Todos los que amamos a Venezuela tenemos la obligación de impedir tanto sufrimiento. No es posible seguir hundidos en la miseria y la desesperanza, sin servicios públicos y con unos sueldos que no alcanzan para comprar la comida necesaria para vivir. La anarquía impera soberana ante la ausencia de gobierno y cualquier técnico aspira cobrar en dólares por arreglar en un rato la lavadora o un aire, más que lo que ganamos en un mes los profesionales universitarios. La proclamada inclusión sólo ha logrado incluir las aspiraciones y los abusos de los vivos. El autodenominado Presidente obrero ha conseguido arruinar a los trabajadores asalariados y acabar con las aspiraciones de todos los que consideramos el esfuerzo, el estudio y el trabajo medios para vivir dignamente.
Quienes gobiernan llevan más de 20 años de fracasos y siguen empeñados en mantener el rumbo de una revolución que ha traído destrucción, corrupción, sufrimientos, emigración masiva y el enriquecimiento vergonzoso de unos pocos. Lo grave es que son incapaces de la menor autocrítica y siguen culpando de todos los males al imperio y a sus aliados de la oposición que son unos "apátridas y traidores". Supuestamente, sólo ellos aman a Venezuela, sin reconocer que su supuesto amor la está destruyendo. ¿No será que lo que aman es el poder y el disfrute de una vida sin penurias, sin importarles la suerte de los demás?
Culpan de la situación a las sanciones del Imperio, que sin duda están contribuyendo a empeorar los problemas de las mayorías, pero es indudable que antes de esas sanciones, ya había comenzado el caos y el derrumbe, y había carestía, colas, corrupción, inflación, destrucción del aparato productivo, improductividad de las empresas y fincas expropiadas, colapso de los servicios públicos, declive en la producción de PDVSA y las empresas de Guayana, crisis en la salud y en la educación, desesperanza y migración. A veces he llegado a pensar que las sanciones, en vez de debilitarlo, están ayudando al gobierno que así tiene una excusa para engañar a su gente y no reconocer su fracaso.
¿Cuáles son los logros de esa revolución que se empeñan en mantener, si Venezuela es el país con la mayor inflación en el mundo que ha destruido al bolívar, ha devorado los ahorros y prestaciones, y vuelve sal y agua los aumentos de sueldos y bonos? ¿Sabrán el Presidente y sus ministros lo que cuesta un kilo de carne, de pollo o de queso, el cambio de aceite de un carro, o reparar cualquier aparato? ¿Sabrán lo intolerable e inhumano que resulta vivir semanas y meses sin una sola gota de agua, o aguantar apagones de muchas horas e incluso varios días? ¿Acaso no les duelen los niños sin escuelas ni maestros y los millones que se han marchado o piensan irse del país para poder sobrevivir? Sería bueno que los que nos gobiernan, sus aliados y amigos extranjeros, que fascinados por la retórica antiimperialista, siguen apoyando este desgobierno, tuvieran que vivir aquí un mes con salario mínimo o la pensión, sin divisas u otras fuentes de ingresos.
La salida tiene que ser democrática y electoral. Es la hora de la unión, la organización y la acción. Somos los venezolanos los que debemos decidir libremente qué tipo de gobierno queremos. ¿Por qué no organizar para el 19 de abril una Consulta Popular Plebiscitaria, en la que puedan expresarse también los venezolanos del éxodo, con el compromiso masivo de defender luego en la calle los resultados?