuchar y saber hablar. El diálogo debe ser, de entrada, un marco en el que todos los venezolanos y todos los grupos puedan decir lo que piensan. Eso es necesario, sin duda, pero no es suficiente. Conviene además que el diálogo tenga unos objetivos. Dialogar quiere decir hablar y escuchar buscando conjuntamente algo. El asunto no es que unos "supuestos políticos" se pongan de acuerdo para tomar sol en Sandy Lane Beach o en Carlisle Bay, sino que personas con convicciones divergentes encuentren de manera eficiente y armónica un terreno moral común. La elaboración de unos parámetros éticos comunes es fundamental. Para lograr esa armonía, es imperativo (necesario) derribar las barreras del desprecio, del odio y el resentimiento. Para entablar un diálogo valioso orientado al entendimiento mutuo, todo venezolano debe estar dispuesto a ejercer la tolerancia. Ahora bien, la tolerancia por sí sola no basta, es igualmente importante la noción de "responsabilidad". Nadie ha dicho que sea fácil dialogar, y si lo ha dicho es porque no dialogó. El diálogo es el medio esencial para promover una percepción compartida de las cosas y los acontecimientos. Si los venezolanos lográramos hasta cierto punto convertir el imperativo del dialogo en nuestra sociedad en la máxima de la política practica, conseguiríamos un excelente punto de partida para lograr la despolarización política y evitar la violencia en todas sus manifestacionesy reconstruir el Bien Común.

Los humanos tendemos y buscamos la verdad. Pero la verdad no se nos da nunca pura y límpida, sino marcada histórica y culturalmente. Es susceptible de determinaciones parciales; está sujeta a olvidos y descuidos, a reacciones emotivas, a prejuicios y a resistencias. En la búsqueda de la verdad, personas y comunidades sufren todos estos influjos. Este carácter histórico y cultural muestra el rostro débil y vulnerable de la verdad, pero también su complejidad y la necesidad de llegar a una concepción más amplia y plural. Por eso la fidelidad a la verdad comporta también como actitud básica el diálogo. El diálogo representa un alumbramiento: la palabra de uno ayuda a nacer la palabra de otro. Es camino hacia la verdad, acercarse a ella en el reconocimiento de la perplejidad, la duda y el tanteo. Por ello es interrogación y búsqueda, que puede acabar convirtiéndose en invitación. La verdad no es atributo del presente, sino promesa de futuro. Por eso, intrínseco al diálogo puede que no sea imponer ni convencer; pero sí lo es una verdadera disposición a aprender. Implica necesariamente el reconocimiento de la libertad de todos, de su manifestación y ejercicio. Supone permitir que cada uno hable con sus palabras y actúe desde sus convicciones. Pero no tiene nada que ver con posturas vergonzantes e ingenuas que, en realidad, ni facilitan convergencias ni consolidan acuerdos. No es relativismo, claudicación o debilidad. Es siempre una actitud esperanzada que, por ello, sabe mirar al mundo con estima y simpatía, pero también con realismo para distinguir luces y sombras.

Sobre la realidad caben muy diversas perspectivas, innumerables puntos de vista. Si queremos construir la convivencia social desde la verdad, el diálogo adquiere una función muy estimable. Parte del respeto a las personas y a las ideas; implica a disposición a la tolerancia y a la comprensión, aunque no es nunca complicidad con el error, inseguridad o relativismo. Significa no atrincherarse uno en sí mismo, en "su" verdad, sino admitir la posibilidad del propio error, el reconocimiento de los derechos de los demás. Es posible cuando las personas caminan en una actitud de humildad y de búsqueda, como escribió A. Machado: "¿Tu verdad? No, la verdad,/ y ven conmigo a buscar./ La tuya, guárdatela" .Este respeto a la persona es, especialmente, respeto al discrepante, al que no piensa, ni juzga, ni ve las cosas como yo. El diálogo es siempre buscar juntos, no partir ya de la posesión absoluta de toda la verdad. La tarea se cifra, de manera concreta y particular, en superar todo tipo de posturas fanáticas, fundamentalista, aferradas a las propias ideas, incapaces de admitir o respetas ni las ideas ni las personas de quienes disienten de ellos. Pero la búsqueda conjunta de la verdad no se para en el respeto. La voluntad de diálogo lleva a acoger al otro como es. Es, realmente, escucha, encuentro, acogida y apertura al otro. A la persona en diálogo se le pide disponibilidad para acoger la verdad y disponibilidad para compartirla. Tiene que estar abierta a los demás para recibir de ellos la parte de verdad que poseen y para ofrecerles la suya propia. Esto hace posible compartir la verdad, salir de mí mismo, comunicarme. Compartir la verdad es compartir la vida.

El diálogo como atmósfera de la auténtica comunicación acostumbra a presentarse como una de las exigencias mayores de nuestro tiempo. En nuestros días, desde posiciones ideológicas muy diferentes, se ha subrayado su decisiva importancia para una coherente edificación del ser humano. El auténtico diálogo, a la inversa de la que acontece con el monólogo, es un poderoso inductor de la simpatía, porque tiende al descentramiento del yo y a la superación del monologismo que le caracteriza, a fin de implantar unas relaciones humanas policéntricas, que hacen posible la salida hacia el otro y el consiguiente reconocimiento del otro en su interrumpirle alteridad y diferencia.

No cabe la menor duda de que, en el momento presente, necesitamos con urgencia una "praxis de la simpatía", que permita a todos los venezolanos el "padecer con" (sym-pathos) , es decir debemos encontrar la manera de habilitar a los hombres y mujeres de este país para que sean capaces de "ponerse en la piel del otro". El bien común, debe ser la razón del diálogo.

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