Las imágenes visionarias actuales del mundo, afloran en los momentos de preguntas con aparente lógica. Vivimos de espejismos, de escenarios que aparecen y desaparecen, sin memoria, sin ademanes de uso. La vida se expande, se contrae, sin desaparecer y no nos damos cuenta de su efímero jolgorio. No hay tiempo para la filosofía que vibra en los recodos de los caminos de aposentos y pesadumbres de tierra y agua mojada.
Es por ello que desaparece la pregunta contemplativa ante la inminente risa de los incautos, también de los precavidos, que con audacia cimentada en la ignorancia, luchan con armas de tiempo perdido, balbuceando rigores de diminuta y rancia prestancia.
Y aunque creamos ver, no llueve para que veamos la lluvia. El ojo que vemos, tal nos observa por su existencia misma, a pesar de los soles de las consciencias que emergen de la cansada personalidad, que vibran en la materia del mundo ausente. Por ello la vida para la gran mayoría es lo que puedes percibir con tus lienzos pueriles que aprisionan sin elocuente desdén.
De esta manera llevamos los avisos de quienes lloran a los vivos, con recuerdos de alegrías que se transformaron en tristezas desde la ilusión y ficción mental a la que apostamos para luchar contra molinos de vientos en mares de la personalidad decadente. Aparece el motivo para brindarnos el manjar de los dantescos y anacrónicos fuelles de la vida sin nacer, que es en cierto modo, la cultura con la que nacemos. Vivir por vivir para vivir muriendo, mientras la brisa de los raudales del alma pasa sin ser percibida, sin alegorías, sin menesteres de fiestas, sin yunta de misterios.
Es allí, en los acicalados movimientos del saber adoctrinado, descansan las frustraciones de los solitarios, que caminan solo en la nada, buscando a los perdidos para corregirles los senderos que ellos mismos atrofiaron. Por ello se acude a la violencia, a la mentira, al engaño furtivo y a la historia de los enfermos de la vida, para alimentarse de los desprevenidos y justificar su prolongado sueño.
No es lo que parece, la causa de nuestra libertad. La esencia se esconde para apurarnos en la búsqueda. Y ante el dolor necesario de los que fingen el amor para recompensarse en sus seguidas frustraciones, el silencio del asceta recorre los montes para llegar a los mares y darse cuenta que allí están las aguas de su montaña.
De allí emergen los fuertes dones de la lluvia, del amanecer con brisa silente que se hace eco en los acantilados de la consciencia, que es la manifestación de la vida en cuerpos de aire, agua, tierra, fuego, minerales, vegetales, animales y humanos. Aparece la luz de lo increado y ya no hay miedo porque desaparece la ignorancia.
Para un ignorante, un bombillo es el sol. Mientras permanezca su ceguera, no hay quién lo haga ver la premura de su temeraria verdad. Anda en la oscurana de sus visiones secas y divididas. Perece cada momento, su rigidez lo priva de la vida. Su permanente sueño, enamorado de la ilusión de un mundo que tiene fecha de vencimiento, lo hace inteligente para morir sin cansancio, abriendo las sepulturas de aquellos que alimentan su perspectiva de siempre tener la razón. Hasta que la vida misma se muestra a plenitud en su aparente dolor, y su sabiduría contemplará el sol en su aliento, aunque su ignorancia bañada de lógica y razonamiento, un día sin tiempo solo veía un bombillo….