¡Que se vayan todos!

Lunes, 20/01/2020 01:45 PM

Yulexy es maestra. Ronda los 50. Vive en La Pastora. En un pequeño departamento construido en la platabanda de un viejo caserón centenario. Sin marido. Sus hijos, yernos y nueras, y nietos, la visitan los fines de semana, de cuando en vez.

Ella me habla como desde la distancia, sumida por el desencanto. Recuerdo aquella caricatura de Zapata donde un desarrapado exclamaba: La esperanza es lo último que... se perdió.

Me recuerda que a sus 20 fue militante del MAS, y luego simpatizante de la Causa R. Dice que votó por Chávez en 1998, en el 2000 y luego, ya forzándose un poco, volvió a hacerlo en 2006. En 2012, 2013 y 2015, votó por la oposición.

-Luego del 27F, me sentí asqueada de una clase política que mataba y robaba sin recato, recuerda como si hablara de historia patria.

Fue entonces cuando la conocí, en una asamblea de vecinos por los lados de Lídice, cuando en mi condición de defensor de los derechos humanos, acudía a reunir información verificable sobre aquella masacre de los inocentes. El nombre de Crisanto Mederos aún resuena en nuestra memoria. Era una bella joven de mirada clara, que participaba de la gran ilusión que alguna vez fue el MAS. Luego vinieron los golpes militares del 92 y todo se trastocó, como si un huracán sacudiera las conciencias desde el sótano del alma.

-Chávez conquistó mi imaginación y me hizo soñar, dice... casi como excusa.

Votó por él y en cierta forma votaba por Bolívar, Sucre, Zamora. Fue a marchas. El 13A estuvo a las puertas de Miraflores. En fin, se convirtió en chavista de los pies a la cabeza. Pero entonces llegó la duda como una sombra, el desencanto entonces. Con los años, fue notando que los honestos se convertían en corruptos, que los demócratas se volvían voraces autoritarios, que el tricolor devenía en rojo, que la promesa de justicia social se transformaba en más pobreza y más atraso, y que el desorden y la indolencia lo ahogaba todo.

-Me sentí traicionada por una revolución que, más allá de sus buenas intenciones, no sólo no resolvía nada sino que lo empeoraba todo, me explica.

Así que, luego de abstenerse cuando la fallida pretensión perpetuacionista de reforma constitucional de 2007, apostó por la unidad democrática. Estos señores, según me refiere, le parecían muy burgueses, muy del este de Caracas, ocupados más de los derechos políticos y civiles: voto, libertad de expresión, presos políticos, que de los derechos económicos y sociales: comida, empleo, salud, vivienda, pero decidió darles una oportunidad. Los vio avanzar por gobernaciones y alcaldías hasta casi ganar la presidencia y finalmente conquistar la mayoría calificada en la Asamblea Nacional. La larga marcha por las instituciones, farfullo para mí.

-Pero al final se volvieron locos, argumenta Yulexy.

No le gustaron las guarimbas. No le gustó la abstención. No le gustaron las sanciones contra el país ni tampoco esa coqueteadera con una indigna invasión gringa. Mirándome a los ojos, me confiesa que está cansada, harta de tanta peleadera inútil.

-¿No viste lo de la Asamblea? ¡Dan pena!, exclama.

Evoco la sesión de marras: gritos, trompadas, vergüenza. Sí, es cierto, unos y otros dan pena.

-Y el país cayéndose a pedazos, rumio yo.

Evoco en silencio mi prédica en el viento por un acuerdo de todos. Nadie escucha. Los insultos son más ruidosos que las razones.

Yulexy me cuenta sus penurias y me habla de la catástrofe humanitaria que observa a su alrededor: el hambre, la inflación, los apagones, la basura, los cortes de agua, el desastre de los hospitales, la literal devastación del Metro.

-¿En quién creer?, me pregunta, y yo no acierto a responderle.

Me habla del festín de los millones, aquí y allá, y del afán de poder que nota en unos y otros. Anda descreída, la que alguna vez fuera animosa y optimista. Yo le bromeo con la consigna: Ni gobierno ni oposición sino todo lo contrario, pero lo más que logro arrancarle es el leve rictus de una mueca más irónica que jocosa.

A esta hora de la tarde, un viento frío que baja del Ávila sacude puertas y ventanas en la morada de Yulexy. Veo a lo lejos el límpido cielo azulísimo de este enero caraqueño. Quisiera preguntarle qué espera hoy de la política: ¿voto útil, 3a opción, unidad de la oposición, rebelión popular, referendo? Pero Yulexy se me adelanta, como si leyera mis pensamientos, y, cual un grito que le saliera del fondo de su atribulado espíritu, dice su más íntimo deseo:

- ¡Que se vayan todos!

Título de una proclama. Ferocidad de la antipolítica a la que se llega luego de años de embustes e imposturas. Añoranza de los indignados españoles por la Puerta del Sol. Estrategia que, lo sé bien, no nos conduce a ninguna parte. Pero me pregunto a veces si no ha llegado el momento de representar a este hartazgo nacional, sin cálculos, sin rédito político alguno. Que hay momentos para la construcción de alternativas y de proyectos, sí, pero también los hay para la protesta sin concesiones, para el testimonio existencial de esta rabia que todos llevamos dentro. Así se lo comento a mi amiga, la desencantada.
 
Yulexy me sonríe, ahora sí, y un renovado brillo ilumina su mirada

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