"Platón, en uno de los diálogos de La República, pone a dialogar a Sócrates y a Adimanto, y Sócrates dice: "Vamos a construir una ciudad". El otro le dice: "¿Cómo lo vamos a hacer?". Y Sócrates responde: "Con palabras, con conceptos". No habla de plazas, calles, edificios, puertos ni infraestructuras, porque la polis no es una construcción arquitectónica, sino exclusivamente filosófica, conceptual; un conglomerado de seres humanos interconectados que desarrollan una serie de actividades sujetas —vamos a decirlo en términos inteligibles para los lectores— a una gobernanza". (Javier Echeverría, escritor español)
La anomia, un concepto que para la sociología funcionalista ha sido de mucha relevancia para explicar fenómenos y comportamientos de las sociedades, sobre todo ciertos tipos de conductas sociales desviadas, y las implicancias de la no correspondencia de medio y fines.
Ya para finalizar el año 2019 y comenzar el año 2020, haremos un ejercicio de ilusiones, deseos y esperanza, sobre una sociedad, la venezolana, que atraviesa por una cierta dosis de anomía.
Jefe de Estado, Nicolás Maduro, anunció, el 14/01/2019, la creación de la Misión Venezuela Bella, con la finalidad de embellecer las 50 ciudades más pobladas del país y dijo que para ejecutarse esta misión se incorporarían las misiones Barrio Nuevo, Barrio Tricolor, Chamba Juvenil y la Cultura.
Además, le extendió invitación a los empresarios privados para que se unieran a este plan porque "juntos todo es posible".
Esa Misión ha estado dirigida hacia lo estético, lo crematístico y lo simbólico, aspectos todos que son de suma importancia. Pero debemos aspirar a transitar hacia estadios superiores y en ese contexto nos preguntamos:
¿Podemos aspirar a una Venezuela Bella?
Comencemos diciendo que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV, 1999), en el artículo 4, establece. "La República Bolivariana de Venezuela es un Estado federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución, y se rige por los principios de integridad territorial, cooperación, solidaridad, concurrencia y corresponsabilidad".
En ese sentido, la corresponsabilidad constituye uno de los principios fundamentales que sustentan el modelo de Estado y de sociedad plasmado en la Carta Magna, en donde el Estado tienes unas funciones y responsabilidades específicas y los ciudadanos tiene unos derechos y unas obligaciones que cumplir en los asuntos públicos, los cuales se ejercen en los ámbitos económico, social, político, cultural, geográfico, ambiental y militar
Por tanto, el Estado y los ciudadanos son corresponsables en la construcción de la sociedad que deseamos, vale decir, ambos deben decidir y actuar al unísono en el camino común.
En estas reflexiones intentaremos vislumbrar una Venezuela Bella, bajo ese principio de corresponsabilidad.
El respeto a los semáforos, tanto de conductores como de peatones, debería ser un desiderátum. Hasta ahora, ni lo uno ni lo otro, respetan la luz roja. El caos en las vías más concurridas y el corneteo, que perturba el ambiente y los oídos, es la constante. Para ello es necesario que el Estado garantice el funcionamiento de los semáforos.
Transitar por las autopistas y avenidas para el traslado de un estado a otro, no debería significar una situación de zozobra y nerviosismo por las fechorías que, a la libre, cometen malhechores acostumbrados a robar lo ajeno y atentar contra la vida de personas. Para eso está el Estado, con sus fuerzas públicas, para impedir que eso ocurra.
El transporte de alimentos y materiales para el consumo de las venezolanas y venezolanos debe llegar con prontitud y no en mal estado; tampoco deberían estar sometidos a los vaivenes de la matraca de funcionarios policiales en las alcabalas por donde deben circular.
Las autopistas, avenidas, calles y veredas, deberían estar bien alumbradas y en buen estado físico para evitar que se produzcan accidentes, sobre todo en horas nocturnas.
La utilización del casco para motorizados no debería ser tarea solo del policía de tránsito -que lo es-, sino también de quienes hacen uso de ese medio de transporte y, sobre todo, si van acompañados de menores de edad. En este caso, los motorizados deberías respetar las señales de tránsito y no andar a la libre en una suerte de "sociedad sin ley".
Las pasarelas para transeúntes, no deben quedar para el ornamento de la ciudad, sino para ser utilizadas, correspondiéndole al Estado el resguardo de la seguridad de sus usuarios.
Qué bueno sería que los alcaldes y alcaldesas -chavistas y opositores-, entendieran que es mejor "mandar obedeciendo al pueblo" (dixit Enrique Dussel), que no haciendo lo que deben hacer como gobernantes. Atender el tema de los huecos que pululan, se anidan y reproducen por las vías públicas, como si tuvieran vida propia, se ha convertido en un asunto que ningún alcalde o alcaldesa ha logrado resolver. Hasta ahora eso se ha convertido, como Venezuela para el gobierno de Estados Unidos, en un "hueso duro de roer".
Extraordinario sería que los conductores y sus acompañantes, entendieran que colocarse el cinturón de seguridad no es un acto de cobardía o de sumisión ante el poder, sino una decisión que lo enaltece como ciudadano y le brinda seguridad a la hora de un accidente. Las estadísticas en el mundo y en Venezuela hablan por sí misma.
Buenísimo sería que los cuerpos de policías entendieran que su misión es resguardar a la seguridad de la sociedad toda y no aplicar la política del chantaje y matraqueo.
Ojalá los trabajadores de la administración pública entendieran que el horario debe respetarse y los equipos y bienes que se encuentran bajo su custodia, no son una suerte de propiedad ajena que hay que destruir sino conservar. Además, que se entendiera, de una buena vez, que la gestión pública no significa corrupción per se.
Qué bueno sería que Hidrocapital y los entes regionales que tienen que ver con el servicio de agua -potable y servida-, entendieran que no sólo debe atenderse con prontitud las averías que por doquier pululan, sino que una vez que esto se atendió no termine el huevo dejado "durmiendo el sueño de los justos" y al "final" sea la misma sociedad la que, "a como sea", "resuelva" eso.
Ojalá los trabajadores de los bancos, públicos y privados, entendieran que para tramitar un préstamo, una tarjeta de crédito o de débito, un punto de venta, incluso para abrir una cuenta, no es una condición sine qua non que el cliente tenga que "bajarse de la mula", sea en bolívares pero preferiblemente en dólares.
Qué bueno sería que el metro, funcionara correctamente y los otros medios de transporte también lo hicieran, respetando las paradas, las condiciones medio ambientales y, por supuesto, los precios acordados.
Ojalá el servicio de aseo urbano funcionaria correctamente y los ciudadanos entendieran que la mejor limpieza comienza por no ensuciar.
En estas ilusiones, deseos y esperanza debería participar la sociedad venezolana completa. La "de a pie", la de la "clase media" y también la que posee riquezas. No se trata sólo del gobierno; se trata del sector privado y de todos los habitantes de este país llamado Venezuela.
Hasta cuándo tanta dejadez, tanta indolencia, tanta indiferencia, tanto atropello con nuestra Venezuela, la que reúne en su seno al rojo, amarillo, azul, morado, verde, blanco, mujer, hombre, homosexual, negro, catire, indígena.
Por último, pero no menos importante, desterrar lo que se ha dado en llamar "el mal de la viveza criolla", que no está limitado a una clase social o a una condición económica. Basta de practicar el engaño y la defensa como forma de vida social.
Esa si sería Venezuela Bella.
Esto dijo Simón Bolívar antes de finalizar el discurso ante el Congreso de Angostura:
"Si no hay un respeto sagrado por la Patria, por las Leyes, por las Autoridades, la sociedad es una confusión, un abismo: es un conflicto singular de hombre a hombre, de Cuerpo a Cuerpo".
En todo caso, nos encontramos en una encrucijada histórica. Por muy acertada que sean las políticas económicas y sociales ella por sí misma son insuficientes. El problema venezolano, aunque suene a reduccionismo, es un problema cultural y mientras no se haga la revolución en ese campo, los otros seguirán machando cojos.
Finalmente, soñar no cuesta nada, pero un ser humano sin sueño no existe o, al menos, no siente.