El partido socialista que necesitamos es para hacer una revolución

Domingo, 15/09/2019 07:38 AM

Un partido socialista sin dirigentes socialistas nos ha llevado a este estado de indefensión. El partido era el instrumento para organizar la nueva sociedad, para formar los cuadros políticos, los líderes de la revolución, siguiendo una lógica distinta al engaño y la demagogia, a la mentira y al clientelismo político. Principios socialistas que han debido regir la conducta del militante: la honestidad es el más importante.

Honestidad es estar muy cerca de la verdad, un estado de consciencia que nos obliga a vivir de acuerdo a ella. Si cometiste un error debes saber que lo hiciste y admitirlo, igual si eres alcohólico o adicto a las meretrices o a las drogas, vivir cerca de la verdad te hace un ser de carácter. Si eso no te salva por lo menos te hace una persona digna; no todo el mundo tiene porque ser un santo, pero más vale admitir un error y pagar el precio social de nuestra falta, que andar por la vida negándolo, o arrepintiéndose de aquello que inevitablemente somos y hacemos, como borrachos repetitivos e impertinentes. Un poco así se comportan nuestros dirigentes: meten la pata, y cuando muy decentes después se arrepienten, pero no cambian…, y así ad infinitum; pero la mayoría pierde la memoria y ni siquiera se arrepiente.

Para evitar esta telenovela es importante ser honestos. “Revolución es no mentir jamás”, decía Fidel, hay que ser honestos para cambiar una sociedad deshonesta que se fundamenta en la irresponsabilidad y la mentira, de explotadores que explotan y lo llaman “responsabilidad social” y se auto califican de “generadores de empleos” como si eso disculpara el abuso y la injusticia; asesinos que matan y se llaman perseguidos políticos…, vivimos en una sociedad disociada, enajenada y de pícaros. Para un militante revolucionario es importante ponderar cada cosa en su justo valor: si tienes miedo, dilo; si aquél es un gran ladrón, que lo valoren por eso y no como “empresario honesto”, si eres un flojo incapaz que te valoren como lo que eres y no como lo que no eres, solo reconócelo y trata de cambiar, y no pases por ser el más eficiente de los burócratas, víctima de calumnias, del chisme de los enemigos. Hay que ordenar nuestras inclinaciones y nuestros principios, cada cosa en su sitio, para poder cambiar, administrar bien nuestras motivaciones: para eso debemos no mentir jamás y mucho menos creernos nuestras mentiras, en fin, hay que ser honestos…

…Sin obedecer a los principios, mintiendo y mintiéndonos, se enredan más las cosas, se empatuca nuestra conciencia de irrealidad, no sabemos dónde está el bien y al mal en nuestras prácticas de vida, dónde la verdad y la mentira, dónde la revolución y dónde las ambiciones y apetencias personales.

Los principios morales y políticos, ideológicos, son los rectores de nuestra conducta, el modelo que nos sirven de contraste. Estos principios establecen – como las lecturas de un “perfil 20” –, el rango donde nuestra conducta es moral y políticamente sana. Un partido sin principios ideológicos, éticos y morales, no funciona, y menos (o peor) si se tienen de ornato como una estatua inerte, solo para disimular las faltas, para manipularlos a conveniencia. Lo único que puede regular esta conducta, además de la propia consciencia, es una crítica implacable y volver siempre al modelo, siendo uno mismo ejemplo para otros, si no eres infalible por lo menos sabes hablar con la verdad y lo reconoces. No vale eso de ser perfectos en el discurso y en el papel y en las prácticas de vida, taimados y tramposos. Como dirigentes debemos ser un modelo en cualquier circunstancia o lo más cerca posible de serlo, para el resto de la sociedad; hay que saber educar.

Criticar es criticarse. No es posible que nuestros líderes hablen de autocrítica para acusar y condenar a los otros. Además de ser un disparate es un acto de petulancia y deshonestidad. La crítica es la base del debate político serio, no hay debate cuando solo se obedece y se escucha un solo lado, cuando las propuestas de la JPSUV, por ejemplo, son las de Diosdado o las de Maduro y nada más, y se asumen de manera resignada y obediente sin recriminar nada, como si fueran perfectos. La crítica es una sola, no existe una destructiva y otra constructiva; el militante debe ser, como suele decir Toby Valderrama, “irreverentes en la discusión y leales en la acción”... pero es que ni siquiera eso, a pesar de que Chávez hizo propia esa frase como lema, que sirve de precepto para las prácticas políticas y sociales de la militancia. El militante pasivo y obediente en extremo es un azote, un futuro concejal corrupto, un camaleón cualquiera.

Todas las políticas públicas del gobierno han debido emerger del debate y la crítica implacable en el interior del partido, no de patriarcas que solo obedecen a los intereses de los lobbies empresariales, de los infiltrados y aduladores; algunos más deshonestos que otros, más disimulados que otros, pero todos imponiendo el argumento del dinero fácil, del pragmatismo, de hacer las cosas, pensar y vivir, como “todo el mundo” capitalista. O de los asesores geniales, ¡pragmáticos!, fundadores del ahora famoso “pensamiento económico de Nicolás Maduro”, algo tan raro como inexistente, si hablamos de “pensamiento” – de algo impensado, queremos decir.

Muerto Chávez se ha debido profundizar en las críticas y autocríticas hechas por el Líder, corregir la flojera, la “pobreza política” de la dirigencia, la conducta aburguesada, la ostentación; no adecuar el rumbo político y económico de la revolución a las apetencias personales sino cambiarlo todo. Ahí dejó Chávez un partido y sus estatutos, un plan escrito de acción política y su sentido expreso, explicado por el mismo autor, por el mimo Chávez en su presentación en el CNE. Cuatro gatos secuestraron el poder, cambiaron el plan y convirtieron una revolución en una payasada, que no llega a farsa, a comedia; más bien se trata de una tragicomedia, por las bufonadas y su final funesto, revelado desde hace tiempo.

Si hoy estamos al borde del colapso se debe a una falta de consciencia del colectivo político arrastrada por la comodidad de adecuar la política a los instintos más groseros y mezquinos, a los propios vicios, a la flojera, ajustar la política a la ausencia de todo esfuerzo intelectual y físico; pura improvisación y puro disimulo y desvergüenza rayano en el cinismo, si es que no es una redundancia esto.

Hay que cambiar pero desde el gran debate chavista (derecha ¡fuera!), para sacar a los reformista y socialdemócratas que fracasaron, al punto de colocarnos a un paso de perder la nacionalidad y la nación. El partido socialista que necesitamos no es para ganar elecciones sino para hacer una revolución.

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