Las blasfemias de Enoc

Viernes, 13/12/2019 01:33 PM

La cosmogonía de los pueblos originarios de América es muy rica e interesante con ralación a los mitos. En Venezuela cada grupo indígena tiene una narrativa que explica el origen de los seres humanos y del mundo. Por ejemplo, de la zona de Guayana recuerdo el mito de Amalivaca. Un joven que salió en una canoa a recorrer el mundo y junto con su hermano Vochi fue reparando los daños del diluvio. Esta pareja de hermanos fueron los únicos sobrevivientes después de aquel cataclismo. Ambos se dirigieron a una gran montaña llevando semillas de la palma de moriche y de allí, obedeciendo las órdenes de los dioses, las fueron dispersando por el mundo. De estas semillas del moriche (el árbol de la vida) nacieron hombres y mujeres que repoblaron la tierra. Además crearon los ríos, incluyendo el Orinoco para que las aguas desembocaran al mar, así mismo, llenaron los ríos de peces y a la tierra de animales y aves.

El párrafo anterior revela la pródiga inventiva de nuestros aborígenes, habitantes de estas tierras desde hace más de diez mil años, para explicar la génesis del mundo. Cuando llegaron los crueles españoles, a lo que llamaron después América, cada etnia tenía sus propias ideas para exponer el origen del ser humano, el mundo y el universo. La pólvora, la cruz, el arcabuz, los caballos y los perros antropófago fueron los instrumentos para imponer los mandatos establecidos en un extraño y grueso libro llamado La Biblia, escrita en latín, una legua desconocida para aquellos quienes, estupefactos, vieron descender en sus playas a unos seres blancos, barbudos, con armaduras y con un olor pestilente.

Fue así como desapareció del imaginario colectivo el nombre de Amalivaca y surgió el de Dios, cuya palabra era inteligible para los habitantes de los pueblos originarios. En el entendido que dicha deidad se expresa a través de dichas páginas. Lo de la semilla de moriche, algo más ecológico, fue reemplazado por una mentira, como fue la de un todopoderoso que creó el mundo en siete días, la de la deidad que fabricó el primer hombre con barro y luego le extrajo una costilla para crear la mujer. Así comienza las farsas de ese terrorífico libro llamado La Biblia, impuesto a sangre, sudor y lágrimas por unos hombres vestidos con una sotana y un crucifijo en pecho para obligar a venerar al Dios único venido del otro lado del mar, aceptar la verdadera fe y prohibir, bajo amenaza de muerte, aquella hermosa mitología que unificó los primeros pobladores.

En el acápite anterior me refiero sin ambages de ningún tipo al terrorífico libro. Ciertamente, La Biblia pareciera escrita por uno varios seres ominosos, quienes con este triller pretendían atemorizar a quienes leyeran o escucharan esta obra. No estoy exagerando. La Biblia es una obra misógina, un libro que considera a la mujer en estado de impureza cuando está menstruando (Levítico 15:19-33); La Biblia es homofóbica, condena a muerte a quienes tienen relaciones entre las parejas del mismo sexo (Levítico 18-22); La Biblia es esclavista, considera normal la posesión de esclavos (Proverbios 22:7 y otros versículos); La Biblia es terrorista, impone el mandato de Dios sobre la base del terror (Génesis 19:23-26), en este versículo se muestra la crueldad de un Dios que destruye totalmente a Sodoma y Gomorra con gente y todo, simplemente por las practicas homosexuales de sus habitantes; La Biblia es una obra racista, discrimina al nombrar pueblos elegidos en algunas de sus páginas. Se destacan en la obra veintidós versículos considerando a los judíos como el pueblo elegido (Deuteronomio 7:6, Éxodo 19:4-6; Isaías 43:10…). La Biblia hace apología a la crueldad, explica cuando dilapidar a la mujer infiel, extraer los ojos a jóvenes, apedrear a personas, incinerar a culpables de pecados mortales (Deuteronomio 22:20, 21; Levítico 10-23; Levítico 10:20,27….). Como se observa, La Biblia traída por el conquistador español debería ser condenada por violación de los derechos humanos.

No solo el libro sagrado de los cristianos incurre en los desaguisados narrados anteriormente. A lo anterior debo agregar que ese Dios misericordioso que ofrecen sacerdotes y pastores de la iglesia está muy lejos de mostrarse compasivo. Si no lo hizo con su hijo, por su condición de Dios filicida, ya que antes del nacimiento de Jesús lo condenó a morir experimentado grandes sufrimientos hasta la crucifixión, que pueden esperar los otros simples mortales.

La Biblia es un libro mentiroso, miente con descaro desde el inicio hasta el final, hasta en el sin sentido de poner a un burro a conversar con su amo (Número 22:21, 30). Sin embargo sobre este dogma basado en falacias, destrucción y crueldades se edificó una iglesia, la iglesia católica ("La puta de Babilonia", según Fernando Vallejo) que tanto daño le causó y le causa a la humanidad. Sobre su espalda, la madrasta mala de Galileo, Juana de Arco, Juan Hus, Johannes Kepler, García de Orta y Giordano Bruno, soporta el peso de miles de muertos en nombre dios. La iglesia que le dio y le da respaldo a los peores emperadores, reyes y dictadores, hoy pretende presentarse como un reservorio de moralidad y de los valores cristianos que nunca practicó ni practica. Una iglesia que siempre estuvo al lado de los poderosos y de los dueños del dinero, quienes en calidad de limosnas le entrega buenas dádivas, que van de acciones en sociedades mercantiles y participación en diversas empresas, a cambio de su silencio.

No se trata de la iglesia católica solamente, se trata de la mayoría de las religiones que hicieron del voto de fe una empresa para obtener enormes beneficios. ¿Cómo es posible que los altos prelados de diversas iglesias exhiban sin pudor alguna sus riquezas, que van de una ostentosa limosina, aviones privados, mansiones, palacios, joyas y edificios, iconos representativos del gran capital?

Para estas fiestas de diciembre los pueblos de América están envueltos en la algarabía de la ostentación y el derroche del dinero para celebrar una mentira, una farsa impuesta por el colonizador, una religión obligada que les costó a los pueblos originarios la muerte, la esclavitud y la destrucción de culturas arraigadas en esta tierra por miles de años. La religión siempre ha sido, es y será un negocio del cual se benefician los jerarcas de las iglesias, aprovechándose de la ignorancia de los feligreses que no tienen idea, ni se preocupan por investigar ¿cómo se impuso la religión católica en estos pueblos? Ni tampoco reflexiona cuando el sacristán pasa con una máquina de punto para pedir limosna porque no hay efectivo, o como hacen otros párrocos, solicitando el óbolo en divisa. Es el colmo de la avaricia, una rutina del capitalismo salvaje.

Las religiones, a pesar de su maldades, de sus mentiras y de sus alianzas con los perores dictadores se han mantenido por miles de años, únicamente porque los sacerdotes son sagaces e inteligentes, tienen la experiencia legada por los malos prelados que los precedieron. Lo religiosos operan y planifican para buscar beneficios, no solo en lo inmediato, también a largo plazo. Tal comportamiento está inteligentemente expuesto en el viejo libro "El judío errante" del francés Eugéne Sue. En esta obra el autor muestra como la iglesia planifica, en más de cien años, la manera de arrebatarles una enorme fortuna a sus herederos. De la religión y de los religiosos, tanto los gobiernos como los pueblos tienen que cuidarse. Bien lo afirmó el intelectual estadounidense Thomas Paine (1737-1809): "Todas las instrucciones nacionales de iglesias, sean judías, cristianas o turcas, me parecen a mi no más que invenciones humanas, creadas para asustar y esclavizar a la humanidad, y monopolizar el poder y las ganancias". Lee que algo queda.

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