Hasta que llegamos al punto de quiebre

Martes, 24/03/2020 06:21 PM

El 12 de enero de 2019 15yultimo.com publicó mi artículo Borrón y Cuenta Nueva. Hace 14 meses que lo escribí y ahora que lo releo ha resultado profético. Ninguna de las posibilidades para detener el colapso de nuestra sociedad ha ocurrido desde entonces. Lo expresé en aquella oportunidad de la siguiente manera:

…es posible que el gobierno finalmente logre recuperar PDVSA, es posible que el castillo de naipes se arme nuevamente, también es posible que la burguesía criolla y extranjera decidan disponer de sus enormes fortunas en divisas e invertir una parte en el desarrollo de la economía nacional, como posible es que Estados Unidos nos perdone por haber osado aspirar a ser libres, soberanos e independientes, y decida levantar el bloqueo financiero y comercial en contra de nuestro país, como posible asimismo que se llegue a un gran pacto político nacional entre el gobierno y la oposición que allane el camino para que esas otras posibilidades tengan lugar.

Es posible que China, Rusia, India, Turquía, Irán y otras naciones del bloque euroasiático, conjuntadas en la Organización de Cooperación de Shangai (OCS) inviertan en Venezuela y reconviertan todo nuestro parque industrial (el andamiaje de tecnologías patentadas por las naciones del bloque occidental) a sus propias tecnologías, con sus propias patentes industriales, con sus propios estándares y normas.

Es posible que el Estado apoye finalmente de manera contundente la producción popular agrícola y artesanal, que invierta en fábricas de materias primas intermedias y que asuma la producción de alimentos, medicamentos, textiles y calzado en las propias manos socialistas del Estado. Todo eso es posible.

También es posible que nada de eso ocurra…»

Si nada de eso llegaba a ocurrir, expuse asimismo el criterio de que solo nos quedaba una salida como sociedad viable, para preservar siquiera nuestra condición de estado-nación, que sentencié sin ambigüedades en mi artículo:

Así que no hay de otra. Todo el que no perciba o tenga perspectivas de percibir ingresos en divisas, por remesas o por cualquier otro concepto, debe inexorablemente sembrar, cultivar la tierra, para poder comer y para dar de comer a sus hijos. Todos los que no lo hagan desde este mismo instante, contando con el empleo público y demás subsidios y ayudas del gobierno, son unos insensatos, porque eso también tendrá que venirse abajo si PDVSA sigue por el camino que va.

Con la firme intención de poner en práctica mi propia recomendación, me propuse en enero y febrero de 2019 montar mi propio huerto urbano, que incluiría una conejera, un corral para codornices, un gallinero para algunas ponedoras y, por supuesto, los vegetales. Proyecté, junto a mi amigo Pedro Ruda Ruda, todo lo necesario, montamos un lumbricario para obtener humus, que todavía mantengo, instalamos dos microviveros, juntamos materiales y utensilios para la labor, nos documentamos en técnicas de agricultura urbana para los principales cultivos y hasta ya teníamos todo listo para montar un portón de acceso previendo uno de los problemas que ha afectado la producción agrícola en pequeña escala en el país: la inseguridad, el riesgo de que se roben la cosecha o de que los delincuentes exijan vacuna.

Así las cosas, nos dio por comenzar a hacer pruebas para una receta de cerveza artesanal, cuyos ingredientes son 100% libres de importación y, por lo tanto, autóctonos, endógenos, sin dependencia del extranjero y sus interconexiones globales. Como andábamos justamente en la onda de investigar y aprender a hacer cosas nuevas de manera totalmente endógena, con autosuficiencia, y dado que la hiperdependencia de nuestra economía nacional de los monopolios aparejada de la hiperdebilidad del gobierno para hacerles frente, había llevado el precio de la cerveza a niveles que ya resultaban prohibitivos para una buena parte de la población… pues dos más dos son cuatro. Nos pusimos a producir esa cerveza artesanal y resultó ser un éxito como emprendimiento económicamente viable. Obviamente, eso nos desvió por completo de los planes de consolidar el huerto urbano. Craso error, aunque ciertamente excusable.

Hasta ese momento, y quizás por haber centrado la atención de mis investigaciones en la delincuencia económica, en las desviaciones de los agentes económicos respecto de lo que establecen las leyes, hubo un sector de la población que escapó a mi análisis de enero de 2019, sobre las diferentes modalidades de subsistencia que se observan en la Venezuela actual. Se trata justamente de los emprendedores y demás trabajadores por cuenta propia, de los que se rebuscan de mil maneras posibles, honradamente y legítimamente, para ganarse el sustento diario. Este sector es sin duda muy numeroso y a lo largo de los últimos años ha venido en aumento. Excluyo del mismo a la buhonería informal, que es el grueso de la informalidad en Venezuela, porque pueden subsumirse dentro de la categoría del bachaqueo.

Los emprendedores y demás trabajadores por cuenta propia han venido siendo el único sector de la población venezolana de espíritu auténticamente empresarial, en el sentido estricto de estar regido exclusivamente por la ley de la oferta y la demanda, sin subsidios diferenciales, sin acceso a financiamiento significativo y sometido permanentemente a la libre y descarnada competencia. Es cierto que este sector se beneficia de la política de servicios básicos accesibles que todavía ha logrado mantener el gobierno, así como de servicios de salud y educación pública y otros subsidios y transferencias directas, pero ello lo hacen en perfecta igualdad de condiciones con respecto al resto de la población, incluyendo a los grandes y medianos empresarios.

Estos últimos son, en cambio, beneficiarios de subsidios adicionales importantes, como la asunción de sus nóminas por el gobierno, la exoneración de impuestos, la eliminación de permisologías y aranceles para importar lo que sea, el suministro de materias primas e insumos garantizado por el gobierno, la inaplicación pragmática de la legislación laboral y, el mayor de todos, el respaldo irrestricto del gobierno a la actividad de búsqueda de rentas por parte de los capitalistas privados medianos y grandes. En "El Precio de la Desigualdad", el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz explica muy bien en qué consiste esa actividad:

«…conseguir ingresos no como una recompensa a la creación de riqueza, sino a base de quedarse con una mayor porción de la riqueza que se habría producido de todas formas sin su esfuerzo (…) Los de arriba han aprendido cómo succionarle el dinero a los demás con unos métodos de los que los demás apenas son conscientes; esa es su auténtica innovación (…) Para decirlo lisa y llanamente, hay dos formas de llegar a ser rico: crear riqueza o quitársela a los demás. La primera añade algo a la sociedad. La segunda habitualmente se lo resta, ya que en el proceso de apropiarse de la riqueza, una parte de ella se destruye. Un monopolista que cobra un precio excesivo por su producto les quita el dinero a las personas a las que está cobrando de más, y al mismo tiempo destruye valor. Para conseguir su precio de monopolio, no tiene más remedio que restringir la producción.»

Naturalmente, dado que la búsqueda de rentas, tal y como brillantemente lo detalla Stiglitz en su excelente exposición sobre el importante fenómeno de la desigualdad económica, solo es posible mediante la anuencia y permisividad del gobierno, es evidente que se trata de un subsidio -no contabilizado- a los agentes económicos que detentan importantes niveles de poder de mercado, es decir, justamente los grandes y medianos capitalistas mono u oligopolizados, o bien cartelizados. Y esto sin mencionar que el solo hecho de ejercer un monopolio, aun cuando no sea rentístico, equivale de por sí a un enorme subsidio por el lado de la demanda del cual se beneficia el gran capital (igual que, por el lado de la oferta, lo hacen en otras latitudes los gigantescos rescates al sector financiero).

No otra cosa es lo que sucede en Venezuela con el oligopolio múltiple de Empresas Polar, por mencionar solo el más importante de todos en la actualidad.

En un par de ocasiones fui invitado a lo largo del año pasado a exponer mis criterios acerca del emprendimiento en tiempos de severa crisis económica. En ambas oportunidades, sostuve como premisa fundamental que los servicios básicos, incluida la gasolina, sigan estando al alcance de cualquiera, no solo en cuanto a su precio, sino a su disponibilidad e idoneidad. Imposible emprender, sea cual sea la naturaleza del emprendimiento, sin electricidad, sin agua potable, sin transportación y sin comunicaciones. Pero estando todo eso garantizado, siempre será posible emprender. Los servicios básicos son absolutamente prelativos para emprender desde abajo y también desde arriba. Suponiendo que no colapse el suministro de gasolina por la grave situación petrolera y que el acoso internacional no llegue a extremos como el bloqueo naval o la suspensión del servicio del cable submarino para las telecomunicaciones, hasta la fecha la política social redistributiva del gobierno asegura este importante factor de viabilidad económica de los emprendimientos y la producción en pequeña escala.

Pero, de otro lado y lamentablemente, en medio de un discurso público abiertamente a favor de la producción nacional y el emprendimiento como única salida a la hiperdisminución de la oferta de bienes y servicios en el país, el gobierno ha venido adoptando medidas muy severas sin tomar en consideración, contradictoriamente, el perjuicio para los micro y pequeños productores artesanales y prestadores de servicios, al igual que para los pequeños y medianos productores comunales. Entre dichas medidas destacan las elevadas tasas y derechos registrales y permisologías en general (costo de la legalidad) entre otras severidades, derivadas varias de ellas de la política económica en vigor, que tienden a estrangular la emergencia incipiente de nuevos emprendedores en el país; severidades tales como: la falta de acceso a financiamiento oportuno, la estrechez de los medios de pago, la inflación galopante, la falta de acceso a divisas, la falta de acceso a materias primas e insumos, la inseguridad física, los costos asociados a la corrupción en las instituciones –principalmente la matraca policial y militar en las alcabalas- la hiperdepresión de la demanda a consecuencia de la muy grave depresión económica en que se encuentra sumido el país desde hace ya varios años consecutivos y, en casos cada vez más numerosos, la persecución física y judicial contra los pequeños y medianos productores comunales.

Pareciera existir, en medio de la doctrina del pragmatismo, según la cual el fin justifica los medios, una cada vez más acentuada falta de credibilidad en los poderes creadores y la capacidad de trabajo del pueblo para hacer lo que los capitalistas criollos no hacen: producir. El gobierno, a raíz del giro pragmatista, nos ha dejado muy en claro que su apuesta, en cuanto a la producción y distribución de bienes y servicios se refiere, es por la burguesía, a la que ha llegado a calificar de "revolucionaria", un extremo doctrinario incluso para el reformismo más pronunciado.

El pragmatismo que viene adoptando el gabinete económico en funciones –mitigado cierta y afortunadamente por las políticas redistributivas de inversión social- hace que la actual situación que vive el país proporcione las condiciones para la adopción de una política de privatizaciones, incluyendo PDVSA. El proceso reprivatizador ha venido ocurriendo de facto, al igual que en otros ámbitos como la dolarización y la autorregulación del mercado por la mano invisible.

La autorregulación por la mano invisible del mercado, la dolarización de facto, la política de laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar), la fe ciega en la buena voluntad de la burguesía "revolucionaria", las privatizaciones de facto, la omisión de facto en el cumplimiento de la legislación laboral, el levantamiento de los controles de precios, la ineficacia en el combate contra el contrabando de extracción y la especulación cambiaria, la falta de apoyo efectivo al sector social productivo y, en muchos casos, su abierta persecución a favor de los intereses de terratenientes y monopolistas, son todas circunstancias que se han venido conjuntando con fuerza a partir del año 2017.

Por otro lado, la efectividad de una política pública se evalúa por sus resultados, no por sus buenos propósitos ni por los métodos utilizados en su instrumentación. Y, si bien es absolutamente cierto que las medidas coercitivas unilaterales que han adoptado los gobiernos de los países centrales en contra de Venezuela restringen considerablemente los grados de libertad del gobierno para la toma de decisiones y su consecuente capacidad de maniobra, no es menos cierto que el gobierno se ha vuelto ciego ante las alternativas no neoliberales que han existido y que siguen existiendo, incluso ahora con mayor fuerza, para salir del atolladero económico por el lado del socialismo y la planificación central territorializada.

Por ejemplo, la actual situación del país brinda las condiciones materiales objetivas idóneas para la estatización radical de los medios de producción, la planificación central territorializada de la producción y distribución, y la contraloría social efectiva. Y ahora que se aproxima la inminente quiebra de las finanzas públicas (por la hecatombe petrolera mundial, el bloqueo financiero coercitivo unilateral, la falta de previsión y otros errores de planificación estratégica del gobierno y el desfalco a la nación) aparejada del previsible colapso del suministro de gasolina, en confluencia con la pandemia del COVID-19, el momento es inmejorable para soluciones tan simples y directas como esta: toda la fuerza armada y el pueblo a sembrar, bajo régimen disciplinario militar, y con el excedente agrícola que se vaya logrando, proveer a las necesidades de capital para el desarrollo nacional. Poner todo el capital físico instalado en el país inmediatamente al servicio de la producción, también bajo control militar y unión cívico-militar.

Podemos hacerlo porque la abundancia de recursos naturales, geografía y clima de nuestra tierra lo permiten, al igual que el inmenso saldo organizativo y militante de las bases populares que nos legó el Comandante Chávez y que se ha profundizado con las estructuras de base del PSUV y las creadas por el Presidente Maduro para la distribución de los Clap. Me parece apropiado citar a Mao en este punto: "El mundo está convulsionado. ¡Excelente situación!".

Es bastante simple. Es lo que hizo China, por cierto, pero no la China capitalista, sino la China comunista, la China de Mao, sobre cuyo inmenso logro histórico cabalgó luego el reformismo con características chinas, que los propios chinos gustan de denominar socialismo con características chinas. Para poder dar el salto al desarrollo, China tuvo que desconectarse primero para posibilitar la agricultura endógena y, una vez obtenidos los excedentes para el desarrollo industrial, se reconectó al sistema-mundo al punto de llevar su economía y su sociedad a lo que es China hoy día.

Y sí que es simple. Hace un par de días vi un video por las redes sociales donde la Fuerza Armada Nacional Bolivariana afirma tener bajo control la gran mayoría de las trochas y caminos verdes por los que colombianos y venezolanos cruzan la frontera binacional. Quiere decir entonces que sí era posible impedir militarmente el contrabando de extracción. Se nos hizo creer siempre que era imposible, porque las trochas eran muchas. Ya vemos entonces que no era esa la razón, sino la falta de voluntad política, originada en la falta de claridad de rumbo.

Confieso que llegué a pensar en alguna ocasión que el Presidente Maduro estaba esperando el momento en que las propias condiciones materiales objetivas impusieran por sí mismas, de manera natural, la estatización de los medios de producción, algo así como: la mayoría de los capitalistas han abandonado el país, los que quedan no producen lo suficiente, así que las circunstancias imponen decretar la expropiación, estatización y nacionalización de todos los medios de producción. En la actualidad, esas condiciones son más que nunca antes favorables para ello.

El ejemplo iraní

Otro proceso revolucionario que constituye un gran ejemplo a seguir es Irán. En noviembre del año pasado tuve el privilegio de asistir a una conferencia del Embajador Iraní en Venezuela, Hoyatollah Soltani, impartida en el Centro Nacional de Estudios Históricos, Casa de la Historia Insurgente. El nombre de la conferencia fue el siguiente: "Revolución Islámica de Irán en Venezuela 1979-2019 (la importancia en el mundo actual dentro de la historia económica y cambios globales)". Por su importancia para darnos claridad de rumbo, voy a exponer a continuación todas mis notas sobre aquella conferencia.

El Excelentísimo Señor Hoyatollah Soltani comenzó su disertación explicando que el 11 de febrero de 1979 en Irán se produjo la victoria de la revolución, tras 30 años de luchas populares. Antes de eso, en el año 1953 ocurrió el golpe de estado planificado por Washington a raíz de la nacionalización del petróleo y la expulsión de las empresas transnacionales que había ocurrido en Irán. Después de ese golpe de estado, el Mossad y la CIA, junto al sistema judicial iraní, mataron y desaparecieron a miles de revolucionarios. Irán exportaba 6 millones de barriles diarios de petróleo y el fruto de todo eso iba a parar a cuentas bancarias en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos y principalmente para la compra de armas.

Diez mil asesores gringos (así el embajador se refiere a ellos) penetraron en las fuerzas armadas iraníes. No había salud ni electricidad para el pueblo. Solo los técnicos gringos podían tocar los equipos militares. Una civilización de al menos 10.000 años de antigüedad, con toda su dignidad y su historia, pretendió ser esclavizada. Los tribunales iraníes no podían tocar a los gringos. Había mucha injusticia y desigualdad, la riqueza del país estaba en manos de la familia del Sha, alrededor de 300 personas.

Pocos meses después de la Revolución Islámica, se produjo un intento de golpe de estado. Así que se cerró la embajada gringa, que es la forma como se previenen los golpes de estado. Grupos irregulares terroristas mataron a 17.000 personas. Las fuerzas armadas estaban desorganizadas. En un solo atentado asesinaron a un presidente, un vicepresidente y 72 diputados.

Luego vino la guerra de 8 años entre Irán e Irak (la más larga del siglo XX) y hubo que librarla solos, con equipos militares que no se sabía mantener ni se tenían los medios para hacerlo. Usaron en contra de Irán armas químicas de las que todavía quedan secuelas en la población. No les vendían ni desde las balas ni hasta los misiles.

Desde hace 40 años han impuesto sanciones a Irán. Inimaginables. Todas las habidas y por haber. Eso llevó a Irán a una situación de cero importaciones.

Luego el embajador pasó a exponer algunas cifras comparativas de lo que era Irán antes de la Revolución Islámica y lo que es hoy día Irán, que presentaré en forma tabular para mejor visualización.

Aparte de esos indicadores sorprendentes, pasó a señalar otros más sorprendentes aún: Irán ocupa el cuarto lugar en desarrollo de la nanotecnología a nivel mundial, el séptimo en medicamentos nanotecnológicos. Se ubica entre los primeros 14 países en generación de energía eléctrica, entre los 9 primeros en energía termoeléctrica. Está entre los cuatro primeros del mundo en el tratamiento con células madre.

Entonces el Excelentísimo Señor Hoyatollah Soltani preguntó: ¿Y cómo Irán ha logrado todo esto?Aparte de esos indicadores sorprendentes, pasó a señalar otros más sorprendentes aún: Irán ocupa el cuarto lugar en desarrollo de la nanotecnología a nivel mundial, el séptimo en medicamentos nanotecnológicos. Se ubica entre los primeros 14 países en generación de energía eléctrica, entre los 9 primeros en energía termoeléctrica. Está entre los cuatro primeros del mundo en el tratamiento con células madre.

E inmediatamente, casi como un acto reflejo, respondió: Irán cortó radicalmente con Occidente. Se usó el propio talento humano iraní, sin dependencia de Washington, ni del FMI (es decir, en Irán se tomaron muy en serio la tesis de la desconexión planteada por los estructuralistas de la Teoría de la Dependencia para poder desarrollar su país).

Irán comprendió que el verdadero capital es el pueblo, no los bancos occidentales. Autoconfianza, autodeterminación fueron la clave. Ninguna transnacional hará transferencia tecnológica. Irán está muy dispuesto a enseñar a pescar y a fabricar maquinarias y equipos a Venezuela. La clave para Irán ha sido la ciencia y la tecnología. Por eso, Irán cuenta con una Vicepresidencia de Ciencia y Tecnología, un Ministerio de Ciencia y Tecnología, un Ministerio de Educación y Ciencia, políticas de financiamiento al investigador, cuyos montos son mayores a medida del éxito y resultados de la investigación. El Estado asume el riesgo de la innovación (es quien invierte en I+D).

Más la fe en la juventud. Los científicos y tecnólogos promedian entre 30 y 35 años de edad. Gracias a ellos Irán está entre los 10 primeros países del mundo en medicamentos y entre los 11 primeros en tecnología aeroespacial. Lo hizo con sus profesores y su juventud.

La electricidad es un factor clave de competitividad internacional. Por eso Occidente no quiere que Irán desarrolle su programa nuclear. De 400 plantas nucleares que actualmente operan en el mundo, 134 están localizadas en Estados Unidos. El 80% de la generación de electricidad en Francia es por plantas nucleares. Igual cifra exhibe Alemania. Por eso persiguen a los países que buscan generar electricidad con tecnología nuclear. Por eso el ecologismo antinuclear es funcional a la hegemonía occidental.

Occidente dejó de venderle a Irán radioisótopos, por lo que 800.000 pacientes que los necesitaban se quedaron sin ellos. Así que Irán desarrolló sus propios radioisótopos. Y ahora quieren volver a venderle a Irán, pero ahora Irán dice no.

En Irán existen tres tipos de empresarios. Los que son 100% estatales, los que son 100% privados y las cooperativas (de propiedad mixta). Ahora se busca dar más espacio al sector privado. Nuestros empresarios privados son patriotas, nacionalistas. Hay partidos políticos diversos. Los empresarios pueden ser opositores. El Estado no hace distinciones, si el empresario es nacionalista se le apoya. Los empresarios privados en Irán están al servicio del gobierno para contrarrestar las sanciones en contra de la patria.

En las industrias no sancionadas se confió en los extranjeros y no se logró ser puntero en esos sectores. En todo lo demás, que eran sectores que estaban prácticamente en cero, Irán ahora es puntero. Hay que independizarse del yugo occidental en todo. El comercio internacional no tiene por qué ser a través de Europa u Occidente, por eso el proyecto de la Ruta de la Seda es para independizarse del yugo.

Y, palabras más palabras menos, el Excelentísimo Señor Soltani sentenció (para decirlo en criollo): "Nosotros nos chupamos las verdes. Si Venezuela nos aprovecha, pueden disfrutar las maduras". Incluso dijo un plazo: 10 años. En 10 años, si Venezuela hace lo que hizo Irán, desconectarse, acometer un esfuerzo nacional en ciencia, tecnología y educación, basar toda la producción en esfuerzos exclusivamente endógenos, Venezuela puede superar la condición de dependencia y para ello cuenta con la buena voluntad de Irán.

Tremendo. Todo eso con guerras, atentados, bloqueos, sanciones, persecución internacional, etc., etc. (cualquier parecido con la realidad venezolana es pura coincidencia).

La desconexión como obligación de la realidad

A la pregunta que hizo el Embajador Soltani sobre por qué Irán ha logrado todo esto, yo añadiría: porque Irán tenía absoluta e inequívoca claridad de rumbo. Sin rumbo claro, lo único que se logra es dar vuelta tras vuelta hasta el colapso. Cuando uno observa objetivamente la realidad económica de Venezuela y piensa en el 65% que ha caído nuestro PIB o en los apenas 5.000 millones de dólares que nos quedan en reservas internacionales, de las que 3.500 millones son oro, y analiza el desplome del 80% en la caída de la producción industrial. Y cuando uno ve cómo los gringos (para seguir refiriéndome a ellos igual que el embajador) nos dejaron en la estacada apenas nuestra renta petrolera decayó, cerrando sus empresas transnacionales y largándose del país. Cuando uno ve que esas empresas no le dejaron nada al país, ni capital físico ni capital humano, ni transferencia tecnológica ni conglomerados con nuestra pequeña y mediana industria de capital nacional, donde lo único que nos dejaron fue la ansiedad de consumo de sus productos, imbuidos durante décadas en nuestros gustos y hábitos de vida, pues nada mejor que mirarse en el espejo de Irán.

Un espejo meridianamente claro en que solo la desconexión es la vía para un país atrasado tecnológicamente y dependiente de los suministros de los países centrales. Máxime un país como Venezuela, donde tenemos universidades y centros de investigación de primera línea. Aliados estratégicos que pueden ayudarnos mucho en desarrollo científico, como Irán, China y Rusia y también Cuba. Profesionales y técnicos que, pese a la fuga de cerebros ocurrida a lo largo de los últimos años, tenemos todavía en abundancia. Las estructuras organizativas de base, como ya dije. Entre otras muchas ventajas absolutas, comparativas y competitivas de nuestro país.

Hace apenas un lustro atrás, plantear la tesis de la desconexión pudiera haber sido una insensatez. Hoy por hoy, en la Venezuela del 22 de marzo de 2020, considero que es una necesidad imperiosa. Ya ni siquiera es una mera alternativa a las políticas neoliberales que favorecen al capital y orillan a la inmensa mayoría de la población a pagar el precio de la acumulación sin límites. No va a quedar otra salida. La realidad impondrá sus restricciones y limitará cada vez más las opciones políticas.

Venezuela no puede encajar el confinamiento sanitario por mucho tiempo porque la gran masa poblacional vive al día de empleos precarios, ayudas sociales y rebusques varios. Sin recursos fiscales suficientes para sostener y expandir las necesarias ayudas sociales y sin posibilidad de rebusque, la población morirá de hambre en sus casas. Antes que eso ocurra, es posible un acuerdo político nacional que posibilite el financiamiento humanitario internacional, pero ese acuerdo que sería fruto de una extorsión histórica en contra de nuestro país, no tiene por qué ser la única salida, mucho menos la mejor.

Lo que sí es previsible es que de no producirse cualquier salida muy pronto, en cuestión de semanas, habrá estallidos sociales severos o habrá que levantar el confinamiento sanitario. Pero, incluso en este último caso, los rebusques (emprendimientos, oficios, artes, labores, actividades) serán imposibles sin gasolina.

Supongo que no peco de profeta del desastre si poniendo los pies sobre la tierra anticipo que con un precio internacional del petróleo por debajo de nuestros costos de producción, una recesión económica global como no se ha visto en décadas que además se prolongará por al menos uno o dos años (tal como lo están previendo la propia Alemania y Estados Unidos), una industria petrolera que ya la tenía bien difícil para atraer capitales frescos desde antes del COVID-19, del fracaso del pacto OPEP-No OPEP y del colapso una vez más del sistema financiero mundial, y finalmente, un bloqueo financiero y comercial internacional que cada día será más severo, muy pronto tendrán que colapsar las finanzas públicas del país (quiebra de la República) y el suministro de gasolina que, muy probablemente ya no habrá después del levantamiento del aislamiento social preventivo o se venderá a precios internacionales.

Decenas de miles, sino millones, de familias se quedarán sin sustento, su nivel de vida, ya de por sí en equilibrio precario desde antes que toda esta tragedia se nos viniera encima en este año 2020, terminará por colapsar.

Si ha tenido la paciencia suficiente y ha llegado hasta este punto, pregúntese el lector qué prefiere, continuar por la senda que nos condujo inexorablemente a este extremo de dependencia y vulnerabilidad estratégica del Estado, o aprovechar las circunstancias tan extremas que actualmente se nos presentan como una oportunidad para avanzar de lleno hacia la desconexión nacional y el desarrollo endógeno.

Así que, en un mundo globalizado interconectado que tiene la santamaría cerrada, retomar la actividad económica en Venezuela -que muy probablemente será sin gasolina o con gasolina a precios internacionales- plantea dos cosas que para mí son evidentes: 1. Enfrentaremos una forzosa desconexión, tal como esta es definida por los estructuralistas de la Teoría de la Dependencia. 2. Tenemos ingentes recursos naturales para la agricultura endógena autosuficiente. Así que dos más dos son cuatro. Tendremos que alimentarnos forzosamente por nosotros mismos con lo que hay en nuestra propia tierra. Para eso, y por la urgencia impuesta por la necesidad, soy del criterio de que habrá que recurrir a la militarización absoluta y centralmente planificada de la agricultura en todos los ámbitos territoriales. Nosotros tenemos un símbolo perfecto para eso: la Unión Cívico-Militar. Habrá que asumir esto, o de lo contrario condenarnos, tras la siguiente vuelta de tuerca sin rumbo, al caos del exterminio social y la pérdida del estado-nación.

Dado lo cual, la pregunta verdaderamente importante que hay que hacerse es la siguiente: ¿Está el actual gabinete económico, que fue designado para promover y gestionar una economía conectada con el mundo y bajo reglas del mercado, en capacidad de asumir el desafío que plantea la desconexión forzosa aparejada de la quiebra de las finanzas públicas? Es casi tanto como preguntar si las clínicas privadas están en capacidad de asumir el reto que significa derrotar la pandemia del COVID-19. La respuesta a esto último es inequívoca: no.

Solo el Estado, bajo régimen militarizado, puede hacerse cargo de una hecatombe sanitaria como esa, al igual que solo el Estado, insisto en enfatizarlo, puede hacerse cargo de una hecatombe económica como la que estamos afrontando. Es, desde todo punto de vista, un punto de quiebre monumental, una auténtica encrucijada histórica, propicia para las grandes hazañas o para el colapso definitivo. Para quienes gustan de hacer temerarias analogías interdisciplinarias, podría tratarse de una suerte de bifurcación caótica en el curso de los acontecimientos nacionales.

La actual coyuntura es inmejorable para radicalizar la vía al socialismo. Se impone, por esa vía, estatizar absolutamente todo el capital productivo, excepto el micro, pequeño y el mediano que, al decir del embajador Soltani, sea "nacionalista" y puesto inmediatamente al servicio del Estado "para poder hacer frente a las sanciones impuestas contra la patria". Y, mediante prolongación indefinida de la emergencia, proceder a la militarización de las actividades agrícolas y manufactureras en una gran cruzada nacional productiva mediante la unión cívico-militar nuestro-venezolana.

La mayoría del país no tiene cómo aguantar 30 días sin trabajar. Ni hablar de 60 días. Ante una probabilidad de 100% de morir por confinamiento y otra de 2% de morir por enfermedad, es evidente que el gobierno tiene que levantar el confinamiento pronto o el caos social será grave.

Es que el problema es hoy, es urgente. No hay flujo de caja para asistir al grueso de la población que está condenada en sus casas (no por mucho tiempo). Al no haber actividad económica, la gente a la que se le podía cambiar las remesas ya no lo hace o dejará de hacerlo pronto. No hay manera de rebuscarse ni emprender. Tampoco de robar ni especular (de lo que viven también muchos en este país). Los sueldos no alcanzan, así el gobierno los pague. Muchos hogares, pese al inmenso logro que ellas representan, siguen excluidos de las redes Clap.

Francisco Rodríguez, CEO de la firma de inversiones financieras Torino Capital, y responsable de haber recomendado al gobierno que pagara alrededor de 70.000 millones de dólares en deuda externa entre 2014 y 2016 habiendo podido reestructurarla en aquella época, ha estimado recientemente que se necesitan 400 millones de dólares mensuales para poder sostener el confinamiento sanitario, y me parece acertado ese cálculo. Así que después de esta primera cuarentena de 30 días, ya mucha gente estará en pobreza extrema. Es insostenible. O el gobierno consigue financiamiento ya, o tendrá que levantar el confinamiento. Es la encrucijada límite que fuerza al pacto político nacional o, como alternativa perfectamente viable, a la desconexión y la vía cierta, el rumbo franco hacia el socialismo real, ese mismo que ha sacado a miles de millones de seres humanos de la trampa de la dependencia (pese al mito muy difundido de su supuesto fracaso histórico).

China y Rusia ya nos dieron plata a montones y seguimos teniendo deudas enormes con ellos. Si el Presidente Maduro tuvo que acudir al fondo de emergencia sanitaria del FMI, con todo el costo político que eso implica al interior de las bases chavistas, es porque ninguno de los aliados geopolíticos está en disposición de seguir financiando nuestro atolladero económico.

De todos los males que aquejan a Venezuela, el Coronavirus no es más que la guinda del pastel. Ángela Merkel se prepara para un escenario de dos años con pandemia y el 70% de la población alemana contagiada. Si el FMI nos aprueba el millardo de dólares que se está comentando en las redes sociales, eso nos comprará tiempo, pero nada más. Solo correrá un poco más la arruga del inevitable colapso de nuestro país.

Dejemos los dogmatismos a un lado y seamos pragmáticos realmente. Velemos por lo que más nos conviene como país a nosotros, a Venezuela, y no por lo que en definitiva no es más que la conveniencia para los intereses de Estados Unidos, el resto de países centrales y la burguesía criolla que, excluyendo honrosas excepciones, ni es revolucionaria ni es nacionalista.

Solo necesitamos la voluntad política de un líder que nos alumbre el camino y demostraríamos al mundo por qué liberamos un continente. Es el Presidente Maduro el que está históricamente llamado a asumir ese liderazgo

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