El ocaso en perspectiva

Viernes, 27/09/2019 01:00 PM

Un día, durante una conversación, le preguntan a una señora que estaba cerca de los 100 años de edad: "¿Qué había hecho de su vida en general?". La anciana, Ipso-facto, responde: "¡Aún no puedo decirlo!" "¡Siento que me queda mucha vida por delante!". Recientemente, un grupo de jóvenes que se encontraba concursando para una maestría en una universidad local, le pregunta, en tono despectivo, a un señor de la tercera edad, quien también optaba por ese postgrado: "¿Para qué seguir estudiando a esas alturas?". El vetusto les increpó: "¡Cuando lleguen a mi edad, ustedes mismos se darán las respuestas!". Como podrá observarse, ambas réplicas, nos indican que la vejez no tiene límites, no tiene fronteras. Es como la aurora que le da vida a un nuevo día, es como una luz que está permanentemente alumbrando el destino del anciano, a pesar, de que está consciente que en cualquier momento, escuchará las bisagras de las puertas del cielo. Las ganas de vivir, de seguir siendo útil, de continuar aportando para la sociedad, lo mantiene con un espíritu incólume. A la piel puede salirles arrugas, pero cuando le salen arrugas al espíritu, ahí es donde la cosa se pone agreste.

Soy el que piensa, que el ser humano, no sólamente tiene necesidades materiales. Llenarse de cosas terrenales. "No sólamente de pan vive el hombre". El anciano es un ser humano. Cuando se llega a la decrepitud, surgen otras necesidades. Necesidades de socializar, de continuar aportando las experiencias vividas, que de alguna manera, contribuyen al enriquecimiento espiritual del anciano y, transmisión de sus enseñanzas a las nuevas generaciones; necesidad de seguir ocupando sus espacios, sus hábitos, hasta que atienda el llamado de la providencia. Por ello, considero que al anciano hay que reemplazarles esas carencias con afectividad. Que no perciba que es una estatua en el medio de la sala, que puede ser colocada en cualquier lugar de la casa para que no estorbe. Desprender bruscamente a un sexagenario (Sesenta años) de su hábitat cotidiano, de sus espacios habituales, de sus amistades y amigos, de su ambiente social, no es una medida muy sana que digamos; a menos que la persona no pueda valerse per se. Lamentablemente, cuando somos jóvenes, estas cosas no las percibimos. Ni siquiera la imaginamos. "¡Si el joven supiera y el viejo pudiera!".

Dentro del escenario del ocaso y las perspectivas del anciano, podríamos preguntarnos ¿Qué importancia hay en ser viejo? ¿Para los que llegan a la ancianidad, tendrán algún impedimento como tal? Quizá las respuestas revoloteen a nuestro alrededor. Mis decrépitas neuronas me dicen que, muchas veces, la sociedad se comporta como si esas personas tuvieran un menor valor coesencial que otras. Aunque cueste digerirlo, aun en las propias entrañas del grupo familiar se observan estas discrepancias, donde el cuidado, protección, afectividad emocional, moral y espiritual, navega en el vacío por parte de los que rodean a ese ser vulnerable: El anciano. En nuestra juventud, las bromas, van y vienen, como hormiguitas, mostrándonos inquietos, con una nube de dudas, inquietudes respecto "al paso de los años" o de alguna manera subrepticia, tratamos de desaparecer las señales que van presentándose en cuanto al envejecimiento. A mi forma de ojear el mundo, si no se adopta una posición clara y firme sobre la vida añeja, el prejuicio sobre la vejez, aparecerá como una sombra miserable y despreciable que nos envenenará el resto de nuestras vidas. ¡Dios nos ampare!

En este orden de ideas, en toda nuestra existencia, en cada fase de nuestras vidas, hemos pretendido ganarnos nuestro connatural respeto. ¿Quién no ha sentido las ganas de ser útil, como si fuera un enamoramiento permanente? ¿Quién no se ha hecho en algún momento proyectos de vida? Aceptar nuevos retos, experimentar nuevos regocijos, es el pan nuestro de cada día. El anciano no escapa a estos elementos, a estas necesidades. Dentro de sus limitaciones, a mi manera de ver las cosas, desarrolla sus potencialidades, sobreponiéndose a las necesidades físicas. Si nos engranamos con un poco de historia, ésta nos dice, que en muchas partes del mundo, las personas de edad más avanzada, eran las encargadas de transmitir los valores y la cultura. Si no hubieran existido esas generaciones, se hubieran presentado grandes obstáculos, para el desarrollo y los nuevos hábitos del mundo moderno. No cabe la menor duda, que a pesar de los medios de comunicación, el papel de un individuo como comunicador tiene importancia. Ahí está incluido el anciano. Si alguien de la mocedad me preguntara ¿Para qué escribo estas cosas? le respondería a pulso: ¡Espere llegar a mi edad!

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