Los hechos de la cota 905 y los de Dayton me hicieron recordar la película "Cuando quiero llorar, no lloro"
Dicen mis neuronas que no hay que ser sociólogo, psicólogo, analista político, o algo que se le parezca, para entablar ciertas similitudes, (sin contextualizaciones politiqueras: No confundir con políticas de altura) cada una con sus características suigéneris entre los acontecimientos de la Cota 905, (Caracas, Venezuela) y la ciudad de Dayton (Estados Unidos). La primera, desde que tengo estado de conciencia, siempre ha sido violenta. La segunda, como nunca he viajado a esa región norteña, sólo sé de ella por algunas referencias de los medios masivos de información y testimonios de terceras personas. Por supuesto, cada quien cuenta su experiencia como le haya ido en la fiesta.
Visto así las cosas, lo que sí me llamó poderosamente la atención, fue que esos hechos de violencia se sucedieron, casi simultáneamente, en la misma semana, en diferentes regiones. Ligeramente, uno piensa que fuera una cadena de secuencias, indiferentemente, de las condiciones sociales donde se producen los eventos ¿Causalidades o casualidades? Interrogantes que quizá sean competencia de los expertos en criminología. No hay que dejar de darles las gracias, a esos medios virtuales de información, que hacen que estas últimas, sean casi instantáneas; producto de esta era, donde las noticias dejaron de ser “Periódico de ayer” como dice aquella añeja canción latina.
Según, respaldo de algunos videos, de esos que pululan como hormigas en las denominadas “Redes sociales” puede apreciarse allí, específicamente, en la Cota 905, como un grupo de jóvenes, descamisados, exhibían sus armas de fuego, como niño en carnaval, jugando con sus pistolitas de agua. Relucían las armas de cañón largo. A varios de los envalentonados en aquel festín, se les veía guindando pistolas automáticas en sus desnudas cinturas, emulando quizá al legendario “James Bond”. Cualquiera, fuera de las pantallas, pudo haber sentido miedo a distancia, frente a lo que observaban sus pupilas. Todas estas emociones son propias de nosotros los seres humanos. No hay que sentir vergüenza al decirlo.
Lo cierto de todo, es que estos mozos al estilo “Juan Charrasqueado” a lo mero macho, presionaban los disparadores de sus rifles, alegremente, apuntando y disparando al aire; aquello parecía un polígono a campo abierto ¡Pobre del infortunado que se atravesara! Su espíritu era de amedrantamiento, o a lo mejor, impactar a una colectividad vulnerable. Quizá en sus mentes figuraba que estaban filmando una escena de películas, de esas donde los puñetazos y las besuqueaderas distraen al más cándido. A mi modo de ver el mundo, la arrogancia juvenil y la agresividad compulsiva, se mezclaban, debutando en sus actuaciones. Cualquiera que pasaría por el lugar de las escenas, presumo, se lanzará al suelo para no ser víctima desventurada de los gatillos alegres.
No soy quién para dilucidar sobre sus conductas. No me corresponde a mí, emitir juicios de valor sobre esas actuaciones de violencia que diaria y rudimentariamente se apoderan de nuestras ciudades, en el plano nacional e internacional. Soy del que considero que la responsabilidad tanto de conciencia como material ante la Ley, es individual. Cada alma debe tener presente que deberá asumir sus pecados, sin echar la culpa a los demás, o a terceras personas; y asumir las consecuencias con verdadera gallardía. El propósito no es echarle fuego a la candela, menos aún, hacer apología del delito. Son escenarios significativos que brillan como una diadema en este valle de lágrimas.
Como cosas coincidentes, a los pocos días, resalta la prensa esta perlita: “Tiroteo masivo en DAYTON deja víctimas fatales”. No obstante, la cosa fue peor (No mejora nada el enfermo). Nueve muertos y dieciséis heridos, según últimas Noticias (5-8-19). Este diario relata que fue un joven el protagonista de esta balacera; uno más de las acciones, con incidencias funestas, que se presenta en esa región norteña, donde todo, aparentemente, es una felicidad, lugares soñados platónicamente por muchos. ¿Qué tendría ese muchacho en la cabeza para actuar de esa manera? ¿Falta de comprensión y afectividad familiar durante su niñez? ¿Odio, que lo exterioriza a la sociedad que no lo comprende? ¿Algún trauma no superado en su adolescencia? ¡Vaya usted a saber!
¡Dios nos libre! de estar pisando algún día esos confines; y estar al lado de una de esas personas quien bajo los efectos de la droga o no, nuestras vidas corran peligro. Quizá, traumado, obsesivamente nos detengamos en una parada de cualquiera avenida; y estar observando a nuestro alrededor los movimientos de algún tarajallo estadounidense, en procura de que no nos cause algún daño; a pesar de las cámaras y la seguridad ciudadana que puedan existir en esos países. Para la ejecución de la violencia desquiciada no hay impedimentos que valga. No sé si aquí cabe la frase: “En el país de los ciegos, el tuerto es Rey”. No es el pueblo de los Estados Unidos, se trata de conductas aisladas; como sucede el cualquier país del mundo.
Si algún aporreahabiente leyó los hechos, ha podido enterarse que hasta el Papa se ha sentido conmovido por estos crímenes que dejaron acongojadas a muchas familias Estadounidenses. Fueron personas inocentes que no tuvieron que irse de este planeta por culpa de un enajenado mental. Parece que estos hechos de desafueros, no respetan color, condición social, religión, posición económica, entre otros; ya que actúan con premeditación y alevosía de la más subterránea calaña. Qué se le mete a un adolescente en las neuronas, de provocar la muerte masiva de un grupo de personas que no tuvieron la culpa de que ese asesino hubiera venido al mundo. Eso no tiene perdón de Dios, ni de la justicia terrenal. Un muchacho, quizá, rodeado de buenas cosas materiales, mas pobre de conciencia humana, que se dejó arrastrar por la impulsividad juvenil.
Acciones como estas, son inaceptables en cualquier parte del globo terráqueo. Considero que no debe existir libertinaje de Ley del más fuerte ante personas indefensas y potencialmente vulnerables; sería como regresar a la barbarie, donde la civilización es un cero a la izquierda. “Cada uno recoge el fruto de lo que dice, pero los traidores tienen hambre de violencia” (Proverbios; 13:2); preceptos que nos envían las sagradas escrituras, con el espíritu de dejar de ver tanto daño, producto de la maldita violencia; que pareciera es el pan nuestro de cada día. Los periódicos, tantos nacionales como internacionales, se nutren en sus últimas páginas de eventos sangrientos sin justificación alguna.
Trátase de no clasificar quiénes son los buenos y quiénes los malos, solamente, haber escudriñado las lecturas que nos dejan los periódicos, de ese cáncer tan primitivo como lo es la violencia, ya repetidas muchas veces. Ya bajando la santamaría, todo esto hace recordarme una película que vi en mis años de inmadurez, en la década de los setenta; donde los personajes (Victorinos) pertenecían a diferentes clases sociales; pero cada uno en su esfera se dedicaba a la delincuencia con diversidad de matices. Unos, más pobre, los otros, de clase social media y alta, pero, al fin, eran unos delincuentes, que por sus mentes imperaba la ley de la violencia. Ni que el pecho fuera de hierro y el lomo de algarrobo para no recordarme del filme: “Cuando quiero llorar, no lloro”.
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