Colombianos mis últimos votos son por la felicidad de mi patria…
Por: Esmeralda García Ramírez
Lunes, 16/09/2019 08:00 AM
La Gran Colombia fue creada en 1819 en el Congreso de Angostura, mediante la Ley Fundamental de la República, existió jurídicamente entre 1821 y 1831. Su superficie correspondía a los territorios de las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, incluyendo la Guayana Esequiba, así como otros territorios que pasaron a Brasil, Perú, Nicaragua y Honduras, por acuerdos internacionales celebrados entre estos países y las repúblicas surgidas de la disolución grancolombiana. El gigante Bolívar había arrebatado ya al imperio español un imperio cinco veces más vasto que toda Europa; había dirigido veinte años de guerras para mantener a la América libre y unida, pero en sus últimos minutos de vida solo se llevaba la decepción y la tristeza de lo que era ya una muerte inminente: la disolución de la Patria Grande, la cual a los pocos meses de su partida se desintegró totalmente. Colombia significó para Bolívar un reto para alcanzar la independencia por el establecimiento del virreinato de la corona española en algunas provincias, a tal punto que cuando Juan de la Cruz Mourgeon fue nombrado capitán general de las provincias de Nueva Granada (31/10/1820), concediéndosele el título de Virrey, y tan solo las provincias de Panamá, Quito, Pasto, Cartagena y Santa Marta, permanecían fieles a la corona, lo que significó para Bolívar profundizar su magnánimo proyecto. El fin de Bolívar no era alcanzar un reinado, sino la realización de la libertad; pero su tiempo de vida fue corto y le alcanzó más rápido la avaricia, la impertinencia, la traición, la debilidad y el amor por el poder de sus enemigos. Tal vez no dependía todo de Santander, al mismo tiempo estaba a merced de un pueblo la decisión de continuar con la Gran Colombia, pues pareciera ser que nuestros hermanos colombianos prefirieron estar siempre sujetos a manos de los imperios, de la esclavitud de un sueño capitalista, entre la guerra y el control del paramilitarismo; es decir, en manos de los que promueven la violencia y no la paz. Por eso le escribió a Santander que más miedo le tenía a Colombia que a España. Los neogranadinos siguen siendo hoy fieles al imperio más destructor de estos tiempos, al permitirle establecer siete bases militares en Colombia (Palanquero, Apiay, Bahía Málaga, Tolemaida, Malambo, Larandia y Cartagena), tal cual como se lo permitieron a la corona española.
Bolívar no solo debe ser reconocido a través de una estatua, como lo es para la oligarquía colombiana, para sus gobiernos y para la oposición venezolana. Sin ánimos de generar xenofobias entre países hermanos, es pertinente conocer los orígenes de nuestra historia, las causas del odio de la Colombia burguesa contra Bolívar. Los verdaderos enemigos del libertador estaban más en los que le acompañaron en su causa libertaria que en el imperio español. Hoy la historia se repite, continuan los seguidores de Santander-Uribe en Colombia, junto a una oposición venezolana antibolivariana y el presidente ilegítimo de los EE.UU., aupar a una guerra sin precedentes entre ambas naciones por nuestros recursos petroleros y la no concreción del proyecto socialista. Los bolivarianos defenderemos el legado de Bolívar: la libertad plena; la abolición de los imperios, de la esclavitud; la igualdad social y un sistema donde sus ciudadanos alcancen la mayor suma de felicidad posible. Parecer ser bolivariano y no serlo es traicionar una idea pero también a un pueblo. No entender a Simón Bolívar es no entender el más sublime pensamiento de todos los tiempos. Su única pasión violenta fue la independencia de los pueblos, junto a su singularidad de haberse inspirado en la vida y en la obra del Creador desde tiempos ancestrales.
Como Bolívar ha vuelto entre nosotros, como dice Neruda “despierta cada cien años, cuando despierta el pueblo”, haría de nuevo una proclama para nuestros hermanos colombianos: aún no ha descansado mi brazo, ni dado reposo a mi alma, aún sigo siendo víctima de aquellos que usaron mi honra en nombre de la libertad. Hoy más que ayer aspiro a la consolidación de la Patria Grande, pero para ellos es necesaria la unión de los pueblos. Mi voto primordial es por la felicidad de la Patria Grande y no bajaré tranquilo al sepulcro hasta que lo haya alcanzado. Seguiré caminando con mi espada por América Latina hasta no haber roto las cadenas que nos oprimen del imperio americano. La norma del gobierno opresor de los EE.UU. no fenece, plagar por el neoliberalismo a la América de miserias en nombre de la libertad. Colombianos y Colombianas, ustedes insisten ser parte del oscurantismo de la historia negra que sucumbió a nuestros ancestros, se niegan en contribuir con la libertad plena de sus hermanos latinoamericanos por estar lejos de la causa de los pueblos, que es mi misma causa, la causa de tus hijos: la verdadera integración humanista de los hombres. El camino que ustedes tomaron de continuar ciegamente en este sistema opresor, es el camino espinoso, que los conducirá a los más grandes precipicios de la historia. Despreciaron las ideas de un proyecto porque pensaron que los salvaría Santander, luego se encantaron por los títeres que les puso el amo del norte, y sin embargo no terminan de darse cuenta que todos los han llevado al fondo del abismo. No he bajado tranquilo al sepulcro, no porque no hayan cesado los partidos, sino porque ustedes no han entendido el proyecto, porque sus gobernantes han buscado la desunión de los pueblos, han propiciado más guerras que la no violencia, siguen hollando mi reputación y mi amor por la libertad. He regresado a liberar a los pueblos de la Patria Grande.