De politiqueros y cipayos. Maduro, Duque, Santos y la Merlano. Bolserías sin sustento ni dignidad

Sábado, 01/02/2020 02:49 PM

La historia de Venezuela, es también la de los cipayos. Francisco Fajardo fue un cipayo, pero no uno cualquiera, de esos indígenas puestos al servicio de los conquistadores, de los cuales William Ospina en "Orsúa" menciona unos cuantos; fue más bien mestizo, pues su padre Francisco Fajardo, el "viejo", llegó a ser Gobernador de Margarita. Por lo que hasta uno puede comprender exactamente el por qué el hijo optó por la opción de su padre, pese su madre formó parte de la cultura y gente humillada, ultrajada y hasta víctima de todas las violaciones y agresiones. En él hubo bastante del conquistador y de los indios de "la isla de las perlas", como dice Renato Rodríguez, el buen novelista ñero en su novela "Ínsulas", se llama su lar de nacimiento; por eso fue un cipayo..

Abundan, revísese los medios y se encontrarán ahora quienes imploran por una invasión gringa y se ofrecen de cabezas de puentes y hasta avanzados y si quiere de quintas columnas. Como otros que uno no sabe si hacen mofa de sí mismos o de quienes creen a otros tontos como ellos, se ofrecen para venirse en los mismos barcos o aviones con los marines, sabiendo que estos, por distintos motivos, como ni siquiera confiar en ellos y no soportar sus presencias, estarían dispuestos a considerar su extraña disposición al sacrificio. Al indagar en la historia venezolana se encontrará que Miranda, los del Falke y hasta aquellos jóvenes entre quienes estuvieron los Machado y Miguel Otero Silva, fueron ellos quienes capitanearon o lideraron y no sujetos a potencia militar y económica extranjera alguna.

Hay también, que uno les lee en los medios, ufanándose de títulos y méritos académicos, de origen humilde y hasta de profesiones que tienen como fin primordial servir a los intereses populares, hacen esfuerzos y gestos como en exceso y en veces sin sentido para dejar constancia de su disposición a servir a quienes perciben con poder aunque sea imaginario. En cuyo caso pudieran abrigar la aspiración o esperanza de llegar en lo inmediato a los pies de quienes accediesen al control del aparato del Estado y hasta conseguir algo de la torta, aunque sean las migajas que tienden a esparrarme por el suelo.

Estos cipayos en veces hacen de políticos y lo que es todavía más audaz, de analistas del asunto en el cual aquéllos se desenvuelven y cuanta trampa sea posible y hasta innecesaria.

En lo de analistas no tienen el mínimo recato, respeto por nada y nadie, hasta ni siquiera de sí mismo. El más frecuente y abundante de sus ingredientes son odio e invidia y por ello, acuden con demasiada frecuencia a lo más bajo; buscan sus argumentos en la basura y usan la mentira sin importarle no que los hechos los desmientan, sino quedar desmentidos ante sus lectores en el mismo instante que les leen. No les incomoda para nada que el argumento o noticia que manejan haya sido desmentido hasta por la misma fuente que la produjo. Su interés no es probar nada, menos aquello de poner a la gente frente a los hechos para que los analicen y saquen sus propias conclusiones. Sus credenciales de profesionales que hasta son como bastantes, no les sirven cuando opinan o abordan un asunto, pues se comportan más bien como piratas o terroristas. Su interés es destruir a aquél a quien adversan y no les importa si sus lectores, por su causa, se llenan de odio y bajos sentimientos, pues siendo como son, eso lo evalúan como cosa noble y loable.

En estos días, en twitter, un conocido periodista, que responde al cuadro que mal hemos venido pintando, señaló a Maduro como responsable del accidente aéreo en el cual perdieron lastimosamente la vida una conocida figura del basquetbol, una pequeña hija suya y otras personas más. Pero por lo menos, ese personaje sintió remordimiento y pudo hasta haber sentido temor por su prestigio y credibilidad y optó por retirar el mensaje y hasta decir, como quien habla sin sentido por el mal estado en cual quedó, que había optado por esto último por no haber logrado su propósito. No aclaró cual era este. Posiblemente en lugar de haberse sentido avergonzado por aquel infundio, argumento de mala ley y fácilmente desmontable, lo fue porque no halló quien respaldase aquel gesto de mal gusto y de poco respeto por sí mismo. Pero por lo menos se sintió avergonzado y como arrepentido.

Otros, de esos que confunden el ejercicio del periodismo con el hacer correr "runrunes", difundieron la infamia que el gobierno chino había propiciado lo del virus a modo de eutanasia. Y no se avergüenzan, pues su formación moral no es apropiada para eso.

Son cipayos en el más cabal sentido de la palabra. Sirven en un ejército donde no tienen cabida; a una causa que no es la suya y a personas que, por distintos motivos, como que les saben cipayos, jamás les tomarán en cuenta a la hora de repatir los beneficios.

Pero la condición de cipayo, ya a quien lo es, le define. El Drae, trae dos acepciones para la bendita palabra. La primera tiene relación con Francisco Fajardo, como que es eso, "soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña." Nuestro cipayo pudiera decir, más si se siente por otras razones cerca de Francisco Fajardo, que éste allí no tiene cabida, pues fue un nativo, mestizo y colonizador por cuenta de España pero en el siglo XVI. Lo que sería un argumento pueril, como los tantos suyos que usa sin poder sustentar, pues de lo que se trata es que fue un soldado "indígena" al servicio de lo mismo, la conquista y la colonización de su propia gente o la de su madre. Un servidor de quienes estaban en contra, y de la manera que estaban, de su propia gente. Pero también el Drae dice, que es un "secuaz a sueldo".

Pero como hemos dicho, quien siente respeto por su mismo y procura, en la medida de lo posible, respetar y particularmente a quienes le leen, no puede caer en lo de mentir flagrantemente, en la infamia, decir cosas sin sentido y sustento que le dictan sus vísceras y poco su entendimiento, para que les lean y por el interés de destruir a quien se refiere; asunto que por cierto nunca logra, pese él se haya convencido de lo contrario, pues los lectores no suelen ser inocentes y pudieran esternillarse de la risa. Por eso, no puede uno asegurar se trate de "secuaces a sueldo"; a lo mejor sería una insolente mentira, pero de lo que si no hay duda se trata de petardistas, de esos que lanzan petardos a diestra y siniestra sin importarle donde estallen y a quienes incomoden, solo se trata de llamar la atención, como carajitos inmaduros o llenos de mala fe.

De repente, alguien quien según las cifras, es bastante leído, no lo es por lo que él cree, porque tomen como verdades o valederas sus razones, sino porque lo que dice mueve a risa, no siendo esta su intención.

Sería maravilloso que uno, intentando ser Chaplin, Cantinflas, aquel excelente comediante nuestro que fue Joselo o los exquisitos humoristas como los hermanos Nazoa, lograse hacer reír a sus lectores. Lo que es bastante bueno tambiém para quien lee, ve u oye. Pero es muy malo y deprimente que uno creyéndose un analista serio, que intenta orientar a sus lectores en cada espacio o pincelada de la vida nacional, descubra que sus hasta abundantes lectores le buscan porque le creen bufo. ¿Qué malo y triste hubiese sido que el público no haya reído abundantemente por lo que dijeron, escenificaron y hasta como denunciaron la injusticia aquellos portentosos comediantes, sino por ellos mismos y su pobreza?

Maduro es un político que como tal y jefe de Estado, porque lo es, no es ficción, si no pregúntenle ahora mismo a Duque quien no halla como abordar el asunto de la señora Merlano o a Juan Manuel Santos, quien acaba de decir que "invadir militarmente a Venezuela sería desatar un nuevo Vietnam" y hasta asegura que Maduro ahora está más fuerte que antes – y no lo decimos ni inventamos nosotros, lo reporta "El Nacional", https://www.elnacional.com/mundo/santos-una-intervencion-militar-de-ee-uu-en-venezuela-desataria-un-segundo-vietnam/, abunda en razones para que uno de él discrepe y hasta esté en su contra, sin necesidad de apelar a mentiras, decir disparates, infamias y cosas absurdas, que por serlo, hablan de la poca estimación que quien eso hace tiene de sí mismo, sus semejantes y del respeto por sus abundantes lectores, quienes pudieran vengarse riéndose de quien suele subestimarlo.

¡Pobrecito mi patrón!, cantó Atahualpa Yupanqui. Pendejo es quien cree que los demás lo son.

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