La solidaridad: virtud necesaria, más no suficiente contra la pandemia (I)

Domingo, 29/03/2020 07:54 AM

INTRODUCCIÓN

Hablar hoy de solidaridad es arriesgado al menos por dos razones: en primer lugar, porque se trata de una palabra de la que se ha abusado hasta la saciedad; y en segundo lugar, precisamente por el hecho de que todo el mundo la usa, porque ha llegado a significar también lo que no es, y ha sido utilizada para fines que no le pertenecen. Sin embargo, hoy se la invoca más que nunca, ya que se reconoce como una "exigencia "para la vida personal y colectiva. Sin ella, en realidad la vida muere, y la convivencia se reduce a una cohabitación forzada donde la soledad, la indiferencia, las tensiones y las prevaricaciones toman la delantera a la sociabilidad y a la fraternidad. Muchos la temen por ser demasiado exigente en sí misma y demasiado gravosa para la sociedad; otros incluso querrían que fuera eliminada del diccionario por causar desastres en el plano político y económico. Quizás en la actual situación sociopolítica y en la temperie cultural por la que estamos atravesando, no existe otro valor que suscite batallas más enconadas: hay quien la invoca, quien la detesta y quien la combate. Por lo demás, entre aquellos que dicen quererla hay quien la interpreta de manera tan simplista que llega a desfigurarla, o quien la distorsiona tanto que la convierte en una caricatura. En esta situación se hace indispensable intentar definirla para mayor claridad nuestra y de los demás; de otro modo no habrá ninguna posibilidad de entendimiento.

LA SOLIDARIDAD COMO VIRTUD

La solidaridad es una virtud. Pero ¿qué tipo de virtud? Algunos la han llamado virtud de segundo grado. Al igual que la amistad, complementaría las deficiencias o los pasos cortos de la justicia. La solidaridad, de este modo, sería una especie de dar corazón a las cosas. Para decir con palabras de Richard Rorty: "Ensanchar el nosotros". No es cuestión de negarlo. La solidaridad, sin embargo, si es una virtud moral, debe ser algo más. Y ese plus se obtiene cuando tenemos en cuenta que la solidaridad no es mero adorno. No es suplemento prescindible o gesto estético, que da el último retoque a la justicia. La solidaridad es una cualidad del espíritu ciudadano; o, más profundamente, una cualidad del espíritu humano. La persona moral no descansa si no es solidaria. Pero no descansa no porque la justicia se haya quedado corta, ni tampoco porque, de esta manera, nos engrandezcamos magnánimamente, sino porque, en caso de que no se dé, ni siquiera habrá algo así como la justicia. Hay justicia porque hay, previamente, solidaridad. Y no se trata de algún instinto previo.

Se discute sobre cuál es la etimología de solidaridad. Para algunos, solidario viene de solitario. Para otros, la palabra proviene de lo que, al estar adherido a una causa, es sólido. Y para otros aún, en consonancia con la segunda acepción, solidaridad proviene de suelo, es el solar en el que, después, se puede construir. Cada una de las posibles interpretaciones de la etimología muestra una cara de la solidaridad, siempre que se exceptúe la contradicción que, a primera vista, se daría entre la solidaridad y el ser solitario, ya que el solidario, por definición, no está solo, sino con los otros. Según el poeta Bergamín, "sólo los solitarios son solidarios". En efecto, la solidaridad real, aquella que no es de masa, o simple rebaño, se hace desde la autonomía plena. No se es solidario por necesidad instintiva, sino por decisión, por combinación activa de una autonomía con otras. Habría que evocar, en este sentido, aquella frase, siempre digna de ser actualizada, de Blais Pascal según la cual la mayor parte de la infelicidad de los hombres y las mujeres procede de que no saben estar solos en su habitación. Es un modo de hacer más familiar la idea de la autosuficiencia de Aristóteles.

Ahora bien, la autonomía que lleva a la solidaridad es, precisamente, la que rompe el lado malo de la autosuficiencia. ¿Qué se quiere decir con esto? Que la autonomía solidaria nada tiene que ver con el egoísmo espontáneo e inmoral. La autonomía solidaria del solitario consiste, por el contrario, en saber entablar relaciones con el resto de los humanos sin servilismo ni dependencia. Más aún, sólo desde la posesión de uno mismo, desde una autoconciencia y una autodeterminación reales, cabe concebir y realizar vínculos solidarios con los demás. Los chistes sobre la pareja, la cantidad de dichos que hablan de unión de soledades o de jaula común, o tantas otras cosas más son significativos. Y lo son porque muestran, a escala reducida, el fracaso -cuando se dé- de una comunidad en la cual en vez de juntar dos seres autónomos, éstos se han diluido o, sencillamente, han perdido la fuerza de la propia individualidad. En una primera aproximación, la solidaridad nos muestra, al igual que sucedía con la amistad, que se deben mirar siempre los dos polos; que es una construcción, una relación que no está dada de una vez por todas, sino que necesita un punto de apoyo del que partir y, también, un amplio círculo al que llegar.

LA URGENCIA DE LA SOLIDARIDAD

Para entender qué significa solidaridad, parece obligado empezar por recordar el significado originario y etimológico del término, porque en él de hecho podemos ver reunidos y sistematizados los diferentes significados que posteriormente resaltarán separadamente las diferentes corrientes en su uso y reivindicación del concepto y en su esfuerzo por elaborarlo.

Etimológicamente, solidaridad viene de solidus,palabra que tiene diversos usos, como, en la construcción, para referirse a edificios compactos,firmes, estables. Lo que ya nos pone sobre la pista a propósito de la fuerte consistencia que tiene una sociedad solidaria. De todos modos se apunta a lo que es la solidaridad a través del significado que esta palabra latina tiene en el marco jurídico; las obligaciones contraídas in solidum son aquellas en las que, cuando hay varios deudores, cada uno de ellos tiene el deber de asumir íntegramente la deuda, en el caso en que los demás se declaren insolventes. Ser solidario, según esto, significa llevar las cargas de los otros y luchar por sus causas, haciéndolas propias.

Quien tiene la virtud de la solidaridad es la persona que ha interiorizado esta disposición y la traduce en obras. En la base de ella hay un potente sentimiento, el de la empatía,hecha compasión cuando se precisa, que une a todos los que participan de él, hasta el punto de hacerles sentirse un solidus. Y en su meta está lograr que ese solidus no quede en mero afecto, sino que se haga realidad gracias a un compartir lo que se tiene sin calcular el provecho personal, sino pensando en el bien del colectivo.

Con todo,para que hablemos de virtud se precisan más condiciones. La primera de ellas tiene que ver con los tipos de solidaridad que pueden darse. Los sociólogos hablan de solidaridades "orgánicas" para referirse a las que tenemos, en algunos casos muy fuertes, con quienes forman parte de nuestros grupos de pertenencia sentida, como son la familia,la nación, la etnoidentidad, el partido político, etc. Parece que pertenencias de este tipo, con sus correspondientes cohesiones, son algo inherente a la condición humana: pueden cambiar sus concreciones, pero no su existencia. Por lo que no se trataría de negarlas,sino de vivirlas positivamente, esto es, como virtud. Concretamente, esto supone dos exigencias. La primera de ellas mira hacia el interior, y busca prevenir que el bien del grupo sea ocasión de instrumentalización de sus componentes; puede formularse del siguiente modo: las solidaridades de grupo se justifican,se viven como virtud, cuando son también solidaridades para gestar, potenciar y respetar la autonomía de las personas que los componen,de modo tal que se logre la vivencia imbricada de la autonomía del sujeto y de su vinculación comunitaria. La segunda mira al exterior, para reclamar que las solidaridades ad intra no solo no se conviertan en ocasión para indiferencias, explotaciones y marginaciones ad extra, sino que se vivan de forma que potencien en sus miembros actitudes solidarias hacia quienes no forman parte del grupo de referencia. Piénsese, para ejemplificar esto, en las modalidades que puede adquirir, ad intra y ad extra, la solidaridad familiar o la nacional,que mostrarán la estrecha conexión que hay entre buena solidaridad y convivencia.

De todos modos,la solidaridad como virtud se expresa plenamente cuando se desbordan estas solidaridades orgánicas, apostando decididamente por una solidaridad abierta a quienes no forman parte de ellas. Se define por los siguientes rasgos:

  • -Es solidaridad dirigida a toda persona (totalidad en profundidad) y a todas las personas (totalidad en amplitud). Es decir, el «grupo de pertenencia» es aquí la humanidad: nada humano, ningún ser humano, me es ajeno; ninguna de mis otras pertenencias particulares puedo vivirlas en contradicción con esta, más aún,debo vivirlas potenciando esta. Incluso, hay que añadir,es solidaridad intergeneracional, la que apunta a una relación con la biosfera de tal naturaleza que persigue que las futuras generaciones la puedan disfrutar en la mayor plenitud posible,para el bien de ellas y de la propia biosfera.

  • -Es solidaridad que se expresa en el marco de la igualdad, es decir, solidaridad que asume la justicia, con todo lo que esta implica: obligatoriedad, horizonte de equidad, enfoque estructural.

  • -Es solidaridad que se abre a todos desde la perspectiva de los menos favorecidos, para afirmar el ideal de igualdad de todos los sujetos, teniendo en cuenta la condición de asimetría en que se encuentran individuos y grupos. Esta es en realidad, la característica que más específica a la solidaridad. No se define tanto por su pura universalidad cuanto por el compromiso respecto al vulnerable y amenazado, no se define por su imparcialidad, sino por su "parcialidad" por el débil, marginado u oprimido; o, si se quiere, persigue la imparcialidad (igualdad) a través de esa parcialidad.

¿Puede decirse que la solidaridad,además de revelar el sentido pleno de la justicia y alentar a ella, la desborda? Hay quienes temen responder afirmativamente a esta pregunta, porque ven el riesgo de potenciar solidaridades que sustituyen a una justicia que no se realiza (como pasa con la "caridad" en su sentido peyorativo); reclaman, por eso,que lo decisivo es la justicia. Otros, desde la otra vertiente, temen que se confinen entonces las exigencias propias de la solidaridad al campo de lo supererogatorio, no de lo obligatorio. Ante estos riesgos reales se tiene : a) que el "ojo solidario" supone la justicia, con todo lo que ella implica; b) que abre decididamente a esta al ámbito de la acción o discriminación positiva; c) que, además,y asegurado lo que antecede con rotundidad,en ella anida un aliento que desborda los esquemas de reciprocidad-obligatoriedad de la justicia para abocar a la ética de la sobreabundancia del don,de la que habla Paul Ricoeur.

La persona solidaria es la que tiene interiorizados estos dinamismos y los vive en la praxis. Sabiendo que hay solidaridades que pasan por las relaciones interpersonales. Pero que adquieren su potencialidad plena cuando se insertan en procesos institucionales’ ya sea ligados a las instituciones públicas redistributivas,ya sea a través de organizaciones sociales de solidaridad. En los extremos viciosos respecto a estas actitudes se encuentra el que C.B. Macpherson definió como individualista posesivo y el que tiene solidaridades comunitaristas duramente cerradas, ad intra y ad extra.

La persona alentada por la virtud de la solidaridad, es fuertemente consciente de las vulnerabilidades, aflicciones,discapacidades y dependencias que forman parte de la condición humana. Todos las vivimos,sujetos a los avatares de la vida, con mayor o menor intensidad; porque nadie es autosuficiente, ni siquiera en su momento de esplendor. Y si las afrontamos positivamente, es solo gracias a las solidaridades que nos ofrecemos: las que damos y las que estamos en disposición de recibir. Porque también en la recepción se practica la solidaridad.

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